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ANTROPOLOGÍA E HISTORIA > LA CORRUPCIÓN DE LOS SÍMBOLOS PRE-PATRIARCALES

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Laberintos

Herejías y herejes de nuestro tiempo


 

La corrupción de los símbolos pre-patriarcales

Por Casilda Rodrigáñez Bustos

El patriarcado ha tenido que luchar desde sus orígenes contra diferentes aspectos de la vida humana. Su peor lucha, la que tuvo mayor resistencia, fue la emprendida contra la mujer y su sexualidad (todavía se quemaron mujeres a principios del siglo XIX en Guipuzcoa, y se siguen quemando todavía en la India). Para poder quemar mujeres tuvieron que hacer una incansable propaganda de calumnias ignominiosas y de desinformación de la sexualidad femenina. Hasta el siglo XVI, las que luego fueron llamadas ‘brujas’, se las llamaba simplemente serranas, mujeres que se tiraban al monte, como las amazonas en otras partes del mundo, para no tener que perder su sexualidad y someterse al varón. Ahora, cuando tenemos interiorizada la negación de nuestra sexualidad, una violencia interiorizada, somática y psíquicamente como decía Lea Melandri, nos resulta difícil de entender que las mujeres prefirieran irse al monte y vivir en cuevas, que casarse y tener una bonita casa, un buen marido y un puñado de hij@s. Pero así han sido las cosas. La monogamia, la pareja como hoy la entendemos supone una tremenda violencia contra nuestros cuerpos porque niega el desarrollo de la otra sexualidad, la que fue, por cierto, probada por la sexología científica del siglo pasado, que llegó a la conclusión de que el desarrollo normal de la sexualidad de una mujer supondría unos 30 ó más orgasmos consecutivos diarios (Masters y Johnson); un paradigma orgásmico irrealizable dentro de la pareja monógama y de la maternidad robotizada. Sin embargo, todavía en los años 50 del siglo pasado, el doctor Serrano Vicens, que realizó una investigación al respecto aprovechando su condición de médico de cabecera, encontró a 35 mujeres que desarrollaban normalmente dicha capacidad orgástica: ¿el secreto?
Las relaciones autoeróticas y lésbicas de aquellas mujeres a lo largo de su vida, desde la infancia y simultáneas a las relaciones conyugales de sus matrimonios. Todas aseguraban que sus otras relaciones no menoscababan las conyugales, sino que por el contrario, las hacían mejores, afirmando sentirse muy enamoradas y felices en su matrimonio. La organización actual de las relaciones humanas es una organización contra natura, contraria a un sistema libidinal humano que arranca con la relación simbiótica madre-criatura y la expansión de una sexualidad femenino-materna. Pues la capacidad orgástica femenina está filogenéticamente prevista para realizar la maternidad, la gestación, el parto y la crianza de manera saludable y placentera. Desde la díada madre-criatura, se vertebrarían todas las demás relaciones, no en contra, sino a favor de las pulsiones sexuales humanas; puesto que el sistema libidinal tiene la función de organizar las relaciones humanas.

Resulta también ahora difícil imaginar cómo se desenvolvería una sociedad humana sin nuestro Tabú impidiendo continuamente la expresión de nuestras pulsiones sexuales. Y sin embargo el registro histórico nos indica que esto fue así durante muchos miles de años, cuando la humanidad formaba grupos y sociedades, basándose en la espontaneidad de la pulsión sexual, en las relaciones naturales entre los dos sexos, y en general, en las relaciones
naturales de parentesco.

