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ANTROPOLOGÍA E HISTORIA > ENUMA ELISH

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Laberintos

Herejías y herejes de nuestro tiempo


 


El "Enuma Elish", el cantar de la antigua Babilonia

por Hyalmar Blixen


Bajo la pala de los arquéologos, las arenas de Mesopotamia han ido devolviendo ciudades perdidas, ciudades de milenarios imperios pasados, de los cuales el hombre del siglo XIX a veces no sospechaba su remota existencia. Mundos extraños, con sus manifestaciones de arte y de ciencia, que nos dejan atónitos, empezaron a aparecer de entre las arenas, en las tierras regadas por el Eufrates y el Tigris. Y los ladrillos escritos en cuneiformes nos aportaron una literatura tan antigua, que la griega es hoy no ya una etapa de comienzo sino de culminación dentro del mundo antiguo. Entre aquellos cantares rescatados, el "Enuma Elish" será siempre valioso por su contenido cosmogónico y por resultar la más alta manifestación de la épica de Babilonia durante el tiempo de la primera dinastía (entre los siglos XIX a XVII antes de J.C.).

Quizá, como los piensa King, el "Enuma Elish", si nos atenemos a su fondo mítico originario, se remonte a una antigüedad aún más venerable, pero eso ya entra dentro de una cadena de suposiciones que no están todavía demostradas. De lengua arcaica, que recuerda el viejo dialecto babilonio, de métrica algo dura aún, trata este cantar el tema del entronizamiento del dios Marduk, que de antiguo dios de la ciudad pasó a ser, durante algunos siglos, por obra de las conquistas de Babilonia, la más importante divinidad de Mesopotamia. ¿Qué queda ahora de esa ciudad? ¿Qué resta ahora de ese dios? Se dejó de pensar en él y se disolvió, quedó convertido en objeto de curiosidad histórica, en héroe de un cantar antiguo, en estatua borrosa de la galería de los mitos.

El "Enuma Elish" es una flor sangrienta en la poética de Babilonia; en vano buscaremos en él dulzuras y delicadezas; canto duro es, donde ronda la muerte en acecho de los dioses y de los hombres. El título de este cantar exótico para nosotros, está formado por las palabras iniciales del primer verso, ya que los mesopotámicos tenían la costumbre de designar los cantares por las palabras de su comienzo:

"Enuma elish la nabu shamanu..."; este verso se traduce así: "Cuando en la altura los cielos aún no estaban nombrados..."

Siete tablillas de barro cocido, con apretados cuneiformes -en cada una de aquéllas caben unos ciento cincuenta versos- constituyen este poema, que era nacional y sagrado, al punto que se recitaba en la fiesta de Akitu, la más importante de todas las del ceremonial sacro de aquel pueblo: en el cuarto día de Nizán -mes con el que empezaba a contarse el año en Mesopotamia- tenía lugar el recitado ritual del poema. En un viejo texto se lee: "Después de una pequeña comida, el sacerdote Urigallu recitará al dios Bel, la mano levantada, el "Enuma Elish", desde el comienzo al fin. Mientras él recite el Enuma Elish a Bel, la parte delantera de la tiara del dios Anu y el trono de Enlil estarán cubiertos". Gaster recuerda que la imagen de Marduk era paseada por las calles y luego entronizada en un panteón. E incluso el ceremonial se hacía más ostentoso y rico, pues los demás dioses, representados por sus estatuas, eran sacados de sus respectivos templos para hacer a Madruk visitas reverenciales.

"Cuando en la altura los cielos aún no estaban nombrados

y en lo bajo la tierra no tenía aún nombre..."

Así, ya lo señalamos, comienza el poema. No existía más que la sustancia indiferenciada; las cosas sólo podían nacer si los demiurgos pronunciaban, entre ritos mágicos, el nombre de ellas. En la vieja doctrina de la palabra, del nombre o del verbo: se ordena que aparezca tal cosa, la que se halla sumergida en la sustancia indiferenciada y la cosa toma cuerpo, consistencia, existencia. Son muchas las similitudes que podrían ser citadas: la más conocida es la del Génesis Bíblico: Jehová crea por medio de la palabra: "Hágase la luz. Y la luz fue". En el Popol Vuh de los mayas, los dioses dijeron: "¡Tierra! Y al instante nació". Otros textos podrían ser también citados.

