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Antropología
e Historia (desaciendo mitos)
Qué es el fundamentalismo?
Crítica del poder occidental y cristiano
1.- ¿Fundamentalismo?
1-1.- Occidente.
1-2.- Próximo Oriente.
1-3.- Extremo Oriente.
1-4.- Diferencias e Identidad.
1-5.- Fundamento e integridad.
2.- El poder como fundamento.
2-1.- Nota sobre el "poder".
2-2.- Hinduismo.
2-3.- Budismo.
2-4.- Confucianismo.
2-5.- Judaísmo.
2-6.- Islamismo.
2-7.- Cristianismo.
2-8.- Identidades.
3.- Fundamentalismo cristiano.
3-1.- Antecedentes.
3-2.- Precapitalista.
3-3.- Capitalista.
3-4.- Constantes.
4.- Cristo, dólar y Corán.
4-1.- Memoria histórica.
4-2.- Fundamentalismo yanki.
4-3.- Hasta 1946.
4-4.- Hasta 1973.
4-5.- Hasta hoy.
4-6.- El ganador.
5.- La libertad humana.
5-1.- Impotencia de la izquierda.
5-2.- Responsabilidad histórica.
5-3.- Libertad y dogma.
5-4.- Cinco mandamientos.
5-5.- Cinco prácticas.
5-6.- Liberación y dios.
1. ¿FUNDAMENTALISMO?:
1-1.- Occidente:
En el tránsito del siglo XIX al XX las tres
grandes corrientes del cristianismo -católicos, ortodoxos
y protestantes- se enfrentaban a una dura pugna interna y externa.
Cada una de ellas y el cristianismo en su conjunto debía
recomponer sus bases esenciales muy seriamente cuestionadas por
el desarrollo implacable de lo que se definió como "modernidad",
una mezcla explosiva de cuatro factores: Una era la expansión
capitalista que entraba en su fase imperialista extendiendo e intensificando
la explotación de pueblos enteros. Otra era la expansión
científica y tecnológica implacable, al margen ahora
de las concepciones mecanicista que la sustentaban. Además,
estaba la crítica rigurosa de la dogmática religiosa.
Y por último, el clima creado por la conjunción del
movimiento obrero dentro del capitalismo central y luchas coloniales
de liberación y primeros cuestionamientos radicales del occidentalismo.
Las tres corrientes cristianas reforzaron su identidad
propia contra las críticas internas y externas. El catolicismo
reprimió duramente a la llamada "desviación modernista"
que cundió en EEUU y Europa reafirmando la tradición
a lo largo de los pontificados de León XIII y Pío
X. El protestantismo creó en 1909 el Instituto Bíblico
afincado en la ciudad de Los Ángeles que editó 12
volúmenes con el título de "Los Fundamentos"
en los que se desarrollaban los 5 puntos básicos consensuados
en 1895. La Iglesia Ortodoxa amplió su apoyo al zarismo desde
finales del XIX y tras la revolución de 1905 incrementó
su intervención directa y pública hasta grados que
para sí hubiera querido Jomeini. En realidad, las tres corrientes
partían de una base común: la creencia en que ellas
eran las únicas y exclusivas depositarias del tesoro de la
fe, del mandamiento de "amarás a dios sobre todas las
cosas". Como luego veremos, el fundamentalismo cristiano tiene
su origen en ese mandamiento básico.
El "fundamentalismo" aparece históricamente
entonces como concepto fuerte que expresa el proceso de recuperación
y reafirmación de los "fundamentos" irrenunciables
en situaciones de crisis. Ciertamente, los "fundamentos"
del cristianismo estaban siendo desmontados: la teoría de
la evolución de Darwin, las leyes de la Termodinámica,
las investigaciones sobre la historicidad de la Biblia y las razonadas
dudas sobre la existencia real de Cristo, la irrupción del
marxismo, la crítica psicoanalítica al cristianismo,
la laicización social...
Por otra parte, actuando como sustento ideológico,
el pensamiento burgués estaba cada vez más penetrado
por un pesimismo derrotista, por una visión apocalíptica
que contrastaba abiertamente con el optimismo juvenil de la burguesía
revolucionaria de finales del XVIII y comienzos del XIX. El segundo
romanticismo, el que giró a la derecha renegando de los valores
del conocimiento y mitificando un pasado escrito por las minorías
ricas. Schopenhaur, Spengler, Lombroso y su criminología,
el genetismo racista potenciado por los Estados occidentales para
controlar la emigración. El darwinismo social.
A final del siglo XIX se populariza el concepto de
"integrismo": un partido "integrista" español
defiende la unidad del Estado amenazada por los separatismos internos
y la descomposición imperial. También empiezan a oírse
dentro del catolicismo opiniones "integristas" que reivindican
la vuelta a la "integridad" del dogma; pero el "integrismo"
religioso tardará más tiempo en coger fama, aunque
era utilizado ya en las discusiones internas. Luego perdurará
una corriente integrista que penetra vía Vaticano en movimientos
políticos católicos que no dudan en adaptarse y hasta
integrarse en los fascismos según las peculiaridades estatales
y los problemas históricos irresueltos de las burguesías
a las que sirven.
1-2.- Próximo Oriente:
Mientras esto sucedía en Occidente en los amplios
territorios musulmanes se libraba una lucha idéntica en el
fondo pero diferente en la forma. Allí, sin recurrir al concepto
de "fundamentalismo" se sostuvo un ensangrentado enfrentamiento
teológico entre los renovadores y los ortodoxos islámicos.
La causa histórica ha de buscarse en los efectos desestructuradores
de la implacable penetración colonial y las consecuencias
sociales inevitables: occidentalización de las clases dominantes
y de las castas religiosas, corrupción pública, pobreza
creciente de las masas, abusos y desprecios de los extranjeros cada
vez más numerosos y chulos.
Sí hubo una diferencia cualitativa con respecto
al "fundamentalismo" e "integrismo" occidental:
los movimientos de vuelta a la tradición, de recuperación
de lo propio, de integración de lo que se estaba desintegrando
bajo la presión occidental, fueron movimientos populares
armados que pasaron a la violencia defensiva. Hubo dos fases: en
la primera fueron movimientos populares claramente progresistas
con reivindicaciones similares a las exigidas por las revoluciones
campesinas y burguesas europeas contra el feudalismo y absolutismo
católicos. Esta fase se dio entre 1795, 1831 y 1852 en el
imperio turco, Irán e India terminando en derrotas militares.
Renació en India en 1864-1868, concluyendo en una derrota
aplastante. Tales luchas se nuclearon alrededor del wahhabismo y
babidismo.
La segunda fase está marcada ya por otras condiciones
estructurales. El colonialismo había aprendido de las luchas
anteriores. Las clases dominantes musulmanas y las castas religiosas,
que ayudaron fielmente a Inglaterra a liquidar a los wahhabitas,
estaban totalmente desprestigiadas. Dentro de la intelectualidad
musulmana aparecieron grupos claramente "progresistas"
prooccidentales, pacíficos y colaboracionistas en la práctica.
La occidentalización estaba mucho más avanzada y las
relaciones de explotación capitalistas más endurecidas.
Las reacciones de respuestas se aglutinaron alrededor
de los musulmanes ortodoxos capaces de rescatar las formas tradicionales
de ayuda y solidaridad mutua, de argumentar en base al Corán
la necesidad de mantener el control de la usura y la prohibición
de la banca privada, de presentar un proyecto cultural propio contra
la occidentalización, de criticar con su rectitud personal
la corrupción colaboracionista de los "reformadores",
de legitimar teológicamente la necesidad de la "guerra
santa" o 'jihad' por parte de las masas empobrecidas.
De entre los movimientos de respuesta de esta segunda
fase destacan dos: el que se desarrolló a partir de 1885
en amplias zonas de Arabia, Egipto y Sudán centralizado por
el mahadismo, y el que estalló en 1911 en los territorios
ocupados por Italia centralizado por el senusismo. Hubo otros, sobre
todo en lo que eran entonces las "posesiones" de los Estados
francés y español en lo que hoy es Argelia y Marruecos.
En el primero, Inglaterra tuvo que recurrir a todo
su poder militar y al descarado colaboracionismo de las clases dominantes
y de las castas religiosas corruptas para ganar al fin la guerra
en 1898 destruyendo el Estado teocrático ortodoxo del Sudán.
Victoria también favorecida por las agudas disensiones internas
al mahadismo al fracasar en sus promesas de justicia social y control
de la minoría enriquecida.
En el segundo, la victoria italiana no fue nunca completa
ni definitiva, reapareciendo posteriormente la lucha popular armada
en Libia cuando el fascismo lanzó la segunda ofensiva imperialista.
No hace falta decir que en ambas ofensivas, el Vaticano, que había
excomulgado al gobierno de Roma en 1871, no dudó en apoyarlo
totalmente legitimando la "cristianización" y la
"tarea civilizatoria". También es cierto que los
senusitas no tuvieron apenas apoyo de otros movimientos pues ellos
mismos se habían negado en 1885 a aliarse con los mahaditas.
Tenemos un cuadro bastante aproximado de lo que era
el fundamentalismo cristiano y los movimientos ortodoxos musulmanes
de respuesta popular armada al colonialismo capitalista. Más
adelante veremos cómo ese colonialismo, que de inmediato
entraría en su fase imperialista, se justificaba en el fundamentalismo
occidentalista cristiano como tarea civilizatoria intrínsecamente
buena y justa. En 1944 EEUU añadiría a esa "civilización"
los mitos de "desarrollo" y "progreso".
1-3.- Extremo Oriente:
Pero también el mismo proceso aunque con diferencias
específicas se estaba dando en Asia. No nos vamos a extender
en las discusiones entre los "modernistas" y los "tradicionalistas"
dentro del budismo ceilandés de la época. Tampoco
lo haremos en la evolución del hinduismo hacia una mayor
centralización en la figura de Ramakrishna muerto en 1886
y radicalización en los sihks frente al colonialismo inglés
e islamismo que aumentaba su poder en gran medida debido al apoyo
colonial, que lo usaba como fuerza de contención y estabilidad
una vez destrozado el wahhadismo. Sí lo haremos, por su obvia
importancia, en los procesos habidos en Japón y China, por
este orden.
A comienzos del siglo XVI los comerciantes europeos
habían introducido en Japón el cristianismo en su
versión católica. La reacción nacionalista
unificadora lo prohibió a finales del XVI y hasta 1854 Japón
no sufrió agresiones occidentales, cuando la armada yanki
abrió a cañonazos el hermetismo nipón. El impacto
por las condiciones yankis fue tal que surgió un nuevo nacionalismo
que tomó el poder con la revolución Meiji de 1867,
unificando el país al vencer a los poderes feudales propensos,
como en el siglo XVI, a negociar rendiciones particulares con los
invasores occidentales.
Una de las medidas del gobierno fue oficializar el
culto sintoísta en detrimento del budista en 1868. El sintoísmo
era -lo fue hasta enero de 1946- la religión oficial, estatal
e imperial. El sintoísmo adoraba al emperador como dios y
a los dioses familiares como guardianes de la tradición y
sirvientes del emperador. Por contra el pueblo rendía culto
a un sincretismo sinto-budista que no satisfacía las necesidades
centralizadoras del nuevo nacionalismo antioccidental. Expulsado
el cristianismo había que controlar al budismo. Pero las
duras medidas de marginación del budismo no surtieron efecto
por su arraigo popular y en 1889 se le rehabilitó de nuevo
manteniendo la primacía sintoísta. Sobre estas bases
político-religiosas, Japón se lanzó a una intensa
industrialización, militarización y expansión
geográfica justificada con la ideología panasiática
antioccidental.
En China la irrupción del occidentalismo y
del fundamentalismo cristiano fue inmensamente más dañina
por la misma debilidad del gobierno. A finales del siglo XIX franceses,
rusos, alemanes y japoneses presionaban para arrancar concesiones
económicas, territorios y puertos y por asegurar la impunidad
oficial de múltiples "misioneros" protestantes,
católicos y ortodoxos. Se revelaron en muchas ciudades sociedades
secretas y movimientos populares, especialmente los llamados bóxeres,
que reivindicaban la vuelta a las tradiciones nacionales chinas
que en esos momentos se expresaron de forma conservadora pero antioccidental.
La sublevación popular cercó las legaciones
internacionales en Pekín en verano de 1900. Un ejército
internacional formado por unidades de las potencias arriba citadas
más EEUU fue a liberarlas ocupando Pekín un año
entero. Después obligó al gobierno chino a leoninas
concesiones de todo tipo. El fracaso de la dinastía manchú,
de su ejército y de las sublevaciones populares, animó
a las fuerzas progresistas y revolucionarias para forzar la instauración
de la República en octubre de 1911, abriendo un largo período
de conflictos armados, guerras de liberación y revoluciones
sociales que culminaría en la victoria del Partido Comunista
Chino en 1949.
1-4.- Diferencias e Identidad:
Después de este rápido repaso de las
principales luchas defensivas de los pueblos no europeos a la colonización,
fundamentalismo e integrismo cristiano, que le legitimaba incluso
antes de popularizarse el propio término, podemos extraer
cuatro diferencias y una identidad:
Una, el fundamentalismo cristiano respondió
no a agresiones externas no eurooccidentales, sino a contradicciones
específicamente internas, propias, exclusivas del cristianismo
dentro de la sociedad capitalista occidental, mientras que absolutamente
todos los movimientos y luchas de resistencia anticolonial y antioccidental
tenían contenidos anticristianos por cuanto ésta religión
era el cemento legitimador de las agresiones que sufrían.
El cristianismo había fusionado su suerte histórica
a las clases dominantes romanas ya en el siglo IV, aunque la había
unido un siglo antes. Es más, en cuanto creación no
de Cristo, sino de los grupos de la Anatolia bajo la dirección
de Pablo, el cristianismo era desde su mismo nacimiento una religión
incomprensible al margen de la lógica dineraria inherente
al pensamiento grecorromano. La permanente tensión entre
Yahve y Baal, limosna y usura; las contradicciones evangélicas
en todo lo relacionado con el dinero y su rentabilidad, la tesis
central del cristianismo de Pablo de la evangelización de
los gentiles como inversión ideológica de la expansión
dineraria y comercial grecorromana, todo esto, que es una de las
almas del cristianismo y que renacerá con el protestantismo
y calvinismo, y actualmente con la versión católica
del neoliberalismo, que la hay, hace que el cristianismo tenga una
fuerza fundamentalista endógena, interna, no exógena,
producto de la necesidad de defenderse de agresiones exteriores,
de enemigos llegados de fuera.
Dos, mientras que el fundamentalismo cristiano en
sus tres corrientes contó con el apoyo entusiástico
de las clases dominantes europeas en sus respectivas áreas,
sucedió al contrario en los movimientos de respuestas -a
excepción de Japón por especiales condiciones- que
no tuvieron otra alternativa que enfrentarse a una "alianza
de dinero" entre las potencias occidentales y sus clases dominantes,
incluida la lucha china pues los bóxeres no contaron con
todo el apoyo institucional. Frente a la "alianza de dinero"
muchas veces existió "alianza de tradición",
es decir, movimientos interclasistas y populares defendiendo con
las armas las costumbres y tradiciones propias.
Debido al carácter endógeno del fundamentalismo
cristiano, las clases dominantes nunca han tenido problemas serios
tanto en apoyar procesos involucionistas, como en impulsarlos e
incluso exigirlos. Naturalmente, hay que introducir aquí
dos cuestiones importantes: las diferencias y hasta choques entre
clases propietarias en ascenso o descenso y, unido a ello, los proyectos
nacionales inseparables a cada uno de esos bloques. Por ejemplo,
el proceso de reafirmación fundamentalista de Inocencio III
contra los albigenses o cátaros contó con el apoyo
e impulso de determinadas fracciones de las clases dominantes en
abierta confrontación con otras. En la Europa de finales
del XII y comienzos del XIII, prácticamente durante todo
est siglo, también el "problema cátaro"
expresó uno de los inicios de las posteriores reivindicaciones
nacionales. Por ejemplo, siguiendo esta tónica, las guerras
husitas posteriores respondieron a agresiones fundamentalistas que
también eran de defensa de intereses nacionales opresores
tal cual se vivían en el XV las masas campesinas, artesanas
y hasta sectores empobrecidos de la nobleza checa.
Tres, mientras que el fundamentalismo cristiano en
sus tres corrientes tenía un único sentido reaccionario,
no sucedió así en las luchas y movimientos de respuesta
no occidentales ya que éstos a la vez estaban condicionados
por la historia propia de cada país o región sociocultural
amplia, de modo que unos fueron conservadores y otros progresistas,
pero sólo el japonés fue reaccionario como lo demostró
en su agresión a China -no confundir conservadurismo con
reaccionarismo- y sí todos fueron antioccidentales y anticristianos,
aunque luego desarrollaran fuerzas capitalistas.
No es posible encontrar un fundamentalismo cristiano
revolucionario, ni incluso la Teología de la Liberación
de la que hablaremos al final. Roma ha ido reafirmando y reconstruyendo
las partes dañadas del dogma, a la vez que ampliándolo
según las necesidades del momento, en respuesta a los procesos
centrífugos y secesionistas que cuestionaban su cetro, ya
desde el inicio mismo de la formación de su poder político-teológico
y militar-teológico. Otro tanto hay que decir de Bizancio
y más tarde del Patriarca de Moscú. No hace falta,
pensamos, exponer ahora la historia asesina del protestantismo una
vez asegurado el poder de la alianza entre príncipes y burguesía
ascendente, es decir, su conversión en otro fundamentalismo
práctico. De igual modo, la vigente contrarreforma fundamentalista
vaticana es profundamente reaccionaria y antidemocrática.
Cuatro, mientras que el fundamentalismo cristiano,
en base a su unidad reaccionaria, dio nuevas legitimidades al imperialismo,
las luchas de respuestas aun siendo derrotadas o integradas en los
poderes establecidos aumentaron la legitimidad de las crecientes
luchas de liberación nacional y social, incluso en el caso
japonés ya que su victoria en 1905 sobre el zarismo destrozó
el mito de la invencibilidad occidental e incrementó sobremanera
el orgullo panasiático.
La práctica histórica del fundamentalismo
cristiano nos exige enriquecer el concepto de imperialismo, que
lo aplicamos exclusivamente al período histórico posterior
a la fase colonialista del Capital. Pero, en realidad, desde una
perspectiva histórica más prolongada, debemos entender
por imperialismo el conjunto de agresiones estratégicas y
globales en beneficio de un poder opresor. Podemos así entender
más científicamente, por ejemplo, la tarea del cristianismo
en el imperialismo de Carlomagno contra los sajones; en el de la
Orden Teutónica contra los eslavos del centro y norte europeo;
en el de las cruzadas en Oriente Próximo y Medio, etc. Nada
de esto ocurre en los fundamentalismos de respuesta. Tocamos así
un problema teórico apenas investigado aún y al que
nos hemos referido anteriormente: el de las relaciones del militarismo
con la teología. También aquí hemos de decir
que en nada se parece la tarea y contenido de clase del fundamentalismo
cristiano con los fundamentalismos de respuesta.
Ahora bien, esas innegables diferencias no pueden
ni deben ocultar una identidad de fondo: todos fueron movimientos
religiosos al margen del carácter profético -cristianismo
e islamismo- o sapiencial -budismo, sintoísmo, confucianismo
y taoísmo- de cada uno de ellos. Ninguno fue un movimiento
laico y secular, y mucho menos ateo y consecuentemente materialista.
Es decir, todos tienen dos bloques de características comunes:
la identidad religiosa centrada en cinco mandamientos esenciales
a todos ellos y la identidad de motivación esencial al responder
a otras cinco situaciones de crisis de sus fundamentos últimos.
Es esa identidad la que le impele a defender en la
práctica una misma filosofía sobre la existencia humana
y por tanto, un mismo criterio anticientífico sobre el potencial
emancipador del conocimiento. Y de aquí surge, al final,
la natural tendencia de todas ellas a reaccionar en base al autoritarismo
fundamentalista, aunque en un principio unas se defendieran de otras.
