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La Biblioteca de Alejandría
La Biblioteca Real de Alejandría fue en su época
la más grande del mundo. Se cree que fue creada a comienzos
del siglo III adC por Ptolomeo I Sóter y que llegó
a albergar hasta 700.000 volúmenes.
La historia de la Biblioteca de Alejandría, de cómo
debió ser, de cómo trabajaron sus sabios, incluso
del número exacto de volúmenes y el nombre de sus
obras no tiene rigor científico, tal y como los eruditos
entienden el rigor. El conocimiento de esta gran institución
se tiene a través de muy pocos testimonios, y aun estos son
esporádicos y desperdigados. Los investigadores y los historiadores
de los siglos XX y XXI insisten en aclarar que se trata en cierto
modo de una utopía retrospectiva. La biblioteca existió,
de eso no hay ninguna duda, pero todo lo escrito sobre ella es a
veces contradictorio, dudoso, enigmático, lleno de suposiciones
y se ha ido desarrollando a partir de muy pocos datos que, la mayoría
de las veces, son sólo aproximaciones. Apenas hay certezas.
Se trata de un concepto mítico, de aquello que debió
ser, de lo que pudo ser su encanto.
La biblioteca en la Antigüedad
Ptolomeo I Sóter (362 adC-283 adC) mandó construir
en Alejandría el gran palacio que serviría de alojamiento
a toda la dinastía Ptolemaica. Al otro lado del jardín
y conocido desde el principio con el nombre de Museo, se erigió
otra gran edificación. Lo llamaron así por respeto
a la sabiduría, porque lo consideraron como un santuario
consagrado a las Musas, que eran las diosas de la memoria, de las
artes y de las ciencias. El edificio constaba de varias estancias
dedicadas al saber, que con el tiempo fueron ampliándose
y tomando más importancia, pero también acogía
un pequño zoo, jardines, una gran sala para reuniones e incluso
un laboratorio.
La Gran Biblioteca de Alejandría, llamada así para
distinguirla de la pequeña o hermana biblioteca en el Serapeo,
fue fundada por los primeros Ptolomeos con el propósito de
ayudar al mantenimiento de la civilización griega en el seno
de la muy conservadora civilización egipcia que rodeaba a
la ciudad alejandrina. Si bien es cierto que el traslado de Demetrio
Falereo a Alejandría en el año 296-295 adC, está
relacionado con la organización de la biblioteca, también
lo es que por lo menos el plan de esta institución fue elaborado
bajo Ptolomeo Sóter (muerto alrededor de 284 adC), y que
la finalización de la obra y su conexión con el Museo
fue la obra máxima de su sucesor, Ptolomeo II Filadelfo.
Como Estrabón no hace mención de la biblioteca en
su descripción de los edificios del puerto, parece claro
que no estaba en esta parte de la ciudad, además, su conexión
con el Museo, permite ubicarla en el Brucheion, el distrito real
en el noreste de la ciudad.
Las salas del Museo que se dedicaron a biblioteca acabaron siendo
las más importantes de toda la institución, que fue
conocida en el mundo intelectual de la antigüedad al ser único.
El origen griego de los Ptolomeos está en su gusto por el
saber y el conocimiento; durante siglos apoyaron y conservaron la
biblioteca que, desde sus comienzos, mantuvo un ambiente de estudio
y de trabajo. Dedicaron grandes sumas a la adquisición de
libros, con obras de Grecia, Persia, India, Israel, África
y otras culturas, aunque predominaba la literatura griega.
La biblioteca del Museo constaba de diez estancias edicadas a la
investigación, cada una de ellas dedicada a una disciplina
diferente. Un gran número de poetas y filósofos, que
llegaron a ser más de cien en sus mejores años, se
ocupaban de su mantenimiento, con una dedicación total. En
realidad se consideraba el edificio del Museo como un verdadero
templo dedicado al saber.
Se sabe que desde el principio la biblioteca fue un apartado al
servicio del Museo. Pero más tarde, cuando esta entidad adquirió
gran importancia y gran volumen, hubo necesidad de crear un anexo
cercano. Se cree que esta segunda biblioteca (la biblioteca hija)
fue creada por Ptolomeo III Evergetes (246 adC-221 adC), y se estableció
en la colina del barrio de Racotis (hoy se llama Karmuz), en un
lugar de Alejandría más alejado del mar, en el antiguo
templo erigido por los primeros ptolomeos al dios Serapis, llamado
el Serapeo, considerado como uno de los edificios más bellos
de la Antigüedad. En la época del Imperio Romano, los
emperadores la protegieron en gran manera: incluso la modernizaron
incorporando calefacción central mediante tuberías
con el fin de mantener los libros bien secos en los depósitos
subterráneos.
Organización
Ptolomeo II encargó al poeta y filósofo Calímaco
la tarea de catalogación de todos los volúmenes y
libros. Fue el primer bibliotecario de Alejandría y en estos
años las obras catalogadas llegaron al medio millón.