Decía Wilhelm Reich

El ‘mutterrecht’, cuya existencia histórica ha sido probada, no representa solamente la organización de la democracia natural del trabajo, sino también la organización natural de la sociedad que obedece a los imperativos de la economía sexual. Por el contrario, el patriarcado no es solamente autoritario en el plano económico, sino que su organización en lo sexual económico es deplorable.
La Iglesia ha extendido mucho más allá de la época en que detentaba el monopolio de la investigación científica la tesis de la ‘naturaleza metafísicamente moral del hombre’, de su esencia monógama, etc. Por este motivo, los descubrimientos de Bachofen amenazaban con trastornarlo todo. No sólo resultaba desconcertante la organización sexual del 'mutterrecht' por su organización diferente de la consanguinidad, sino también por el efecto
autorregulador natural que imprimía a la vida sexual. (La psicología de masas del fascismo: He dejado el término original utilizado por Reich, ‘mutterrecht’, ya que en la edición de Paidós, de donde he extraído el texto, se ha traducido por ‘matriarcado’.
La antropóloga Martha Moia, con su preciosa metáfora de la urdimbre y la trama de las telas, ha hecho una descripción precisa de cómo eran los grupos humanos en todas las culturas y civilizaciones previas al patriarcado, señalando su universalidad; es decir que en todas partes los grupos humanos se organizaban de la misma manera; no en cumplimiento de ley o de religión alguna, evidentemente, sino porque todos los grupos humanos se formaban según el sistema libidinal que en condiciones normales rige las relaciones humanas.
Lo que quiero aquí señalar es el arte, los dibujos y pinturas sobre los objetos de vida cotidiana, que ha desenterrado la arqueología, en los que dejaron reflejada esa sexualidad que era un elemento común y relevante de su vida cotidiana. Siendo el placer, como diría Ola Raknes y otros, lo que hacía girar la rueda de esa cotidianidad, ¡cómo no iba a estar reflejado en las decoraciones de sus objetos de uso habituales!
En esta aproximación a esta exposición del arte prepatriarcal hay una dificultad, y es que lo que ahora entendemos por sexualidad es otra cosa muy distinta de la sexualidad natural de aquellas civilizaciones. En aquellos tiempos se trataba del proceso de sensaciones internas, del brote del deseo, de temblores, vibraciones y latidos; del flujo, del recorrido, de los torbellinos y remolinos del placer en el cuerpo; con imágenes como la de las ondas concéntricas que se forman en el agua cuando tiramos una piedra, la de las hiedras enroscándose en los árboles, la de la serpiente deslizando su cuerpo húmedo por la tierra, la de los peces por el agua, la de los pulpos ondeando sus tentáculos, o la del cuerpo palpitante de la rana.

O como la representación del brote del deseo con líneas y/o líneas de puntos paralelas, abriéndose en forma de palma; o el latido o el temblor del útero con secuencias de líneas concéntricas y puntos a su alrededor.

O con espirales saliendo del útero, tan frecuentes en el arte íbero; y todo tipo de formas ondulantes recorriendo el cuerpo, así como formas reticuladas que según Gimbutas expresan la humedad. Los círculos concéntricos y espirales sobre glúteos, pechos, muslos o sobre el vientre, expresan los remolinos finales de la expansión del placer en esas zonas. Realizaban sus dibujos sobre cuerpos, pintados, grabados o esculpidos; pero también sobre sus metáforas zoomórficas como pulpos, ranas, peces, toros, etc., y sobre las panzas de los cántaros, botijos y otras vasijas que usaban a diario y que formaban parte de su entorno inmediato.

Al ser sociedades que todavía se desarrollaban apegadas a la naturaleza, distintas formas animales y vegetales se asociaban a la sexualidad: además de la serpiente, la rana, el pez, el pulpo, la hiedra y la palma ya mencionadas, también la medusa temblando en el océano se asociaba al útero temblando en la cavidad pélvica; el delfín, por su modo de nadar y de impulsar su salto se asociaba a las danzas del vientre y juegos femeninos en el agua; el batir de las alas de los pájaros, con el batir del útero dibujado dentro del pájaro; la anatomía de la cabeza del toro con la anatomía de los órganos sexuales femeninos. Por cierto, que el modo de trepar y de enroscarse de las hiedras y de las parras también fueron imágenes utilizadas por Garcilaso de la Vega para representar el abrazo amoroso y el modo de trepar y de enroscarse de la voluptuosidad.
Quizá la colección de 34 cántaros micénicos con sus pulpos pintados en sus panzas, del museo de la isla de Naxos (mar Egeo) sean una clave del paraíso perdido, de la humanidad antes de la dominación.