Pero no podemos pasar por alto una aplastante experiencia
histórica: las diferencias significativas, aun siendo todas
ellas religiones, que existen en su interior con respecto a dos
bloques de prácticas: uno, el formado por el contenido contradictorio
interno de lo utópico, mesiánico y liberador, y otro,
muy unido a este por su génesis, la representatividad contradictoria
interclasista o preclasista de cada religión. Ambos tienen
una gran importancia a la hora de comprender los diversos comportamientos
y en el momento de pasar de una definición general del fundamentalismo
a su verificación concreta. En realidad se trata del problema
de la debilidad de cada religión o grupo de religiones para
resolver transitoriamente la dialéctica de lo esencial y
de lo fenoménico. Hablamos de debilidad o si se quiere de
incapacidad, que no de capacidad o fuerza para lograrlo. Una de
las causas del fundamentalismo es precisamente esa debilidad interna
y consustancial a toda religión. De entre todas las que hemos
citado, la cristiana es la más débil y por ello la
más brutal e inhumana.
Son las religiones proféticas las que más
arrastran esa debilidad y las sapienciales, aun siendo religiones,
las sobrellevan mejor. Ello es debido a que las sapienciales apenas
han generado componentes utópicos, milenaristas y mesiánicos
en su interior ya que provienen de sociedades en las que la división
de clases no estaba tan agudizada.
Aunque con diferencias en la evolución social,
las sociedades de la India, China y Japón, no habían
avanzado tanto en la escisión clasista como la sociedad judía,
la grecorromana y las sociedades del Oriente que construyeron la
dogmática islámica. Resumiendo: Las religiones proféticas
-judaismo incluido- nacieron en momentos de profunda e irreconciliables
escisión clasista mientras que las sapienciales en sociedades
divididas en castas o con poca división clasista.
Las tensiones clasistas escinden y refuerzan al judaísmo,
cristianismo e islamismo. Se trata de un proceso contradictorio
de construcción social, cargado de presiones e intereses
y que va dejando un rastro sangriento tras la marcha de las discusiones
teológicas. En el budismo, confucianismo, taoísmo
y sintoísmo lo que sucede por lo general es una pugna entre
religiones pues cada una de ellas es representante de un bloque
social, aunque también una clara injerencia de los poderes
políticos como fuerzas fundantes del dogma. El caso mixto
del hinduismo es revelador. Las luchas intermitentes a cuatro bandas
-cristianismo, islamismo, hinduismo y budismo- que nos retrotraen
a períodos ya vistos y a posteriores a la independencia de
la India y la partición de Pakistán y Bangla Desh,
son una muestra del potencial movilizador de una religión
mixta en un contexto cargado de toda serie de contradicciones materiales
y simbólicas.
Concedemos extrema importancia teórica a las
cuestiones que hemos tocado y en el último capítulo
dedicado al fundamentalismo como tal y a la libertad humana, volveremos
sobre ellas extensa e intensamente.
Ahora vamos a acabar este capítulo explicando
la tesis según la cual el fundamentalismo es una ruptura
específica y única de la dialéctica entre lo
esencial y lo fenoménico. Lo expuesto hasta ahora nos sirve
de soporte ejemplarizador y el capítulo inmediatamente posterior,
el 2º, será una aplicación de lo teórico
a la evolución del cristianismo.
1-5.- Fundamento e integridad:
Hemos visto cómo el fundamentalismo cristiano,
en cuanto definición moderna que no en cuanto práctica
histórica, aparece en un momento especialmente crudo para
esa religión. En ese momento sus tres corrientes más
importantes optan por reafirmar los "fundamentos" frente
a las innovaciones y mantener su "integridad". Y aquí
surge el problema: ¿cuáles son esos "fundamentos"
y cual su "integridad"? Más aún: ¿cuál
es la filosofía del fundamentalismo como sistema de reafirmación
del dogma? O si se quiere expresarlo de otro modo ¿se puede
hablar de un método fundamentalista? De ser cierto ¿qué
relación guarda con el método científico el
método fundamentalista? Es aquí donde se rompe la
dialéctica entre la esencia y el fenómeno. Se rompe
porque el cristianismo, como cualquier religión, tiene un
criterio definidor del "fundamento" y de la "integridad"
que no resiste los envites de la realidad siempre cambiante.
Para el cristianismo los "fundamentos" están
en la Biblia. Pero este libro tiene tantas lecturas e interpretaciones
como lectores e intérpretes existan; es tan discutible como
se quiera su "integridad" que de ahí la necesidad
de un dogma comúnmente aceptado. Los católicos y ortodoxos
lo tienen fijado mediante sus iglesias respectivas; los protestantes
los fijaron en cinco "principios" expuestos en los 15
volúmenes de "Los fundamentos". Pero ese dogma
envejece y se vuelve incomprensible para las nuevas generaciones.
Hay que readecuarlo periódicamente. Cada corriente cristiana
tiene sus métodos burocráticos para hacerlo. Pero
siempre hay problemas y discusiones en su actualización.
Todo cambio social amenaza a su "integridad".
La historia enseña y confirma que en esos momentos
son los poderes políticos y económicos terrenales,
que no celestiales, los que dictan e imponen la actualización.
Dedicamos todo el capítulo siguiente a demostrarlo así
que ahora no nos extendemos. Los problemas surgen del hecho muy
simple de que esa nueva fundamentación es siempre dogmática,
se remite a una concepción transcendente e incognoscible
científicamente. Siempre debe recurrir al principio de fe
en vez de al principio de la razón suficiente. Explicamos
esto pues es el secreto del problema que tratamos.
Fundamento viene de fundamental que es sinónimo
de primordial, básico, elemental, vital, esencial. En la
aceptación normal fundamento quiere decir origen, principio
y raíz en que estriba y tiene su mayor fuerza una cosa no
material. En la aceptación científica quiere decir
condición necesaria, que constituye la premisa de la existencia
de ciertos efectos, y que sirve de explicación de los mismos.
Al aparecer lo de condición necesaria se corta de raíz
toda posibilidad de derivación religiosa, transcendente;
se exige la demostrabilidad del fundamento.
Fundamentar una tesis sobre una cosa es descubrir
y dar a conocer lo básico, lo elemental y esencial de esa
cosa. Ello obliga a su vez a descubrir y dar a conocer sus cambios,
las formas diversas que adquiere en y con esos cambios. Lograrlo
requiere de un mínimo imprescindible de proposiciones notoriamente
verdaderas de las que se desprende lógicamente la tesis defendida.
Durante este proceso debe estar activo siempre el principio de las
relaciones entre lo esencial, lo elemental de la cosa y sus formas
externas, la envoltura o piel que tiene.
El "fundamentalismo" surge cuando se rompe
esa dialéctica y se quiere mantener el fundamento a cualquier
precio. Surge cuando se niega el movimiento y la contradicción,
y cuando se busca por cualquier medio reinstaurar algo tenido como
eterno, inamovible, estático y fijo de por siempre y para
siempre. Los idealistas no lo consigan nunca, pero lo intentan siempre.
Es esa obsesión, permanentemente negada por la realidad histórica
y la ciencia, la que constituye el método fundamentalista:
rechazar el movimiento y afirmar la quietud; rechazar el cambio
y afirmar lo permanente. El método fundamentalista es inherente
a la religión misma, a cualquiera. El método fundamentalista
es el método de la metafísica religiosa.
Precisamente, la evolución actual de la ciencia
asesta un golpe aún más demoledor a la pretensión
de quietud e inmovilidad del fundamentalismo. Frente a lo estático
se impone lo dinámico. Frente a lo parcial, lo global. Frente
a lo simple, lo complejo. Frente a lo unidireccional, lo multidireccional.
Frente al orden, el caos, y el caos como emergencia de un orden
sintéticamente superior. El movimiento, la lógica
de las contradicciones y de los cambios cualitativo, de la emergencia
de nuevos procesos, se imponen bajo la presión de los avances
en nuevos paradigmas. Una ontología sistémica que
define lo real como totalidad de procesos fluidos e interrelacionados.
Una complementariedad que nace de lo sistémico y de la superioridad
del todo frente a las partes para replantear la caducidad definitiva
de lo aislado y estático.
Una reafirmación de la creatividad crítica
del pensamiento en vez de la pesada palabrería de los principios
dogmáticos. Una comprensión lúcida de la tendencia
al orden de los procesos abiertos, en vez de aquél determinismo
pesimista de la inicial interpretación cerrada de la entropía,
de la segunda ley de la Termodinámica. Una concepción
sinérgica y emergente, no-lineal. La sinergia contra el fundamentalismo.
La creatividad vivificante de la no-linealidad contra la mecánica
apatía de la linealidad.
En resumen, el método científico reafirma
las viejas tesis precientíficas de la filosofía materialista,
del ateísmo, de la dialéctica y de la visión
holista de la naturaleza. Los avances científicos actualizan
la dialéctica del azar y de la necesidad, de la contingencia
y de la causalidad, como fuerza activa en los procesos emergentes,
abiertos y complejos. Para entender semejante globalidad rica y
amplia, debemos superar las limitaciones de la lógica formal
y ampliar el poder de la lógica dialéctica. También
actualizan, como hemos dicho, la dialéctica de la parte y
del todo, de lo sistémico y de lo parcial unido a ello, de
los cambios que sufre la totalidad, la cualidad, cuando se transforma
los parcial, la cantidad: son momentos fractales, situaciones de
criticidad emergente. Aparece lo nuevo que conserva y supera lo
viejo.
Y es ahora, cuando los nuevos paradigmas de la ciencia
cuestionan definitivamente lo estático, cuando comprendemos
la incapacidad del concepto tradicional de integrismo. Integro,
según lo tradicional, es aquello a lo que no falta ninguna
de sus partes. Integrar es componer el todo con sus partes integrantes.
Y las partes integrantes son, formalmente, muchas más que
las esenciales, es decir, un edificio tiene, formalmente, unas partes
esenciales, cimientos y estructuras, sin las cuales se hundiría
automáticamente, pero tiene además partes integrantes
que no son formalmente esenciales pero que componen el edificio
completo tal cual lo diseñó el arquitecto.
Ahora bien, si a un edificio le quitamos las ventanas
y le abrimos troneras, entonces ya no será una casa habitable
sino un fortín en el que es muy duro vivir en condiciones
normales. La cómoda habitabilidad de un edificio ha dado
paso a una incómoda existencia en un fortín. Ya no
es lo mismo: lo íntegro se ha transformado porque sus partes
han variado. Los integristas dicen que además de los dogmas
fundamentales hay que mantener todas las cosas restantes tal cual
las diseñó el arquitecto en su origen. Por ejemplo,
en el catolicismo los integristas son quienes defienden la misa
en latín. Dicen que suprimiendo el latín se suprime
no lo esencial pero sí partes importantes de la liturgia.
Los integristas están, pues, cogidos en una trampa insalvable:
la realidad se transforma y cambia, lo íntegro se adapta
a esas metamorfosis y sobre todo, cambia o se diversifica mediante
mutaciones: los procesos abiertos, complejos y no-lineales, que
dialectizan el caos y orden, llegan a momentos críticos de
bifurcación, de saltos cualitativos hacia entidades de mayor
complejidad. Lo íntegro se desintegra y de entre las mil
partículas se forman nuevas y superiores integridades. Es
la flecha del tiempo. Pero los integristas rechazan todo ello e
insisten en la obligada inmutabilidad del modelo inicial.
Tal obstinación fanática de oposición
a todo cambio multiplica las probabilidades de "irse por las
nubes", de perderse en razones innecesarias, en argumentos
carentes de sustentación histórica, material y contrastable.
Peligro tanto mayor cuanto más se olvida o desprecia el rigor
científico y más se ensalza y dogmatiza la "razón
revelada", la voluntad divina. La ruptura entre lo básico
y lo superficial, lo elemental y lo accesorio se produce cuando
se extrae de la historia y de sus cambios a lo que se define esencial
convirtiéndolo en "fundamento inamovible", "verdad
eterna". Frente a la "verdad" sólo cabe el
"error": contra los "fundamentos" maquinan las
"herejías", "desviaciones" y "modernismos"
que deben ser expurgados.
Se ha roto la dialéctica causa y efecto, básico
y superficial, contenido y continente, esencia y fenómeno.
Se ha roto así uno de los procesos definitorios del conocimiento
científico. El "fundamentalismo" y el "integrismo"
son intento de parón, estancamiento y voluntad de vuelta
al pasado, de hacer retroceder el tiempo, de parar la historia.
Sin embargo el pasado se analiza desde el presente por lo que es
el presente el que interpreta el pasado.
El "fundamentalismo" y el "integrismo"
están cogidos en una contradicción irresoluble: quieren
asegurar lo "esencial eterno" sin tener en cuenta el transcurso
del tiempo, los cambios irreversibles, la imposibilidad objetiva
de reinstaurar el pasado. Y ese intento ha de hacerlo siempre, indefectiblemente,
desde, con y para criterios e intereses temporales. Y quien domina
el presente tiene más posibilidades para interpretar el pasado.
Por ello el poder se yergue como el elemento que define en cada
época qué es fundamental o no.
Esta es la razón de que tanto dentro del fundamentalismo
cristiano como de los fundamentalismos de respuesta, defensivos,
existan serias tensiones internas. Ambos están marcados y
condicionados inevitablemente por las contradicciones clasistas,
patriarcales y etnonacionales existentes en su momento. Tal determinación
es más aguda en las religiones proféticas que en las
sapienciales, pero está presente en todas ellas. Este cúmulo
de contradicciones, dificultades y problemas siempre nuevos a los
que se enfrenta el fundamentalismo encuentra una solución
relativa y transitoria mediante los procesos periódicos de
re-dogmatización. Todas las contradicciones se concentran
en esos momentos. Y es en ellos cuando la lucha entre corrientes
internas dentro del fundamentalismo y de éste contra tendencias
reformistas o revolucionarias externas, adquiere su máxima
dureza.
Todas las religiones han vivido y viven momentos así.
Precisamente son esos momentos los que más cruda y descarnadamente
muestran que el fundamento del fundamentalismo radica en el poder.
2.EL PODER COMO FUNDAMENTO:
El repaso histórico que vamos a hacer es "fundamental"
para comprender el presente, las características internas
de los diversos fundamentalismos contemporáneos y su identidad
de fondo, identidad en instancia última enfrentada a las
libertades humanas.
2-1.- Nota sobre el "poder":
Nos es imposible profundizar aquí en lo que
entendemos por "poder" en general y sus formas contrarias
de manifestación. Por falta de espacio vamos a dar una breve
definición de "poder" en relación con el
fundamentalismo y con las religiones que le sostienen.
En este caso limitado y concreto, entendemos por "poder"
el conjunto de instrumentos materiales y simbólicos por los
que una minoría dominante puede lograr tres cosas: una, mantener
y aumentar su riqueza; dos, interpretar los dogmas religiosos y
desarrollar nuevos fundamentos dogmáticos y último,
tres, imponerlos a la mayoría prohibiendo o marginando las
interpretaciones de esa mayoría.
Como se aprecia, de inmediato aparece el dinero, el
verdadero dios. Lo que ocurre es que en cada época histórica
ese dios, ese dinero, se ha manifestado ante la especie humana con
una faz diferente. Se trata de rastrear esas diversas envolturas
hasta encontrar su contenido interno. Ello nos exige un triple esfuerzo
que no podemos hacer ahora: uno, definir el equivalente universal
como momento simbólico-material de ruptura de la unidad individuo-colectivo
debido a las fuerzas centrífugas inherentes a la transformación
de la abstracción-intercambio en abstracción-mercancía,
es decir, el hundimiento en la alienación como mercancía
y la irracional alternativa ilusoria e idealista como salida y salvación;
dos, concretar este momento alienador en el contexto sociohistórico
para descubrir la concreta inversión ideológica realizada
y saber definir la conexión estructural entre inversión
ideológica y poder de clase y último, tercero, descubrir
las contradicciones internas, resistencias y luchas, movimientos
contestatarios que obligan al poder simbólico-material a
readecuar el dogma mediante otro esfuerzo fundamentalista. El poder
en general, y sus manifestaciones concretas, aparecería así
como fuerza consciente, pero dentro de la falsa conciencia necesaria,
en la producción social de alienaciones.
Una vez descubierto sabremos más científicamente
qué es el fundamentalismo e incluso podremos aventurar algunas
posibles tendencias evolutivas a medio plazo. Haremos un rastreo
cronológico empezando por las religiones más antiguas
ciñéndonos únicamente a las surgidas en sociedades
clasistas y de castas sociales ya muy escindidas. Romperemos la
línea cronológica en el caso del cristianismo, que
será analizado en último lugar.
2-2.- Hinduismo:
Las tribus dravídicas, aborígenes de
los valles del Indo y Ganges, resistieron tenazmente a las invasiones
arias. Incluso derrotadas y ocupadas sus tierras natales, mantuvieron
sus religiones y culturas propias. En un principio, entre los siglos
XV-X adne, los arios fueron inferiores culturalmente aunque superiores
militarmente. Tal superioridad permitió a los arios apropiarse
de partes mayores del excedente de modo que, entre los siglos VII-V
adne y tras el proceso de sedentarización, la sociedad resultante
estaba claramente separada y escindida en castas sociales, que cumplían
la función de las clases sociales.
El hinduismo se formó a lo largo de este proceso
de invasión, expoliación de la tierra y explotación
y opresión. Inicialmente ambos grandes bloques etnonacionales
enfrentados mantuvieron sus claras diferencias religioso-culturales,
pero gradualmente el emergente poder fue dando cuerpo al hinduismo.
Este sancionó religiosamente la estratificación de
castas en cuatro niveles. El más importante y alto, la casta
dominante, correspondía a los brahamanes. Después
venían los guerreros y administradores políticos.
Luego estaban los comerciantes, agricultores y artesanos. Por último,
los parias, los impuros, los esclavos, los mendigos.
Las tres primeras castas eran de origen ario y el
hinduismo sancionaba su superioridad. La cuarta casta estaba formada
por la mayoría de la población y eran los descendientes
de las tribus aborígenes prearias. Los brahamanes eran los
depositarios del saber y del conocimiento, de los ritos políticos-religiosos
y estaban unidos por estrechos intereses materiales y consanguíneos
a los príncipes, militares, administradores, campesinos,
comerciantes y artesanos. En el siglo V adne el hinduismo se unifica
en el "Código de Manú" cuando empiezan a
formarse dos corrientes opositoras: el budismo y el jainismo.
El hinduismo no tuvo apenas necesidad de reformar
sus dogmas mientras se mantuvo la estabilidad de dominación.
Pero a partir del siglo IV adne tuvo que cambiar para resistir la
fuerza de ambas nuevas religiones, especialmente del budismo. Tuvo
que popularizarse, acercarse más al pueblo y a las nuevas
realidades sociales. Amplió la espectacularidad de su liturgia
y tendió a reducir su abigarrado panteón ante las
presiones budistas y luego islamistas. Más tarde, el occidentalismo
le supuso nuevas exigencias de adecuación de sus fundamentos:
siempre buscando mantener su capacidad de implantación político-religiosa
en beneficio del poder de las castas dominantes.
2-3.- Budismo:
El jainismo y el budismo fueron respuestas críticas
al hinduismo. No nos extenderemos sobre el primero. Sobre el segundo
hay que decir que apareció embrionariamente en el siglo VI
adne pero que no tomó cuerpo ni consistencia teológica
hasta el siglo III adne. Durante ese tiempo y en especial en los
siglos V-IV adne estuvo recorrido por no menos de diecisiete corrientes
y seis sectas diferentes fundadas por "maestros" que se
suponen contemporáneos de Buda.
Tal complejidad fue debida a que en realidad el budismo
originario era una alternativa al hinduismo de sectores sociales
ricos y bien establecidos. Sectores nacidos al amparo del desarrollo
económico que comprendían que el hinduismo estaba
perdiendo capacidad de implantación en las cada vez más
amplias castas oprimidas. También comprendía que el
hinduismo no podía responder a las filosofías ateas
y materialistas en auge. El budismo tenía miedo a la violencia
de las masas y defendía la propiedad pese a sus críticas
al sistema. De hecho el poder nunca le persiguió.
Es más, en el siglo III adne cambió
el contexto sociopolítico, económico y militar formándose
un poder imperial, el mauriano, que tuvo necesidad de una centralización
religiosa más adecuada que la hinduista. El emperador Azoka
fue el verdadero creador del budismo no sólo al elevarlo
al rango de credo oficial sino al codificar las múltiples
tradiciones sobre Buda y escribirlas en placas de piedras colocadas
en caminos, pueblos y templos. Para entonces los templos budistas
eran ya centros económicos y religiosos altamente degenerados.