Unas se presentaban en rollos de papiro o pergamino, que es lo que
se llamaba "volúmenes", otras en hojas cortadas,
que formaban lo que se denominaba "tomos". Cada una de
estas obras podía dividirse en "partes" o "libros".
Se hacían copias a mano de las obras originales, es decir
"ediciones", que eran muy estimadas, incluso más
que las originales, por las correcciones llevadas a cabo. Las personas
encargadas de la organización de la biblioteca y que ayudaban
a Calímaco rebuscaban por todas las culturas y en todas las
lenguas conocidas del mundo antiguo y enviaban negociadores que
pudieran hacerse con bibliotecas enteras, unas veces para comprarlas
tal cual, otras como préstamo para hacer copias.
Los grandes buques que llegaban al famoso puerto de Alejandría
cargados de mercancías diversas eran inspeccionados por la
policía, tanto en busca de contrabando como de textos. Cuando
encontraban algún rollo, lo confiscaban y lo llevaban en
depósito a la biblioteca, donde los amanuenses se encargaban
de copiarlo. Una vez hecha esa labor el rollo era devuelto a sus
dueños, generalmente. El valor de estas copias era altísimo
y muy estimado. La biblioteca de Alejandría llegó
a ser la depositaria de las copias de todos los libros del mundo
antiguo. Allí fue donde realmente se llevó a cabo
por primera vez el arte de la edición crítica.
Los libros
Se sabe que en la biblioteca se llegaron a depositar el siguiente
número de libros:
200.000 volúmenes en la época de Ptolomeo I
400.000 en la época de Ptolomeo II
700.000 en el año 48 adC, con Julio César
900.000 cuando Marco Antonio ofreció 200.000 volúmenes
a Cleopatra, traídos de la Biblioteca de Pérgamo.
Cada uno de estos volúmenes era un manuscrito con cantidad
de temas diferentes. Se cree que allí estaban depositados
tres volúmenes con el título de Historia del mundo,
cuyo autor era un sacerdote babilónico llamado Beroso y que
el primer volumen narraba desde la Creación hasta el Diluvio,
periodo que según él había durado 432.000 años,
es decir, cien veces más que en la cronología que
se cita en el Antiguo Testamento. Ese número permitió
identificar el origen del saber de Beroso: la India. También
se sabe, que allí estaban depositadas más de cien
obras del dramturgo griego Sófocles, de las que sólo
nos han llegado siete.
Los sabios
Los sabios que estudiaban, criticaban, corregían obras, etc.
se clasificaron a sí mismos en dos grupos: filólogos
y filósofos.
Los filólogos estudiaban a fondo los textos y la gramática.
La Filología llegó a ser una ciencia en aquella época,
y comprendía otras disciplinas, como la historiografía
y la mitografía.
Los filósofos eran todos los demás, la filosofía
abarcaba las ramas del pensamiento y la ciencia: física,
ingeniería, biología, medicina, astronomía,
geografía, matemáticas, ingeniería, literatura,
y lo que nosotros llamamos filosofía.
Entre ellos se encontraban personajes tan conocidos como Arquímedes,
el más notable científico y matemático de la
antigüedad, Euclides que desarrolló allí su Geometría,
Hiparco de Nicea, que explicó a todos la Trigonometría,
y defendió la visión geocéntrica del Universo;
Aristarco, que defendió todo lo contrario, es decir, el sistema
heliocéntrico siglos antes de Copérnico, Eratóstenes,
que escribió una Geografía y compuso un mapa bastante
exacto del mundo conocido, Herófilo de Calcedonia, un fisiólogo
que llegó a la conclusión de que la inteligencia no
está en el corazón sino en el cerebro, los astrónomos
Timócaris y Aristilo, Apolonio de Pérgamo, gran matemático,
Herón de Alejandría, un inventor de cajas de engranajes
y también de unos aparatos movidos por vapor: es el autor
de la obra Autómata, la primera obra conocida sobre robots,
el astrónomo y geógrafo Claudio Ptolomeo, Galeno,
quien escribió bastantes obras sobre el arte de la curación
y sobre anatomía; La última persona insigne del Museo
fue una mujer: Hipatia de Alejandría, gran matemática
y astrónoma, que tuvo una muerte atroz a manos de monjes
fanáticos cristianos.