Sólo que nuestra noción actual de sexualidad nos impide ver este arte; la práctica del sexo pautada, convenida por las normas sociales, en un estado general de congelación libidinal y de acorazamiento psicosomático de los cuerpos, no produce la voluptuosidad de la sexualidad natural sino una descarga directa de la catexia, de la energía sexual acumulada. Juan Merelo Barberá llamó tecnosexología a todo lo que es practicar sexo sin deseo, y/o con una inducción artificial de la pulsión sexual , cada vez más expandida en nuestro mundo.
Otra dificultad, creo que menor pero desde luego no desdeñable, para entender este arte, y que se complementa con lo anterior, es su divulgación como representaciones de diosas y de creencias mágicas o religiosas, en lugar de cuerpos vivos y palpitantes de mujeres, en las que la voluptuosidad no era una fiesta ocasional, sino el modo habitual de vivir. Al no tener el conocimiento ni la experiencia de la sexualidad natural, las interpretaciones místicas y religiosas cuelan perfectamente. Desde luego el arte prepatriarcal nos podría ayudar mucho a recuperar la sexualidad perdida y la noción de la misma: es un gran legado antropológico para la regeneración de la humanidad.

La espiral La percepción del placer con recorrido en espiral está presente por doquier: tenemos cenefas de espirales en todas partes; en el arte minoico, y sobre todo en el ibérico son abundantísimas las formas uterinas pegadas a una espiral; a veces sin más, y a veces empleando el cuerpo de un animal como excusa para expresarlo; a veces de una en una, a veces de dos en dos, a veces en serie. Yendo más atrás tenemos como vemos en alguna imagen más arriba, las espirales en los dos pechos femeninos (característico de los abundantes pulpos micénicos datados entre 1000-1500 a.n.e.), en las dos nalgas (culturas Cucuteni , Vinca, Karanovo y otras, 4000-6000 a.c.), y en el vientre (diversas fechas). También encontramos las dobles espirales en tumbas megalíticas del norte de Europa datadas en el 3000 a 3500 a.n.e. . En la sillería de esquina de la ciudad íbera de Ursus (Osuna) tenemos también cuatro espirales grabadas, y en algún cántaro de Naxos también hay cuatro espirales cruzadas.
No puedo cargar este texto de muchas imágenes, pero hay algunas más en el librito Pariremos con placer, así como en la ‘Agenda’, ambas colgados en la web www.casildarodriganez.org y en sites.google.com/site/casildarodriganez.
Por otra parte, dice la arqueóloga Marija Gimbutas que las imágenes que más se representaban se acababan esquematizando y convirtiéndose en signos, cuya sola representación transmitía su significación simbólica. Sucedió por ejemplo con la mujer tumbada con las piernas abiertas y los brazos hacia atrás, que esta arqueóloga interpreta como diosas dando a luz (ya que no hay ninguna figura masculina junto a ella para poderla calificar de postura coital). Pero las mujeres entonces no parían tumbadas, y en cambio tumbarse con las piernas abiertas es una postura natural y normal del estado de relajación y de confianza, y sumamente cómoda para las mujeres (y para los hombres, y en realidad, para cualquier mamífer@, como solemos ver a menudo en perr@s y gat@s), y que por tanto estaría necesariamente normalizada en una sociedad sin Tabú sobre el sexo. Rubens y Cornelio de vos también pintaron a la Pitón como una bestia mamífera y cuadrúpeda, asaetada por Apolo mientras descansaba espatarrada junto a un río (Museo del Prado). Quizá la inhibición actual de dicha postura es uno de los mayores indicadores de la represión y de la violencia interiorizada que arrastramos. En definitiva, que es completamente lógico y comprensible que la mujer se representara frecuentemente en la postura que era habitual y agradable para ella; por ello acabó convirtiéndose en una imagen esquematizada y convertida en signo. Luego se la llamó Astarté (que quiere decir útero) y se la deificó, pero eso es ya otra historia posterior.