La integración del budismo en la lógica
del poder le supuso una lucha claramente fundamentalista: el núcleo
ortodoxo recluido en los monasterios insistía en mantener
el dogma budista mientras que la mayoría pretendía
suavizarlo, hacerlo más comprensible y abierto a otras capas
sociales y culturas religiosas. El primer núcleo se llamó
'hinayana' o "camino estrecho" y el segundo 'mahayana'
o "camino ancho". La lucha fue muy dura entre ambas corrientes.
La minoritaria tenía la fuerza de la tradición
y el poder económico; la mayoritaria contaba con su poder
de atracción. La solución vino no del debate teológico
sino de los intereses de poder. La corriente "renovadora"
se impuso a la "fundamentalista" porque el rey Kanishka
comprendió que los "modernistas" tenían
más implantación de masas. Este rey controló
lo decisivo del concilio de Cachemira que dio la victoria a la corriente
'mahayana'.
2-4.- Confucianismo:
La evolución religiosa china es con mucho la
que mejor refleja la esencial y directa conexión del fundamentalismo
con el poder. Sus tres componentes decisivos -confucianismo, taoísmo
y budismo chino- tienen una diáfana relación con el
poder: tanto que es una relación directa y oficial aunque
una tras otra todas las revueltas campesinas se reclamasen de corrientes
heréticas taoístas y sobre todo budistas. Recordemos
en este sentido la impresionante experiencia histórica de
la secta secreta del Loto Blanco ya fuerte en el siglo XII dne y
muy activa en las revueltas campesinas de final del XIX y de los
bóxeres de comienzos del XX. Por contra, la fusión
de las tres religiones con el poder era visible hasta en la indumentaria
de los chinos ricos: sombrero confuciano, túnica taoísta
y sandalias budistas.
K'ong fu tseu o Confucio recopiló las corrientes
conservadoras que buscaban poner orden en el caos de la China del
siglo V adne. Sintetizó una enorme masa de ritos creando
uno único que fusionó con el culto a los antepasados
familiares y al poder estatal. Integró en él a dioses
y demonios, pero supeditados al rigor del credo dirigido casi exclusivamente
al poder: burócratas estatales e imperiales, ancianos jefes
de linaje y centros de poder regional. Pero los cambios sociales
y las presiones del taoísmo obligaron a los confucianos a
un debate fundamentalista siglo y medio después: el "renovador"
era Meng tseu o Mencio que suavizó muchos ritos ampliando
así las bases.
Paralelamente las corrientes que no estaban de acuerdo
con Confucio se unificaron alrededor del pequeño libro 'Tao
te-king', de Lao tse. Los taoístas ortodoxos vivían
en reclusión y aislamiento en monasterios apartados. Bien
pronto surgieron núcleos más abiertos pero no revolucionarios.
Absorbieron a los sacerdotes y shamanes de viejas religiones locales
convirtiéndose en serios competidores del confucianismo y
del taoísmo ortodoxos. Muy pocos de ellos crearon sociedades
secretas como la de La Vía de la Gran Paz que fue exterminada
por el poder confuciano-taoísta dominante tras la sublevación
campesina de 175 dne.
A partir del siglo I dne se introdujo en China el
budismo 'mahayana' con el apoyo del poder establecido y de ahí
su expansión entre sectores urbanos, comerciantes, artesanos
e intelectuales que no encontraban respuestas en el confucianismo
y taoísmo. Para el siglo IV ya se había formado la
secta 'Maitreya' que criticaba a los otros budistas su inmovilismo
y apoyo al poder. Entre el 477 y el 535 se sucedieron cinco revoluciones
encabezadas por esa secta que quemaron los templos budistas ortodoxos.
Todas ellas fueron aplastadas con brutalidad por la alianza del
poder con las tres religiones oficiales.
Las tres religiones fueron instrumentos del imperio
variando su utilización según las necesidades y contradicciones
sociales. Cada una jugaba un papel preciso, tenía un bloque
de clases al que representar y del que sacaba fuerzas y legitimidad.
Pero se centralizaban alrededor del poder imperial y éste
era su fundamento y razón de existencia.
2-5.- Judaísmo:
El monoteísmo fue una construcción del
poder hebreo que comenzó con la centralización monoteísta
del rey Josías en el 621 adne. Se trataba de la tercera etapa
del judaísmo. La primera fue 1.500 adne cuando las tribus
eran nómadas del norte de Arabia. Es la etapa de la religión
clánica politeísta fuertemente influenciada por otras
religiones más evolucionadas, incluso es posible que el nombre
de Jahvé, que apareció al final de esta etapa, no
fuera judío.
La segunda etapa comenzó con la sedentarización
tras la conquista de Palestina. Durante la guerra se mantuvo la
antigua religión siendo el llamado "período de
los jueces", pero con las riquezas de la conquista aparecieron
las clases sociales, la pobreza se acentuó y las nuevas clases
ricas aceptaron ritos y costumbres cananeas: el dios Baal. La opresión
y la miseria fueron el caldo de cultivo ya en el siglo IX adne pero
sobre todo en el VIII adne de los llamados "profetas"
que denunciaban la corrupción y traición religiosa.
No eran sacerdotes oficiales sino miembros del pueblo que reivindicaban
la reinstauración de los fundamentos religiosos históricos.
La tercera fase comenzó al ser patente la debilidad
judía ante Estados circundantes muy superiores. Josías
mandó escribir el 'Deuteronomio' para fortalecer la unidad
política, lo cual no impidió la ocupación asiria
en el 586 adne y el cautiverio hasta el 538 adne. La vuelta del
cautiverio no trajo la independencia nacional sino la dominación
persa que instauró en Judea un poder delegado en manos de
la minoría rica político-religiosa en detrimento de
las masas. Entonces se revisaron, censuraron, borraron y reescribieron
los libros primeros de la Biblia.
Es en este siglo V adne cuando se oficializa el estricto
monoteísmo judío tal cual aparece en el 'Pentateuco'.
Artajerjes I nombró delegado suyo a Nehemías en 445-433
adne. Con permiso persa, reconstruyó las murallas de Jerusalén,
prohibió los matrimonios de judíos con extranjeros,
endureció el culto y expurgó los restos politeístas
clánicos, pero no prohibió las ideas religiosas babilónicas
que penetraron en la Biblia y de ella pasaron al cristianismo y
al islamismo.
Comenzó entonces la cuarta fase, la de la diáspora.
Controlado férreamente el poder interno político-religioso
por la clase dominante que aceptaba a los sucesivos invasores extranjeros,
cundió el desánimo y aumentó la emigración.
La diáspora es la marcha de emigrantes por hambre o exiliados
políticos. En Judea el poder político-religioso ayudaba
al ocupante a reprimir revueltas y luchas de liberación nacional.
Por fin la guerra dirigida por los macabeos en 165-142 adne logró
la independencia y la mantuvo hasta la invasión romana en
el 63 adne.
En el siglo I dne existían cuatro grandes partidos:
saduceos, que eran conservadores; fariseos, reformistas y ortodoxos
en religión; esenios, místicos y ascetas que esperaban
en sus grutas la liberación pacífica y zelotes, organización
armada de mayoría campesina que se enfrentaba a Roma. Hubo
muchas luchas y choques locales hasta estallar dos grandes guerras
de liberación: la del 66-70 dne y la del 132-135 dne. En
ambas las clases dominantes judías optaron por los invasores
y utilizaron la religión oficial como fuerza desmovilizadora.
Venció Roma.
2-6.- Islamismo:
Mahoma elaboró su credo religioso en dos grandes
fases: la primera pero no definitiva en La Meca y la definitiva
y segunda en Medina. En la primera ofrece un credo abierto y dialogante;
en la segunda todo lo contrario: cerrado y violento. Esta contradicción
es manifiesta en el Corán y tiene su origen en las agudas
diferencias socioeconómicas y de clase entre ambas urbes.
Además, integró cuatro religiones anteriores: politeísmo
tribal árabe; judaísmo; zoroastrismo y cristianismo.
El estricto monoteísmo proviene de la fase de Medina, ciudad
en la que el poder socioeconómico estaba más centralizado
que en La Meca y en la que existían centros judíos
y cristianos.
Mahoma no dejó nada escrito por él mismo
y existen datos fundados para pensar que era analfabeto. En el 632
dne, fecha de su muerte, no había un texto codificado del
Corán que se creó como tal "libro sagrado"
en los años 644-656 dne cuando el califa Otmán mandó
compilar todos los dichos atribuidos a Mahoma, seleccionarlos y
escribirlos; después se destruyeron los no escogidos. Abd-al
ibn Masud, contemporáneo de Mahoma, denunció la desaparición
de críticas del profeta a las clases dominantes. El propio
califa Otmán, y todos los Omeyas de Siria, era denunciado
por Abu Zarr por su vida contraria al Corán que él
mismo había mandado compilar.
El Corán no tiene estructura lógica
interna ni orden cronológico. Sus llamados a la igualdad
social y a la caridad, son muy pocos y abstractos. Insiste en la
lucha contra el fraude en pesos y medidas, en apoyo a los grandes
comerciantes. También es conservadora su crítica a
la usura y al acaparamiento. Por eso el Corán es interpretado
de muchas formas, casi todas legitimadoras del poder establecido.
Sobre todo del patriarcado. El Islam recogió la misoginia
de las religiones anteriores. Elevó la virilidad al máximo
por necesidades militares: Mahoma prohibió la tradición
de matar a las niñas recién nacidas "sobrantes".
Las pérdidas de guerra las palió santificando la poligamia
masculina.
Permitió a las mujeres heredar sólo
la mitad de lo de los hombres.
El Islam nació envuelto en sangre. Mahoma era
vengativo y cruel. Desde el principio se libró una guerra
contra tribus y ciudades resistentes al islamismo. Los primeros
califas, Abu Bekr y Omar, eran más estrategas militares que
políticos y maestros religiosos. Las guerras giraban alrededor
de los derechos nacionales y religiosos de los pueblos pero también,
simbolizando todo ello, en su rechazo al diezmo o 'zakat' islámico
en beneficio de La Meca y Medina y al "ejército de Alá"
con el fruto del saqueo y del botín de guerra. Sin embargo,
eran tales y tan duras las condiciones de explotación en
imperios como el bizantino, persa y visigodo, que los musulmanes
encontraron bastantes facilidades de penetración y muchos
aliados sinceros.
Al poco de la muerte de Mahoma empezaron las disensiones
internas por motivos de corrupción. La primera ruptura que
culminó en una guerra se dio en vida de Otman. Las masas
árabes empobrecidas se unieron a los que criticaban al califa
su forma de vida y a quienes aseguraban que había manipulado
la redacción del Corán en beneficio de los ricos.
El movimiento contestatario pidió la sustitución de
Otman por Alí, primo y yerno de Mahoma y devoto cumplidor
de su credo. El grupo primero y principal de sus seguidores se llamaron
'jarichies' y al poco surgió una rama interna llamada 'chiies'.
La guerra se libró en 656-661 y acabó
con la muerte de Alí renaciendo luchas esporádicas
hasta el estallido de la gran revuelta del 744-750, exterminada
por el terror. Los 'jarichies' supervivientes se dividieron en dos
tendencias opuestas, una pacifista y mística y otra resistente
y reivindicativa. Mientras los 'chiies' se organizaron por su parte
desbordando "por la izquierda" a los 'jarichies'. Estalló
la guerra en 680 siendo vencidos y su líder Husayn muerto.
Pero los poderes ortodoxos no pudieron exterminan al 'chiismo'.
2-7.- Cristianismo:
Digamos dos cosas: una, aunque hay dudas razonables
sobre la existencia histórica de Jesús el Cristo,
no es éste un tema que ahora nos interese y otra, que sí
nos interesa, es muy poca, por no decir nula, la credibilidad histórica
que se debe dar a los "textos sagrados" del cristianismo.
Ninguna religión se sustenta sobre tamaño cúmulo
de mentiras, falsificaciones y mitos como lo hace el cristianismo.
El primer texto cristiano data del año 68 y
es el Apocalipsis. Originariamente el cristianismo fue una secta
hebrea que tomó fuerza fuera de Judea, sobre todo en Asia
Menor y Egipto y en menor medida cuantitativa aunque sí con
tremendas consecuencias cualitativas en el área cultural
helénica. El cristianismo no estuvo presente y por tanto
no pudo jugar ningún papel en las guerras de liberación
nacional judía.
El cristianismo tuvo un largo período de formación
pues empieza en la mitad del siglo I y acaba en el V con el triunfo
del dogma cristológico en el Concilio de Calcedonia. A lo
largo de estos 400 años sufrió tres etapas de desarrollo.
La primera etapa es la más breve pues se prolonga
un poco más que el siglo I. En ella el cristianismo es una
secta que espera el inminente fin del mundo, la llegada del salvador
y la instauración del reino en la Tierra según se
narra con pelos y detalles en el Apocalipsis, que es un libro de
odio y venganza, pero de espera e inactividad escatológica
mientras feroces luchas de liberación nacional judía,
malestar y protestas esclavas en Roma e Italia, luchas de clases
dentro de Roma, guerras de resistencia étnica o "nacional"
a las legiones romana, etc., tienen lugar en muchas partes.
La segunda etapa aparece a comienzos del siglo II
y crece con la estabilización de Roma a mediados del siglo.
Para entonces se habían escrito ya los textos atribuidos
a Pablo, muy pocos son suyos y los suyos tienen interpolaciones
y traducciones sectarias. A partir de la mitad del siglo se escriben
los evangelios, muy contradictorios entre sí, los Hechos
de los apóstoles y algunas epístolas colectivas. Para
final del siglo se constata la entrada creciente de personas ricas,
de las clases dominantes, cultas y formadas en la filosofía
platónica. Especial importancia tuvo Filón de Alejandría,
que abrió la puerta a la helenización platónica
del judaísmo.
Cuatro procesos estrechamente unidos a la posterior
fundamentación dogmática del cristianismo marcan la
etapa: abandono de la inminencia escatológica, del mesianismo
justiciero pero pasivo e integración acelerada en el orden
político establecido; impresionante sectarización
de los cristianos de esa época a pesar del esfuerzo unificador;
victoria de las corrientes antihebreas y aparición del mito
de Judas como traidor a Jesús, que se introduce en los evangelios
y último, incontenible y aceptada impregnación de
múltiples religiones politeístas en los entonces núcleos
fundamentales pero aún no dogmáticos del cristianismo.
La tercera y definitiva etapa va del comienzo del
siglo III hasta el comienzo del siglo IV, como fase de ascenso en
la escala de poder, y concluye con la fundamentación del
dogma cristiano realizada en el Concilio de Calcedonia del año
451. Es entonces cuando el cristianismo adquiere su fundamento dogmático
y su definitiva aleación con el poder establecido. Aun y
todo así, nunca serán resueltos los problemas que
ya entonces quedaron irresueltos.
El comienzo del siglo III asiste al aumento incontenible
del misticismo, corrientes orientalistas, esotéricas, neopitagóricas
y neoplatónicas. El cristianismo estaba en mejores condiciones
que otras religiones para aceptar e integrar esas modas gracias
a su estado embrionario, muy difuso e impreciso. Pero también
al fortalecimiento de tres de las cuatro características
ya desarrolladas en la etapa anterior, pues la segunda, la multisectarización,
daría paso a la ultracentralización. Se ha sobredimensionado
en extremo la tradición de las persecuciones de cristianos,
aunque existieron si bien todo indica que los arrepentimientos y
escaqueos fueron considerables mientras que los mártires
menos de lo creído.
Para inicios del siglo IV el cristianismo era una
fuerza influyente aunque no de masas. Una fuerza con mayor arraigo
dentro de los poderes estatales que sociales, especialmente dentro
del ejército pues el cristianismo supo asimilar casi toda
la liturgia dedicada a Mitra, dios muy similar al mito entonces
vigente de Jesús. Mitra contaba con amplios seguidores dentro
de la oficialidad legionaria. En la guerra civil entre Constantino
y Majencio, ambos dirigentes intentaron atraer a su bando a los
cristianos sabedores de su fuerza en el ejército y Estado.
Constantino fue más astuto y jugó mejor sus cartas.
Tras la derrota de Majencio en el 312, Constantino no tardó
mucho en devolver al favor al cristianismo. El edicto que lleva
su nombre se redactó en el 313.
No nos importan ahora las críticas y dudas
a su veracidad histórica. Sí nos importa la permanente
ayuda de Constantino a la Iglesia cristiana. El emperador, que oficialmente
seguía siendo un dios para la religión tradicional
romana apareciendo así en sus monedas, intervino dictatorialmente
en el Concilio de Nicea del 325 para imponer la tesis oficial que
coincidía con los intereses del Estado. Este Concilio es
decisivo en la fundamentación dogmática del cristianismo,
pero aún así no derrotó definitivamente a otras
sectas cristianas, la arriana en especial, y tampoco elevó
su prestigio filosófico y ético-moral entre los paganos.
Por eso el Estado dictó severas represiones antipaganas entre
las que destacan las de los años 341, 346 y 356.
El fundamentalismo cristiano se construyó mediante
una doble guerra de exterminio: al exterior, contra el saber pagano
y al interior, contra corrientes cristianas que no aceptaban las
tesis provenientes de la alianza de la iglesia de Roma con el Imperio
romano. La violencia y la muerte fueron más decisivas en
ambas que el debate y la razón.
Externamente, al principio y con las enseñanzas
de Filón de Alejandría, quiso integrar al paganismo.
Justiniano, Clemente de Alejandría, Orígenes, san
Agustín lo intentaron. Al fracasar se recurrió a la
represión. Se destruyeron la inmensa mayoría de los
textos de Celso, Juliano, Porfirio, Libiano, Cecilio, Luciano de
Samosata, y Simmaj no discutía por miedo. Se destruyeron
bibliotecas, liceos y centros de estudios y los templos quemados,
transformados en iglesias o almacenes. Se asesinó a matemáticos
y sabios, como Ipatias. Las ideas paganas se conservan sólo
por las citas parciales recogidas en las críticas cristianas.
Leyéndolas vemos su innegable actualidad y permanencia histórica.
Internamente la lucha por la fundamentación
dogmática se libró mediante guerras, presiones, amenazas
y palizas dentro mismo de las reuniones conciliares, destierros
y persecuciones. No debe sorprendernos: el emperador Constantino,
santificado y equiparado a los apóstoles, era un criminal
sin escrúpulos que asesinó a familiares suyos.
Si en el Concilio de Nicea del 325 la amenaza imperial
fue decisiva, en el de Efeso del año 431 Cirilo de Alejandría
llevó a un grupo de monjes para "convencer" a los
disconformes. Pocos después, en el de Efeso del 449 Dióscoro
llevó otro grupo al mando de Varsuna "convenciendo"
a los obispos que firmasen un papiro en blanco. Dióscoro
pateó en la sala al principal oponente, Flaviano, que además
fue apaleado. Pese a todo, la lucha continuaba y en el 451 el Concilio
de Calcedonia fue un permanente acto de presión, chantaje,
corrupción y compra-venta de votos. Cuando se reza el "Credo"
se reza algo impuesto suciamente. Aun así, los perdedores
tuvieron que ser machacados en una guerra feroz que se extendió
por Egipto, Palestina, Siria...
El fundamentalismo cristiano sólo fue admitido
como tal después de recibir el visto bueno de los poderes
de clase establecidos. Constantino sancionó las decisiones
de Nicea. Teodosio I las de Constantinopla del 381. Teodosio II
las de Efeso del 341. Marciano las de Calcedonia del 451. Justiniano
las de Constantinopla del 553. Constantino Pogonatos las de Constantinopla
de 680...La historia posterior del catolicismo, culto ortodoxo,
anglicanismo y protestantismo, por citar los más conocidos,
sólo se comprende en cuanto componentes internos de las pugnas
entre poderes de clase existentes en sus momentos.
No hace falta extendernos sobre la impresionante lista
de papas, patriarcas, obispos anglicanos y predicadores protestantes
que durante siglos han defendido a muerte la fusión del poder
terrenal con el celestial. El fundamentalismo cristiano nació,
creció y se reprodujo gracias al poder del dinero y al dinero
del poder. Los otros fundamentalismos religiosos no han alcanzado
ese grado espeluznante de fusión consciente con los poderes
establecidos, aunque también lo han hecho.
