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El baño interno
por Yogui Ramacharaka
Capítulo VI extraido de su libro “Sistema hindú yogui de la cura por el agua” de 1909
La mayor parte de las gentes, después de convencerse de la verdad de nuestras afirmaciones y hechos explicados en el capítulo anterior, se apresurará a hacer cuanto esté a su alcance para normalizar los intestinos.
Pero, en lugar de usar métodos y procedimientos, saludables, quizá se administre laxantes, purgantes, píldoras, sellos, jarabes, aguas minerales y demás medicamentos de la farmacopea alopática.
Tal es la propensión natural de quienes están acostumbrados desde su infancia a oír que hay medicamentos capaces de remover los intestinos.
Sin embargo, no es éste el mejor tratamiento. Hay otros muchísimo más eficaces, según veremos.
¿Qué es una medicina catártica?
Dirán algunos que es un purgante suave.
Pero un purgante, ¿qué es?
Un medicamento que purga, sin duda.
Y purgar, ¿qué significa?
Limpiar los intestinos por evacuaciones frecuentes.
Perfectamente. Eso de limpiarlos intestinos parece muy satisfactorio.
Pero, ¿un purgante limpia en realidad los intestinos?
A muchos les resultará ridícula esta pregunta. Sin embargo, quienes hayan investigado a fondo este, punto reconocerán que es sumamente razonada y que ha de sorprender la respuesta a la mayoría de las personas.
Está muy generalizada, en primer lugar, la creencia de que un purgante actúa de manera misteriosa y tiene la virtud de expeler la materia fecal que obstruye el intestino.
No es exacto esto; porque el purgante no tiene de por sí tal virtud ni es capaz de remover las heces reunidas en el intestino, ni por reacción; química, ni por reacción mecánica.
Lo que sucede realmente es que tal medicina tiene en su composición substancias repugnantes al estómago y a los intestinos, sobre los cuales actúan como irritantes y revulsivos.
El organismo se apresura a reaccionar contra tales substancias irritantes y produce determinados humores que suavizan y lubrican las mucosas, determinando la contracción de las paredes del estómago e intestinos para eliminar las substancias extrañas.
El efecto del purgante tiene por causa los instintivos esfuerzos del organismo para expulsar las substancias perjudiciales, de la propia suerte que elimina y expulsa otras toxinas por los riñones, la piel o la vía que más expedita encuentre.
El individuo suele notar la acción del purgante en el tubo digestivo con dolores y retortijones parecidos a los que acometen al que ingiere un veneno, pues el purgante no es sino un veneno de escasa actividad.
Desde luego que al expulsar la substancia extraña que entra en la composición del purgante, también expulsa el organismo alguna cantidad de heces ablandadas por los fluidos segregados.
A esto se reduce todo. Pero el semiobstruido intestino grueso no se limpia totalmente con tal procedimiento, según veremos más adelante.
Es deplorable el uso de purgantes, por varios conceptos.
Así, un famoso médico inglés, ha dicho:
"No hay hábito más pernicioso para la digestión estomacal ni más extendido que el purgarse frecuentemente."
Los purgantes irritan el estómago y los intestinos, y les inducen a no cumplir por espontáneo y natural proceso sus funciones normalmente.
Una vez adquirido el funesto hábito de andar siempre con las purgas, resulta que se acostumbran también los intestinos a no funcionar sin el estímulo de la píldora, el jarabe, el sello, la pócima o la pastilla.
La revulsivo acción del purgante obliga al organismo, además, a secretar o excretar varios humores reaccionantes contra la droga nociva, que de por sí expulsa el organismo, como lo demuestra la debilidad y dejadez que el individuo experimenta después de tomar un enérgico purgante.
No puede provenir la debilidad de la evacuación de las heces, pues este acto produce una sensación agradable de bienestar y alivio.
La debilidad es causada por el morboso desgaste de la energía vital del sistema.
Además de las razones aducidas hasta ahora en contra del uso de purgantes, todavía hay otra igualmente importante, si se tiene en cuenta el punto capital del asunto, o sea la evacuación de las materias fecales.
Como dijimos en el capítulo anterior, en apariencia puede estar el intestino grueso normalmente expedito, y no obstante tener heces acumuladas en sus cavidades.
Una persona puede evacuar diariamente y estar afectada, no obstante, de estreñimiento o constipación.
Es probable también que continúe estreñido un sujeto que concluya de soportar una grave enfermedad.