Al principio no existe sino el agua: el Apsu, deidad masculina, primordial y procreadora (el abismo inicial, la masa de agua dulce que los antiguos creían que rodeaba la tierra y que los griegos llamaban "Océano" y Tiamat, deidad femenina, el mar de aguas saladas. En las cosmogonías de todos los pueblos antiguos, lo primero que surge es el agua; luego la tierra, en medio del agua y después los astros. El cantar continúa así:

"El Apsu primordial y procreador

y la tumultuosa Tiamat, madre de todos,

mezclaban indistintamente las aguas,

cuando los despojos de los cañaverales no estaban amasados

y los canales no se podían ver,

cuando ningún dios había todavía aparecido

ni recibido nombre, ni sufrido destino..."

El poema trata de pintar la serenidad y simplicidad iniciales de nuestro mundo, cubierto totalmente por las aguas; entonces las saladas y las dulces, dice, estaban mezcladas. No existía la tierra, ni el cielo lleno de estrellas. Pero poco a poco surgen generaciones de dioses, cada vez más importantes y activos, ante cuya potencia el mundo se transforma; así, el "Enuma Elish" alude primero a la creación de Lakhmu y Lakhamu, después a la de Anshar y Kishar, que significan "lo alto" y "lo bajo", parejas de deidades que, como vemos, son más bien abstracciones filosóficas. Estos últimos tuvieron un hijo: Anu, el cielo, dios que es la contrapartida babilónica de An; éste último forma, junto con Enlil (la tierra) y Ea (el agua) la trinidad sumeria clásica. Entonces surgió la Actividad. El poeta anónimo da la idea de pasaje del estado de caos en reposo al del caos activo, de universo dormido a universo en movimiento, al narrar que multitudes de dioses que habían nacido turbaban a Tiamat por medio de movimientos desordenados, o sea no sometidos a una inteligencia superior.

"Turbaron, dice, los senos de Tiamat, retozando en el seno de las celestes moradas. Sus gritos no se debilitaban ni ante el mismo corazón de Apsu..."

Este, encolerizado, llega a la morada de Tiamat y le dice:

"Insoportable me es la conducta de los dioses. De día no puedo reposar, de noche no puedo dormir. Quiero aniquilarlos para dar término a sus agitaciones y que retorne el silencio, para que podamos volver al sueño".

Se adivina en estas palabras la expresión simbólica, que señala la lucha entre el mundo sometido aún al estado de sueño y el mundo que trata de despertarse, de ser activo y manifestarse en vida. Los hindúes iban, más adelante, a desarrollar estos conceptos de manera hermosa y profunda, pero el germen de esas ideas ya estaban en el "Enuma Elish".

No obstante, de entre los dioses activos se destaca Ea. Ea no es, como los demás, actividad desordenada, sino actividad inteligente; se le llama "el sabio" y más aún: "el omnisciente". Su conjuro logra vencer al Apsu. "Derramó, dice el cantar, un sueño sobre el Apsu, tranquilamente adormecido; le hizo estremecerse volcándole un sueño". Luego le da muerte, y sobre esas aguas (el Océano) erige su morada. En ella Ea engendra en Damkina, su esposa, a Marduk, el cual nace en el llamado "Santuario de los Arquetipos". Marduk es, según los teólogos del Enuma Elish, el más grande de todos los dioses.

Así pasa el tiempo, y Tiamat, indignada a causa del viento que agita sus aguas, formándole olas, decide destruir a los dioses de la dinastía de Anu. Crea un ejército de monstruos: da a luz a serpientes, dragones, esfinges, leones gigantes, hombres escorpiones, centauros; en total, once especies de monstruos, al frente de los cuales coloca a un dios llamado Kingu, con el que se desposa y a los que concede los derechos divinos que antes tuvo Apsu.