Se habla mucho de la Santa Inquisición pero
olvidamos los inmensos sufrimientos humanos causados por la evangelización
forzada de continentes enteros, el apoyo al tráfico de esclavos,
al colonialismo e imperialismo, al oscurantismo irracional, al nazi-fascismo
y franquismo, a la guerra fría y al anticomunismo fanático,
a las dictaduras militares latinoamericanas, a las "democracias"
occidentales, al patriarcado... Criticamos con razón a Juan
Pablo II y denunciamos el asesinato interno de Juan Pablo I, pero
no decimos nada de las organizaciones y sectas contrarrevolucionarias
protestantes pagadas por la CIA. ¿Para qué seguir?
Dios se condena a sí mismo. ¿Y la Teología
de la Liberación? Hablaremos de ella en el último
capítulo.
2-8.- Identidades:
El fundamentalismo es uno al margen de sus diversas
expresiones. Nos hemos limitado a una muy breve descripción
de sus principales manifestaciones históricas. Podemos ahora
extraer cinco grandes constantes o puntos de identidad.
El fundamentalismo ha surgido en el proceso de unificación
de las religiones. Estas se han formado por sedimentación
de religiones y cultos más reducidos, locales o regionales,
incapaces de responder a lo nuevo. Tiene importancia este origen
complejo y diversificado ya que luego, en las luchas por mantener
los fundamentos o readecuarlos, aparecen, reviven de manera nueva
según las necesidades del presente esas diversas raíces.
Ello obliga al poder que quiere asegurar los fundamentos bien a
tener en cuenta esos pasados, bien a rechazarlos. Ambas alternativas
traen considerables problemas. Podrá ocultarlos durante un
tiempo, pero volverán a aparecer y siempre con nuevas formas
que ocultan un problema histórico irresuelto e irresoluble.
El fundamentalismo aparece cuando la fracción
hegemónica de la religión, tras fusionarse con el
poder de clase establecido, define el dogma. Son diferentes los
procesos por los que una fracción se hace hegemónica,
lo decisivo es que llega el momento en el que todas han de dar el
paso. Es condición previa a la elaboración de los
fundamentos, el que una fracción logre la hegemonía
sobre las demás. Por lo general se consigue fusionándose
con los sectores más poderosos del Estado y de las clases
dominantes. Una vez asegurada la posición de privilegio y
poder, esa fracción dicta el dogma. El tiempo que tarda en
hacerlo, las dificultades y vaivenes que se dan, etc., depende de
que cada contexto político-religioso, pero ese paso está
dado. Más incluso, si por las razones que fueran, el salto
cualitativo no se diera nunca, la religión entraría
en una lenta o rápida descomposición multisectaria.
El fundamentalismo no logra empero su absoluto éxito.
Tendrá que pasar todavía una serie de exámenes
prácticos resueltos siempre con violencia, fuerza del poder
y miedo. Tiene que sufrir ese bautismo por dos razones: una, porque
siempre hay sectores disidentes, mesiánicos o progresistas
que no aceptan el tremendo giro a la derecha, o también sectores
que se han aliado con otros poderes y fracciones de clase. Por muy
fundamentado que esté el dogma siempre hay vacíos
irrellenables, conceptos difusos y polisémicos que requieren
interpretación permanente. Otra, porque además, por
debajo de esos enfrentamientos, perviven los diferentes orígenes
religiosos, costumbristas, clasistas y etnonacionales, que han confluido
en la religión y que han tenido que ceder mucho o poco en
el proceso de fundamentación dogmática. De modo que
cuando se agudiza el descontento social, emergen al exterior.
El fundamentalismo, superada esa primera crisis de
infancia, empero no encuentra la paz perpetua. Puede mantenerla
durante un cierto tiempo según las circunstancias, pero tarde
o temprano reaparecerán viejas disputas con nuevas formas
o, en momentos críticos, graves escisiones. Estas nacen en
momentos de tránsito de un modo de producción a otro,
cuando toda la estructura material de la religión se demuestra
superada por la realidad y consiguientemente su estructura ideal,
pese a su autonomía relativa, queda también envejecida.
Cada religión tiene sus formas de salir de la crisis. Alguna,
como el cristianismo, produce ramas nuevas que se distancian mucho
del tronco inicial, pero que son mucho más rentables para
las nuevas clases dominantes, como los casos del anglicanismo y
protestantismo.
El fundamentalismo, por último, tiene una identidad
de género y una supremacía lingüístico-cultural.
La primera es determinante, diciéndolo con redundancia: fundamental.
El patriarcado ha sido siempre una de las instancias centrales en
la dogmatización religiosa. Al margen de sus formas de expresión
en cada dogma religioso, el patriarcado ha sabido y podido mantener
su poder e incluso incrementarlo abandonando viejas religiones y
aceptando otras nuevas. Ha podido y puede conceder algunos "derechos"
a las mujeres, pero siempre relativos al contexto social y a la
dinámica objetiva y subjetiva de explotación. También
la supremacía lingüístico-cultural ha ido unida
a los procesos de fundamentación. Cuando se han dado en un
marco uninacional, han beneficiado claramente a la cultura de la
clase dominante. Cuando se han dado en un marco plurinacional han
beneficiado a una nación sobre otras. Las religiones proféticas
han sido más opresoras nacionalmente que las sapienciales,
aunque también éstas han tenido y tienen sus responsabilidades,
muchas veces brutales.
3. FUNDAMENTALISMO
CRISTIANO:
De todos los fundamentalismos, los cristianos han
sido los más perniciosos porque han sido uno de los elementos
básicos que han formado el cemento ideológico del
modo de producción capitalista, y antes del feudalismo y
de la readecuación de la última fase del esclavismo,
aunque no podemos analizar las relaciones del esclavismo y feudalismo
con el modo de producción tributario. Precisamente, el salto
que supuso la irrupción de la mentalidad burguesa y las modernizaciones
dogmáticas correspondientes introducidas por el protestantismo,
tiene mucho que ver con la distancia existente entre la cosmovisión
centrada en el tributo y la centrada en la venta de la fuerza de
trabajo: el esfuerzo fundamentalista tridentino estaba destinado
a salvar lo básico de la primera cosmovisión, de la
que dependía el monopolio del poder por parte de Roma.
Hemos dicho al comienzo que el cristianismo, como
unidad dogmática esencial común a todas sus variables,
está más predispuesto al autoritarismo fundamentalista
precisamente por su naturaleza interna, que las otras religiones.
Dejando las sapienciales y ciñéndonos a las proféticas,
la diferencia del cristianismo con respecto al judaísmo e
islamismo nace de dos causas interrelacionadas: una, que el cristianismo,
en contra de lo que se dice, lleva a un nivel más alto el
contenido de odio vengativo del Yahvé del Antiguo Testamento
y otra, que el cristianismo polariza en la mítica figura
de Cristo, que no tanto de Jesús -la diferencia es importante-
la totalidad de lagunas, vacíos, contradicciones lógico-históricas
y trampas y falsedades insostenibles que han surgido en su proceso
social de construcción.
El judaísmo puede descargar sus incongruencias
en una larga lista de profetas y patriarcas, en una compleja red
de explicaciones que incluyen la salida de emergencia del misterio
kabalístico y de la libre reinterpretación de los
libros. El Islam exculpa a Mahoma de la totalidad de sus incongruencias
y las carga inmediatamente en un Alá dotado de todos los
atributos del dios cristiano, pero con la ventaja de que, por ser
dios y no hombre, a diferencia de la segunda persona de la Trinidad
cristiana, está libre de toda contaminación carnal.
Puede así recurrir siempre a la fe y a las libres interpretaciones
que hacen las diversas escuelas teológicas.
Por desgracia para él, el cristianismo carece
de refugios irracionales tan sólidos ante la crítica
racional. Al contrario, su mismo galimatías y desorden teológico,
son muestras de una debilidad de fondo que le obliga a una permanente
reafirmación. De ahí al fundamentalismo sólo
hay un trecho muy corto. Un trecho tan corto como el existente entre
el Cristo crucificado por nuestros pecados y la tortura que aplica
la Inquisición a un cristiano para salvarlo.
La natural e ineluctable predisposición al
fundamentalismo que tiene el cristiano, proviene, como hemos dicho,
de esas dos causas:
Una, el Cristo crucificado es la integración
simbólica en el dogma de las tradiciones anteriores de sacrificios
humanos y de canibalismo práctico y ritual. La sangre y la
carne, el cuerpo real, físico y palpitante de los sacrificios
humanos y del canibalismo, se transforma por el misterio de la transustanciación
del Cuerpo de Cristo. El dolor atroz e insufrible de la víctima,
su descuartizamiento en vida, que son actos necesarios para la expiación
de las culpas humanas y la obtención del perdón de
los dioses, ofendidos y enfadados, se ubica en el cuerpo divino-humano
de Cristo mediante su crucifixión. El sacramento de la eucaristía,
el ágape gozoso de los cristianos que se comen a su dios-hombre
víctima, no solamente les une entre ellos, en comunión,
sino a la vez le ata al dios-padre por cuanto éste ha sacrificado
a su hijo, dios-hombre, para que mediante el sagrado canibalismo
se cierren para siempre los peligros del pecado. Se hace un pacto
de sangre y de carne. El alimento sagrado introduce en el cristiano
una cadena eterna que le ata a su dios.
Pero como la parte humana del dios es débil,
pues él mismo ha implorado en el Gólgota, ha suplicado
al dios-padre que le libre del tormento sacrificial, mucho más
débiles, infinitamente débiles son las criaturas humanas.
Y por ello, para evitar la permanente recurrencia del pecado, el
sacrificio se refuerza y recuerda con el primer mandamiento: amarás
a dios sobre todas las cosas. No existe pues opcionalidad alguna,
libertad de rechazo o duda: amar es un mandamiento porque el humano
es débil y olvida con facilidad que ha comido la carne y
ha bebido la sangre de su dios. Si la segunda persona de la Trinidad
no fuera dios-hombre, sino sólo dios, estos problemas no
existirían, pero entonces no existiría tampoco Trinidad,
y el cristianismo ha sido construido socialmente como un sincretismo
de otras religiones incapaces de responder a las necesidades de
una nueva alienación funcional a la fase última del
esclavismo; un sincretismo en el que el misterio de la Santísima
Trinidad -irracional donde los haya- es básico para sostener
el enclenque andamiaje alienador en la fase de descomposición
del Imperio Romano.
Cuando el amor es un deber impuesto por mandamiento,
una obligación que de no cumplirse acarrea un pecado mortal,
entonces, por su misma lógica, el poder monopolizador del
dogma tiene no sólo derecho a advertir al pecador, sino obligación
de salvarlo de la condenación eterna. Al fin y al cabo, Cristo
se inmoló en el sacrificio humano, dando su cuerpo como alimento
de redención. Y si él lo hizo, los cristianos también
tienen sus obligaciones. De inmediato, pues, nace la justificación
del control, de la censura, de la inquisición, de los mecanismos
de mantenimiento del dogma frente al pecado. Y en determinados momentos
críticos, esa débil frontera se cruza para dar paso
al fundamentalismo de turno. En realidad, el primer acto fundamentalista
del cristianismo fue la crucifixión de Cristo.
Pero el problema se agrava con la segunda causa de
la ineluctabilidad fundamentalista cristiana: el desconocimiento
de quién, qué y cómo es Jesús el Cristo.
Personalmente, soy de los que piensan que es bastante complicado
sostener la historicidad concreta de Jesús como individuo
real. Pienso que si se le aplican las exigencias de rigor metodológico
exigibles a su época, resulta cuando menos problemático
asegurar al cien por cien su concreta y real historicidad individual,
aunque tampoco se puede, en base a los conocimientos actuales, sostener
lo contrario, es decir, que no existiera en absoluto. Tal vez los
papiros de Qumram pudieran demostrar la existencia histórica
de Jesús, pero hasta ahora, que yo sepa, no se ha encontrado
ningún texto que lo cite. Para acabar la disgresión,
por demás secundaria en estos momentos, diré que,
para mí, la hipótesis más plausible es que
los Jesús que conocemos partieron de un Jesús mítico
construido en base a referencias contradictorias, parciales y borrosas
de varios sujetos históricos y reales que se destacaron en
aquellos tensos tiempos, que dejaron diversas improntas y recuerdos
y que, bajo la presión de los acontecimientos y las dificultades
de compilación contrastable, más la necesidad social
del poder, confluyeron en la imagen primera, paulina, de Jesús,
después de ser filtrados y depurados por cedazos sucesivos.
Pero incluso esta imagen, recogida en el Credo de
los Apóstoles tal cual se oficializó en Calcedonia,
es contradictoria consigo misma y falsa con respecto a la realidad
histórica del momento en el que se supone vivió Jesús.
De hecho, las innegables diferencias entre los evangelistas sugieren
que éstos debieron escoger entre tradiciones diversas, optar
por algunas abandonando otras. La fuerte presión de religiones
que nada tenían que ver con el judaísmo así
como el desconocimiento de la lengua que debió hablar Jesús,
condicionaron desde el principio la selección, traducción
y ensamblaje dentro de un corpus religioso aún abierto, echando
por la borda otras versiones y recuerdos de hechos pasado. Mas como
al poco tiempo se inició la depuración de las tesis
que no convenían para la confluencia del cristianismo con
el poder romano, se aceleró así la dinámica
de construcción desde el poder conjunto del dogma definitivo.
Quedaron así sin respuesta -no la podían
tener, tampoco- interrogantes graves que una y otra vez reaparecerían
como siniestros y diabólicos movimientos contestatarios:
¿qué dijo realmente Jesús sobre la riqueza?
¿Qué significa eso de al César lo que es del
César y a dios lo que es de dios? ¿Y la espada de
Pedro y eso de que quien a hierro mata, a hierro muere? ¿Era
dios o no? ¿Por qué imploró en el Gólgota
si era dios? ¿Era judío o galileo? ¿Profetizó
la inmediata llegada del Reino o no? ¿Por qué entonces
no se cumplían sus profecías? ¿No era el Mesías
redentor y justiciero? ¿Por qué no repetía
la Iglesia el milagro de los panes y de los peces? ¿Por qué
no curaba la Iglesia a los tullidos, enfermos y ciegos? ¿Acaso
la Iglesia no había sido instaurada por Jesús? ¿Era
la Virgen una diosa? Estas y otras muchas interrogantes, que fueron
la causa directa de miles y miles de perseguidos, represaliados
y muertos en tortura o en guerra contra herejes, nos llevan a dos
cuestiones: una, no sabremos nunca quién y como era Jesús,
al margen de si realmente existió y otra, que desde luego,
no fue como lo presentan las Iglesias y poderes político
religiosos.
Intuimos los puntos centrales de choque entre el Jesús
que pudo existir y el Jesús oficial. Pero basta esa simple
intuición, o si se quiere borroso y difuso conocimiento,
para sembrar la discordia, ansiedad e inquietud en las Iglesias
dominantes. La endeblez e inseguridad de fondo del dogma hace que
una simple duda tambalee todo el montaje. Se ha presentado la historia
de Roma, y de la teología, como la de una sólida roca
que resiste impávida todos los envites de las fuerzas del
mal. No es cierto. La historia de Roma es la historia de la permanente
intervención de fuerzas político-militares y económicas
en defensa de la débil teología. Frente al peligro
de la duda razonada, la fuerza del acero.
3-1.- Antecedentes:
Hemos visto cómo en el cristianismo del siglo
V el culto a dios era el culto al poder. No podemos hacer aquí
siquiera una breve enumeración de los sucesivos pasos mediante
los cuales el cristianismo fue soldándose más y más
internamente con el poder en general y con sus formas concretas.
Existe abundante y rigurosa bibliografía sobre las relaciones
entre Roma y el imperio carolingio -la tarea histórica de
Carlomagno en extender con la espada el culto a la cruz, dejando
tras sí decenas de miles de muertos- y el sacro imperio romano-germánico.
Otro tanto podemos decir del imperio bizantino y de la Iglesia ortodoxa.
Vamos a referirnos sólo a los momentos realmente
decisivos en los que el cristianismo, en cualquiera de sus corrientes,
ha tenido que fortalecer, reafirmar o transformar sus fundamentos
dogmáticos siempre en su esencial aleación con el
poder de clase, patriarcal y etnonacional dominante.
3-2.- Precapitalista:
El primero fue el de las llamadas "cruzadas"
que va del 1074 al 1291. Durante este tiempo, dentro del cristianismo
y de la sociedad feudal se dieron cambios irreversibles. El fundamentalismo
actuó hacia el exterior y hacia el interior pero la figura
central en su modernización fueron Alberto el Grande y especialmente,
Tomás de Aquino (1225?-1274). Desde la perspectiva teórico-crítica
de este texto, lo que más nos interesa de la tarea de ambos
teólogos, además de la 'Summa Theologica', obra central
aun hoy en el fundamentalismo cristiano al margen de sus corrientes,
del segundo, sino sus significativas aproximaciones a una especie
de "ley del valor", es decir, a comprender la dinámica
económica en un momento en el que el dinero empezaba otra
vez a enseñorearse de la sociedad.
Este esfuerzo no resultaría baldío a
pesar de que durante años y años la doctrina oficial
de Roma siguiese condenando la usura. La importancia del acercamiento
de Alberto el Grande y Tomás de Aquino a una especie de ley
del valor de la fuerza de trabajo, radica en que plantó la
semilla para que posteriormente pudieran darse dos adaptaciones
del dogma cristiano a las necesidades de la burguesía en
ascenso: la primera, el movimiento reformista llamado protestantismo,
que en realidad es mucho más amplio y complejo, y la segunda,
bastante más tardía, la aceptación definitiva
del capitalismo por Roma. De cualquier modo, llama la atención
que el renacimiento teológico cristiano se diera gracias
a la recuperación y reinterpretación de Aristóteles
que también había avanzado sorprendentes ideas sobre
la escabrosa cuestión del valor de la fuerza de trabajo humana.
Debiéramos remontarnos ahora, siquiera con
brevedad, a lo anteriormente dicho sobre la esencial imbricación
del cristianismo con la lógica del beneficio de la economía
dineraria, y a la vez, tras pasar por las tesis de Weber sobre las
relaciones del capitalismo con la ética protestante, en el
actual esfuerzo legitimador del neoliberalismo no sólo como
práctica estrictamente económica, sino ético-moral.
También tendríamos que introducir en esa reflexión
el rechazo vergonzante de la Teología de la Liberación
de la crítica marxista de la economía capitalista,
pues nos haría comprender una de las impotencias genéticas
del cristianismo: al rechazar la dialéctica materialista,
atea militante, no puede comprender la crítica marxista de
la economía burguesa, lo que le lleva a optar por la reacción
o a moverse en el inseguro suelo de la ambigüedad, como le
sucede a la Teología de la Liberación.
Ocurre que, en contra de lo que se dice, el cristianismo
defiende antes la propiedad privada que la propiedad colectiva.
No es casualidad, ni mucho menos, que precisamente fuera en esta
fase precapitalista, es decir, anterior a su irrupción definitiva
en el siglo XVII, cuando se decretasen en Europa dos feroces cruzadas
de exterminio de sendas herejías que, indirectamente la primera
y más decididamente la segunda, cuestionaban la propiedad
privada según se expresaban entonces. Me estoy refiriendo
a la lucha contra los albigenses o cátaros justo en vida
de Tomás de Aquino -Montsegur fue arrasado en 1244- y la
posterior cruzada contra los husitas. Roma, y el resto de poderes,
comprendieron que además de reivindicaciones de clase, etno-culturales
y de género, también palpitaban reivindicaciones que
cuestionaban la forma que entonces adquiría la propiedad
privada. No se puede negar las repercusiones de tal contexto en
la evolución teológica.
El segundo fue el de la ruptura dentro del cristianos
occidental, ya antes se había escindido el cristianismo oriental
con la consiguiente pugna fundamentalista. En realidad, esta segunda
fase dura desde el inicio del Renacimiento hasta el Tratado de Westfalia
de 1648 teniendo diversas subfases que no podemos detallar. Lo que
marca a esta fase es la aparición de una corriente cristiana
especialmente apta y funcional para la expansión histórica
capitalista a escala mundial. Dos son los grandes bloques de poder
fundamentalistas enfrentados: el católico que se reorganizó
y contraatacó con el largo Concilio de Trento, y el que podemos
englobar dentro del término "protestante".