Porque es preciso reconocer de una vez para siempre que el estreñimiento supone retardo y dificultad, pero no la imposibilidad del paso de las heces por los tres sectores trayectos del intestino grueso.
Efectivamente, el organismo se esfuerza todo lo que le es posible en desembarazarse de las heces, y abre en su esfuerzo un pequeño canal a través de la masa aglomerada, por donde se efectúa la diaria evacuación.
Cuando se toma una purga, pasa por ese canal y arrastra cierta cantidad de las materias excrementicias endurecidas.
Resulta evidente, por lo tanto, que se ha de hacer algo más para librar el intestino grueso de las duras heces que lo obstruyen.
A ese efecto, se impone limpiar completamente la Cloaca intestinal.
Si tenemos un caño, un tubo o un conducto cualquiera en el que se han incrustado malsanas acumulaciones, ¿qué hacemos?
La respuesta es sencilla: lo limpiamos con chorros de agua, con alcohol o con cualquier líquido disolvente.
Y cuando preguntamos qué ha de hacerse para baldear la cloaca intestinal, que ocupa casi la mitad de la cavidad del abdomen y se encuentra llena de heces, las cuales van aumentando día a día y cuyas emanaciones penetran en todo el organismo e infectan el aliento, ¿cuál sería la respuesta?
La que Perogrullo, si resucitara, podría dar limpiar la cloaca a fuerza de chorros de agua.
Es esto precisamente, lo que se logra con el baño interno, cuyo procedimiento vamos a explicar.
Ha llamado mucho la atención de los higienistas de occidente y del público en general, durante los últimos veinte años, el principio del baño interno o irrigación intestinal.
Son muchos quienes se atribuyen en los Estados Unidos la gloria de la invención del baño interno; pero lo más probable es que hayan actuado con independencia unos de otros y les corresponda a todos por igual.
No obstante, esta invención o descubrimiento fue sólo el redescubrimiento o reinvención de un principio ya conocido y practicado desde hace muchos siglos por los indos y otros pueblos orientales.
Hay más aún sobre el particular, porque se cree que los arios primitivos aprendieron el procedimiento del baño interno de unas aves de largo pico de los países orientales, que lo ponían en práctica para curarse el estreñimiento proveniente de haber comido cierta especie de bayas indigestas de algunos arbustos de aquellos países.
Un antiguo autor confirma esta opinión manifestando que los arios aprendieron el uso del baño interno de un ave de largo pico que había en las orillas del Ganges, a la que se le vio introducir el pico en el río, llenarlo de agua y enseguida darse una lavativa.
Cuéntase que la misma costumbre se ha observado en diversas especies de agachadizas.
Dice el naturalista Plinio que la costumbre de estas aves dio a los médicos egipcios la idea de la lavativa o ayuda, denominada clister o enema técnicamente, y algunos historiadores chinos hacen la misma afirmación respecto de su país.
Es así que la práctica de la ayuda o lavativa parece ser universal, pues la conocían ya las aves de dicha especie siglos antes que apareciese el hombre sobre la tierra.
Pero hay mucha diferencia entre los clisteres occidentales, que inyectan el agua en los intestinos valiéndose de una jeringa o de un irrigador, y el peculiar método de los yoguis orientales.
Consiste el ordinario clister occidental en inyectar una pequeña cantidad de agua fría, tibia o caliente, según el caso, en el recto, con infusión de alguna substancia medicamentosa, o que así lo parezca, con lo que limpian a lo sumo la última porción del intestino grueso y parte inferior del colon.
Por lo pronto diremos que es más saludable que la administración de purgantes, pero el método indo va mucho más allá y produce mejores resultados.
El baño interno, denominado también irrigación intestinal, consiste en inyectar uno o dos litros de agua caliente en el intestino grueso, de manera que el chorro llegue al colon para remover los grumos de materias fecales que envenenan el organismo, al mismo tiempo que dar un baño suave de humedad a los riñones.
Parece tan sencillo este procedimiento, que quien no ha ya estudiado el problema diga o piense, quizá, que los médicos e higienistas occidentales no hubieran desconocido o desecha un tratamiento tan simple en el caso de no presentar algún grave inconveniente.
La sencillez, precisamente, es el carácter de la verdad, y por la sencillez del procedimiento no se les hubiera ocurrido jamás a los terapeutas occidentales, pero hace unos años cayeron en la cuenta de los graves peligros que suponía para la salud la obstrucción intestinal y aun la aglomeración de materias fecales endurecidas en las cavidades o alvéolos de las paredes internas del colon.
