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ANTROPOLOGÍA E HISTORIA > EL MECANISMO DE ANTIKYTHERA

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Texto original:

El Mecanismo de Antikythera


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The Antikythera Mechanism Research Project

El Mecanismo de Antikythera

El ordenador astronómico más antiguo del mundo revela sus secretos

Una especie de "manual técnico de uso" y otros de los secretos más íntimos del Mecanismo de Antikythera, el ordenador astronómico más antiguo del mundo es el culmen de las investigaciones de un equipo de científicos greco-británico, que lograron sacar a la luz una serie de inscripciones disimuladas en el Mecanismo -que data del año 87 a.C.- y que habían permanecido disimuladas en sus entrañas desde hace más de 2.000 años.

"Más de 1.000 caracteres incluidos en la máquina ya habían sido descifrados pero ahora logramos duplicar el texto conocido y descifrar su contenido en un 95%", declaró a AFP el físico Iannis Bitsakis, uno de los participantes en la investigación organizada por la universidad británica de Cardiff.

Un escáner especial de ocho toneladas fue el que ’obligó’ al Mecanismo de Antikythera, que data del año 87 a.C., a desvelar esos contenidos celosamente escondidos y entre los que también hay valiosos textos de astronomía escritos en griego antiguo.

El gigantesco escáner -financiado en su mayor parte por empresas privadas- logró fotografiar en tres dimensiones el Mecanismo sin que éste tuviese que abandonar el Museo Arqueológico de Atenas, donde se encuentra expuesto.

Así quedó al descubierto el funcionamiento interno de ese pequeño artilugio de bronce contenido en un recipiente de madera con forma de caja de zapatos, que constituye la máquina mecánica más antigua del planeta.

Con tan sólo 20 centímetros de espesor, "muy raro si no único", el Mecanismo de Antikythera "fue una especie de sucesor de los menhires y los círculos de piedra" prehistóricos, explicó el astrofísico griego Xenophon Mussas.

Según lo puesto de manifiesto por las fotografías, el Mecanismo -que fue hallado en 1900 en un barco hundido en aguas de la isla griega de Antikythera- está constituido por cinco cuadrantes, agujas móviles y unas 30 ruedas dentadas, movidas, con toda probabilidad, por una manivela.

El primer gran estudio sobre el aparato, realizado en los años 60 por el historiador inglés Derek Price, reveló que el Mecanismo era "un ordenador astronómico con el que se calculaba la posición de los cuerpos celestes, al menos del Sol y la Luna, y se preveían fenónemos astronómicos".

Esta hipótesis, sin embargo, plantea una serie de interrogantes a los que la investigación greco-británica intentó dar respuesta.

"El rompecabezas que tenemos que reconstruir afecta también a los conocimientos astronómicos y matemáticos del mundo antiguo, cuya historia podría esclarecer el Mecanismo", subrayó Mussas.

"Uno de los desafíos es situar en un contexto científico este Mecanismo, que no se sabe muy bien de dónde viene y contradice las hipótesis según las cuales los griegos no controlaban demasiado bien la técnica", añadió Bistakis.

Los investigadores también empezaron a estudiar otros vestigios encontrados en la misma nave que el Mecanismo, en un intento de probar las hipótesis fundadas en descripciones de Cicerón, según las cuales el instrumento fue construido por el filósofo estoico griego Poseidonios, que creó una prestigiosa escuela astronómica en la isla de Rodas, al sureste del mar Egeo.

"Al igual que Alejandría, Rodas era en aquella época uno de los grandes centros de la astronomía; puede ser que el instrumento estuviese siendo enviado a Roma como muestra de los tesoros que César se llevó de esa isla griega", dijo Mussas.

Fuente: AFP, 6 de junio de 2006

Un poco de historia
La existencia de este ejemplo excepcional de alta tecnología helenística concede credibilidad a las noticias de Cicerón (106-43 a.C.), entre otros, que refieren con admiración la existencia de un planetario mecánico móvil construido por Arquímedes (287-212 a.C.) y que fue llevado a Roma cuando Siracusa fue tomada en 212 a.C. Ésta no es la única noticia de planetarios mecánicos construidos en la antigüedad. En el libro 'The forgotten revolution', un ensayo sobre la ciencia y tecnología helenísticas (siglos IV-II a.C.), el prof. Lucio Russo plantea que dicho planetario pudo ser en realidad un modelo heliocéntrico del sol y los planetas: Arquímedes conocía la teoría heliocéntrica de Aristarco de Samos y por otro lado un planetario geocéntrico no habría podido representar los movimientos aparentes de los planetas -retrogradaciones y estaciones- utilizando un sistema de engranajes con un eje central. Los comentarios de Cicerón son señalados por el autor como muy iluminantes en este sentido. Hay que tener en cuenta que la existencia en el período helenístico de todo tipo de objetos basados en engranajes además de sistemas hidrostáticos o neumáticos (también válvulas de vacío) está ampliamente documentada, siendo el tratado Pneumática de Herón de Alejandría una tardía recopilación.