"Andar al frente de los dioses, conducir la hueste, levantar el arma de la provocación, lanzar el asalto, ser jefe en la batalla, ella puso todo en sus manos y le hizo sentar en el Consejo diciéndole : "He echado una suerte para ti; te he exaltado en la Asamblea de los dioses. Sé exaltado, oh, esposo mío, tú, el ilustre y que tu palabra prevalezca sobre la totalidad de los Annunaki" (los grandes dioses). Le dio luego a Kingu la tablilla de los destinos y la ató sobre su pecho, diciéndole: "Que tu orden sea inmutable y firme tu palabra"".

Así los dioses del caos se preparan para luchar contra la tríada babilónica formada por Anu, Ea y Marduk; este último, como vemos, ha sustituído, en el "Enuma Elish", a Enlil, de la vieja tríada sumeria.

Al principio las deidades temen el enfrentamiento, pero luego Marduk se ofrece a vencer a Tiamat y a Kingu, siempre que se le de el rango principal entre todos los dioses. Estos aceptan y exaltan a Marduk:

"En adelante tu palabra no se humillará más. Exaltar y abatir, tal será tu poder. Será estable la palabra de tu boca. Tu verbo no cambiará más. Ninguno entre los dioses franqueará tus límites... Marduk, tu eres nuestro vengador. Aquel que se confía a ti conserva su vida, pero el dios que ha concebido el mal derrama su vida". (Versos 7 a 18 de la tablilla IV). Sin embargo, los dioses exigieron antes un prodigio de Marduk: "¡Para demostrarnos tu poder, di una sóla palabra mágica y esta prenda de ropa será destruída! ¡Repite esa palabra y volverá a estar intacta!" Marduk pronunció una palabra y he aquí que la túnica se deshizo; volvió a pronunciarla y la prenda recuperó su estado primitivo. Entonces, todos los dioses creyeron a Marduk; se inclinaron hasta el suelo ante él, le acordaron el cetro, el trono y el "pallu" (insignia real). El gran dios babilónico tiene, como las deidades guerreras de otras literaturas épicas, armas fantásticas: en este caso, el rayo y también una red para aprisionar a Timat. Monta en la tempestad como en un carro de guerra. Un detalle curioso de los preparativos: Marduk se pinta los labios con ocre para proteger su boca de las potencias maléficas y además lleva hierbas aromáticas para impedir ser vencido por el hedor de Tiamat y de las bestias que ella ha creado.

Como vemos, el "Enuma Elish" canta al principio un caos en expansión, simbolizado por la creación que Tiamat hace de seres monstruosos; a este caos se opone Marduk, que es el movimiento ordenado e inteligente. Pero el autor anónimo, por entre el tejido filosófico o teogónico, deja asomar al poeta; éste humaniza a esas fuerzas antagónicas y crea efectos de expectativa, dados por la preparación de ambas deidades contenedoras.

El combate entre Marduk y Tiamat es el combate entre dos magias: se decide cuando Marduk lanza el viento malo a la boca de Tiamat; este viento le impide cerrar las mandíbulas y devorar al dios; luego Marduk le atraviesa el corazón con su flecha. La derrota de Tiamat pone en fuga a los monstruos pero el dios babilónico los captura con su red y a Kingu le arrebata la tablilla de los Destinos. Luego, el cuerpo inanimado de Tiamat que, como recordamos era el mar, es dividido en dos partes: una de ellas forma la bóveda celeste, porque todos los pueblos primitivos creían era ésta un mar de arriba, que se había separado del mar terrestre por obra del arquitecto del mundo; los mitos difieren en sus detalles, pero el concepto es el mismo. La tablilla IV concluye señalando que Marduk construye en los cielos su gran palacio, el Esharra, pero las tablillas V y VI son de más valor, ya que narran cómo el dios vencedor del caos organiza el mundo.

Madruk crea primeramente las estaciones, y según sean unas u otras, dominan tales o cuales astros, los que fueron formados, junto con el sol, a continuación. Organiza los años y los divide en doce meses. Le merece al poeta anónimo mayor atención la creación de la luna, Nannar, a la que el dios encarga de la vigilancia y adorno de la noche y de la medida del tiempo:

"Todos los meses, sin cesar, harás signos con tu disco.