Las dobles espirales (dos nalgas, dos pechos) se dibujan a menudo también solas sin representación antropomórfica, en cántaros y vasijas; y también se dibujan a menudo cuatro, ya que todos los cuerpos tienen dos nalgas y dos pechos que el movimiento del placer recorre, muchas veces en una misma trayectoria; o a veces también tres espirales, las de los pechos y la del vientre, como en la llamada diosa de la Serpiente de Creta.
Y al igual que la serpiente se hace línea zigzagueante (y viceversa), o que la mujer en estado de relajación se esquematiza (y viceversa); también las cuatro espirales se esquematizaron, como se puede ver por ejemplo en la famosa ánfora de Tebas (700 a.n.e.) con una mujer con un pez dibujado entre las piernas (interpretada como la diosa del amor, Afrodita), o en la cerámica polícroma de la ciudad íbera de Numancia (datadas entre el 400 y 200 a.n.e.).
Las cuatro espirales (o las tres) durante mucho tiempo y en muchas culturas representaron la percepción corporal del placer.
En resumen, el significado original de los símbolos incluso esquematizados y convertidos en signos, sujetos a una gran abstracción, se correspondían con la fenomenología de la vida, una vida humana que todavía no transcurría contra-natura y estaba organizada de acuerdo con el sistema libidinal.


