|
La religión del canibalismo y el sacrificio humano
por E. Milá
En junio de 1980 fue detenido en París Isei Sagawa, estudiante.
Había cortado las nalgas de su amiga holandesa, a la que
acababa de matar, con un cuchillo eléctrico y las había
cocinado al curry. Unos años antes los supervivientes del
avión de LAN Chile desaparecido en los Andes revivieron el
drama de la balsa del "Medusa" inmortalizado por el cuadro
de Louis David. En ambos casos supervivientes de una catástrofe
debieron devorar los cadáveres de sus compañeros para
poder no morir de hambre. Sin embargo, estos tres casos son atípicos
en relación al canibalismo y a los sacrificios humanos.
En Noviembre de 1995, el alpinista César Pérez de
Tudela, junto al profesor Vicente Martínez, especialista
en tribus indígenas, se toparon en Nueva Guinea con lo que
parece ser la última tribu de caníbales identificada.
Con el apoyo institucional del Príncipe de España
y de la Comunidad Autónoma de Madrid, esta expedición
supuso un verdadero hallazgo antropológico. Después
de un mes de búsqueda y de indecibles penalidades, Pérez
de Tudela y Vicente Martínez, encontraron poblados situados
en las fuentes de los ríos de Irian Jaya en Nueva Guinea,
cuyos habitantes, desnudos y viviendo en los árboles, jamás
habían tenido contacto con la civilización. Las autoridades
tenían ligeros indicios de que aun practicaban la antropofagia.
La expedición española vio numerosas cabezas cortadas
a las que habían devorado partes de sus cuerpos. Un misionero
desaparecido en esa zona meses antes había sufrido idéntica
suerte. Al ser nómadas, estas tribus son de difícil
localización; las regiones que recorren, muy insalubres,
están habitualmente azotadas por la malaria. Pérez
de Tudela y sus acompañantes, habían encontrado a
los últimos caníbales del planeta. Hubo un tiempo
en que la costumbre de comerse los unos a los otros estuvo extraordinariamente
extendida...
Una vieja leyenda guineana explica que un halcón sobrevoló
la cabaña del jefe de una tribu centroafricana y dejó
caer en el caldero el trozo de carne que llevaba entre las garras.
El reyezuelo quedó encantado con el guiso y ordenó
a su cocinero que lo reprodujera. Como éste no pudo, el rey
le cortó la cabeza y la arrojó al caldero; solo entonces
su paladar se vio satisfecho. Tanto le gustó el guiso que
cada día sacrificó a un esclavo; cuando estos se agotaron,
continuó enviando al caldero a sus vecinos, luego a los familiares
y, finalmente, él mismo cortó trozos de su propia
carne para cocinar con ellos el suculento menú...
La moraleja enseña que el canibalismo solamente es permisible
si se somete a unas reglas capaces de contenerlo en los límites
de lo sagrado. El canibalismo es tan viejo como el hombre; no se
ha practicado en todas las culturas, pero aun hoy sigue vivo y activo
en rincones olvidados del planeta. La incidencia del canibalismo
es irregular; una tribu lo practica y la vecina lo ignora. No puede
atribuirse a un déficit de proteínas, no es, desde
luego, una peculiaridad gastronómica sino un acto religioso.
El canibalismo es una forma de sacrificio humano y por tanto, también
un acto sagrado. Sacrificar quiere decir exactamente "hacer
sagrado". El canibalismo es una forma extrema de sacrificio
humano en la que, no solo los dioses se benefician del alma, sino
que los hombres aprovechan la vitalidad de la víctima. Ninguno
de estos ritos están motivados por la crueldad, sino por
la piedad: la víctima, al ser sacrificada, obtiene un destino
mejor que el que le esperaba en vida, entra en contacto con el mundo
de los dioses; la comunidad, por su parte, gracias al sacrificio,
restablece el equilibrio cósmico y satisface a los dioses
tutelares.
PARA QUE SACRIFICAR
Los motivos que llevan a un pueblo a realizar sacrificios humanos
o a practicar canibalismo son diversos. Todos revisten la forma
de actos litúrgicos si bien su intencionalidad es diversa.
En general, el sacrificio humano intenta restablecer un equilibrio
que se ha roto o asegurar la renovación de un ciclo que ha
terminado. James Frazer ha visto en estos ritos un culto al Dios-año.