Hay tres características comunes a ambos fundamentalismos:
una, persecución de las masas oprimidas una vez afianzados
en el poder. Los protestantes, fueran luteranos, calvinistas o anglicanos-metodistas
de Cromwell, no dudaron ni un instante en depurar sus ejércitos
y destrozar las organizaciones campesinas y artesanas. Dos, sobre
todo los luteranos y calvinistas, persecución o tolerancia
vigilante, en el caso inglés, de los avances científicos
y la mentalidad laica, agnóstica, atea y materialista que
ya despuntaban en los albores del siglo XVII y último; tres,
apoyo legitimador al genocidio colonialista, con verdadero fervor
cristiano y evangelizador capaz de palidecer el de las cruzadas
matamoros.
3-3.- Capitalista:
El tercero fue el ya analizado en el cptº 1º,
en el que históricamente aparece el término de "fundamentalismo".
Cada una de las corrientes cristianas tuvo su evolución particular.
La que a nosotros nos atañe, la católica, empezó
en 1871 cuando con la independencia y unificación de Italia
desapareció el Estado Vaticano. Un esfuerzo sistemático
de refundamentación dogmática que tuvo sus ejes en
cuatro puntos: dogma de la Virginidad de María; dogma de
la infalibilidad papal; persecución del "modernismo"
y condena del comunismo con la aceptación del capitalismo
reformado con la "doctrina social" católica. La
estrategia de Roma hasta los años sesenta de este siglo,
con el pontificado de Juan XXIII, aun sufriendo cambios contradictorios
a nivel táctico, se caracterizó por dos constantes:
una, abrirse progresivamente al poder de EEUU y en especial al de
su banca y otra, total enfrentamiento al comunismo variando los
apoyos tácticos a las diversas fuerzas capitalistas según
los vaivenes del momento.
El cuarto y último momento de ofensiva fundamentalista
es el actual. Cada corriente cristiana sigue ritmos propios pero
se unifican en una gran ofensiva destinada a salvaguardar tres objetivos:
uno, la supremacía de la "civilización occidental";
dos, el control de la actual revolución tecnocientífica
y de sus consecuencias materiales, sociales, políticas, filosóficas
y epistemológicas y último, tres, preparar las condiciones
que determinarán los próximos problemas religiosos
como resultado del caos civilizacional mundial. Las crecientes reuniones
entre teólogos de las tres corrientes para ver cómo
acortar y reducir distancias buscan eso. Cierto es que en otras
épocas también se han mantenido encuentros similares,
pero ahora es más fuerte la consciencia de concretar siquiera
algunos puntos de unión más sólidos.
En el caso católico, este cuarto momento empezó
prácticamente al poco de acabar el Concilio Vaticano II.
Es sabido que el hamletiano e indeciso Paulo VI no pudo ni tampoco
se atrevió del todo a detener la creciente marea restauracionista
interna. Las fuerzas que perdieron el Concilio Vaticano II ganaron
poco a poco fuerza y poder gracias, sobre todo, a las directas presiones
de EEUU y el imperialismo en su conjunto. Tras la muerte de Paulo
VI en 1978, esas fuerzas no vieron con agrado a su sucesor, Juan
Pablo I, y "alguien" dentro del Vaticano lo envenenó
a los 33 días de su nombramiento. El escándalo por
su repentina muerte y la cantidad de irregularidades, sospechas
muy fundadas y rumores nunca desmentidos, pudo que haber sido demoledor
para Roma de no haber funcionado una especie de "conjura del
silencio" de la prensa internacional que primero desvió
el tema y luego lo silenció.
Juan Pablo II fue elegido en octubre de 1978, el primero
no italiano desde 1523. Sus tres fundamentales decisiones en el
primer año de su pontificado beneficiaban en directo a EEUU:
en enero de 1979 viajó a América Latina y en el mensaje
de Puebla mandó a los católicos que desistiesen de
cualquier colaboración con las luchas revolucionarias y progresistas.
En junio de 1979 viajó a su Polonia natal iniciando lo que
luego sería injerencia permanente en la crisis incontenible
del stalinismo y por último, el octubre de ese año,
tras un rápido paso por Irlanda, visitó EEUU en un
viaje que tuvo tres niveles: uno de loas y bendiciones a ese país,
sin criticar nunca su política interna y externa; otro de
condena implacable de las tímidas reformas católicas
y especialmente en las que atañía a la mujer, y un
tercero celosamente secreto.
A la vuelta del país del dólar, tras
descansar, convocó un Consistorio en el Vaticano al que tenían
que acudir obligatoriamente todos los cardenales del mundo, incluidos
los de más de 80 años a quienes Paulo VI había
retirado el derecho de voto en los cónclaves. Era la primera
vez en la historia de las Iglesias en su conjunto en la que se convocaba
un Consistorio estando vivo el Papa. La prensa mundial especulaba
con rumores de todas clases. Reunido el Consistorio el 4 de noviembre
de 1979, doce meses y medio después de su nombramiento, Juan
Pablo II les habló de una supuesta crisis financiera del
Vaticano y de la necesidad de recuperar su economía. De hecho
se trataba de pedir ayudas a las potencias capitalistas y en concreto
a EEUU.
Desde finales de la II Guerra Mundial las "ayudas
económicas" yankis al Vaticano habían sido enormes
y periódicas, generalmente en silencio porque las iglesias
protestantes yankis no las veían bien. Truman, el presidente
bajo cuyo mandato se inició la Guerra Fría en 1948,
pretendió que EEUU tuviera embajador oficial en Roma y muy
estrechas relaciones políticas con el Vaticano, pero la resistencia
interna le impidió lograrlo del todo. Pese a ello, los servicios
de información del Vaticano -de los mejores del mundo- empezaron
a colaborar íntimamente con la CIA. Se sabe que ya en 1942
Roma enviaba al Pentágono información secreta de extrema
importancia sobre frentes de guerra tan lejanos como el japonés.
Tan profundas relaciones permitían a Juan Pablo II pedir
más "ayuda". El precio a pagar estaba pactado.
La historia reciente del catolicismo es ya conocida
en sus trazos más gordos y además ahora no podemos
extendernos en un análisis detallado de la verdadera contrarreforma
fundamentalista destinada a borrar los restos del Concilio Vaticano
II. Sintéticamente podemos resumirla en cuatro puntos: uno,
una inmensa corrupción político-económica interna,
con intervención de la Mafia, logias fascistas, gran banca,
prensa. Dos, apoyo a la Guerra Fría y a su segunda fase iniciada
por Reagan y tras 1990, apoyo al "Nuevo Orden Mundial"
de Bush y a la "civilización occidental". Tres,
retroceso al más oscurantista e irracional dogma tridentino:
infierno, pena de muerte, milagros, beatificaciones y santificaciones,
condenas del "modernismo", denuncias a la "ciencia
deshumanizada", etc. Cuatro, obsesiva y ultrarreaccionaria
defensa del patriarcado, condena de los derechos de la mujer, persecución
de la libre y consciente sexualidad y maternidad, etc.
3-4.- Constantes:
El fundamentalismo cristiano tiene todas las identidades
del fundamentalismo religioso anteriormente descritas, pero además
tiene características propias, exclusivas sólo de
él que no aparecen en los otros.
Lo que diferencia al fundamentalismo cristiano de
los restantes es su esencia occidental.
El cristianismo es el instrumento por excelencia de
la penetración y expansión del capitalismo a escala
mundial incluso sin dominar oficial y masivamente en las zonas donde
arrasaba el capitalismo. Por ejemplo, el cristianismo no era la
religión dominante en la India destrozada por el colonialismo
inglés, pero sin embargo Inglaterra usó internamente
de ese fundamentalismo para argumentarse a sí misma su "misión
civilizadora". Todo el colonialismo e imperialismo se incluye
en este ejemplo esclarecedor, por no recurrir a la "tarea civilizadora"
del imperio español en América Latina.
Incluso cuando la expansión por Asia Oriental
del imperialismo japonés cimentado simbólicamente
en el sintoísmo y panasiatismo, el fundamentalismo cristiano
sirvió como legitimador de las resistencias proaliadas de
países tan importantes como Filipinas, aunque su mayor papel
fue la legitimación civilizatoria dada a la contraofensiva
de EEUU. El colonialismo e imperialismo capitalista siempre ha sabido
"convencer" a las corrientes cristianas para que se presentasen
como portadoras de civilización y progreso. La experiencia
de las "encomiendas" jesuitas en Paraguay, de las experiencias
milenaristas protestantes y socialistas utópicas cristianas
en EEUU, de las sectas protestantes en Centro y Sudáfrica,
de los centros rusos ortodoxos en Siberia, son ejemplos de una forma
muy precisa procapitalista y prooccidental de evangelizar independientemente
de la corriente cristiana. No hace falta extendernos en el comportamiento
actual.
Además de esta especificidad única,
el fundamentalismo cristiano ha tenido unas constantes que le han
recorrido al margen de sus divisiones internas. Visto varias a lo
largo de estas páginas: patriarcalismo, reaccionarismo de
clase, condenas o precauciones represivas ante la ciencia. Es verdad
que el protestantismo supuso una racionalización del dogma
según las necesidades de las ya asentadas burguesías,
y que ese esfuerzo fue parte del desarrollo general de los valores
progresistas burgueses. Pero cuando esa clase tuvo la necesidad
de reprimir a los campesinos, artesanos y obreros, masas populares
y coloniales, no dudó en aplicar una violencia fundamentalista
tanto o más atroz que la católica.
Esta es una constante del fundamentalismo cristiano:
la primacía del interés de clase por encima de los
intereses abstractos. Otra es que todas sus tendencias críticas
internas, en especial en el catolicismo, mantienen siempre un núcleo
esencialmente dictatorial en el sentido del dogma cristiano de "salvación"
y de la escatología. Veremos este asunto en el último
capítulo al analizar la Teología de la Liberación.
El fundamentalismo cristiano ha tenido una aplicación
sistemática en y mediante el imperialismo yanki. Vamos a
recorrer con cierto detalle la política exterior de EEUU
haciendo especial hincapié en sus consecuencias sobre los
pueblos musulmanes y árabes. Conociendo la responsabilidad
histórica de la santa alianza entre el fundamentalismo cristiano
y el imperialismo yanki comprenderemos el resurgimiento del fundamentalismo
de respuesta árabe-musulmán.
4. CRISTO, DÓLAR
Y CORÁN:
4-1.- Memoria histórica:
La perspectiva occidentalista que determina nuestra
comprensión de las actividades de otras civilizaciones, culturas
y regiones del planeta, es la responsable del profundo desconocimiento
que tenemos sobre la memoria histórica activa de muchos pueblos
sistemáticamente aplastados por el expansionismo occidental
y cristiano. Una constelación de tópicos racistas,
de autocomplacencia occidental y de desprecio teñido de caridad
cristiana, han hecho que los occidentales seamos incapaces de entender
la personalidad colectiva de esos pueblos. Existen infinidad de
ejemplos que demuestran esa prepotencia occidental. Sin embargo,
las resistencias que opusieron y oponen esas culturas a la penetración
occidental desbordó con mucho lo previsto por los estrategas
y políticos blancos. Incluso en el aspecto militar estricto,
son muchas y terribles las derrotas de los ejércitos occidentales
causas por el engreimiento, la chulería y el desprecio hacia
la capacidad de resistencia de esos "pueblos atrasados".
La irrupción del colonialismo occidental en
los países musulmanes y árabes comenzó de manera
de ofensiva sistemática a finales del siglo XVIII y comienzos
del XIX. Se ha dicho que la revolución militar que tuvo lugar
a partir del siglo XVI en el norte de Europa, no demostró
sus tremendas potencialidades hasta que, en siglo XVIII, se comenzase
a destrozar las fortalezas, ejércitos y escuadras de los
Estados e imperios islámicos del medio y lejano oriente.
Antes hubo expediciones parciales, intentos de establecer asentamientos
aislados, y antes incluso, una áspera lucha defensiva centroeuropea
y mediterránea contra el imperio otomano que llegó
a su punto álgido en el siglo XVI con continuidades en el
XVII. Las plazas militares españolas, portuguesas, francesas
e inglesas no respondían a un plan estratégico de
penetración imparable como el que se inició más
tarde.
Sin embargo, las masas árabes, del norte de
Africa y del Próximo Oriente y en menor medida en la Turquía
corazón del Imperio Otomano, guardaban profundos recuerdos
de las agresiones cristianas. Una de las causas de la fuerza inicial
del islamismo fue la larga historia de luchas defensivas de las
tribus y ciudades árabes a las pretensiones de la Bizancio
cristiana. Entre los siglos IV y VI dne toda la zona de Arabia que
de inmediato sería la cuna del islamismo se vio envuelta
en una serie de pugnas, tensiones y guerras en las que una coalición
de poderes autóctonos entre los que había cristianos
heterodoxos, se enfrentaban a los poderes delegados y representantes
de Bizancio.
Vino luego el impacto en la memoria histórica
de las masas árabes producido por las brutalidades cristianas
durante las cruzadas. Es sabida la masacre genocida que se produjo
tras la conquista de Jerusalén en la primera cruzada. Después
se sucederían otras muchas. Sembraron tanto terror que muchas
ciudades eran abandonadas por sus habitantes ante la llegada de
los cristianos o sin resistencia apenas, como la ciudad de Damieta,
en la desembocadura del Nilo en verano de 1249. No olvidemos tampoco
las leoninas condiciones económicas que querían imponer
los cristianos en sus negociaciones comerciales y sus efectos sobre
la riqueza y forma de vida árabe.
Por último, antes del estallido del fundamentalismo
de respuesta de finales de la década de los ochenta de este
siglo, tenemos el conjunto de respuestas armadas analizado en el
cptº 1º, cuando desde mediados del siglo XIX comienzan
a producirse movimientos de resistencia. Es claro que el malestar
subyacente se acrecentó en la medida de la pervivencia de
viejas heridas no curadas en la memoria histórica de las
masas árabes.
La memoria histórica dormida puede despertarse
en determinadas circunstancias y aunque una vez consciente no puede
lograr la reintauración del pasado, sí consigue construir
una línea simbólica de continuidad entre el pasado
y el presente que proyecta hacia el futuro ideales indefinidos,
borrosos y ambiguos. Serán los poderes establecidos los que,
en cada contexto, les den forma y precisen su contenido.
4-2.- Fundamentalismo yanki:
EEUU ha tenido una estrategia exterior bastante uniforme
y constante en la fijación de fines y medios. La uniformidad
se ha mantenido por encima de los cambios de gobierno y de políticas
internas. Realmente, es algo común a imperialismos y colonialismos,
pero es que el caso yanki, además de ser el más coherente,
ha sido el que más y mejor ha legitimado y unido su política
exterior con una mentalidad interna adecuada, incluso cuando dominaba
el aislacionismo en las masas norteamericanas.
Debemos hablar de un fundamentalismo yanki: una mezcla
de religión, racismo, consciente interés económico
y fría disposición a utilizar la violencia cuando
fuera necesario. EEUU siempre se ha dotado de un programa o credo
justificador de sus tropelías y expoliaciones. No podemos
por menos que citar la enconada lucha fundamentalista de grupos
yankis en algo tan básico como la teoría de la evolución
de Darwin, como ejemplo de la fanática defensa de dogmas
bíblicos. Lo grave es que esas corrientes reaccionarias tienen
un poder apreciable en EEUU; un poder no religioso-cultural sino
político, económico y militar. Es sabido que Ronald
Reagan, candidato a la presidencia en 1980, dijo en declaraciones
públicas que la teoría de la evolución y el
mito creacionista, tenía el mismo status científico.
Es sabido que él y su mujer son adictos a eso que llaman
"ciencias ocultas": adivinación, quiromancia, tarot,
y que, en realidad, también lo es una parte apreciable de
la clase política norteamericana.
Queremos decir con esto que el imperialismo yanki
está profundamente soldado por una reaccionaria concepción
del mundo, de la tarea de la religión cristiana-protestante
en su devenir y del papel de EEUU en todo ello. Debemos conservar
en la memoria un dato escalofriante: no fue hasta 1968 cuando su
Tribunal Supremo declaró anticonstitucionales todas las leyes
que prohibían enseñar la teoría evolucionista.
La actual contraofensiva reaccionaria, el "pensamiento políticamente
correcto", el intento de obligar a poner el crucifijo y a rezar
en las escuelas, etc., son muestras de una involución fundamentalista
que va pareja al llamado "Nuevo Orden Mundial" y a la
programada apología internacional de las intervenciones militares
occidentales. Aunque no tenemos espacio para detallar los intereses
globales precisos en cada programa o credo fundamentalista yanki,
sí vamos a presentarlos sucintamente.
En la primera época se trataba de dominar Latinoamérica
y el credo fue la Doctrina Monroe que oficialmente dice que "América
para los americanos" pero es "América para la burguesía
yanki". Buscaba legitimar las presiones contra Inglaterra,
Estados español y francés y en menor medida Rusia
en Alaska. En 1918 Wilson lanzó el credo de la Liga de las
Naciones. Asegurado el control de Latinoamérica se necesitaba
una apariencia de no injerencia abierta con imperialismos emergentes
como el japonés y el alemán, a la vez que se boicoteaba
a la URSS. En 1944 Roosevelt y Truman fundaron el credo de la ONU
y de Bretton Woods mediante los cuales se legitimaba el férreo
control anticomunista luego aumentado por Eisenhower. Kennedy reforzó
el control de la ONU por EEUU con la "Alianza para el Progreso"
que era una adecuación ante las resistencias del Movimiento
de los No Alineados.
Tras la derrota de Vietnam, Carter instauró
el dogma de la Santísima Trilateral en la que EEUU era el
dios-padre. Reagan dio un paso más decidido al actualizar
el histórico conservadurismo yanki endureciendo su anticomunismo,
su racismo y su occidentalismo a ultranza respondiendo a los intereses
del complejo industrial-militar. Desaparecida la URSS Bush elevó
a los altares al "Nuevo Orden Internacional" que fracasó
casi de inmediato pero que sentó las bases para el actual
"Contrato con América" de la derecha republicana
que expresa el núcleo de los intereses del fundamentalismo
yanki.
Luego veremos cómo recorre a todos ellos una
misma identidad eterna, esencia pura, omnipotente y omnisciente:
el criterio occidental de "progreso" y "desarrollo".
4-3.- Hasta 1945:
Desde sus primeros orígenes como Estado independiente
USA se caracteriza por cuatro constantes que luego reaparecerán
una y otra vez: una, profundo sentido religioso interno y aunque
el Estado no sea oficialmente confesional, en la práctica,
la religión cristiana en su versión protestante tiene
un peso fundamental; dos, desprecio racista de los pueblos y culturas
no anglosajonas, no protestantes y no blancas, por este orden; tres,
defensa a ultranza del libre comercio mundial definido siempre desde
y para los "intereses nacionales" yankis; y cuatro, decidida
voluntad de competir con los otros imperialismos por el control
de las zonas del planeta todavía no colonizadas y cuando
se hace preciso, penetrar, presionar y expulsar de esos territorios
a los antiguos imperialismos.
Las cuatro características explican la importancia
en la historia y en la economía de EEUU de dos elementos
clásicos: las unidades militares de intervención en
el exterior y el peso y papel crecientes de la tecnología
militar en la economía y la política yankis. Al principio
fue un ejército pequeño comparado con los europeos
pero muy bien armado y organizado. Desde sus orígenes aquél
ejército requería de una tecnología siempre
a la vanguardia lo que exigía estrechas relaciones políticas
con el complejo económico. Podemos comprender así
que ya en 1806 el imperialismo yanki atacara en dos frentes claves
para determinar el desarrollo ulterior de los fundamentalismos de
respuesta no occidentales: contra China en la "guerra del opio"
y contra los berberiscos. Luego, sobre todo a partir de 1845, se
multiplican sus agresiones imperialistas en especial en su autoproclamado
"patio trasero" latino y centroamericano, aunque ya en
1854 choca con Japón abriendo una herida aun no cerrada,
en 1889 con Filipinas y Hawaii, en 1899 con Guan y en 1900 con China.
