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Etimología y Evolución
Histórica de la Macrobiótica
La macrobiótica busca el equilibrio físico y mental
a través de la dieta.
por Pedro Navarro Torrecillas
La macrobiótica busca el equilibrio físico y mental
a través de la dieta. Pero ¿cómo surge esta
forma de alimentación? Para comprender este concepto de forma
integral hemos comenzado por el significado etimológico de
la palabra, haciendo un repaso por la historia y centrando la atención
en los principales alimentos de esta dieta.
La raíz del término Macrobiótica se halla en
las palabras griegas y sánscritas: «Makros» que
significa «grande». «Maka» que expresa «maravillosa».
Biótica que proviene de «Bios», que quiere decir
«vida» y denota una manera de vivir. Resumiendo: Vivir
un estilo de vida ordenado, responsable, equilibrado que nos permita
alcanzar la longevidad con salud.
El primer registro conocido del vocablo Macrobiótica se encuentra
en el ensayo del griego Hipócrates, ensalzado El Grande,
originario de Cos, titulado «Aire, agua y lugares» datado
hace unos 2.400 años, donde lo emplea para referirse a las
personas longevas y sanas. Este inconmensurable sanador, cuya terapéutica
concede un papel primordial a la dietética, es tenido por
el padre de la medicina occidental, cuyos miembros todavía
se gradúan universitariamente como médicos alopáticos
recitando el juramento hipocrático.
En sus obras «Alimentos», y «Medicina y Tradiciones»
declara lo siguiente:
• «Que tu alimento sea tu principal medicina».
• «El pan (describe con insistencia) se elaborará
con granos que mantengan su envoltura, ya que contiene los nutrientes
básicos que nos alejarán de las enfermedades».
(Hoy correspondería al pan integral biológico.)
• «Para alimentarse de forma equilibrada y vivir en
salud es preciso consumir cebada, avena y trigo», que eran
los cereales más cultivados en los territorios gobernados
por Grecia.
Hipócrates no cesa en toda su obra de orientarnos sobre la
forma natural y equilibrada de alimentarse para vivir macrobióticamente.
Herodoto, Aristóteles, Galeno, Platón y otros clásicos
también utilizaban la voz Macrobiótica para describir
un estilo de vida responsable y sano que giraba alrededor de una
dieta moderada, cuyo resultado era la mejora de la salud y el logro
de la longevidad sin lacras físicas, mentales ni espirituales.
Durante siglos los pueblos se mantenían sanos y fuertes con
los productos naturales que obtenían de sus campos o de las
tierras cercanas, incluidas las plantas sanadoras, el agua pura
y el aire ozonificado, rebosante de iones negativos. Todo ello apuntalado
con sus creencias intelectuales, morales y espirituales. Quienes
se alimentaban siguiendo el dicho: Come de todo un poco, con sosiego,
masticando y ensalivando los alimentos, seguían los principios
dietéticos de la Macrobiótica. El naturismo clásico
con más de dos milenios a sus espaldas tiene una completa
biblioteca de obras que tratan sobre alimentación humana,
donde el espíritu macrobiótico ronda por doquier.
Las advertencias dietéticas que Don Quijote de La Mancha
propina a su escudero Sancho Panza las hace suyas cualquier naturópata
macrobiótico.
Los estudios actuales consideran al japonés Ekken Kaibara
(1630-1716), quizás el primer teórico naturista oriental
que divulgó y, en parte sistematizó, la naturopatía
de su tiempo y sentó las bases higienistas y filosóficas
de lo que dos siglos después eclosionaría como Macrobiótica
nipona. Kaibara viajó sin descanso (Ohsawa haría lo
mismo). Escribió libros de botánica y herbología,
de alimentación, de ética y moral sanadora, de masaje,
presiones y ejercicios físicos, de geología y geografía
haciendo hincapié en la descripción de zonas y lugares
especialmente salutíferos. Con 83 años, en plena forma,
publica, «Secretos japoneses de la buena salud». Se
traduce al inglés inmediatamente. Kaibara escribe: «Tanto
la enfermedad como la salud se las crea uno mismo». «Es
lógico que quien sepa conservar la salud poseerá una
condición orgánica potente, constitución a
parte, capaz de vencer cualquier enfermedad durante una larga y
gozosa vida», rememorando el multimilenario Tao Te Ching que
anota: «La vida la tenemos en nuestras propias manos».
Hasta mediados del siglo XIX la dieta general de Japón era
muy similar a la dieta Macrobiótica actual. Los lácteos
eran desconocidos y los animales servían para las labores
agrícolas, acarrear objetos, transportar personas... pero
no por su carne. El consumo de pescado y verduras del mar formaba
parte de la dieta normal japonesa. Para desgracia del pueblo nipón,
el año 1883 se le retiró el apoyo oficial a la medicina
naturista ancestral, tradicional, y se institucionalizó la
importada medicina occidental, que en 1871 introdujeron los médicos-cirujanos
alemanes.
