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Çatal Hüyük, ¿primera ciudad tántrica?
por André Van Lysebeth
El lector puede pronunciar «Hüyük» como quiera, pues de todas formas nunca se sabrá cómo se
llamaba entonces la primera ciudad del mundo alpino-mediterránea y tántrica.
Pues era una verdadera ciudad de 10.000 habitantes, de 9000 mil años de antigüedad, la que en
1958 exhumó en Anatolia el arqueólogo inglés James Mellaart. Dos años antes, su descubrimiento
de Hacilar, en la región de Burdur, había causado sensación, pero Çatal Hüyük era una bomba: antes
de esto se creía que Anatolia, rica en historia, carecía de prehistoria. Lo que era sensacional —y lo
es todavía— es que Çatal Hüyük estaba casi intacta, como si la hubieran abandonado ayer.
Fantástico: por primera vez se veía cómo vivía en el año de gracia 7.500 a. de C. el ciudadano
prehistórico, se visitaban sus casas con sus frescos, sus esculturas, se conocían sus armas, sus
utensilios, sus esqueletos, sus vestimentas...
Entonces, con un poco de imaginación, podemos meternos en la piel del habitante de Çatal
Hüyük, reconstruir su modo de vida e incluso su espiritualidad, gracias a las claves que suministra
el tantra.
Sigámoslo hasta su casa. Sus antepasados habían elegido bien el sitio: al bajar de la montaña,
habían avistado esta llanura fértil, regada por el río Carsamba, como se lo llama hoy. Podían allí
cultivar mejor que en las alturas los cereales ya domesticados.
Es primavera; nuestro hombre
camina a buen paso entre los campos de sorgo y de trigo, del que se cultivaban tres especies. Su
mirada satisfecha acaricia el tapiz de retoños verde claro prometedores de una buena cosecha. Se
dirige hacia la ciudad, su hermosa ciudad, con sus casas de ladrillos crudos y techo plano, que se
extienden sobre la colina y se confunden casi con el paisaje. Sin duda los primeros huertos de
almendros, de manzanos y de pistachos ya florecían; se han encontrado sus frutos.
Y aquí lo tenemos a las puertas de la ciudad. «Puertas» y «ciudad» es una manera de hablar.
Mejor habría que decir «al pie de la colmena horizontal», pues las casas son otros tantos alvéolos
rectangulares pegados unos a otros, sin puertas ni ventanas: el único orificio en la terraza sirve de
entrada, de ventana y de chimenea, y se baja a la casa por una escalera. No hay calles: se circula de
terraza en terraza, y siempre con ayuda de escaleras se pasa de un nivel a otro de la ciudad. Rodeada
de una muralla de casas ciegas que la hacen inexpugnable, siempre se «sube» a la ciudad por, una
escalera.
Inexpugnable, pues si los eventuales agresores tuvieran un acceso fácil a los techos en forma de
terraza, bastaría a los agredidos con retirar las escaleras para impedir el acceso a sus casas. Y pobre
del atacante imprudente que hubiera saltado dentro de la casa por el orificio, pues sólo podía
hacerse de a uno por vez. Al caer desde una altura de 2,50 a 3 metros, antes de poder ponerse de pie,
el atacante sería ya atravesado por las lanzas o los puñales de los defensores, intrépidos cazadores
que no temían ni al oso, ni al león, ni al lobo, ni al jabalí ni al leopardo. Y para tomar la ciudad,
hubiera sido necesario conquistar uno a uno cada alvéolo de la laberíntica colmena. De modo que,
según parece, Çatal Hüyük nunca fue tomada.
Las casas eran, además, antisísmicas: construidas de adobe, de una sola planta, el techo-terraza
tenía una ligera armazón de madera y el cielo raso estaba hecho con cañas y barro. Y esto era muy
necesario: en una pared se ve un fresco de la ciudad y, en el horizonte, el volcán Hasan Dag en
erupción. Pero el emplazamiento de Çatal Hüyük había sido bien elegido: la ausencia de cenizas
volcánicas prueba que la ciudad jamás fue destruida por una erupción, aunque hubiera
experimentado fuertes temblores más de una vez.
Echemos ahora una mirada a la ilustración, reproducida según los dibujos y fotos de James
Mellaart, que nos permite imaginar la vida cotidiana de nuestro hombre. La habitación principal, la
«sala de estar», mide 4x6 m, con una altura de casi 3 metros, todo lo cual le da un buen volumen. A
lo largo de las paredes unas banquetas sirven de asientos y de camas para el hombre y los niños. El
lecho, reservado a la mujer, mucho más grande, levantado en un extremo, ocupa el lugar de honor al
pie de la escalera y cerca del hogar.