Nos encontramos en este período con los factores
históricos que con el correr del tiempo darán cuerpo
a tres de los más famosos fundamentalismos de respuesta:
uno, el de la Teología de la Liberación que nacerá
en Latinoamérica como reacción a los efectos terribles
del imperialismo yanki y al colaboracionismo de la burocracia católica;
dos, las bases germinales de las resistencias islámicas en
el Mediterráneo, Filipinas y partes de Asia y tres, la reactivación
del sintoísmo nipón como sostén ideológico
del imperialismo japonés.
Sin embargo, hasta 1945 EEUU no dará el salto
definitivo. Sí utiliza la Primera Guerra Mundial como trampolín
expansionista, pero no con la intensidad y coherencia estratégica
posterior a 1945. Una de las razones es que dominaba dentro de EEUU
un considerable sentimiento aislacionista cara al exterior. Manipularlo
y debilitarlo fue una de las obsesiones permanentes de los sucesivos
gobiernos yankis. Uno de los métodos más efectivos
para expandir el sentimiento explícitamente expansionista
y agresivo fue y es el de azuzar el fundamentalismo de "pueblo
elegido", de "reserva democrática de occidente",
etc.
Un ejemplo de esa concepción totalitarista
y excluyente lo tenemos en la condición impuesta por EEUU
al Japón aplastado militarmente en enero de 1946 de que el
emperador renegase públicamente de la naturaleza divina que
le otorgaba y confería la religión oficial sintoísta
nipona. El fundamentalismos yanki triunfante no podía tolerar
que Japón siguiera rindiendo culto religioso a su emperador.
En realidad, esa imposición incalificable se sustenta en
la tesis del desarrollismo defendida por EEUU en 1944 y asumida
como eterna y objetiva por Bretton Woods y sus instituciones. Cierto
es que los cambios mundiales obligarán a añadirle
adjetivos sucesivos: "desarrollo humano", "desarrollo
sostenible", "desarrollo social", etc. Verdad es
que en otros momentos el desarrollismo se despliega abiertamente
como "progreso" capitalista, sobre todo en la célebre
"Alianza para el Progreso" de los sesenta. Pero en el
fondo se trata de lo mismo.
Queremos decir que ya en 1944 EEUU tenía un
fundamentalismo ofensivo y agresor muy coherente que estructuraba
al desarrollo de Bretton Woods, a la "Alianza para el Progreso",
al "desarrollo sostenible", al "Nuevo Orden Mundial"
y al muy reciente "desarrollo social" sancionado por la
ONU oficialmente. El fundamentalismo cristiano-capitalista cambia
de piel pero es el mismo. No nos deben extrañar, por tanto,
el profundo rechazo de los fundamentalismos de respuesta a semejante
concepción práctica totalitaria y absorbente.
4-4.- Hasta 1973:
En 1946 EEUU tiene bases militares y presencia política
dominante en Marruecos, Túnez, Argelia, Libia y Egipto, es
decir, en un área en la que actualmente el fundamentalismo
de respuesta islámico tiene especial implantación.
Pero todavía tiene sin perfilar su estrategia ulterior. Es
Truman el que oficializa la línea ideada por G.F.Kenan de
"contención del comunismo" y de "guerra fría".
Precisamente en 1946-1947 EEUU opta por integrar a
Turquía en su esquema defensivo forzando, entre otras cosas,
una rápida y desestructurante occidentalización del
país. Meses después EEUU se lanza a "pactar"
con multitud de regímenes y Estados árabes y musulmanes
en Próximo y Extremo Oriente, como es el caso de Pakistán,
Afghanistán e Irán. Tenemos así el núcleo
de lo que serán con los años tres de los focos más
intensos de respuesta islámica al fundamentalismo cristiano-capitalista:
Irán, Turquía y Pakistán. Conocemos la situación
iraní y afgana; en Turquía se expande el islamismo
como respuesta a la occidentalización forzosa tan destructiva
y en Pakistán, tras las sangrientas guerras con la India
hinduísta, existe ahora una guerra a tres frentes entre islamistas,
cristianos e hinduístas, que cada vez afecta más a
los budistas.
La ofensiva fundamentalista occidental y cristiana
se basó en el mito de la "democracia" y en las
tesis del alemano-yanki Morgenthau que asentó en la visión
yanki el sentido de la continuidad occidental, naturalmente guiada
por EEUU. Morgenthau trazó la línea seguida desde
Keenan hasta Kíssinger cambiada abruptamente por Reagan.
Ideó el plan de ruralización y desindustrialización
de la RFA, no aceptado por las mismas exigencias de la "guerra
fría". Además de la presencia yanki estaba la
de los debilitados imperialismo francés e inglés que
prácticamente se hicieron agentes de EEUU en zonas como las
colonias francesas y semicolonias de Marruecos y Túnez y
el control de Siria, el control de Libia, los dominios y semidominios
ingleses muy en especial el de Egipto, Sudán y Palestina,
o la situación del Líbano. Todos ellos países
de una complejidad social en aumento.
El fortalecimiento creciente de la URSS durante toda
la década de los 50 y el ascenso de los procesos de liberación
nacional y social, especialmente la victoria revolucionaria de China,
unido a la caída en picado del imperialismo anglo-francés,
fueron la excusa de EEUU para endurecer sus agresiones. Dos síntesis
del período y con especial valía para el tema que
tratamos, son el del nasserismo en Egipto y la histórica
Conferencia de Bandung:
En 1952 se produce el golpe de Estado que derriba
al rey Faruk I; en 1953 se proclama la república; en 1954
Nasser toma el poder y compra armas a Checoslovaquia; en 1956 nacionaliza
el canal de Suez ganándose las simpatías de millones
de árabes. Estalla la guerra con Israel y la intervención
anglo-francesa para recuperar el canal de Suez concluye en un fracaso.
EEUU y la ONU la condenan y aumenta el prestigio de la URSS, lo
que lleva a Eisenhower a comprometerse activamente a favor de los
atemorizados poderes árabes e islámicos. Dos de las
razones que explican la fuerza del fundamentalismo de respuesta
en Egipto y toda el área radican en el fracaso del "socialismo
nasseriano" y en los terribles efectos de la "ayuda"
yanki a las atemorizadas clases dominantes.
La decidida opción yanki no responde únicamente
a la "crisis de Suez", también a la celebración
en 1955 de la Conferencia de Bandung destinada a presionar desde
posturas de "neutralismo activo" a EEUU para que frene
su carrera nuclear. Participaron: Arabia Saudí, Japón,
China Popular, Filipinas, Egipto, Camboya, Ghana, Etiopía,
Jordania, Irak, Irán, Pakistán, Birmania, Laos, Líbano,
Nepal, Nigeria, Ceilán, Indonesia, Vietnam del norte y del
sur, India, Turquía, Siria, Yemen, Liberia y Sudán.
Otra de las razones del fundamentalismo de respuesta
radica en el fracaso de los intentos bienintencionados de controlar
con medios pacíficos y a lo sumo de "neutralidad activa"
al imperialismo occidental. Es más, conforme EEUU mejora
sus líneas de ataque y alianza con las burguesías
internas de muchos de esos países, más se desarrollan
las condiciones de surgimiento de fundamentalismos defensivos. Ello
se demuestra analizando los efectos causados por la nueva política
de "respuesta flexible" introducida por Kennedy al cerciorarse
de las limitaciones de la anterior de "represalia masiva".
Pero lo más importante de la "respuesta
flexible" es que va unida a la "Alianza para el Progreso".
El fundamentalismo cristiano-capitalista tiene es este programa
una de sus mejores definiciones: el "Progreso" es definido
desde y para los criterios occidentales. Las tesis de la "Alianza"
están cogidas del libro de Rostow "Las etapas del crecimiento
económico", una loa al economicismo y desarrollismo
a ultranza como los únicos criterios de valoración.
En 1961 se celebra la II Conferencia de Países
No Alineados suponiendo otro mazazo para EEUU. Con el tiempo se
verá que el fundamentalismo de respuesta tiene también
orígenes muy precisos en la estrategia directa y permanente
de EEUU por destruir o dañar irremisiblemente a los tres
países fundadores del movimiento de los No Alineados: India,
Yugoslavia y Egipto. Al margen de otros factores, no se puede negar
que la estrategia yanki de enfrentar a Pakistán con India,
de minar internamente a Yugoslavia, y de armar hasta los dientes
a Israel para asfixiar a Egipto, es directamente responsable de
los feroces conflictos islámico-hindúes, servio-croato-bosnios
e interiores a Egipto.
La estrategia yanki no era perfecta ni de efecto inmediato.
Mientras el capitalismo mundial vivía una fase larga expansiva
y la URSS podía aún mantener su impresionante crecimiento
cuantitativo y extensivo, las maniobras de EEUU chocaban con fuertes
resistencias como quedó demostrado a finales de los sesenta
en prácticamente todo el Oriente Medio, en grandes áreas
de Africa y Asia, sin extendernos ahora a la situación latinoamericana.
Pero a finales de los sesenta el capitalismo entra en crisis prolongada
y en 1973 estalla la "crisis del petróleo" que
no es sino un efecto específico de la crisis existente con
anterioridad. Ya para entonces EEUU se ha dotado de una nueva línea
elaborada por Kissinger según la cual EEUU "protegerá"
las áreas estratégicas mundiales -bases militares,
materias primas vitales y recursos energéticos- y contará
con ayuda aliada para mantener el orden en el resto. La victoria
militar de Israel en la guerra del Jon Kipur es consecuencia suya.
4-5.- Hasta hoy:
Dicha estrategia será la responsable del conjunto
de movimientos de cerco y ahogo de la OPEP y en general de los países
árabes y musulmanes. No podemos analizar ahora la complejidad
extrema del proceso de imposición del fundamentalismo occidental
que se materializa en 1979 con los "acuerdos" de Camp
David en los que se rinden las burguesías árabes representadas
por Egipto. Camp David fue un tremendo bofetón al digno orgullo
musulmán y árabe. La aplastante victoria de EEUU-Israel
significaba la victoria aplastante del fundamentalismo occidental.
Para lograrlo, EEUU utilizó además de
recursos políticos, económicos y militares, cuatro
medios: uno, abrumadora dictadura informativa y cultural; dos, parón
del Concilio Vaticano Segundo impuesto por Paulo VI y luego dura
contrarreforma tridentina desencadenada por Juan Pablo II; tres,
nacimiento de la tétrica Comisión Trilateral y cuatro,
el endurecimiento ofensivo de EEUU contra una URSS que en 1974 da
muestras de debilidad exterior y económica interior y que
luego se precipita en la crisis global desde finales de los setenta.
Pero mientras se firma la rendición de Camp
David cae la monarquía Palhevi en Irán y comienza
la revolución popular que rápidamente daría
el poder a los musulmanes chiitas liderados por Jomeini. Irán
había sido una pieza clave en el organigrama yanki. Todas
las corrupciones y vicios occidentales habían arraigado en
Persia. La desestructuración y arrasamiento de cuajo de la
identidad simbólica del pueblo unidos a una represión
feroz, a unas desigualdades sociales incontenibles, hicieron que
en tan poco tiempo se hundiera uno de los pilares del imperialismo
yanki.
Pero hay dos factores que debemos tener en cuenta
porque aclaran mucho el proceso iraní: la invasión
de Afghanistán por la URSS a los pocos meses de la revolución,
en diciembre de 1979 y luego la invasión de Irán por
Irak en septiembre de 1980 y la devastadora guerra consiguiente,
reforzaron la legitimidad chiita dentro de Irán, debilitaron
mucho la ya débil legitimidad soviética en el mundo
árabe-musulmán y terminaron por hundir el poco prestigio
de EEUU entre esas masas, a la vez que ponía en entredicho
a Irak.
Mientras Irán resiste se van conociendo las
maniobras divisionistas de EEUU e Israel, así cómo
las opciones prooccidentales de las burguesías árabes
y musulmanas más importantes: Arabia Saudita, Egipto, Marruecos,
Turquía, etc. Por otro lado, las grandes petroleras imperialistas
presionan a la OPEP durante todo 1981 para que mantenga bajos los
precios del crudo. Las consecuencias de esta estrategia global son
desastrosas para las masas musulmanas. La OLP es llevada a una situación
interna insostenible a la que vez expulsada de Beirut. Siria es
aislada. Libia es criminalizada. Argelia debe girar hacia EEUU.
Israel se frota las manos de contento.
Estos años son decisivos para comprender la
evolución posterior del fundamentalismo e integrismo árabe-musulmán.
De un lado, las masas van cayendo en una pobreza creciente pero
las clases dominantes se occidentalizan y enriquecen. De otro lado,
la prepotencia occidental llega a los rincones más recónditos
mediante la invasión televisiva y turística. Además,
la omnipotencia de Israel y el imperialismo occidental, recordemos
Chad, Sudán, etc., unido a lo anterior despierta viejos recuerdos
y fantasmas históricos. Por último, los poderes árabes
y musulmanes llevaban ya un tiempo apoyando a los grupos más
ortodoxos, integristas y fundamentalistas del culto musulmán
y es entonces cuando les empiezan a dar cabida en sus medios propagandísticos.
La invasión de Irak y el comportamiento prooccidental
de casi todas las burguesías árabes radicaliza los
sentimientos de las masas. La desintegración de la URSS,
ya desprestigiada por su intervención en Afghanistán,
debilita aún más a las organizaciones que de algún
modo u otro se mantenían a su sombra. El comportamiento del
FLN argelino y el apoyo que recibe de las "democracias occidentales"
para mantenerse en el poder; la situación en Egipto; los
problemas palestinos; la intervención en Somalia y los problemas
en el Sudán y el Chad; las luchas crecientes en Pakistán
y zonas de la India; la guerrilla islámica en Filipinas;
las noticias sobre Bosnia y el racismo europeo contra todo lo islámico...
para las masas árabes depauperadas todo indica que el gran
responsable es Occidente. ¿Una nueva cruzada?
Es innegable la fuerza y razón emotiva de interrogantes
así. Sociedades como Turquía, Repúblicas ex-soviéticas,
Irán, Afghanistán, Palestina, Arabia Saudita, Egipto,
Sudán, clanes de Somalia, Argelia, regiones de Centro Africa,
zonas de Pakistán y de Filipinas, etc., se caracterizan por
haber vivido profundos y desestructuradores cambios sin apenas contar
con instrumentos organizativos capaces de pensar y responder colectivamente.
En estas sociedades los poderes religiosos aparecen como los únicos
referentes históricos, pues los poderes políticos
oficiales están cada vez más desacreditados.
4-6.- El ganador:
Pero el ganador no es el pueblo sino el imperialismo
en primera instancia y, en segunda, las clases dominantes árabes
y musulmanas. Tres son las razones que lo explican:
Una, que a excepción de muy contadas organizaciones
fundamentalistas, la gran mayoría tienen una orientación
de clase, sociopolítica y socioeconómica muy conservadora,
por no decir reaccionaria. Incluso en el caso iraní, con
su propaganda fieramente antiyanki, la realidad socioeconómica
y sociopolítica no es lo que se puede llamar progresista.
En cuanto a las organizaciones argelinas hay que decir que, hasta
ahora, han respetado escrupulosamente los intereses yankis. En Palestina,
Hamas no tiene en la práctica ninguna estrategia progresista.
En Egipto, los Hermanos Musulmanes tampoco. No hace falta seguir.
De hecho, no debe extrañarnos semejante incapacidad.
Sus orígenes se remontan a las propias ambigüedades
internas del Corán y a la incapacidad del fundamentalismo
e integrismo para desarrollar una práctica consecuentemente
revolucionaria. Además, son muy sólidas las relaciones
entre los estamentos religiosos ortodoxos y determinadas fracciones
de las clases dominantes que les han estado subvencionando. La ausencia
o extrema debilidad de organizaciones izquierdista facilita la tarea
a la penetración del mensaje de "hermandad musulmana"
en unas masas empobrecidas y desestructuradas. Un factor de enorme
cohesión fundamentalista es el sentimiento patriarcal de
peligro de su poder cotidiano ante la invasión de las televisiones
occidentales y sus imágenes sexuales.
Dos, el grueso de las clases dominantes árabes,
así como Israel, sabe que un sabio y controlado integrismo
interclasista, antimodernista y carente de proyecto revolucionario,
además de patriarcal, es altamente rentable en el contexto
actual y en la perspectiva a medio y largo plazo. Los poderes árabes
conocen de sobra las implacables exigencias estratégicas
del imperialismo en cuanto al petróleo. Saben que Occidente
y Japón no van a permitir ninguna veleidad en las áreas
petrolíferas. La lección de Irak está permanentemente
ante sus ojos y cuando le toque a Irán, Occidente machacará
a Irán. Para la burguesía árabe, dependiente
y delegada, es mucho más peligroso una reacción igualitarista
de masas que un fundamentalismo económicamente neoliberal.
La burguesía árabe sabe que en caso
extremo, incluso con el FIS en Argelia, Hamas en Palestina, los
Hermanos Musulmanes en Egipto, etc., incluso así no perderá
el poder. Tal vez haya algunas purgas y sobre todo le prohiban las
formas occidentales de vida, como en Irán, pero son males
menores que se aceptan gustosamente con tal de seguir en el poder.
La burguesía árabe, como la latinoamericana, tiene
infinitamente más miedo al socialismo que a la religión,
aunque ésta aparente una radicalidad absoluta.
Tres, por último, el imperialismo sabe que
puede asestar tan feroces y destructores golpes militares a los
árabes; que puede someterles a tal boicoteo y cerco económico,
tecnocientífico, sanitario y alimenticio; que puede hacerles
retroceder a la edad media, como a Irak, si fuera necesario, que
no tiene más preocupación que la de buscar el medio
más adecuado para mantener su control. Es decir, por ahora
y mientras le sea rentable, mantener el statu quo, pero si llegase
la necesidad de ocupar las zonas de extracción de crudo,
puntos geoestratégicos, redes viarias, gaseoductos y oleoductos,
etc., el imperialismo sabe que tiene medios militares de sobra.
No es sólo superioridad cuantitativa, de cientos
de miles de soldados especializados, armados con los más
mortíferos ingenios de guerra inteligente, guerra electrónica,
guerra biológica y nuclear tácticas, transportables
en poquísimo plazo de tiempo al corazón mismo de Arabia
o Argelia, Irán o Libia. Es superioridad cualitativa imposible
de ser igualada por los árabes, si quisieran intentarlo.
Recordemos que no hablamos de agrestes y cerradas selvas vietnamitas
sino de extensos, planos y abiertos desiertos en donde la modernísima
letalidad carece de obstáculos. Ya no existe la URSS y tampoco
"vías Ho Chi Min", ni retaguardia laosiana ni camboyana.
Peor: no hay partidos comunistas dispuestos a luchar a ultranza.
Además, Vietnam no tenía petróleo.
Que no nos engañe la propaganda imperialista:
no hay "peligro fundamentalista islámico" alguno.
Sí existe un verdadero "peligro occidental" no
sólo para los árabes sino para nosotros mismos.
5. LA LIBERTAD HUMANA:
El fundamentalismo y la libertad humana se repelen
mutuamente: son antagónicos irreconciliables. La única
posibilidad de superación dialéctica de esa total
confrontación radica en la transformación histórica
de las bases materiales que la sustentan. No hay otra alternativa
ni vía para superar ese sistemático enfrentamiento
que dura ya más de dos y medio milenios, desde que las primeras
y prometedoras filosofías materialistas y ateas fueron atacadas
por los poderes político-religiosos. Incluso habiéndose
extinguido esas bases, durante bastante tiempo perdurarán
los efectos secundarios de la prolongada alienación padecida
por la humanidad; pervivirán como espectros que se resisten
a desintegrarse en la nada, ni siquiera en el recuerdo de los más
ancianos.
Pero en la medida en que se mantengan las condiciones
sociales que propician y exigen incluso el método fundamentalista,
en esa medida, se multiplican las trágicas consecuencias
que generan. Aquí no es posible la neutralidad. No es éticamente
correcta la postura ambigua ante problemas que atañen a la
misma definición de ser humano, que si se define por algo
lo es por ser el mismo el constructor de su libertad.