2.- Fijación y trucaje del símbolo como elemento cultural de la dominación

La fijación de los símbolos forma parte de todas las culturas humanas; en la matrística se fijaron reflejando el modo de vida en consonancia con la fenomenología de los procesos vitales, como han explicado varios autores (Jordi
Pijem, Nikolas Platon) que las han calificado de culturas de celebración de la vida. Cuando las primeras hordas de arios invadieron las civilizaciones matrísticas (India, Mesopotamia, Centro y Sureste de Europa) se enfrentaron a la resistencia de los pueblos y a sus culturas. Entonces en su lucha por dominar a estos pueblos tuvo lugar la subversión de los símbolos, que poco a poco se fue fijando con la generalización del patriarcado.
Voy a poner dos ejemplos muy conocidos de nuestra mitología occidental, para entender la mecánica de dicha subversión, referentes a la dominación del hombre sobre la mujer.
Vamos a tratar de imaginar unos pueblos en los que no se tenía idea de que tal cosa como que un hombre dominara a una mujer pudiera ser posible. Un estado de inocencia propio del que o de la que nunca ha conocida tal suceso, y por lo tanto, que no pudiera imaginárselo. Hay que contar un cuento, que proporcione la imagen y la noción de tal hecho.
¿Cómo, si no, se convence de que la superioridad del hombre es algo natural y se llega a convertir en un hecho establecido, tal y como por ejemplo se encuentra ya formulado en Aristóteles, o en la Biblia o en el Código de Manú? ¿Cómo se llega a ‘naturalizar’ algo antinatural?
Aquí es donde entran los trucajes, en los que juegan un importantísimo papel los seres extra-terrenales y celestiales, invisibles e intangibles, pero todopoderosos, creadores de los cielos y de las tierras, principio de todo lo
que existe, incluida la propia vida humana. El Creador extraterrestre entonces crea a la mujer como un subproducto del hombre para dar condensada en un píldora, resumida en una imagen (la imagen de Yavé creando a Eva de la costilla de Adán, o la de Atenea naciendo de la cabeza de Zeus, etc. etc.) la idea falaz de que el hombre es superior a la mujer: un mito, una imagen, un símbolo, y un@ se traga la píldora e interioriza la alteración de la fenomenología natural de los procesos y de las cosas.
Todos estos mitos no son cualquier cosa, sino que han estado sustentando y convenciendo de la superioridad del hombre durante cinco mil años, a los propios hombres y a una gran mayoría de las mujeres ; durante siglos y siglos.
Incluso todavía persiste, a pesar de que la embriología ha mostrado que el proceso es justo lo contrario, que el embrión inicialmente es siempre femenino, y que sólo a partir de un momento se inicia en algunos de ellos la diferenciación masculina. Podríamos decir que esto es irrelevante, y sería irrelevante si no fuera por el poso que todavía queda de esta impostura; pensemos tan sólo que hasta el propio Freud y toda la sexología ha estado impregnada de ella, defendiendo que la mujer es un varón castrado, que no hay más líbido que la masculina, y que el clítoris es el vestigio de un pene que no pudo desarrollarse. Y ahora resulta que es al revés, que embriológicamente, ontológicamente, el pene es el desarrollo del clítoris original. Si quisiéramos esgrimir una superioridad femenina podríamos poner adjetivos calumniosos diciendo que el pene es una deformación del clítoris. Pero ello supondría frivolizar y trivializar la calumnia en general, y en particular la perpetrada por el patriarcado contra el sexo femenino y toda la Ilíada de sufrimientos, que como dice Romeo de Maio, ha supuesto.
Lo cierto es que la imagen de Dios creando al hombre y luego de su costilla haciendo a Eva, ha tenido un impacto certero y de gran alcance. Una imagen que truca la fenomenología de la vida, la armonía natural de los dos sexos, para transmitir la superioridad y dominio de uno sobre el otro. Esa es la importancia de la imagen simbólica.
Otra imagen trucada que ha sido muy eficaz es la de la semilla. El semen (¡que etimológicamente viene de semilla!) se deposita en el vientre de la mujer, al igual que la semilla se deposita sobre la tierra. El padre da la vida, la madre
tierra la recibe, la nutre y la cuida… por encargo del padre. El varón (etimológicamente de vis-viris, dador de vida) muestra así su superioridad y su legítima apropiación de las criaturas que gestan, paren y crían las mujeres.
La imagen del semen masculino es real pero se descontextualiza, se truca y se convierte en símbolo falaz, en píldora almibarada para que se trague mejor. Esta imagen se ha seguido y se sigue manteniendo (el papá pone la semillita...
se dice a l@s niñ@s) aún a sabiendas de que es falsa, que el semen sólo contiene espermatozoides, es decir, una de las dos células que formarán la semilla dentro del útero de la mujer. Es decir, el hombre no deposita la semilla sino
una parte de lo que será, que todavía no es, la semilla. La semilla es, está, se origina dentro de la mujer, al penetrar el espermatozoide en el óvulo femenino.
La estrategia simbólica se repite siempre: la imagen trucada truca la fenomenología de la vida, se hace símbolo, el pildorazo que transmite la impostura de generación en generación. Es el papel de las religiones, de todas las religiones, transmitir y expandir la impostura que ha hecho posible el ejercicio cotidiano de la dominación de cada varón sobre cada mujer, de las castas dominantes sobre los sudras, durante cientos, y miles de años, día tras día.