Sacrificar supone, también, compensar. El sacrificio humano
sacia la voracidad de los dioses y disminuye las tensiones de la
sociedad. En ocasiones la misma víctima entendía que
su sacrificio era necesario. Los europeos que asistieron a estos
ritos en África se sorprendieron de la resignación
y aceptación con que la víctima asumía su muerte.
Los japoneses hasta no hace mucho se arrojaban con sus aviones sobre
los barcos americanos del Pacífico, sin que nada perturbara
su vida normal durante las semanas de espera; otro tanto ocurre
actualmente con los comandos suicidas terroristas. En la antigüedad
romana, un rito importado de Iberia, la "devotio", consistía
en el sacrificio de un líder para obtener un triunfo, adorar
al emperador o evitar una catástrofe. En el 362 a. de JC,
por ejemplo, se abrió una grieta cerca del Foro, consultados
los arúspices concluyeron que solo se cerraría si
Roma arrojaba al mismo su tesoro más preciado. Curcio, armado
y a caballo, tras rezar devotamente, saltó al foso. El sacrificio
de uno -voluntario o forzado- beneficia a muchos.
Fenicios y cartagineses sacrificaban al dios de la guerra para obtener
victorias. Cartago llegó a ofrecer en holocausto 200 hijos
de su nobleza para pedir a Baal la victoria sobre Roma. Otros pueblos
creen que la sangre humana bastará para detener epidemias.
En un tiempo muy arcaico, en Escandinavia, se sacrificaban niños
para detener la peste y más recientemente los incas utilizaban
víctimas de entre 6 y 8 años. La fertilidad es otro
de los efectos buscados mediante el sacrificio. Sangre y fragmentos
de las víctimas fueron desperdigados por los campos en la
India hasta el siglo XIX, buscando la exuberancia de las cosechas.
En culturas africanas, humores y órganos de la víctima
-frecuentemente niños- son utilizados en la preparación
de brebajes mágicos. En 1949 fueron juzgados varios brujos
de Leshoto por sacrificar a niños y utilizar sus órganos,
una vez calcinados, para elaborar pócimas que debían
traer virilidad a los varones de la tribu. También el orgullo
y la posición social exigían sacrificios. El poderoso
no quería emprender solo el viaje al más allá,
sino mostrar su poder en el otro mundo. Era una cuestión
de "imagen". En China el año 506 a. de JC, Chu,
un hombre notable, fue enterrado con cinco carros y cinco hombres
vivos. La práctica de enterrar servidores reales sobrevivió
hasta el siglo XIV durante el reinado de la dinastía Ming.
A partir de entonces los nobles fueron enterrados con muñecos
que, mediante un ritual mágico, era dotados de alma. En Japón
se enterró a Yamato-Hiko, hermano del emperador con su séquito,
vivo por supuesto; las crónicas cuentan que "Tardaron
varios días en morir y se les oía gemir y llorar".
En ocasiones resulta difícil distinguir entre una pena impuesta
por un delito y un sacrificio humano. ¿Cómo hay que
llamar a los autos de fé inquisitoriales? ¿o cómo
debemos considerar el sacrificio de dos soldados por Julio César
en el año 46 a. de JC, para castigar un motín y aplacar
al dios de la guerra? Tras el terrorismo ciego e insensato ¿acaso
no existe un poso fatánico? La propia palabra fanático
es significativa, procede de "fanum", templo. Lo irracional
del terrorismo entronca con la concepción ancestral de los
sacrificios humanos que persiguen obtener algún beneficio
mediante el ofrecimiento de vidas humanas.
BUENAS RAZONES PARA COMER AL VECINO
El canibalismo estaba motivado por razones diversas. Buscaba obtener
un efecto preciso. En general, se trataba de absorber la energía
vital del difunto que unos pueblos situaban en el hígado,
otros en el corazón, algunos en el cerebro y muchos en la
sangre. El mito de los vampiros, en el fondo, no es sino una variante
del canibalismo, donde lo que se absorbe es el fluido vital que
se vehiculiza en la sangre. Algunos pueblos primitivos que practican
cultos totémicos, tras matar al animal-totem, comen alguna
de sus partes, frecuentemente su sangre. Los virólogos tienen
la certidumbre de que estos ritos totémicos en África
Central provocaron la transmisión de enfermedades infecciosas
al hombre; esta es al menos la hipótesis oficial sobre el
origen del S.I.D.A., que luego los inmigrantes trasladaron al Caribe
y de ahí, vía EEUU, se universalizó.