5-1.- Impotencia de la izquierda:
La razón occidental está explotando
al máximo las represiones de los derechos humanos en su interpretación
burguesa en Irán oficialmente, en Argelia por parte de los
islamistas, etc. Muy en concreto, está utilizando carroñeramente
las muertes de mujeres y niños. Además, la razón
occidental -razón en cuanto esquema interpretativo y valorativo
de lo existente- intenta ganar legitimidad, y lo consigue, presentándose
como la depositaria de un saber humanista, neutralmente científico,
progresista y tolerante. Una pléyade de intelectuales que
mantienen silencio ante sangrantes problemas internos y externos
a sus países, se dedican empero a excomulgar y condenar con
todos los descalificativos imaginables las luchas de los pueblos
no occidentales.
Su método es simple: primero, mezclan en un
magma irreconocible todas las luchas y reivindicaciones. Después,
califican de fundamentalistas a los actos violentos realizados por
las organizaciones que sostienen esas luchas, pero nunca dicen nada,
o muy poco y totalmente tergiversado, de los Estados y poderes existentes,
de sus prácticas y de sus servidumbres para con transnacionales
y Estados imperialistas, a los que siempre disculpan o ni siquiera
nombran. Simultáneamente, olvidan o silencian el pasado de
esos pueblos, las agresiones que han sufrido y los efectos presentes.
Luego, aprovechando semejante confusión desinformativa, no
dudan en recurrir a las más viles manipulaciones y tergiversaciones
de imágenes, de hechos y de acontecimientos, para condicionar
y limitar la capacidad de entendimiento de la audiencia. Por último,
extienden el calificativo de fundamentalista a la totalidad del
pueblo que han elegido para criminalizar internacionalmente.
El problema que tenemos en las izquierdas es que hemos
aceptado desde hace mucho tiempo las interpretaciones burgueses
de "libertad", "justicia", "progreso",
"desarrollo", etc., de modo que nos resulta imposible
pensar con independencia de criterios y, desde esa independencia
crítica, oponer argumentos revolucionarios al fundamentalismo
e integrismo en cualquiera de sus formas, sobre todo al occidental
y cristiano. Las izquierdas estamos atrapadas en la jaula de oro
del metalenguaje burgués: de tanto decir que entre nosotros
existe la democracia aunque imperfecta, apostillamos de inmediato
por eso del Pepito Grillo que agoniza en nuestra conciencia, hemos
terminado creyendo que también existe en otros Estados por
el simple hecho de ser aliados de los de aquí. Por tanto,
dado que estos y aquellos son "demócratas", sus
enemigos son anti-"demócratas".
Y como resulta que alguien ha decidido que la mejor
forma de defender la "democracia" es la de calificar de
fundamentalistas a los anti-"demócratas", desde
ese momento, la inlectualidad de izquierdas, excepto honrosos casos,
se ha lanzado a descuartizar el fundamentalismo según lo
define el Capital. No se hace ningún esfuerzo por descubrir
qué fuerzas organizadas, que gran corporación transnacional
o grupo de presión, o simplemente colectivo pagado por servicios
estatales, está detrás de la explosión de publicaciones
que dicen lo mismo sobre lo mismo pero variando alguna coma. No
se hace ningún esfuerzo teórico por relacionar la
sospechosa coincidencia de esa proliferación de publicaciones
con la contraofensiva neoliberal en curso. Menos aún, se
hacen esfuerzos teóricos, históricos y políticos
por conocer, relacionar y criticar la dogmática burguesa
sobre sus libertades, su fundamentalismo y los instrumentos de terror
que llega a usar para imponer o defender sus intereses de clase.
5-2.- Responsabilidad histórica:
El fundamentalismo occidental y cristiano es el más
perverso e inhumano no sólo por la manifiesta superioridad
cuantitativa de sus horrores y crímenes a lo largo de veinte
siglos comparado con los fundamentalismos sapienciales y con el
judaísmo, o de trece siglos si lo comparamos con el islamismo.
Se puede objetar que resulta difícil, por no decir imposible,
demostrar cuantitativamente esta afirmación. Se puede decir
que estoy haciendo un mero juicio de valor, una condena subjetiva
y parcial, y que todo depende de la posición del sujeto que
emite el juicio, de sus intereses y de los criterios que emplea.
Sostengo que, a la contra, es posible, necesario y bueno evaluar,
cuantificar, los efectos del fundamentalismo occidental y cristiano.
Se puede responsabilizar a un sistema sociopolítico y socioeconómico,
a una clase social, a un Estado, de los sufrimientos que causa por
la sencilla de que el sufrimiento es medible. El llanto de una niña,
el dolor y la extenuación, el hambre de un anciano, la desolación
de una esclava, la tristeza helada de un parado, la amargura de
un pueblo también se miden cuantitativamente, se pesan y
equiparan en la balanza del humano sufrimiento histórico.
Durante los años sesenta empezaron a cobrar
fuerza los indicadores sociales de bienestar colectivo. Ya existían
con anterioridad algunos de ellos, pero es con el boom consumista
y el mito de la desaparición de las contradicciones clasistas,
cuando se perfeccionan en Occidente. En los años setenta,
el sistema oficial para medir el llamado "bienestar social"
era la evolución del Producto Nacional Bruto, el PNB; método
con claras deficiencias en todos los sentidos. Desde comienzos de
los ochenta, bajo las directrices neoliberales, los Estados occidentales
reducen la aplicación de los indicadores sociales, para no
dar publicidad a los alarmantes datos sobre el empeoramiento de
las condiciones de vida y trabajo de la gente. Paralelamente, se
constata un aumento del malestar social subconsciente e inconsciente
en toda la sociedad occidental: psicopatologías y desarreglos
psicológicos, drogadicciones, suicidios, agresividad latente
o manifiesta, enfermedades psicosomáticas...
La situación empeora aceleradamente en las
sociedades "subdesarrolladas", que ni siquiera pueden
aplicar los medidores sociales. Allí donde se consigue aplicar
con alguna continuidad el método PQLI, o Indice de Calidad
Física de Vida, que es una media simple no ponderada de índices
no representativos de mortalidad infantil, esperanza de vida a la
edad de un año y alfabetización básica, en
esos sitios de aplicación, los resultados son demoledores.
Bajo fuertes presiones en contra por parte del imperialismo y de
las grandes instituciones mundiales, FMI, Banco Mundial y otras,
se publica en 1990 el primer Informe de las Naciones Unidas sobre
Desarrollo Humano, que intenta superar las deficiencias de los indicadores
anteriores. El impacto que producen sus revelaciones anima a determinadas
organizaciones de solidaridad a perfeccionar los métodos
y a publicar sus resultados. Pero no tarda la respuesta del imperialismo:
con la excusa de que no hay dinero y de que muchas de esas organizaciones,
y sobre todo la Unesco, están controladas por comunistas,
se van cortando las subvenciones internacionales, estatales y privadas.
A la vez, el FMI y el Banco Mundial crean sus propios indicadores
e inundan las transnacionales de la desinformación con resultados
amañados y parciales que, empero, no tienen más remedio
que reflejar parte de la realidad.
Podemos, entonces, medir y cuantificar el sufrimiento
humano; aunque el sólo hecho de intentarlo implicar inicial
una pelea teórica sobre el status de cientificidad no sólo
de las ciencias sociales, sino del indicador escogido. También
aquí se activa la lucha permanente entre el conocimiento
crítico y emancipador y el dogma reaccionario siempre al
servicio de poderes establecidos. Por tanto, podemos decir con datos
en la mano, que el fundamentalismo occidental y cristiano es el
más inhumano porque cualitativamente el fundamentalismo occidental
y cristiano ha generado el más irreconciliable antagonismo
entre las capacidades productivas jamas existentes y las miserias
humanas que le son inherentes. Nunca en su historia nuestra especie
ha dispuesto de tantas posibilidades de bienestar y empero, jamás
ha padecido tanto dolor y quebranto como en la actualidad. Esta
contradicción antagónica entre lo posible y lo real,
entre lo que podría existir y lo que realmente existe, es
el criterio cualitativo, objetivo e innegable que demuestra la catadura
burguesa.
La sociedad occidental, en primer lugar, ha sembrado
la desolación en todas las sociedades precapitalistas, destruyéndolas
y condenándolas a la miseria; en segundo lugar, tras desarraigarlas,
las ha introducido a la fuerza, por la violencia pública
y por la sorda coerción económica, en las esferas
concéntricas de la expoliación, intercambio desigual
y esquilmación unidireccional. En tercer lugar, en su interior
también hizo lo mismo, pero lo ocultó parcialmente
bajo las sobreganancias obtenidas con los genocidios coloniales.
Por último, en cuarto lugar, cuanto más desarrolla
las potencialidades productivas, tecnocientíficas y culturales
el capitalismo más agranda la distancia entre lo posible
y lo permitido.
Este último punto es crucial. La injusticia
y la ausencia de libertad en las sociedades capitalistas "desarrolladas"
es cualitativamente más grave que en otras porque aquí
los impedimentos no son objetivos, no vienen impuestos ciegamente
por el pobre desarrollo de las fuerzas productivas, al contrario,
son subjetivos, son impuestos por las estructuras de dominación.
Aquí es la estructura política de opresión
la que impide por múltiples medios la realización
revolucionaria de las potencialidades omnilaterales dadas en el
grado de evolución productiva, tecnocientífica y cultural
alcanzado, que es verdaderamente rico y capaz de grandes avances.
Lo realmente grave y patético, es que la dialéctica
entre la potencialidad objetiva y el impedimento subjetivo, hace
que se interpenetren las causas y efectos, de modo que, durante
el proceso, dentro de las masas occidentales se genera una dinámica
justificatoria de la explotación del llamado Tercer Mundo
para mantener el flujo de riqueza expoliada que, en parte, beneficia
también a las masas, aunque sean los despojos del festín
burgués.
En las sociedades precapitalistas o capitalistas "subdesarrolladas",
esas potencialidades están constreñidas no sólo
políticamente, por la estructura de opresión de clase,
patriarcal y etnonacional, sino a la vez por la limitada potencialidad
global alcanzada. Precisamente una demostración irrebatible
de las potencialidades impresionantes que alcanzaríamos en
las sociedades occidenatales emancipadas, superadas las trabas sociopolíticas,
es que los pueblos "subdesarrollados" que han superado
las suyas, que han avanzado revolucionariamente siquiera un corto
espacio de tiempo, han conseguido logros materiales y morales de
una belleza y hermosa deslumbrante. Y eso que han partido de condiciones
objetivas mucho menos propicias, más retardatarias y encorsetadoras
que las nuestras. Los logros están ahí y no me voy
a extender en ellos. La criminal obsesión del bloque imperialista
por exterminarlos y borrarlos del mapa busca que no cunda el ejemplo
ni en el resto de los pueblos empobrecidos ni en los enriquecidos.
Si tuviéramos que poner un ejemplo diríamos
que mientras las sociedades precapitalistas tributarias podían
alcanzar una libertad escala 3 y empero permitían una escala
1; mientras las sociedades precapitalistas feudales podían
alcanzar una libertad 4 y permitir una escala 2; mientras que las
sociedades capitalistas "subdesarrolladas" podían
alcanzar una escala 6 y permitir una escala 3, mientras es así
-en este ejemplo- las sociedades capitalistas desarrolladas pueden
alcanzar una libertad potencial 15 desarrollando una libertad real
de 15, y lo que ocurre es que sólo permiten una de 5, es
decir, la distancia entre lo posible y lo permitido es mayor, cuando
precisamente es mayor el potencial emancipador.
Esta y no otra es la diferencia cualitativa: cuanto
más libres podríamos ser porque existen las capacidades
prácticas, posibles y potenciales, menos lo somos realmente
porque estamos más distanciados entre eso que es posible
y esto que realmente somos. Lo patético es que las causas
son políticas. Lo amargo es que a esa impotencia impuesta
que nos frena la explosión de creatividades, le llamamos
libertad. Lo insoportable es que, encima, pensamos que esa impotencia
impuesta, esa "libertad" ilusoria, es el modelo que debemos
exportar al resto del planeta.
5-3.- Libertad y dogma:
El fundamentalismo cristiano oculta esta contradicción
a la fuerza, incluso cuando critica al capitalismo desde la Teología
de la Liberación, como veremos en su momento. La responsabilidad
del fundamentalismo cristiano es pues mucho más grave que
la de los otros fundamentalismos, incluido el sintoísta japonés,
ya que sobre sí descansa el histórico silenciamiento
de una situación incalificable. De hecho, toda religión
ha de ocultar esa desproporción. Ha de hacerlo por una razón
muy sencilla y eminentemente lógica: no puede responsabilizar
a su dios del antagonismo entre la libertad y la felicidad humana
posible y la opresión y la desgracia real. Los fundamentalismos
sapienciales han logrado mejor eludir el problema que los proféticos,
pero tampoco lo han resuelto: sólo lo silencian, como es
el notorio caso de Buda según la tradición.
El judaísmo ha responsabilizado al pueblo pecador
y ha liberado así a Yahvé. El islamismo se debate
entre un determinismo fatalista explícitamente reconocido
en el Corán y un subterráneo albedrío que late
por debajo del dogma y que reaparece carnalmente exultante en las
noches del Ramadán, cuando es permitido excederse en delicias
sensuales para recuperarse de los sacrificios diurnos. Pero el cristianismo
no ha conseguido nunca resolverla: 'misterium morten' y 'misterium
iniquitatis', dos problemas lógicamente irresolubles desde
la creencia en la bondad intrínseca de un dios omnisciente
y omnipotente.
Ningún fundamentalismo puede resolver esa contradicción:
libertad y dogma son antagónicos. Y la fe, junto a la especulación
teológica, que es el consuelo idealista de la ignorancia,
aparece como la solución incomprendida e incomprensible.
El fundamentalismo cristiano también es en esto el más
retrógrado. La fe, dice, es una de las tres virtudes teologales
y una gracia concedida por dios. Una vez aquí, en este agujero,
no existe otra alternativa de salida que la admisión de la
doble verdad, de la revelada por dios y de la científica.
La primera sólo está a disposición de los agraciados
por la fe, de los creyentes, y la segunda, la científica,
a disposición de todos, de los creyentes y de los ateos o
agnósticos. Por tanto, los creyentes tienen una clara ventaja,
son superiores, ven más lejos, conocen cosas que la razón
desconoce porque le falta el instrumento de la fe. Los creyentes
tienen así una neta superioridad sobre los no creyentes.
Sólo ellos pueden definir entonces, en base a su especial
y exclusivo conocimiento, lo que es fundamental de lo que no lo
es, lo que es en sí bueno intrínsecamente de lo que
es intrínsecamente malo. No importa aquí la discusión
entre protestantes y católicos sobre la interpretación
de la Biblia, la salvación por las obras o por la fe simple,
etc. Lo que importa es su pretensión de exclusividad, de
monopolio.
Los cristianos han intentado desatar este nudo gordiano
sabedores de que es insostenible argumentar la igualdad y mucho
menos la superioridad de la fe sobre la razón. Ahora bien,
que sea insostenible no ha evitado que cristianos célebres
la hayan asumido; de hecho, en última instancia, inevitablemente,
todo cristiano debe asumirla y defenderla al final. Tertuliano (150-222)
lo hizo explícitamente. A él se debe esa irracional
afirmación de que "creo porque es absurdo". Por
esas mismas fechas, Clemente de Alejandría (150-215) tuvo
que avanzar un paso: la razón puede ayuda a la fe, pero siempre
y cuando se mueva dentro de los senderos marcados por ésta:
la razón al servicio de la fe. El problema seguía
irresuelto y Agustín de Ipona (354-430), recuperando a Platón,
sostuvo que había dos clases de razón: la fe es la
razón superior y la filosofía la razón inferior.
Más tarde, Tomás de Aquino, falsificando a Aristóteles,
tuvo que avanzar más que Agustín poniendo a la par
fe y conocimiento razonado, pero afirmando que cuando surgía
una contradicción entre ellos, era el conocimiento el que
estaba o atrasado, o errado o mal planteado, y que debía
hacerse un esfuerzo más intenso hasta que alcanzase el nivel
que ya tenía el conocimiento adquirido por intervención
de la fe. Por último, por no extendernos, la situación
se hizo tan insostenible que Theillard de Chardin (1881-1955) ha
rizado el rizo mezclando evolucionismo, creacionismo y epistemología
diciendo que al final, junto a la evolución, la ciencia y
la fe confluirán en el Punto Omega. Pero también abundan
los cristianos que sostienen que la ciencia no tiene razón
cuando se enfrenta a la Biblia.
La libertad humana corre un serio riesgo allí
en donde una parte de la nuestra especie se cree depositaria y poseedora
de un conocimiento superior; un conocimiento no falsable ni verificable
científicamente, no sometido ni sometible a criterio de veracidad
alguno. La libertad humana, y todo lo que le precede, acompaña
y antecede, es medible, cuantificable, porque tiene contenidos objetivos
y subjetivos esencialmente idénticos para toda la especie.
Pero cuando una parte de ésta, la creyente, créese
poseedora en monopolio exclusivo y excluyente del saber básico
y esencial por cuanto trata de dios, de un conocimiento especial,
único, la fe, y además lo cree por dogma, es decir,
indemostrable por métodos científicos, entonces esa
parte de hecho, en la práctica, se distancia del resto.
Nadie puede impedir ni negar ese distanciamiento:
tienen derecho a constituir sus grupos, sectas y movimientos. Pero,
la historia enseña multitud de aleccionadoras prácticas
y comportamientos sobre la tendencia de esos sectores que se creen
monopolizadores de un saber superior y único, a arrogarse
atribuciones, derechos y obligaciones precisas, únicas y
excluidas al resto. De entrada, las religiones y sobre todo el cristianismo,
son internamente antidemocráticas aunque en algunos momentos
algunas facciones suyas hayan aplicados algunos métodos democráticos.
Todas tienen un centro de poder interno, un grupo selecto capaz
de interpretar el mensaje y la voluntad de dios correspondiente.
Después, unas antes que otras, pero todas ellas impelidas
por la misma necesidad, se lanzan a convencer a los demás
de las únicas excelencias de su mercancía propia.
Y no tarda en llegar el momento en el que piden ayuda a los poderes
establecidos o éstos se lo piden a ellas, o ambas cosas suceden
a la vez.
Entonces, la tentación totalitaria, controladora
y absorbente aparece con toda su fuerza. Las libertades ajenas,
empezando por las de los ateos, agnósticos e indiferentes,
son paulatinamente sometidas a la voluntad de dios, que es la libertad
suma. Tentación totalitarista que nace de la naturaleza religiosa:
teocracia como perfección social. No se expresa siempre de
forma directa aunque sí está latente. De hecho deben
si no dictar e imponer a los demás el comportamiento, sí
al menos advertirles qué, cómo, por qué y para
qué deben actuar. El cristianismo ha gastado enormes fuerzas
en mantenerse en el poder. El protestantismo es la versión
cristiana del capitalismo desarrollado: fundamentalismo incrustado
en la mente burguesa por muy laica que diga ser. Los fundamentalismos
católico y ortodoxo responden a otras fases del poder de
clase, patriarcal y etnonacional.
5-4.- Cinco mandamientos:
Todas las religiones analizadas aquí tienen
unas constantes identitarias que dan cuerpo al fundamentalismo dogmático
que luego, en la práctica sociohistórica, aparece
claramente expuesto en identidad de comportamientos. Si bien cada
religión tiene sus mandamientos y sus preceptos propios,
enumerados y enunciados según las coordenadas mentales del
contexto histórico en el que fundamentó su dogma,
todas coinciden en cinco mandamientos esenciales que, en realidad,
provienen de la praxis histórica de nuestra especie en un
período determinado, prolongado durante casi tres milenios,
pero muy reducido en la larga historia humana.
Las constantes a las que nos referimos son estas:
no matar, no mentir, no robar, respetar la propiedad sexo-económica
y respetar la autoridad paterna. Hay otras constantes parciales
y secundarias que o bien aparecen entre determinadas religiones,
pero no en todas, o bien conciernen a prácticas secundarias,
no dogmáticas y sí temporales, por lo que no nos vamos
a extender ahora en ellas. Decimos que las básicas provienen
de la praxis histórica ya que, al margen de la interpretación
religiosa, reflejan las relaciones de fuerza y poder dentro de la
historia humana, así como, a la vez, las certidumbres culturales
de supervivencia colectiva dentro de esos marcos. Desde luego que
existen contradicciones internas muy fuertes pero precisamente ellas
demuestran la inmanencia de las normas que no su transcendencia,
como afirman las religiones.