Al principio del mes, cuando comiences a lucir en el país

brillarán tus cuernos para indicar los seis primeros días;

el séptimo día mostrarás la mitad de tu disco.

En tu plenitud ponte en oposición con el sol: será la mitad del mes.

Cuando el sol se te haya unido en el horizonte

disminuye tu disco y comienza a decrecer.

Al día de oscuridad aproxímate, del camino del sol.

El día veintinueve ponte de nuevo en oposición con el sol".

De distintas partes de Tiamat hace montañas, ríos (el Eufrates y el Tigris). También utiliza a las once especies de monstruos que Tiamat había creado y los hace sostener, transformados en estatuas, las puertas del Apsu. La tablilla V concluye con el anuncio de Marduk de edificar a Babilonia; en cuanto a la tablilla VI está dedicada a la creación del hombre.

"Madruk, al oír el llamado de los dioses

decidió crear una gran obra.

Tomando la palabra se dirigió a Ea,

para escuchar su consejo sobre el plan que había concebido:

-Quiero crear una redecilla de sangre, formar una osamenta

para producir una especie de ser cuyo nombre será "hombre".

Que sobre él recaiga el servicio de los dioses para el alivio de éstos".

En casi todos los cantares y relatos cosmogónicos arcaicos aparece esta misma intención: el hombre es creado para servir a los dioses; esta servidumbre se manifiesta originariamente en dos aspectos fundamentales: alimentación y alabanza; la primera por medio de los sacrificios sangrientos y la segunda por los himnos laudatorios. De cualquier manera se trata de la primera hipótesis que el hombre se forja acerca de su razón de ser y estar en el mundo. Cuando los pueblos de las civilizaciones primitivas llegan a cierto grado de madurez, empiezan a ser mordidos por preguntas a las que buscan explicación por medio de éstos u otros mitos. Ea aconseja a Marduk que para hacer el hombre no sacrifique a todos los dioses vencidos, sino a uno solo, al más culpable, que pague por todos y que redima al resto de los dioses vencidos. La Asamblea de las deidades encuentra que el más culpable, el que incitó a los demás fue Kingu. Así, pues, el hombre sustituye a los dioses condenados a la destrucción, asumiendo, en lugar de ellos, el carácter de efímeros, de sustancia perecedera. Con la sangre de Kingu, sangre divina, pero malvada y rebelde, están hechos los hombres y participan de esas características. Asistimos así, en este cantar, a una de las más antiguas alusiones a la teoría de la transmisibilidad de las culpas. El hombre muere, pues, porque está hecho de sangre destinada a morir: es una especie de pecado original cometido en la época en que aún no era hombre. Esta tablilla explica, así, de manera mítica, la muerte, el pecado, la angustia, la sujeción a un orden natural impuesto, conforme lo entendieron los antiguos babilonios. No obstante, ya en Sumer existía otro relato acerca de la caída de los humanos, relato más conforme al texto bíblico: un cilindro nos presenta a un hombre y a una mujer sentados delante de un árbol de grandes frutos; del lado de la mujer hay una serpiente; esta explicación es más antigua que la del "Enuma Elish", pero tiende a contestar míticamente las mismas preguntas eternas: ¿Por qué morimos? ¿Por qué cometemos acciones que nuestra conciencia rechaza? Aquellos poetas arcaicos, perdidos en la noche de los tiempos, buscaban una solución a estas cuestiones y vertían en mitos su angustia existencial, mitos transmitidos en versos, a veces duros o extraños a nuestra sensibilidad, pero llenos de la resonancia mágica que viene de épocas tan lejanas y que nos demuestran que el corazón del hombre de Mesopotamia, cuyos cantares quedaron enterrados en las arenas durante treinta y hasta cuarenta siglos, también latía como el nuestro y también buscaba a tientas explicaciones frente a los muros infinitos del misterio, delante de los que nuestro existir se golpea como un pájaro preso en una jaula estrecha.

 

 
 
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