Destrucción
Suele afirmarse, equivocadamente, que el primero de todos los ataques
contra la Biblioteca de Alejandría fue el perpetrado por
los romanos: Julio César, en persecución de Pompeyo,
derrotado en Farsalia, arribó a Egipto para encontrarse con
que su antiguo compañero y yerno había sido asesinado
por orden de Potino, el visir del rey Ptolomeo XIII Filópator,
para congraciarse con su persona. Egipto padecía una guerra
civil por la sucesión del trono, y pronto César se
inclinó a favor de la hermana del rey, Cleopatra VII. Consciente
de que no podría derrotar a Roma, pero sí a César,
y ganarse la gratitud de sus rivales en el Senado, Potino le declaró
la guerra. El 9 de noviembre del 48 adC, las tropas egipcias, comandadas
por un general mercenario de nombre Aquila, asediaron a César
en el palacio real de la ciudad e intentaron capturar las naves
romanas en el puerto. En medio de los combates, teas incendiarias
fueron lanzadas por orden de César contra la flota egipcia,
reduciéndola a las llamas en pocas horas. Por algunas fuentes,
como Séneca o Plutarco, puede parecer que este incendio se
habría extendido hasta los depósitos de libros de
la Gran Biblioteca, cercanos al puerto. Sin embargo, se pueda afirmar
sin duda alguna que la Gran Biblioteca alejandrina y sus tesoros
no resultaron destruidos. Los famosos 400.000 tomos que habrían
ardido fueron en realidad 40.000, depositados en almacenes del puerto,
probablemente para su exportación a Roma, tal como indica
el Bellum Alexadrinum.
Después del desastroso incendio, la muerte de César
y del ascenso de Augusto, Cleopatra VII se refugió en la
ciudad de Tarso (en la actual Turquía) junto con Marco Antonio.
Fue entonces cuando le ofrecieron los 200.000 manuscritos traídos
desde la biblioteca de Pérgamo (en Asia Menor) pertenecientes
a la Biblioteca del rey Attalo, que Cleopatra depositó en
la biblioteca. Fue una especie de recompensa por las pérdidas
ocasionadas en el incendio.
En el siglo III después de Cristo, el emperador Diocleciano
quien —según cuentan los historiadores— era muy
supersticioso, ordenó la destrucción de todos los
libros relacionados con la alquimia.
Más tarde, la emperatriz Eudoxia, en respuesta a una petición
del patriarca de Alejandría, envió una sentencia de
destrucción contra el paganismo en Egipto: en el año
391, el patriarca Teófilo de Alejandría expolió
la biblioteca al frente de una muchedumbre fanática. El Serapeo
fue entonces demolido piedra a piedra y sobre sus restos se edificó
un templo cristiano. El sucesor de Teófilo, su sobrino Cirilo,
se dedicó a eliminar a los filósofos, entre los que
se encontraba la última directora de la Academia, Hipatia;
su asesinato en el 412 marca el fin de la filosofía y la
enseñanza platónica en todo el Imperio romano.
Seguramente se salvarían buena parte de los libros de la
biblioteca y se pusiera también a buen recaudo el sepulcro
de Alejandro Magno, toda vez que la destrucción era previsible.
Los arqueólogos no pierden la esperanza de encontrar ambas
cosas enterradas quizás en el desierto de Libia. Pero en
la colina donde estaba el templo de Serapis nunca se volvió
a reconstruir la biblioteca. En el año 416, Orosio (teólogo
e historiador hispanorromano) vio con mucha tristeza las ruinas
de aquella ciudad que había sido magnífica y los restos
de la biblioteca en la colina. Los arqueólogos que emprendieron
su trabajo en el siglo XIX dan fe de la violencia que debió
desatarse en aquel lugar, aunque sus testimonios científicos
no han sido divulgados.
En el siglo VI hubo en Alejandría luchas violentas entre
los cristianos monofisitas y los melquitas y más tarde aún,
en el 616 los persas de Cosores II tomaron la ciudad. Alejandría
seguía siendo, no obstante, una de las mayores metrópolis
mediterráneas. Dice la leyenda que, en 641 cuando el comandante
musulmán Amr ibn al-Ass entró en la ciudad tras un
asedio de 14 meses, comunicó a su jefe el califa Omar I todo
lo que había encontrado en la mítica ciudad (4.000
palacios, 4.000 baños, 12.000 mercaderes de aceite, 12.000
jardineros, 40.000 judíos sometidos a tributo y 400 teatros
y lugares de esparcimiento) y le habló de la biblioteca para
pedirle las instrucciones sobre qué hacer con esa cantidad
de libros. A lo que el califa, según cuentan, respondió:
Si los libros contienen la misma doctrina del Corán, no sirven
para nada porque repiten; si los libros no están de acuerdo
a la doctrina del Corán, no tiene caso conservarlos. Por
entonces, sin embargo, la Gran Biblioteca propiamente dicha no debía
ya existir. En cualquier caso, ninguno de los restantes reductos
de la cultura helénica que aún atesoraba la antigua
ciudad de los lágidas sobrevivió a la brutal ocupación
árabe. En 645 la ciudad abrió sus puertas a una flota
imperial, pero al año siguiente cayó nuevamente en
manos musulmanas. A partir de entonces Alejandría cayó
en picado, en beneficio de la nueva capital de los conquistadores
Fustat (El Cairo).
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