Se sabe que la cama grande estaba reservada para la dueña de la casa gracias a la costumbre de la
«inhumación diferida»: los muertos eran llevados a las montañas y abandonados a los buitres. Una
vez descarnados, los esqueletos eran llevados a las casas y, vestidos con sus ropas (las mujeres
llevaban vestidos de lana con franjas), eran enterrados... bajo sus camas, con los objetos de su
propiedad. Estos esqueletos nos enseñan también que en Çatal Hüyük coexistían varios tipos
raciales: mediterráneos primitivos, mediterráneos modernos y alpinos anatolios, idénticos a los
actuales. Esto justifica el título de «Çatal Hüyük, ciudad alpino-mediterránea». Queda por justificar
el adjetivo «tántrica»...
El suelo de tierra apisonada estaba cubierto de esteras y tapices, pero además, al igual que las
paredes, cada año era enjalbegado con yeso coloreado. Con frecuencia las paredes estaban
decoradas con frescos, como el del toro rojo, ¡de 5 m por 1,80 m! Además del horno para pan, había
un mortero para hacer harina de trigo o de sorgo. El régimen alimenticio del habitante de Çatal
Hüyük era muy correcto. Además de pan, también se preparaba una papilla de avena. La carne
provenía en primer lugar de la caza (jabalí, ciervo, gamo, corzo, cabra montesa, gacela...) y después
de la cría (cordero, cabra, cerdo y animales domésticos). Añádanse los guisantes, las lentejas, las
frutas y, sin duda, algunas verduras frescas. Alegres y jaraneros, los hombres cultivaban el enebro y
los frutos del Celtis Australis para fabricar vino y cerveza.
Disponían de vajilla, compuesta de fuentes, vasos, platos, cucharas de madera... ¡e incluso
tenedores! Los vasos eran de piedra y usaban cajas de madera con tapas decoradas. Todos estos
objetos sorprenden por la calidad de su acabado. La mujer era reverenciada, y según parece muy
coqueta: cajas de afeites, espejos de obsidiana pulida, collares y anillos nos lo demuestran. Si se
considera todo lo que precede —y sólo he considerado lo esencial— nos encontramos con un modo
de vida bastante aceptable, en mi opinión.
¿Un culto tántrico?
¿Era tántrica Çatal Hüyük? Reemplazo el signo de interrogación por uno de admiración sin
dudarlo, pues los grandes temas del tantra, como el Quito de la Femineidad, están presentes en ella.
Incidentalmente, veo en la ciudad de Çatal Hüyük la prefiguración de Mohenjo-Daro y de Harappa.
En primer lugar, las casas están construidas con adobes de dimensiones estándar, pero su estado de
conservación muestra que cocerlos hubiera sido inútil al no haber riesgo de inundación como en el
valle del Indo.
Como las ciudades del Indo, Çatal Hüyük muestra una urbanización, rudimentaria tal vez, pero
planificada y pensada. Como en el Indo también, hay una notable ausencia de construcciones
monumentales. Nada de grandes palacios, lo que sugiere que el poder pertenecía a la ciudad misma.
Igual que en Mohenjo-Daro y Harappa, tampoco hay templos monumentales: nada parecido a los
templos dominados por gigantescos zigurats como en Caldea o Babilonia. Por el contrario, el
elevado número de santuarios descubiertos testimonia una intensa vida espiritual. ¡De 140 casas
exhumadas, más de 40 son santuarios! ¡Y qué santuarios!
El Culto de la Femineidad está presente en todas partes en Çatal Hüyük, que era indudablemente
matriarcal: la mujer ocupaba allí un lugar de honor tanto en la vida profana como en la religión,
centrada en torno a la Diosa-madre. La figura femenina domina los santuarios. Con los brazos
abiertos, las piernas separadas, se ofrece a la adoración y todo se articula a su alrededor,
especialmente las cabezas de los toros. En otros santuarios innumerables manos se tienden hacia
muros tapizados con pechos de mujer. Diosa-madre, símbolo imponente de la fecundidad, ella reina,
sola, en un trono con brazos en forma de leopardo o, siempre sola, lleva dos pequeños leopardos. La
mujer es omnipresente en las estatuas: matronas gruesas, mujeres delgadas y juveniles, una madre y
su hija en un solo cuerpo, o incluso una vieja escoltada por amenazantes aves rapaces.
En cuanto al dios masculino, aparentemente su esposo, desempeña un papel subalterno. Barbudo
y cabalgando en un toro, veo en él a un precursor de Shiva: en la India, el toro Nandi es su vehículo.
Los hombres, raramente representados, tienen sin embargo el aspecto de alegres barbianes, astutos y
barbudos.