Puede que alguien piense que qué más da, que la semilla sea antes o después del coito; y daría igual si no fuera por el papel que ha jugado históricamente la descontextualización de los fenómenos y de los procesos, para presentar
una interpretación de dichos fenómenos justificativa de la dominación; como si la dominación y la superioridad fueran cosas de la propia naturaleza.
Y así podríamos seguir con la imagen del dragón insaciable, del monstruo voraz, de Satanás con cuernos y tridente, etc., con los que recurrentemente se ha malignizado simbólicamente el útero y la sexualidad femenina para
convertirla en lascivia y en ninfomanía. La imagen nos penetra y cambia el significado de las cosas (en este caso el de la función orgánica y social de la sexualidad femenina): ese el valor del símbolo.
Estos (hay una gran cantidad de ellos) son ejemplos de cómo los símbolos dejan de ser representación de la fenomenología de la vida, para falsearla y establecer la dominación y la jerarquía como fenomenología propia de la naturaleza.
En general, no se niegan los fenómenos o los procesos: se reducen, se extrapolan, se descontextualizan para ofrecer la interpretación trucada de la vida. Y ahí es donde juega un papel importantísimo la fijación de la imagen simbólica que condensa y transmite el trucaje.
Con la serpiente lo que se hizo fue convertirla en demonio, monstruo o dragón voraz, maligno y depravado. Todos los dioses, semidioses y héroes de las primitivas religiones solares (los sonnenmensch) se erigen en tales y muestran
su superioridad machista, matando a las serpientes y toros representantes de la sexualidad femenina. Como explica Robert Graves, los mitos originales hablan de héroes que para poseer a las mujeres tienen que desposeerlas de su sexualidad, es decir matar al toro, a la serpiente, al dragón o al demonio que representa esa sexualidad. Pero una vez convertidos el toro o la serpiente en monstruos, el mito se vuelve más sutil. El héroe o el santo o el dios, es el que salva a la doncella que es una víctima, presa del monstruo que emana de ella. La mujer en lugar de sentirse violada, devastada, desposeída de su sexualidad por el hombre que la retiene a la fuerza, se considera salvada de los demonios o del minotauro. Esa es nada menos que la fuerza del símbolo. Para sentirte querida tienes que sentirte poseída.
La historia del patriarcado en términos simbólicos y culturales, se podría recorrer, por ejemplo, siguiendo la historia de la corrupción de la serpiente en tanto que símbolo de la función socializadora de la sexualidad; o la historia de los juegos con los toros típicos de las culturas mediterráneas, inicialmente lúdicos, como se muestran en varias imágenes cretenses, que acabaron convirtiéndose también en la proeza del héroe que mata al toro.
Esta historia la podemos rastrear también con las águilas que aparecen en todos los emblemas y escudos heráldicos de los imperios y linajes patriarcales más importantes.
¿Por qué el águila, la pobre águila, tan bonita?
La explicación es que existe una especie de águila llamada culebrera, que caza culebras y se alimenta de ellas. Es una sola entre muchas otras variedades de águilas que no cazan culebras; pero se utiliza la existencia del águila culebrera
para extrapolar la condición de ‘culebrera’ a todas las águilas y así se convierte genéricamente en depredadora de la serpiente, y por tanto susceptible de erigirse en símbolo de la devastación de la sexualidad de la mujer, y en general de la superioridad y triunfo del patriarcado sobre la matrística. Además el águila vuela por los cielos, está arriba, tiene una visión potente para localizar a la serpiente que está abajo, en la tierra y lanzarse en picado a por ella, con lo que la imagen cuadra que ni inventada a propósito. En la Iliada, Calcante vaticina la caída de la Troya matrística cuando ve una águila con una culebra apresada en sus garras.
Más importante es aún la extrapolación del fenómeno de la depredación de las especies para legitimar la depredación del humano más fuerte sobre el más débil e inferior, es decir, justificar la guerra como medio natural de conquista y saqueo entre los humanos.
Hay unas especies que cazan y se alimentan de otras, como los felinos, por ejemplo. Pero este fenómeno no es universal ni consustancial a todas las formas de vida. La extrapolación y descontextualización de este fenómeno en
este caso tiene que encubrir otro fenómeno que sí es universal, consustancial e imprescindible a todas las formas de vida: la simbiogénesis y la permanente interacción cooperativa entre las especies. Ninguna forma de vida ni micro ni
macroscópica puede darse sin permanente interacción cooperativa con otras formas de vida: es el fenómeno universal de la vida, la continua interacción cooperativa, mientras que la depredación pertenece a otro orden de fenómenos de la vida; pero viene al pelo para justificar la guerra y el aplastamiento del fuerte sobre el débil. Como dijo Darwin cuando explicó el origen de las especies por la supremacía del más fuerte (en lugar de por la cooperación permanente entre las especies, que es el fenómeno realmente universal que hace posible el origen y el mantenimiento de cada especie).
La historia de la dominación patriarcal es efectivamente la historia de la dominación del más fuerte y poderoso, que se dedica a debilitar y a castrar a aquell@s quienes quiere dominar, aprovechando la ingenuidad y la confianza del
estado original de la vida; como explicaba Colón con respecto a la población araucana del Caribe, que eran tan inocentes que 50 ó 60 españoles podrían con todos ellos.