El canon terapéutico de Hipócrates resiste los embates
del tiempo hasta finales del siglo XIX. Precisamente, el año
1860 se publica en la ciudad alemana de Jena, la octava edición
(la primera data de 1796) de la obra «Makrobiotik oder die
Kunst, dass Menschliche Leben Zu verlängerer» («Macrobiótica,
o el arte de prolongar la vida a los hombres»), del afamado
y laureado sanador germano, Christophe Wilhelm Von Hufeland (1762-1836).
Se tradujo a todos los idiomas dominantes, y por supuesto al japonés,
al chino y al ruso. Fue médico personal de Goethe. Hufeland,
a pesar de su eclecticismo terapéutico era hipocrático
hasta la médula y no cabe la menor duda de que había
leído la traducción inglesa del libro escrito por
Kaibara, «Secretos japoneses de la buena salud». Ohsawa,
en uno de sus viajes a Alemania, antes de escribir el «Zen
Macrobiótico», se entrevistó con un descendiente
de Hufeland para rendirle homenaje y recabar información
(1957).
Rastreando el pasado japonés nos encontramos con un personaje
fundamental que sentó los cimientos naturopáticos,
higienistas y dietéticos que permitieron a Ohsawa levantar
la formidable fortaleza de la Macrobiótica moderna. Nos referimos
al sanador naturista y médico del ejército japonés,
Sagen Ishizuka. Nació en 1860. Estudió medicina occidental
y a los 28 años ejerce de médico militar. La vertiginosa
y occidentalizada transformación de Japón estaba arrinconando
el valiosísimo acerbo de la dietética tradicional
y del naturismo ancestral.
Con 30 años se le agravan las molestias crónicas renales
que padecía. Los tratamientos alopáticos no podían
curarle. Con Hufeland y Kaibara en el corazón, y el bullicio
que en el cerebro le ocasionaba la menospreciada tradición
dietética de sus conciudadanos, decide revivirla y presentarla
en forma científica. Elabora una dieta y la experimenta para
curar su grave enfermedad renal. Elimina la carne y los lácteos.
Se alimenta principalmente de arroz integral, pan integral, miso,
rábano daikon, tofu, legumbres, hortalizas y verduras, frutos
secos, pipas de girasol y de calabaza, semillas de sésamo,
infusiones depurativas alcalinizantes...
Se recupera y acaba sanándose. Estudia Antropología
y Química. Se empapa de la prensa científica occidental.
En 1897, a la edad de 38 años publica su obra cumbre, «A
Chemical Nutritional Theory of Long Life» («Una teoría
dietético-química de la longevidad»), donde
describe un sinfín de experimentos dietético-naturistas
evaluados científicamente.
No ha transcurrido un año cuando pone a disposición
del gran público una guía práctica sobre dieta
que llegó a editarse 23 veces. Se trata del libro Shoku You
(Alimento nutritivo). Su consulta, establecida en Tokio, se transformó
en un lugar de peregrinaje donde acudían multitud de enfermos
desahuciados para implorar que les visitase. Tuvo que limitar a
cien el número de pacientes que atendía diariamente.
Se hizo famoso más allá de sus fronteras.
Con el mayor afecto y agradecimiento nos aproximamos a la obra colosal
y vida ejemplar de un hombre pacífico, de un ser humano espiritual,
Nyoiti Sakurazawa, que al llegar a Europa tomó el sobrenombre
o seudónimo de Georges Ohsawa con el que se le conoce mundialmente.
Ohsawa nació en Kioto el 18 de octubre de 1893. Se queda
huérfano -el padre los abandonó y la madre muere tuberculosa-
a la edad de nueve años. Debe trabajar para vivir y tiene
que cuidar a su hermano y a sus dos hermanas. También mueren
tuberculosos. Ohsawa acaba enfermando de tuberculosis pulmonar e
intestinal. Es declarado incurable por la medicina alopática
oficial.
Lee el libro de Sagen Ishizuka y entra en contacto con él,
convirtiéndose en su más fiel alumno y seguidor. Pone
en práctica la dieta que le recomienda y se cura. Se une
a la Shokuyo-Kai y escribe numerosos artículos para su revista.
Al poco es elegido presidente de la Asociación. Inicia la
publicación de los primeros libros, entre ellos una interesante
biografía de su mentor, Sagen Ishizuka. Transcurren unos
años y funda «El Instituto del Principio Unificador»
y más tarde el definitivo «Centro Ignoramus»,
que hasta hace pocos años aún dirigía su inteligente
e inquebrantable esposa, ya centenaria, Lima. Hasta la masiva aparición
de libros de Ohsawa, eran muy pocas las obras japonesas que trataban
sobre salud y dieta.