En ocasiones se trata de poner al difunto al servicio del brujo
o chamán. Algunos cultos afro-brasileños o afro-caribeños
siguen realizando estos rituales bárbaros, tal como demuestra
la película "Perdita Durango". Se trata de ofrecer
a la víctima una muerte horrenda en la que interesa que sufra
lo más posible y se mantenga consciente hasta el final de
su martirio. Con ello se pretendía que el alma del muerto
tuviera miedo del sacerdote sacrificador y aceptara ponerse a su
servicio. Otras culturas consideraban que el alma de los difuntos
se apegaba a los huesos y solo mediante el sufrimiento se desprendía
de ellos para cumplir el encargo mágico que se le requería.
En todos estos casos el momento clave del sacrificio era aquel en
el que la víctima expiraba: ahí coincidía un
momento en que el mundo de los vivos entraba en contacto con el
de los dioses, con la víctima como emisario y puente.
Los antropólogos creen que el sacrificio de animales precedió
al de seres humanos y fue solo cuando se abandonó el totemismo
-culto a los tótems, animales frecuentemente- para concebir
un dios antropomórfico que los sacrificios de animales dieron
paso a los sacrificios humanos: el dios pedía la sangre de
lo que era semejante a él. En algunas formas de concebir
estos sacrificios humanos, la víctima no solamente era intermediario
entre Dios y la Humanidad, sino que pasaba a ser la encarnación
misma del dios.
NUESTRAS PARTES MAS SABROSAS
Hoy nadie duda que el canibalismo no es una excentricidad dietética,
ni la búsqueda de un complemento proteínico, sino
un rito sagrado. No todas las partes del cuerpo son igualmente apreciadas.
En Nueva Guinea, quien mataba a alguien tenía el derecho
de comer su hígado; allí residía el "espíritu"
del difunto. En el Norte de Nigeria, la cabeza de la víctima
estaba reputada de ofrecer masculinidad. Entre los yoruba solo el
rey tenía derecho a comer el corazón. Los ritos caníbales
de los indígenas de Nueva Guinea horrorizaron al Capitán
Cook; pudo ver como el sacerdote oficiante comía los ojos
de la víctima; en Java se los tragaba, mientras que en Hawai
la cabeza y las extremidades eran seccionadas y distribuidas entre
los jefes de los clanes y el resto del cuerpo, troceado, se repartía
entre los inferiores. Sorber el cerebro del muerto es una tradición
que aparece en distintos pueblos del paleolítico, incluso
en Europa.
El canibalismo nunca ha desaparecido del todo en África.
Se sabe que Bokassa, el improvisado emperador centroafricano, o
el dictador guineano, Macías, solían practicar la
antropofagia para fortalecer su poder y dominio sobre la comunidad.
Del "emperador" Bokassa se cuenta que llegó a ofrecer,
el día de su coronación, un manjar exquisito preparado
con carne humana al entonces presidente de la muy racionalista República
Francesa, Valery Giscard d'Estaing. Lo más terrible es que
se cuenta que Giscard no rechazó el guiso. En cuanto a Macías
debió afrontar la acusación de canibalismo en el proceso
que lo condenó a muerte. Hoy se tiene la certidumbre de que
el canibalismo experimenta un nuevo y extraordinario revival en
algunas zonas del interior del África Subsahariana.
Cocida, cruda o a la brasa, la carne humana se ingiere según
complicados rituales religiosos. En el Zaire, poco antes de la independencia,
un oficial belga fue hecho prisionero, despedazado y comido crudo.
Mas sofisticación gastronómica tenían los ritos
caníbales practicados en las riberas del río Magambi;
allí los mercados de esclavos ofrecían seres humanos
depauperados cuyos compradores los engordaban para luego devorarlos
en el curso de rituales bárbaros. En Nueva Guinea se cocía
a la víctima, pero el rito solo podía realizarse en
un manantial de agua hirviente; no valía utilizar el consabido
caldero. Entre los ganawuris la carne de sus prisioneros solo podía
ser devorada por los ancianos, los jóvenes solo tenían
derecho a huntarse con el caldo oleoso surgido de la cocción.
Los guerreros zuperis daban las cabezas de las víctimas a
sus padres y ellos se limitaban a lamer la sangre que rezumaba.
LOS NIÑOS PRIMERO...