3.- Las religiones solares y sus símbolos

Si la serpiente se convierte en demonio o en dragón y el toro en minotauro, las cuatro o las tres espirales del placer se convirtieron en el sol en rotación, es decir, en la esvástica, cuando se convirtió el sol en el símbolo de la dominación. La arqueológa M. Gimbutas ha relacionado la esquematización de las espirales enlazadas de la civilización de la Vieja Europa con el signo de la esvástica.
En las retrospectivas prepatriarcales, sobre todo tras la revolución arqueológica del siglo pasado, siempre se intentan salvar los símbolos de la dominación tratando de establecer su continuidad con la simbología de la matrística. Por ejemplo, es lo que están tratando de hacer con la imagen de la virgen María al presentarla (Riane Eisler, la misma Gimbutas, etc.), como una continuidad de la imagen de la mujer de la Vieja Europa y de la mujer del paleolítico, debidamente convertidas en diosas; cuando en realidad el significado símbolico de una y otras es opuesto, es la discontinuidad absoluta, puesto que la primera es el paradigma de la esclavitud de la mujer (he aquí la esclava del Señor) y de la aceptación de la inhibición sexual (ella misma aplasta a la serpiente), y las segundas son imágenes de mujeres voluptuosas que expresan de mil maneras su sexualidad. Otra forma curiosa de salvar la discontinuidad es la de proponer conceptos que alimenten la confusión, como la moda de llamar ‘patrística’ al patriarcado. Puesto que el concepto de matrística está cuajando frente al concepto de ‘matriarcado’, pues ahora vamos a convertir al patriarcado en patrística y borramos de un plumazo la discontinuidad, es decir, el cambio social
que supone la aparición del ‘archos’, la dominación. Primero trataron de endosarle el ‘archos’ a la matrística (incluso falseando traducciones, como la del ‘maternal’ de Bachofen que se ha venido traduciendo por ’matriarcal’); y como
ahora ven que no se puede, entonces se lo quieren quitar al patriarcado (como hace por ejemplo, James de Meo).
Tan importante sigue siendo el empeño en este aspecto, que una ponencia mía titulada ‘las sociedades maternales’ fue presentada como ‘el matriarcado’.
En Oriente la esvástica ha estado presente en todas partes hasta el siglo pasado. En el Japón el sol es el símbolo del imperio, el Imperio del Sol; en la China precomunista, la Cruz Roja era la Esvástica Roja, y los budistas la llevaban sobre sus pechos o tatuada en la cabeza rapada. No dicen que es el símbolo de la dominación, claro, dicen que es un símbolo de buen augurio, al igual que no dicen que la virgen María representa la represión de la sexualidad de la mujer, sino el paradigma de la plenitud de la mujer. En Occidente Roma hizo suya la esvástica durante un tiempo (Aureliano hizo al sol dios de Roma, y después de Constantino, Juliano trató de recuperarlo); y los estandartes de las legiones y falanges romanas llevaron la esvástica junto con el águila en diferentes periodos.
Si las espirales de la matrística están asociadas a la serpiente y a otros animales, como a los peces de nuestro arte íbero o a los pulpos del arte micénico, la esvástica patriarcal ha estado siempre asociada al águila, tanto en Roma como en la Alemania nazi, que no las eligieron por casualidad, sino porque representan el aplastamiento de la matrística, la guerra y el exterminio como medios para dominación y de esclavitud.
En la penísula ibérica tenemos las dos cosas. En la cerámica íbera, entre el siglo VI y el II a.n.e., encontramos las espirales enlazadas, de dos en dos, de cuatro en cuatro, en serie y también esquematizadas, como las de Numancia
y de otros lugares con restos pre-romanos. No había entonces adoración a cultos solares ni un estatus masculino superior al femenino. El pueblo íbero era más bien lo que Bachofen ha llamado ginecocrático y demétrico, característico de la última fase de la matrística, y la mujer no tenía todavía un estatus de subordinación.
En el 216 a.n.e. , en el contexto de la II Guerra Púnica contra Cartago (que también conservaba todavía rasgos de la matrística), los romanos desembarcan en Tarragona y emprenden una lucha por la dominación de los pueblos íberos. Hubo exterminios como el famoso de Numancia, ciudades íberas que quedaron despobladas, y también, como sucedió en otras partes, mucho mestizaje. Entonces aparecen esvásticas en los mosaicos de las ciudades romanas. Pero entre las espirales iberas y las esvásticas romanas no hay una continuidad, sino una guerra de conquista y un cambio social de por medio, cuando no el extermino de sus habitantes como en el caso de Numancia.

 

 
 
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