En el mencionado ensayo se argumenta que la concepción heliocéntrica pudo ser aceptada en el período helenístico, contrariamente a lo que tradicionalmente se ha pensado. Además de Aristarco de Samos (310-220 a.C.), considerado primer y último científico heliocentrista (aunque existen precedentes), es probable que Hiparco de Nicea (190-120 a.C. ca., científico conocido por su extenso catálogo estelar, descubridor de la precesión de los equinocios, de la que calculó el período y a quien se atribuye una medida de la distancia correcta entre la Tierra y la Luna) y seguramente Seleuco de Babilonia (que estableció una teoría correcta de las mareas basada en la interacción tierra-luna y tierra-sol), entre otros, fueran heliocentristas. Resulta además plausible que la teoría de las mareas de Seleuco se constituyera en una prueba de la interacción gravitatoria con el Sol. La razón de peso para considerar el modelo heliocéntrico preferible al geocéntrico es que dicho modelo no es solo cinemático sino también dinámico. Es decir, se justifica de form sencilla mediante la existencia de una fuerza, la misma que provoca las mareas. Una interacción cuya "intensidad" se pensaba que variase con el cuadrado de la distancia, al igual que la intensidad de luz o calor que se propaga en todas las direcciones.

Si es la Tierra la que se mueve alrededor del Sol sin que nos demos cuenta de ello, la concepción de la relatividad del movimiento está servida. De hecho, la mayor objeción que existía al modelo copernicano incluso en tiempos de Galileo consistía en que un supuesto movimiento de la Tierra era completamente imperceptible para los habitantes terrestres. Dicha objeción motivó el interés de Galileo por la cuestión de la relatividad del movimiento: si se demuestra que el movimiento de los cuerpos es independiente del sistema en el que tiene lugar con tal de que éste sea inercial, la Tierra podría estar moviéndose como un sistema inercial (y no sería posible discernir el modelo heliocéntrico del geocéntrico en base a experiencias terrestres). Existen numerosas referencias del período helenístico y posteriores que avalan la existencia de una concepción relativista del movimiento en ese periodo. En el sentido galileano, se entiende, aunque aplicar un adjetivo referente a un científico que vivió casi 2000 años después resulte algo paradójico, sobre todo si se considera que la relatividad de Galileo empezó a adquirir relevancia cuando Einstein la recuperó y generalizó. Los efectos derivados de la rotación terrestre (no inerciales) son demasiado débiles a escala local como para que se constituyeran en una prueba de la misma, algo para lo que habría que esperar hasta el siglo XIX.

Por otro lado, si se admite que la Tierra pueda moverse, desaparece la necesidad conceptual de la esfera de las estrellas fijas, que sí es necesaria como un todo que gira alrededor de una Tierra inmóvil en la concepción geocéntrica. Desde el s. IV a.C. existen referencias de científicos helenísticos que no solo descartan la existencia de la esfera de las estrella fijas, sino que consideran el universo infinito o desde luego lo suficientemente grande como para que no se observen efectos de paralaje de las estrellas más lejanas, y a las estrellas soles enormes que parecen pequeños por la lejanía. No está de más recordar que para Copérnico o Kepler seguía existiendo la esfera de las estrellas fijas y que desde Newton y hasta principios del s. XX, persistió la idea de un espacio absoluto, que a un cierto punto coincidió con el éter, el medio elástico que permitía la propagación de las ondas electromagnéticas cuya velocidad respecto a la Tierra intentaban medir Michelson y Morley sin éxito. O que los desplazamientos de las supuestas estrellas fijas fueron detectados por primera vez por Halley (1718), al comparar las posiciones medidas por él mismo con las medidas de Tolomeo, que en realidad eran de Hiparco. Hiparco había elaborado su catálogo con objeto de facilitar la observación de la aparición de estrellas nova, evento del que él mismo fue testigo, y también para que eventuales pequeños movimientos estelares pudieran ser detectados en los siglos venideros. Para mayor detalle en la argumentación se recomienda la lectura del libro citado.
La revolución científica de los siglos XV-XVII se caracterizó por una mayor valoración de la observación de los fenómenos y su interpretación racional y un rechazo al ciego principio de autoridad de los textos clásicos (la ciencia aristotélica y la cosmología tolemaica, adecuadamente adaptadas a la teología cristiana). La observación y la experiencia obtenida en talleres de artistas, talleres mecánicos o astilleros fue adquiriendo valor frente a la estéril retórica peripatética que dominaba el mundo de las universidades. También tuvo un papel fundamental la llegada a Europa de numerosos manuscritos árabes y bizantinos con textos de autores helenísticos (son interesantes los ensayos los filósofos y las máquinas o El nacimiento de la ciencia moderna en Europa, del historiador de la ciencia Paolo Rossi). Si bien existía una predisposición hacia el pensamiento científico en ambientes no universitarios, la tesis que L. Russo plantea es que la información contenida en dichas fuentes se constituyó en un importante punto de partida del que los Kepler, Galileo o Newton (y otros) nunca renegaron, aunque no siempre citaran la bibliografía consultada. La ciencia y tecnología helenísticas, primero paralizadas con la conquista romana, y después breve pero parcialmente recuperadas (Tolomeo), acabaron por desaparecer dejando rastros fragmentarios: los recogidos por autores sin formación, ajenos al método científico y al concepto de modelo teórico desarrollados en el período helenístico, período del que existen signos inequívocos de lo que hoy denominaríamos "progreso". No obstante, esos pocos restos tenían la coherencia y solidez racional suficientes como para permitir su recomposición después de algún que otro milenio, siendo, por segunda vez, olvidados.


 

 

 
 
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