En las ruinas de Cartago, cerca de Túnez, los arqueólogos
descubrieron los restos de 6000 niños carbonizados; al parecer
los cartagineses habían realizado allí sacrificios
al dios Baal cuando presintieron la derrota contra Roma en el curso
de la Tercera Guerra Púnica. Sus primos hermanos, del otro
extremo del Mediterráneo, los judíos, practicaron
abundantes sacrificios de niños. Al llegar a la tierra prometida,
los judíos, siguiendo las costumbres egipcias, apenas practicaban
sacrificios humanos. Sin embargo, antes y después de su paso
por la tierra de los faraones destacaron como implacables sacrificadores.
Se conoce la historia bíblica de Abraham a punto de sacrificar
a su primogénito, Isaac; la orden divina sorprendió
al patriarca, más por tratarse de su hijo, que por ser un
sacrificio humano. Una vez en Palestina, el culto a Yavhé
se confundió en algunos períodos con el culto a Baal,
dios sediento de sacrificios humanos. Ezequiel se lamentaba de que
Israel sacrificara su prole a ídolos paganos. En el siglo
VIII a. de JC alcanzaron su punto culminante y solo cesaron con
la destrucción del Templo. El lugar de sacrificios se llamaba
"tofet", de "tofin", estrépito; en efecto,
para acallar los gritos de los niños sacrificados, se hacían
sonar estruendosos instrumentos.
Hasta principios de este siglo, prosiguieron las sospechas de que
el pueblo judío realizaba sacrificios humanos. Grupos antisemitas
afirmaron que el propio hijo del famoso aviador Charles Limberg,
había sido muerto por su secuestrador, Bruno Hauptman, en
el curso de un sacrificio ritual. Julius Streicher, dirigente del
partido nazi, escribió un libelo sobre los "Crímenes
Rituales Judíos" que fue reeditado en Argentina en el
período de la Junta Militar, en plena "guerra sucia".
Se trataba de una acumulación de medias verdades, rumores
e informes de escasa credibilidad. La sombra del sacrificio de niños
ha perseguido siempre a los judíos; recuérdese el
caso del "Santo Niño de la Guardia" o de Santo
Dominguito de Val, arquetipos de la leyenda urbana medieval y renacentista
en función de la cual se justificaron "pogroms".
Siempre, el tema es el mismo: un niño cristiano, menor de
siete años, secuestrado por judíos, al que le infringen
las mismas torturas y muerte descrita en la pasión de Cristo.
En Barcelona, se repite la misma leyenda en la figura de San Mauret,
crucificado por los judíos en el barrio del Call.
Los sacrificios de niños no son cosa del ayer. En 1909 las
tropas coloniales inglesas detuvieron a varios individuos en Bombay
acusados del horrendo crimen para obtener la fertilidad de sus mujeres.
En 1924, también en la península indostánica,
se ofrecían niños a Thlen, diosa-serpiente, como alimento
para que la familia prosperase; si la diosa no tenía esa
satisfacción, traía el hambre y la enfermedad. Lo
más espeluznante, según se evidenció en el
juicio que tuvo lugar en Assan, era que antes del sacrificio se
les cortaba a los niños las yemas de los dedos con unas tijeras
de plata. En otros lugares se sacrificaba al primogénito,
recién nacido, para congraciarse con la diosa de la fertilidad
y obtener abundante descendencia. Más terrible si cabe era
la costumbre dravídica de inmolar a hijos de familias humildes,
para que pudieran concebir las madres de los pudientes. Se quemaba
a los niños y el humo debía ser olido por las mujeres
que deseaban concebir. En Australia la madre mataba y devoraba al
primer hijo para obtener más. En la India pre-védica,
si una mujer tenía hijos y quería más, debía
sacrificar al primero. Los thugs, feroces sacrificadores, también
sacrificaban al primer hijo al dios de la destrucción, Mahadeo.
El paraíso hawaiano no se vió libre de estas atrocidades.
El infanticidio era frecuente y los recién nacidos las piezas
más cotizadas. Se les consideraba los mejores intermediarios
entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Pero fue en Méjico,
donde una vez más, el frenesí de sacrificios humanos
alcanzó su cénit, también entre los niños.
En Tehuacán, a 200 km. de Méjico, se encontraron restos
de niños quemados, con la cabeza separada del tronco. Los
cráneos habían sido tostados tras sorberle los sesos.
En Tlatelolco, un barrio del Distrito Federal, se encontraron dibujo
de niños y adultos, con el pene perforado, desprendiendo
sangre. Así se cultivaba la bondad del dios de la lluvia.
En el momento del sacrificio, si los niños lloraban, sus
lágrimas indicaban que llovería.