Los pocos higienistas y médicos que estudiaron detenidamente esta cuestión se vieron presionados por la imperante rutina y cubiertos de ridículo,, hasta que un nuevo interés por el asunto obligó a los' profesionales a reconsiderarlo, y se convencieron de la bondad del procedimiento.
Muchas gentes de los Estados Unidos que siguen la terapéutica de Thompson, la cual consiste en provocar el sudor y el vómito, también han adoptado el procedimiento del copioso enema de agua caliente por medio de la jeringa, y aun con mucha mayor eficacia y prontitud, valiéndose de los aparatos modernos fundados en la presión del agua.
La usual cantidad de agua se reducía a medio litro; pero algunos de los más radicales se aventuraron a emplear hasta un litro, a pesar de que los médicos no consentían dosis tan excesivas a su juicio.
El doctor Joel Shew, por los años de 1850, recomendó en su Manual de Hidroterapia la copiosa inyección, de manera que el agua llenara buena parte del colon.
Manifestaba dicho doctor:
"La completa irrigación de la parte inferior del colon estimula los movimientos peristálticos, y la absorción y trasudación del agua reblandece y diluye las heces, de modo que quedan expeditas las tres porciones del intestino grueso y se efectúa sin dificultad la defecación."
En 1825, antes del doctor Shew, el destacado hidroterapeuta doctor Priessnitz ya había expuesto los resultados beneficiosos obtenidos con el mismo método.
Estos precursores de la moderna hidroterapia no echaron de ver, sin embargo, que la idea capital de los higienistas indos era la frecuencia peligrosa con que se aglomeran las heces en el intestino grueso.
La manera de actuar de dichos precursores se dirigía hacia la parte inferior del colon y en especial al asa sigmoidea o curvatura que hace el colon inmediatamente antes del comienzo del recto.
Es así que tal procedimiento, por bueno que fuese en su época y a juicio suyo, por aquello de que más vale algo que nada, sólo alcanzaba incidentalmente el verdadero foco del mal.
Quizá el primero que comprendió en occidente la importancia y eficacia del tratamiento fue el doctor neoyorquino Wilford Hall, cientificista y clérigo, autor de muchas obras científicas, filosóficas y religiosas. Al perder la salud, el doctor Hall hizo denodados esfuerzos para recobrarla y probó los más diversos tratamientos.
Se fijó casi fortuitamente en el estado de los intestinos y no tardó en descubrir el porqué de sus dolencias.
Empezó a tratarse hidroterápicamente con resultado admirable, pues al cabo de muy poco tiempo volvió a encontrarse fuerte y vigoroso.
Después sometió al mismo tratamiento a algunos parientes y amigos, con idéntico resultado.
Por último, creyendo que tal descubrimiento podría ser de pública utilidad, y como tenía también el espíritu mercantil de los norteamericanos, en 1880 publicó un folleto intitulado Sistema terapéutico del Dr. A. Wilford Hall, del que vendió millares de ejemplares al precio de cuatro dólares en un principio y diez arios después a dos.
Millares de familias conocieron el procedimiento de la irrigación intestinal, gracias a la propaganda del doctor Hall; pero restan aún millones de individuos necesitados de conocerlo, pues ni oyeron hablar nunca de él.
Fue también de los primeros en practicarlo el doctor H. T. Turner, de Walla Walla, en el estado de Washington, a quien citamos en el capítulo anterior.
No obstante, como pasa con toda novedad, los partidarios más fanáticos de la irrigación intestinal abusaron del procedimiento hasta el extremo de caer en la manía.
Aquellos llegaron al extremo de afirmar que no había por qué preocuparse del natural movimiento de los intestinos, sino confiar absolutamente el enema administrado una o dos veces por semana para mantener limpio el intestino.
Hemos de protestar contra este abuso, por considerarlo tan anormal como la viciosa costumbre de purgarse, y pedimos enérgicamente que se rechace semejante fanatismo.
Mucho se pierde y nada se gana con separarse de los procedimientos y métodos naturales.
Si viviesen los hombres de acuerdo con las leyes de la Naturaleza, no tendrían necesidad de la irrigación intestinal.
Pero, desde el momento que han consentido la conducción antinatural del embotamiento del colon, han de usar, el. procedimiento, más eficaz para que el organismo recobre sus fueros.
Y no conocemos ningún procedimiento tan eficaz como el baño interno o irrigación intestinal, por lo que aconsejamos su uso, teniendo en cuenta nuestras prescripciones.