Un culto simbólico
Çatal Hüyük ignoraba la escritura, pero la ausencia de escritos se ve ampliamente compensada
por el uso generalizado del lenguaje más rico, más universal: el símbolo inmortal. Todos los
santuarios vibran con una intensidad simbólica extraordinaria. Para percibirlo, «entremos» en los
dibujos e imaginemos una ceremonia de culto, en el templo, por la noche. En el santuario,
débilmente alumbrado por la luz vacilante de las lámparas de aceite o de grasa, los adoradores
contemplan los símbolos. En primer lugar la Diosa, que les abre sus brazos, mientras que sus
piernas separadas sugieren la puerta de la Vida: ella simboliza así todos los misterios y todas las
potencias de la Vida encarnadas en la Mujer, origen de toda fecundidad, de toda fertilidad, tanto de
los seres humanos como de los animales y las plantas. Las enormes cabezas de toros simbolizan sin
duda la potencia sexual masculina; pero, colocadas debajo de la Diosa, muestran que esta potencia
estaba subordinada a ella.
¿De qué ritos misteriosos estos santuarios, impresionantes a pesar (o a causa) de sus dimensiones
reducidas, fueron testigos en el curso de esos milenios? Nunca lo sabremos.
Esos hombres y esas mujeres, ¿compartieron ritual-mente el pan, la carne y el vino como en el
rito tántrico? ¿Practicaban la magia sexual? Nada lo prueba, pero nada nos impide pensarlo, pues en
todas las civilizaciones agrarias los ritos de la fertilidad comportaban prácticas sexuales: véase el
capítulo «La ascesis de dieciséis», la Chakra Puja. Sea como fuere, todo gurú tántrico aceptaría sin
reservas esos santuarios para celebrar en ellos los ritos del tantra.
Sé que nuestra educación puritana nos lleva a rechazar esta idea, pero sería muy sorprendente que
en esos santuarios no se hayan practicado ritos sexuales. Estoy tanto más persuadido de ello cuanto
que en Çatal Hüyük se practicaba el culto de la Muerte. Las aves de rapiña que planeaban en torno a
una pobre vieja y las que aparecen pintadas en los frescos simbolizan claramente la muerte, puesto
que a estas aves se abandonaban los cadáveres antes de inhumarlos en su casa, bajo sus camas,
donde el esqueleto mantenía, junto con el recuerdo del difunto, el recuerdo de la mortalidad
humana. Por último, ¿creían en una vida después de la muerte? Misterio.
Como la Muerte y el Sexo son inseparables, y el segundo exorciza a la primera, ésta es una razón
de más para creer en los ritos sexuales en sus santuarios. Sin embargo, incluso en ausencia de ritos
sexuales, todo en Çatal Hüyük es puro tantra.
Si yo pudiera, reconstruiría, en tierra apisonada, uno de los santuarios de Çatal Hüyük para hacer
allí meditaciones tántricas, pero sin duda sería poca cosa comparado con los santuarios auténticos...
¡No soñemos!
El fin de Çatal Hüyük
Es todavía más misterioso que el de la civilización del Indo. ¿Fue aniquilada, o, habiendo
degenerado, pereció? ¿Tuvo un final súbito o una lenta agonía? No hay ninguna huella de fin
violento, por ejemplo de matanzas. De lo único que las excavaciones y la datación con carbono 14
nos informan con certeza es de que después del año 3500 antes de nuestra era las casas estaban mal
construidas y mal conservadas, y la corriente espiritual había cesado: ya no se construían santuarios.
La industria de la obsidiana y la caza declinaban, ¡igual que en Harappa!
¿Qué sucedió entonces con sus habitantes? ¿Es impensable que, bajo la presión de las
circunstancias, emigraran hacia otros territorios, hacia Oriente, desde donde viene la luz, hacia esa
India todavía virgen? No creo que sea coincidencia que algunos siglos más tarde cráneos alpino-
Horno pan
Santuario
Habitación
Hogar
Santuario
Santuario
Santuario con bucráneo
Horno para
pan
mediterráneos semejantes a los de Çatal Hüyük se encuentren hasta en el extremo sur de la India. Y
si no emigraron, su civilización, la más brillante de su época, ¿no influyó sobre la del Indo? No lo
sabremos nunca y tal vez sea mejor así. Sin embargo, sería muy sorprendente que esta brillante
civilización haya permanecido estrictamente localizada en ese pequeño rincón de Anatolia, sobre
todo cuando, cada vez más, se comprueba que desde la prehistoria los intercambios comerciales y
culturales estaban mucho más desarrollados de lo que nos imaginábamos hasta hace algunos
decenios. Un hecho cierto: los campesinos del pequeño poblado turco de Kügük Koy no son los
descendientes de los alpino-mediterráneos de Çatal Hüyük. La Diosa-madre ha muerto,
reemplazada por Alá; la mujer queda sometida al hombre, y el impetuoso Dios-Toro se ha convertido
en el buey doméstico plácido y resignado que los chiquillos aguijonean para que apresure un
poco el paso. Así va la vida, así gira la rueda.
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