El niño, por su corta edad, no es un ser "desgastado",
su novedad es amada por los dioses. Así mismo, su nacimiento
reciente indica que ha estado en contacto con los dioses en el período
prenatal y es el mejor intermediario entre ellos y la humanidad.
Ser niño en estas culturas no era ninguna ganga.
PRIMERA PIEDRA Y PRIMER SACRIFICADO
El enterramiento de niños y adultos, frecuentemente vivos,
en los cimientos de los edificios fue la forma más antigua
para consagrar y proteger edificios. Esta modalidad de sacrificio
humano estuvo extremadamente difundida en todo el mundo. En todas
partes se pretende que el alma del difunto proteja al edificio.
En la ciudad birmana de Tavoy fueron encontrados cadáveres
bajo los postes de entrada de la ciudad; se trataba de delincuentes
enterrados vivos en agujeros para convertirlos en guardianes de
la ciudad. La costumbre estaba extendida incluso por Europa Central.
En 1906 se descubrieron bajo las cimientos del antiguo puente de
Bremen en Alemania, el cadáver de un niño colocado
allí para proteger la construcción. La costumbre de
sacrificar un niño de padre desconocido y rociar con su sangre
la tierra, aseguraba la protección del terreno sobre le que
se edificaría un edificio.
En China hay restos de cuerpos sacrificados en los cimientos de
edificios, desde los primeros tiempos de la dinastía Chu
(1028 a 256 a. JC). En Japón se enterraban hombres en los
cimientos de los castillos, en puentes e islas artificiales. Se
les llamaba "hitobashira", literalmente, postes humanos.
Los judíos tenían idénticas costumbres. En
la apocalíptica llanura de Megido se ha encontrado una muchacha
de 15 años muerta y enterrada bajo un edificio; era mucho
más frecuente el caso de enterrados vivos. Otro tanto ocurría
en Tailandia, donde al construir una ciudad se apresaban entre 4
y 8 transeuntes que eran enterrados vivos bajo las puertas de la
ciudad. Serían sus ángeles guardianes.
Incluso en nuestro territorio se recuerdan tradiciones y leyendas
que recuperan este tema universal. En el siglo XVIII se construyó
el barrio barcelonés de la Barceloneta. Los escombros del
Barrio de la Ribera, destruido tras la conquista de la ciudad por
Felipe V, fueron arrojados al mar uniendo unos islotes surgidos
por precipitación de las arenas traidas por los ríos
Besós y Llobregat, con la costa. Dado que se había
conquistado un territorio al mar, la diosa del lugar, "Dama
Barceloneta", exigía sacrificios de niños. Cada
cuatro años, un infante barcelonés era arrojado al
mar en el interior de un pellejo de vaca. Así mismo, tras
el primer incendio del Liceo, se decía que la tragedia ocurrió
por no haber realizado el sacrificio expiatorio a los genios de
la Tierra...
Cuando esta costumbre universal fue desapareciendo, ese rito propiciatorio
fue sustituido por la ceremonia de colocación de la primera
piedra. Esa piedra cúbica sustituye -ventajosamente, por
lo demás- a la vida humana; la piedra, contiene en su interior,
una multiplicidad de formas, de la misma forma que en el cuerpo
de la víctima existen todas las potencialidades del ser,
truncadas por el sacrificio.
DE LA ANTROPOFAGIA A LA TEOFAGIA
El cristianismo y otras religiones mediterráneas sublimaron
el sacrificio humano y el canibalismo. Respetando el principio de
una víctima propiciatoria que se sacrifica por la comunidad,
ésta le transfiere los pecados de la comunidad y su muerte
restablece el equilibrio. Adonis muere víctima del jabalí,
Pan es troceado, Osiris descuartizado, Atis muerto, Dionisos despedazado
y resucitado, Cristo, finalmente, torturado, crucificado, muerto
y resucitado. El tema del dios hecho hombre, sacrificado por la
salvación del mundo es mucho más antiguo de lo que
parece. El sacramento de la Comunión extraído del
contexto que le es propio, aparece como una forma de teofagia, lo
que se ingiere no es una parte de la víctima, ni siquiera
la víctima hecha dios en el proceso de su sacrificio, sino
más bien, la carne y la sangre del Dios hecho Hombre. Se
trata de una variación sobre el mismo tema.