La primera mención del término Macrobiótica
la utiliza Ohsawa en la posdata de la traducción japonesa
que hace del libro de Alexis Carrel, «La incógnita
del Hombre». Queda claro que después de Hipócrates
y varios clásicos de la Antigüedad griega, y tras el
alemán Hufeland, es Ohsawa quien le da pleno sentido a la
palabra Macrobiótica. La emplea por primera vez en el texto
de su popular obra «Macrobiótica Zen», publicada
en inglés por el Centro Ignoramus de Japón en 1960.
En realidad Ohsawa cambió el Yin/Yang oriental bautizándolo
por Macrobiótica. En 1920 llega a París y a pesar
de las dificultades y obstáculos que tuvo que vencer logró,
en sucesivas estancias, ganarse un buen puñado de amigos
y simpatizantes. Introdujo el consumo de cereales y un montón
de específicos y alimentos japoneses que enriquecieron la
frágil dieta vegetariana. Dio a conocer en Europa, la técnica
de los Bonsái, el Judo, los arreglos florales, la dígitopuntura,
etc. Desde el punto de vista filosófico su descubrimiento
de «La Espiral Logarítmica» es impagable.
Hasta su muerte en 1966, a la edad de 73 años, Ohsawa dedicó
su vida entera a aproximar Oriente y Occidente utilizando la filosofía
y la dietética. Difundió el estilo de vida macrobiótico
con pasión predicando con el ejemplo. Dio unas 6.000 conferencias,
seminarios y cursillos. Atendió a miles de enfermos en más
de 30 países. Publicó cerca de 2.000 artículos
y más de 300 volúmenes.
Sembró con rigor, pero generosamente, los granos de arroz
de sus convicciones macrobióticas, que no eran otras que
llevar al mayor número posible de seres humanos la libertad,
la paz, la salud, la felicidad. Sus ideas movieron y siguen moviendo
inversiones incalculables en numerosos campos relacionados con la
alimentación.
Importancia de los cereales
Así pues, los cimientos nutricionales de la Macrobiótica
actual, como defendía Hipócrates y millones de sanadores
a lo largo de la historia, están constituidos por los cereales
en grano integrales biológicos, es decir, obtenidos ecológicamente
mediante maquinaria y técnicas agrarias limpias, no invasivas
, respetuosas con la variopinta vida de la tierra y su medio ambiente,
sin manipulación genética, ni pesticidas, herbicidas,
abonos químicos, aguas contaminadas, etc.
Los cereales son los últimos vegetales en aparecer. Sus minúsculos
granitos contienen la memoria genética de toda la diversidad
vegetal que les precedió. En la cadena de la evolución
animal acontecida durante millones de años, el hombre es
el último en surgir. Nuestros genes son la síntesis
de toda la diversidad genética animal que existe y existió.
Nuestro cráneo, nuestro cerebro, nuestra masa encefálica,
nuestra constitución ósea, nuestra energía,
nuestra inteligencia, espiritualidad, etc. están directamente
condicionados por la calidad de los nutrientes cerealísticos
que hemos ingerido. Los cereales propios de cada continente permitieron
la aparición de diferentes civilizaciones: el arroz, el trigo,
el mijo, el maíz, la avena, la cebada, el centeno, el alforfón,
la quinoa, el amaranto... Gracias a ellos, y al ser el hombre omnívoro
pudo derrotar al resto de los animales hostiles, adaptarse a los
cambios climáticos y vicisitudes de la naturaleza y erigirse
en el supremo dominador de la Tierra y ahora del espacio.
Cereales y Macrobiótica forman una entidad inseparable. La
dieta número siete de Ohsawa, tan cruel y sistemáticamente
vilipendiada por envidia, ignorancia, interés... Está
constituida exclusivamente de cereales. Es la dieta cumbre de la
Macrobiótica. La que siguieron los grandes maestros espirituales
de Extremo-Oriente, Jesucristo en varias ocasiones, en su tiempo
algunas órdenes monásticas, ermitaños para
alcanzar la espiritualidad suprema... La que logra la curación
«milagrosa», la que aseguraría el establecimiento
del Reino de los Cielos en la Tierra, si puntualmente la practicaran
millones de seres humanos. Con el cultivo y consumo generalizado
del arroz la Macrobiótica alcanza su máximo esplendor,
al ser el arroz ( integral biológico) el cereal más
equilibrado y el que casi no deja residuos tóxicos en el
organismo.
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