Sin embargo, una vez alcanzada la normalidad intestinal, ha de prescindiese de la irrigación y dejar que haga su obra el organismo, ayudado por la cantidad conveniente de fluidos cuya secreción favorezca el agua bebida en el transcurso del día, según explicamos en un capítulo anterior.
No aconsejamos, por lo tanto, el, uso constante del baño interno o irrigación intestinal, sino lo contrario precisamente, esto es, que sólo se ha de administrar cuando se tengan indicios vehementes de la aglomeración de heces en el intestino grueso y particularmente en el colon.
Téngase en cuenta que, antes que pueda recobrar sus fueros el organismo, es preciso hacer una buena catarsia intestinal, de manera que se realice normalmente el último acto de la digestión.
Es muy sencillo el procedimiento de administrar el baño interno o irrigación de los intestinos.
Quienes se habitúan a administrarse enemas o administrarlas a otros no necesitan que se les den mayores instrucciones al respecto.
Pero a aquellos que no se han visto precisados en su vida a manejar la jeringa es conveniente hacerles algunas indicaciones.
No obstante, quienes se hallan familiarizados con la modalidad ordinaria de enemas han de tener en cuenta que hay una diferencia radical entre las teorías dé un procedimiento y otro.
En el antiguo modo de administrar una enema, la idea fundamental era que las heces estaban amontonadas en el recto y en el agua sigmoidea del colon.
Por lo tanto, no les parecía necesario a los antiguos hidroterapeutas más que medio litro de agua para despegar las heces endurecidas que suponían detenidas en recto.
El recto y el asa sigmoidea pueden ser irrigados perfectamente por la inyección de medio a un litro de agua caliente, y cuya capacidad es la misma aproximadamente que la de la porción de intestino grueso comprendida entre el ano y un poco más arriba del asa sigmoidea.
Dudaban los primitivos hidroterapeutas de si el agua podría alcanzar este punto a menos de inyectarla con fuerte presión, y de todos modos no creían conveniente administrarla con la presión que a su juicio era necesaria para que llegase a dicho lugar del intestino, pues se imaginaban que la aglomeración de heces se limitaba a las porciones intestinales adonde llegaba el agua procedente de la jeringa o del irrigador.
Tiene por objeto la enema común limpiar la porción de intestino grueso denominado recto.
Se inyecta algo así como, medio litro de agua, que no tarda en evacuarse arrastrando las materias fecales acumuladas en el recto.
La irrigación intestinal tiene por finalidad inyectar gradualmente el agua, de manera que vaya ocupando todas las porciones del intestino grueso y se detenga en ellas el tiempo necesario para ablandar y diluir las heces incrustadas en las paredes del colon.
La posición del cuerpo debe ser la que tenga por costumbre el individuo. Unos se ponen de rodillas, mientras otros prefieren acostarse, y en este caso recomendamos la posición decúbito derecho, que es la más conveniente respecto a la situación correspondiente de las tres posiciones del colon en la cavidad abdominal.
El pitón de la goma o la punta de la jeringa, según el instrumento usado, se lubrica con un poco de aceite de oliva o de vaselina, para disminuir el rozamiento.
Introducido en el ano, se inyecta lenta y gradualmente el agua tan caliente como pueda soportarse.
Los que se aplican por primera vez el tratamiento experimentarán el vivo deseo de evacuar enseguida el agua inyectada.
Con un poco de ejercicio del poder de la voluntad, sin embargo, y manteniendo un breve rato en posición el instrumento después de inyectada el agua, será fácil retenerla el tiempo preciso para que produzca el efecto deseado.
Se repite pasados unos tres minutos la inyección, pero si es irresistible el deseo de evacuar, se descarga el agua primeramente recibida, que sin duda arrastrará algo de excrementos, y enseguida se insiste en la irrigación.
No se tardará, con un poco de práctica, en vencer las dificultades que parecieron insuperables al principio.
Como dijimos, para la primera inyección un litro de agua basta, y después de inyectada, si se está ya acostumbrado a retenerla, conviene que durante los tres minutos de espera para la segunda inyección se haga un masaje de amasaimiento en el abdomen, con lo que fácilmente se despegarán las masas adheridas a las paredes del colon.
La mejor hora para el tratamiento es por la noche, antes de irse a la cama, aunque algunos prefieren aplicarse el baño interior por la mañana, al levantarse.
El agua ha de estar, como hemos dicho, tan caliente como el individuo pueda resistirla, así que no vale la pena fijar grados de temperatura, pues unos la resistirán a 40" y otros a 60'.