El origen de la momificación es significativo. En un primer
momento los egipcios practicaron el culto a la cabeza, más
tarde, lo sustituyeron por la momificación cuyos ritos eran
la copia exacta de los que Horus e Isis practicaron sobre el cuerpo
de Osiris. Osiris, engañado por su hermano Seth, había
sido despedazado; su esposa y su hijo, lograron recuperar trece
de los catorce fragmentos del cuerpo de Osiris; les faltaba el sexo.
Una vez recuperado el cuerpo de Osiris fue envuelto en vendas y
resucitó en el reino de los muertos. No se tiene la seguridad
de que los egipcios practicaran en algún momento el canibalismo.
El hallazgo de huesos con restos de haber sido descarnados y huellas
de dientes en el Egipto predinástico es poco significativo.
En el año 3000 a. de JC el culto a los muertos alcanzó
proporciones espectaculares en el Egipto de las primeras dinastías.
El cráneo era la parte del cuerpo tratada con más
cuidado; retirado el cerebro a través de los agujeros de
la nariz, era cuidadosamente tratado al contener "materia anímica".
Entre los mochicas, existía una siniestra ampliación
del corte del cuero cabelludo practicado por los indios norteamericanos.
Se despellejaba todo el cráneo de los prisioneros a excepción
de una pequeña franja de piel y músculo que permitía
mover las mandíbulas para alimentarse. Los presos, al no
poder mezclar los alimentos con saliva y comer solo menús
muy ligeros adelgazaban hasta lo indecible adquiriendo el aspecto
de esqueletos y calaveras. Sin embargo eran tenidos como seres sagrados,
pues se consideraba que encarnaban irrupciones del reino de los
muertos entre los vivos. Su rango era similar al de la divinidad.
Raros son los horizontes geográficos en donde en un momento
u otro no se ha practicado la antropofagia o los sacrificios humanos.
Europa no puede alardear de haber abandonado mucho antes que otros
pueblos los sacrificios humanos: la costumbre ancestral expulsada
por la puerta ha penetrado de nuevo por la ventana. Ayer se le llamó
sacrificio humano, hoy se llama terrorismo. Una vez más se
exige a víctimas inocentes el sacrificio por una noción
abstracta -la "liberación nacional", cualquier
fundamentalismo, una reivindicación de clase...- en la convicción
de que sus muertes redimiran a la totalidad. La locura sigue siendo
una irresistible prueba del conservadurismo humano que se resiste
al cambio.
QUIEN ESTE LIBRE DE CULPA QUE DÉ EL PRIMER MORDISCO
Todos los pueblos de la tierra albergan un momento en el que sobre
ellos planea la sospecha de haber practicado el canibalismo o realizado
sacrificios humanos. En ocasiones estos se han abandonado para luego
retornar con extrema ferocidad ante una situación nueva.
En Roma desaparecieron en un tiempo muy temprano, casi en el período
mítico, para reaparecer con posterioridad al irrumpir religiones
orientales. En el ámbito nórdico- germánico
hay pocas huellas más allá del sacrificio de Wotan
en el Roble del Destino. Entre los pueblos mediterráneos
fue muy frecuente y otro tanto entre las tribus dravídicas
de la India. Los sacrificios humanos abundan más entre las
culturas de carácter telúrico, totémico y ginecocrático,
que entre las de carácter guerrero y viril. La Gran Madre
exige muchos más sacrificios que el Dios Sol. Solamente en
Mesoamérica se dieron sacrificios humanos al Sol. En Guatemala,
el equipo perdedor en el juego de pelota, perdía también
la cabeza que era ofrecida al Sol. Y otro tanto en Chizen-Itza.
Pero incluso en América, la mayoría de sacrificios
se realizaban a diosas-serpiente, la Madre Tierra o el dios-año
(es decir al sol sometido a la ley de ascensos y descensos que cada
día busca fuerza renovada ocultándose en el horizonte
en el seno de la Madre Tierra).
En la playa de Ipatanga, en San Salvador de Bahia, Brasil, José
Mauricio Carvalho, líder de la secta "Asamblea Universal
de Santos", ahogó a ocho niños de 7 años
a finales de los años setenta. Arrojados desde lo alto de
un acantilado en el curso de una ceremonia, Mauricio explicó
que el sacrificio era para mayor gloria del dios de las aguas...
Brasil es hoy una potencia atómica y un coloso económico,
pero ni aun así ha logrado erradicar los ritos ancestrales.
Los viejos dioses siguen exigiendo la misma sangre de otros tiempos.
|
|