Es aconsejable que el individuo sumerja el codo desnudo en el agua, y si no le quema será prueba de que tampoco ha de molestarle en el intestino.
Nunca ha de inyectarse el agua precipitadamente, sino que ha de dársele tiempo a que vaya llenando el intestino.
Parecerá al principio que después de la primera inyección no cupiera ya mas agua; pero, pasados los tres minutos de espera con el indicado amasamiento del abdomen se notará que está aún el intestino en disposición de alojar bastante mayor cantidad.
Conviene advertir que el amasamiento del abdomen ha de hacerse de derecha a izquierda, pues en sentido contrario dificultaría en lugar de estimular la operación.
A los diez minutos de concluida, sobre todo si camina un poco, el individuo tendrá ganas de evacuar y descargará el agua del baño.
Se sorprenderá las primeras veces que se aplique el tratamiento, y acaso se disguste al observar el aspecto de las deposiciones.
Saldrán del intestino en algunos casos gruesas pellas o burujos de añejos excrementos cubiertos de una capa verdosa como de cardenillo, tan repugnantes al olfato como a la vista.
Otras veces, los grumos son negros como carbón, todo lo ,cual comprobará la verdad de las afirmaciones expresadas respecto del peligro que suponen para la salud las masas fecales largo tiempo retenidas en el intestino grueso.
Después de algún tiempo de tomado el baño interno, el individuo notará que orina más abundantemente.
Ocurre así porque las paredes del colon han trasudado parte del agua inyectada que los riñones absorbieron.
Dicen algunos hidroterapeutas que después de la evacuación final del agua del baño conviene darse una corta inyección de agua caliente y retenerla cuanto sea posible, a fin de que, ya limpias, las paredes del colon la trasuden con mayor facilidad y produzca en los rigores su beneficioso efecto.
.Aconsejan otros hidroterapeutas, en caso de muy pertinaz estreñimiento o si el intestino grueso está congestionado, la adición al agua caliente de una cucharada de glicerina, lo que favorecerá el reblandecimiento y despegue de. las materias fecales endurecidas y al propio tiempo servirá de lubricante de las paredes intestinales.
Preguntan muchos si el baño interno puede debilitar el organismo.
La contestación, abonada por la dilatada experiencia de numerosos hidroterapeutas, es que, por el contrario, produce efectos saludables, pues todos cuantos emplean este tratamiento perciben considerable aumento de vitalidad, mayor placidez de ánimo, gusto por el trabajo y redoblada alegría de vivir, gracias a que se han restablecido las condiciones normales del organismo.
En lugar de debilitar al intestino grueso, este tratamiento restaura su función normal por efecto de la eliminación de las embarazosas materias que lo ensuciaban.
Pregunta muy natural es la dé cuán a menudo debe aplicarse el tratamiento. Responderemos a esto que al principio debe aplicarse tres noches seguidas. Después tres veces más, pero una noche sí y otra no.
Otras veces, a continuación cada tres noches.
Tres veces más, por último, cada semana.
Concluido el tratamiento, deben estar ya restablecidas las normales condiciones, de manera que siguiendo el consejo indicado en capítulos anteriores, de beber diariamente dos litros de agua, el individuo podrá mantener los intestinos en buena condición.
Una vez por mes deberán darse el baño interno quienes no hacen suficiente ejercicio, no, tienen tiempo de dedicarse a la gimnasia doméstica y llevan una vida demasiado urbana o muy sedentaria.
A fin de no descuidar el tratamiento, conviene fijar la fecha del mes.
Algunos hidroterapeutas que propician el baño interno recomiendan que después de evacuada el agua de la inyección y descargado el contenido intestinal, se vuelva a inyectar una pequeña cantidad de agua, algo así como medio litro, a la temperatura ordinaria, con el objeto de fortalecer el intestino grueso y partes adyacentes.
Es sabido cuán fortalecedora del organismo es una fricción o ducha de agua fresca después de un baño caliente, como se practica en el denominado baño turco.
Recordamos esto al solo efecto de instruir a quienes así prefieren hacerlo, aunque no es preciso y puede prescindirse de ello sin inconveniente alguno.
De todas maneras, si quedara cualquier duda respecto a la aplicación del tratamiento, convendrá consultar con algún hidroterapeuta muy experto, pues, como todos los agentes naturales, el uso del agua entraña ciertos riesgos cuando no se acierta con su correcta aplicación.
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