El fundamentalismo religioso ha roto la dialéctica
de lo esencial y de lo accesorio, de lo fundamental y de lo secundario,
al elevar esas normas al carácter de mandamientos. De esta
forma todos y cada uno de los mandamientos terminan por beneficiar
al poder establecido. Veámoslo uno a uno:
No matarás es un "convenio colectivo"
que asegura la supervivencia del grupo en un entorno extremadamente
agresivo, amenazante y precario. Se ha dicho que en las condiciones
de extrema incertidumbre existentes en el paleolítico, justo
cuando el Pithecantropus pekinensis logró controlar el fuego,
en esas condiciones, las reducidas bandas debían cuidarse
solidariamente dentro de ellas, no llevar las tensiones a momentos
de peligro, repartir la comida, atender el fuego permanentemente,
planificar colectivamente la caza y sobre todo la recolección
de frutos, raíces y hierbas, explorar tierras nuevas para
el grupo, etc. En situaciones así, que duraron miles de años,
el conservar la vida era más un logro colectivo que individual.
El "no matarás" debió crearse entonces como
una necesidad colectiva de sobrevivencia, una implícita aceptación
incondicional de la supremacía del colectivo sobre el individuo.
Pero el desarrollo de la producción de excedente
social, de los inicios de la propiedad y el surgimiento de la guerra
de saqueo y botín, de obtención de esclavos, trastoca
en poquísimos siglos, comparado con el prolongado período
anterior, ese necesario convenio interno. Es entonces, justo al
aparecer minorías dominantes compuestas por sacerdotes-guerreros
masculinos, cuando se absolutiza unilateralmente y se dicta qué
institución designa las excepciones al "no matarás",
es decir, las condiciones en las que sí se puede matar, entonces
el mandamiento general se desliza a la sombra del poder establecido.
Las castas dominantes, monarquías e imperios, la clase opresora,
el Estado, los jueces...son los que aplican la muerte. Una minoría
tiene el derecho de decir a quién, cuando, cómo, por
qué y para qué se puede y hasta se debe matar. Se
ha expropiado a la mayoría el control efectivo de ese "convenio"
que ha devenido en un poder y privilegio de la minoría.
Las religiones se convierten en piezas claves en la
legitimación de ese proceso de expoliación a la colectividad
de la administración del "no matarás" y
de entrega, en uso monopolístico, a la minoría rica
y dominante. Durante siglos, las religiones estuvieron esencialmente
unidas en lo material y simbólico a esas minorías,
y algunas de ellas siguen estándolo. La evolución
concreta del cristianismo, desde la irrupción de la burguesía,
ha sido la de desligarse parcialmente en la simbiosis material pero
conservando o incrementando -la nueva derecha yanki, por ejemplo-
la simbiosis simbólica y legitimadora.
No mentir es otro "convenio" que nace de
la necesidad de todo colectivo de tener acceso a información
veraz, rigurosa y contrastable. Sin ella es imposible sobrevivir.
En la extrema precariedad anterior a la revolución neolítica,
debió ser decisivo el conocimiento lo más exacto posible
de la situación alimentaria en todos sus aspectos. Pero no
sólo eso, además, dependiendo en grado sumo de un
mundo azaroso y muy desconocido en sus procesos, los humanos tenían
que fiarse unos de otros hasta grados de depender de su vida de
la objetividad de las informaciones dadas. En "no mentir"
se relacionaría estrechamente con el "no matarás"
en el sentido de que la veracidad informativa permitiría
conservar la vida colectiva e individual. El "no mentir"
tendría también directas repercusiones sobre el perfeccionamiento
del saber colectivo y de los rudimentos de una tecnología
que rozaría el tránsito del empirismo estrecho al
inicial conocimiento teórico transmitido oralmente de generación
en generación.
Pero cuando se desarrolla una estructura jerarquizada
de producción de sentido y de "verdad" desaparece
la capacidad de cualquiera para hacer oír su experiencia
vital. Esa estructura aparece simultáneamente a la consolidación
de la minoría sacerdotal-militar masculina acaparadora de
partes crecientes de excedente social. Esa minoría, que monopoliza
el saber escrito y los rudimentos precientíficos de la crecida
de los ríos y de las cosechas, escinde el "no mentirás"
en función de sus intereses en crear una verdad propia, de
dominación. Ella miente a las masas, e incluso llega a utilizar
trucos mecánicos para aparentar milagros asombrosos. Pero
ella dice la verdad en cuestiones decisivas para aumentar el excedente:
el calendario lunar y solar; las crecidas de ríos para regar
los valles; los sistemas de cruce y selección empíricas
de especies; las técnicas de conservación de alimentos;
las técnicas de fundición de metales, etc. La dialéctica
mentira-verdad va unida a la de matar-no matar en un proceso mixto:
legitimar el poder emergente y fortalecer sus medios de violencia
interna y externa. No mentir pasa a ser entonces decir lo que el
poder quiere que se diga. Y el que se resiste queda de inmediato
descalificado además de como mentiroso, sobre todo como hereje,
falsario, subversivo, o también de loco, pervertido, desquiciado
y psicópata.
Las religiones son poderes decisivos en el triunfo
histórico de esa escisión elemental. De un lado, acaparan
la definición de mentira y de verdad según las definen
sus dogmas, siendo por tanto necesario su concurso para mantener
las estructuras de poder. Pero, de otro lado, están presionadas
por dos fuerzas tensionadoras: una, las resistencias latentes o
activas de las masas, que tienden a desbordar periódicamente
los diques dogmáticos y, otra, la creatividad difícilmente
controlable del pensamiento humano, sobre todo cuando emplea metodología
científica. Ambas fuerzas generan contradicciones globales
que están en los orígenes del autoritarismo fundamentalista.
Pero tales arrebatos represores, si bien apuntalan durante algún
tiempo el dogma, a la larga y muchas veces muy pronto, lo debilitan.
Tal contradicción es la causa de que las religiones tiendan
siempre a recurrir a la dialéctica mentira-opresión,
en contra de la de verdad-libertad.
No robar es ya otra cosa pues la propiedad privada
surge en un período muy tardío y muy reciente en nuestra
especie. No mentir y no matar son "convenios" muy necesarios
en el paleolítico pero no tiene ningún sentido el
no robar cuando no hay excedente o es ínfimo y su distribución
colectiva. Más aún, el "no robar" carece
de sentido cuando la supervivencia colectiva e individual depende
del mantenimiento de la vida de los demás y de las relaciones
verdaderas entre el colectivo. Tengamos en cuenta que la muerte
de un joven apto, sano y ágil, supondría una grave
merma en una colectividad muy reducida, por lo que mantener la unidad
vital de todos ellos, y su buena hermandad, sería imprescindible.
Otro tanto ocurriría con las parturientas y el control social
de la natalidad, así como con las personas ancianas, guardianes
del conocimiento colectivo.
Se roba cuando uno tiene más que otro y esa
tenencia está sancionada legalmente como propiedad privada,
al margen de su forma histórica. Al comienzo, el robo se
produciría más entre colectividades que entre individuos,
según la diferencia de excedente acumulado entre ellas. Las
primeras religiones permitían y justificaban el robo a otros
colectivos y hasta las peores atrocidades con sus miembros apresados:
muerte instanténea, sacrificios humanos y canibalismo ritual,
esclavización primero de las personas jóvenes, especialmente
hembras y después de los hombres, etc. Es la larga época
histórica de lo que se ha llamado "religión grupal",
"étnica" o "etno-nacional", e incluso
"religión de las ciudades-estados" y sobre todo,
de los imperios tributarios y fluviales. No podemos analizar ahora
cómo partes esenciales de sus dogmas pasaron luego a las
grandes religiones aquí estudiadas.
Más adelante, el mandamiento de no robarás
beneficia en todo a las clases poseedoras, que son las dominantes.
Las religiones aquí analizadas surgen sobre la realidad clasista,
cuando ya existe la propiedad privada plenamente asentada. Desde
entonces, las religiones se agitan en una contradicción tripolar:
de un lado, deben defender la propiedad privada, empezando por la
suya; de otro, han de responder de algún modo a la injusticia
que nace de la propiedad privada y sobre todo, han de responder
a las preguntas de sus miembros que se interrogan sobre si dios
o Alá, por ejemplo, son pobres o ricos, reparten lo que tienen
o se lo quedan. Por último, el tercer polo es el de la postura
de las religiones cuando los Estados a los que sirven y legitiman
se lanzan a guerras de expoliación y robo que redundan en
un aumento de la propiedad de las burocracias religiosas.
Respetar la propiedad sexual es una imposición
patriarcal anterior a la propiedad privada económica, pues
la propiedad privada sexual es una de las bases sobre las que se
sustenta la propiedad económica, y no a la inversa. Más
aún, los datos disponibles sugieren que la propiedad económica
originaria era propiedad sexual, dominio, control y explotación
de la mujer como unidad psicofísica de fuerza de trabajo
y reproducción biológica. Ocurre que las religiones
son medularmente patriarcales. La forma cruda de expresar ese mandamiento
es no adulterarás, es decir, prohibir la libertad sexual
porque en su origen, durante la sedentarización agrícola
del neolítico, el sexo era también, además
de placer, un medio de producción de bienes que de inmediato
entraban en la propiedad privada del marido, y la mujer una herramienta
más del poder patriarcal y de clase masculina.
La propiedad sexual es decisiva en las religiones
porque todos los dioses principales son masculinos. Hace aproximadamente
tres milenios, se inició el proceso de definitiva depuración
de las diosas e implacable ascensión a los puestos de poder
religioso, de los dioses. Ello no quiere decir que anteriormente,
las diosas fueran las dominantes, en absoluto. Quiere decir que
no estaban tan marcadas las relaciones de opresión patriarcal
dentro de los panteones religiosos. Las diosas eran, por lo general,
las garantes de la fecundidad y la riqueza, del conocimiento de
la recolección y de las relaciones internas. Según
esta división sexo-religiosa de las funciones divinas fue
superada por el aumento del excedente social y fortalecimiento del
patriarcado simultáneo al militarismo neolítico, en
ese proceso, las diosas fueron apeadas de su poder.
Respetar la autoridad paterna, ahora dicho como "honrarás
a padre y madre" es también una imposición muy
reciente en nuestra historia.
Este mandamiento careció de sentido en la larguísima
época durante la cual se desconocía la ciertamente
pequeña función del padre-biológico en el acto
procreador. Va surgiendo conforme se conoce esa función y
a la vez se impone la dominación del padre, la paternidad
patriarcal y la continuidad de la propiedad privada mediante la
herencia de los hijos del padre, que no de la madre y menos de las
hijas. Ya para entonces el "no matar" y "no mentir"
han quedado disueltos en la violencia y "verdad" del poder
establecido. Para entonces, la mujer es ya propiedad sexo-económica
del macho. Las diosas han sido desplazadas por los dioses. El saber
social se ha transformado con la irrupción del paradigma
penocéntrico y el poder social se ha reforzado con la simbología
falocrática del militarismo patriarcal.
Las religiones no son, en modo alguno, ajenas a esa
dinámica. Sus burocracias han trabajado intensamente para
criminalizar y a la vez mitificar a la mujer; para presentarla como
ser débil, pecaminoso, inconsciente y turbador. Por contra,
los atributos sociales dominantes son los masculinos, fuertemente
militaristas y agresivos. En este universo de referentes patriarcales
la propiedad privada está protegida por el no robar, y muy
especialmente la propiedad sexo-económica por el no adulterar.
Para cerrar el círculo se obliga a respetar la familia patriarcal
en cuanto elemento de concentración y centralización
de propiedad sexo-economica, producción de "verdad"
mediante la "educación" y socialización
primaria, y de la pasividad irracional ante la violencia del poder
con la creación de personalidades obedientes, sumisas y alienadas.
El fundamentalismo religioso, al margen de sus formas
de expresión, tiene como esencia definitoria estos cinco
mandamientos. Dependiendo de circunstancias y momentos, se desarrollarán
integrismos específicos y particulares que no cuestionan
en absoluto la fundamentación dogmática sino que,
en todo caso, exigen su rigurosa, exacta e íntegra aplicación.
Una vez aquí, con este bagaje reaccionario, el fundamentalismo
puede y debe justificar determinadas constantes prácticas.
5-5.- Cinco prácticas:
Son prácticas que desbordan los horizontes
marcados por los mandamientos debido a que éstos, por sus
innatas limitaciones y contradicciones, nunca pueden aconsejar o
reprimir, imponer o excluir todas las prácticas sociales.
Por eso, las religiones coinciden también en cinco práctica
que se agudizan en momentos de reafirmación fundamentalista.
La primera es la supeditación de la mujer al
hombre. Todas las religiones aquí analizadas asumen esta
identidad fundamental, aunque hay entre ellas diferencias de intensidad
y forma de aplicación que nos remiten a sus específicas
condiciones de asentamiento y luego a sus evoluciones históricas.
Todas ellas son andróginas y misóginas: dios es macho
y aunque hay sacerdotisas en algunas de ellas, lo son en la medida
en que se han identificado con los valores penocéntricos
de su dogma. El hinduismo, que es el más "liberal"
en este sentido, camina empero hacia una centralización andrógina
creciente, que corresponde a la inevitable equiparación a
escala religiosa del poder patriarcal en la India. El budismo es
eminentemente patriarcal, como el islamismo, judaísmo y cristianismo.
El hinduismo y el budismo jamás han combatido las criminales
costumbres de sacrificar mujeres en las tumbas de sus marido. El
confucianismo y el taoísmo, por su parte, tienen en el culto
a la familia patriarcal, al linaje del padre, uno de los ejes básicos
de su liturgia que además sólo la pueden practicar
machos, y tampoco se han opuesto a las violencias contra las mujeres.
La segunda es el profundo autoritarismo social y una
muy clara minusvaloración o desprecio incluso de la democracia,
sin discutir ahora su contenido socialista o burgués. No
puede ser de otra forma: el fundamentalismo se dice depositario
de la revelación divina, de la voluntad y planes de dios.
Puede tolerar determinadas formas semidemocráticas pero siempre
que no cuestionen el dogma. La historia humana rezuma sangre y dolor
debido a la permanente tentación teocrática, totalitaria
e impositora de las religiones. También aquí hay diferencias
entre ellas, pero al final surge siempre la pugna entre libertad
y dogma. El caso extremo llega con el integrismo. Excepto en contadas
luchas en las que algunas sectas o fracciones religiosas no dotadas
de poder oficial, han optado por las masas oprimidas, la inmensa
mayoría de decisiones prácticas de las religiones
han sido en beneficio del poder establecido.
La tercera es que si no conquista el poder absoluto,
intenta al menos alcanzar gran poder de presión y control.
Es lucha política en sentido lato y duro entre fuerzas clasistas,
de sexo-género y etnonacionales. Aunque importa saber si
un fundamentalismo es opresor o de respuesta, aquí nos interesa
el que al final lo que buscan si no consiguen la teocracia es condicionar
desde las cotas de poder alcanzadas al resto de la vida colectiva.
No se contentan con estar al margen, ser "religiones privadas".
Al contrario, el fundamentalismo es impulsado por su creencia en
que sólo él es el depositario de la "verdad"
y que, por tanto, debe anunciarla a los demás. Peor aún:
está ciegamente convencido que esa es su misión en
la tierra -"evangelizar", "convertir", "islamizar",
etc.- para salvar del infierno -todas las religiones creen en él-
a los incrédulos, paganos e inocentes. Más grave aún:
la predeterminación agudiza esa dinámica hasta lo
trágico e inhumano.
La cuarta es que, además, en base a lo anterior,
sostienen que ellos o el fundamentalismo en su identidad, poseen
el conocimiento definitivo de la perfecta sociedad. Aunque también
aquí hay diferencias entre las religiones, su esquema es
el mismo. Los musulmanes dicen que el Corán regula toda la
existencia. Los cristianos que la Biblia aunque sus diversas corrientes
la interpretan a su modo, pero a diferencia del islamismo, y sólo
tras durísimas luchas sociales, el cristianismo ha tenido
que renunciar a la teocracia descarada reemplazándola por
una más sutilmente penetrante. El judaísmo de la diáspora
regula la vida en sus problemas centrales, y en el sionismo legitima
los crímenes israelitas. Las religiones sapienciales hacen
lo mismo pero sin tanta parafernalia ni bombo deista.
La quinta y definitiva es que lo anterior se sustenta
en la creencia de que el fundamentalismo deriva de dios, es el intérprete
privilegiado, fiel, único y oficial de la voluntad divina.
Repetidamente hemos denunciado esta pretensión que niega
y rompe de cuajo lo más definitorio de la naturaleza humana.
No nos vamos a extender sobre ella. Las cinco prácticas y
mandamientos del fundamentalismo le separan radicalmente de cualquier
práctica plenamente humana: histórica, inmanente,
autoconstruida, libre y natural.
5-6.- Liberación y dios:
Dentro de las religiones y con mayor fuerza en las
proféticas, siempre ha habido corrientes "de izquierdas"
y "progresistas", en el sentido de defender los intereses
de las mayorías oprimidas e integrarlos en una perspectiva
de futuro. Periódicamente tales corrientes han realizado
intentonas emancipadoras terrenales o al menos ha forzado más
allá de lo permisible la legalidad oficial. Bastantes de
ellas fueron masacradas por sus mismos correligionarios; otras fueron
integradas y absorbidas, tras depurar a sus sectores más
radicales.
Basándose en esa innegable experiencia histórica,
de la que también se reivindican movimientos revolucionarios
ateos pero por otros motivos, algunos creyentes sostienen la tesis
de que se puede compaginar en la práctica, en la "ortopraxis",
liberación con dios. La Teología de la Liberación
es, en el cristianismo, la más reciente y acabada interpretación
en este sentido, aunque está muy mediatizada por las tremendas
condiciones de explotación existentes en América Latina.
La Teología de la Liberación, empero, tiene serios
contrincantes políticos y de fe en las organizaciones evangelistas
norteamericanas que, ayudadas por inmensas subvenciones económicas
de origen siniestro y sucio, propagan otra forma de alienación
religiosa, esta vez reaccionaria y pasiva.
Muchos creyentes han dado su vida por la liberación
de las masas; han sido detenidos, torturados, encarcelados y asesinados
o "desaparecidos". El problema central a la hora del debate
entre revolucionarios creyentes y ateos, sean marxistas, socialistas,
anarquistas, etc., no radica en las tácticas y medios, e
incluso en los objetivos y fines a conseguir. En eso y en muchas
más cosas se está de acuerdo: es la propia dinámica
de lucha, sus exigencias inevitables y las inmediatas medidas que
hay que tomar, la que les acerca y les hace superar los recelos
y suspicacias sectarias.
El problema serio radica en el concepto último,
filosófico y humanista, de liberación, de realización
y autoconstrucción humana. Hay que insistir en que este debate
no obstaculiza, al menos desde los revolucionarios ateos, la estrecha
unidad práctica y militante con lo creyentes. Es más,
desde siempre han sido las fuerzas religiosas las que más
pegas y obstáculos han puesto a dicha colaboración
e incluso han prohibido cualquier unidad de acción por nimia
e insustancial que fuera. Cuatro son las distancias absolutas que
separan a los revolucionarios creyentes de los ateos en lo que se
refiere al concepto último de definición de la especie
humana. Aquí y por razones obvias nos vamos a centrar exclusivamente
en la Teología de la Liberación y todas las referencias
parten de su concepción teológica.
En primer lugar, desde una perspectiva religiosa,
todo pensamiento ha de seguir el dogma, existencia de dios, santísima
trinidad, encarnación del dios-hombre y su sacrificio para
erradicar el pecado de este mundo, etc. Los irresolubles problemas
epistemológicos y científicos que ello acarrea al
ateo no son tales para el creyente que admite por fe que un ser,
dios, sea a la vez padre, hijo y espíritu santo, capaz de
preñar a una mujer sin romper su himen, de la que nacerá
ese mismo ser pero convertido en hombre-dios, etc. Supongamos que
el ateo y el creyente se ponen de acuerdo para no discutir sobre
el particular y respetar cada cual el derecho del otro a pensar
o creer cualquier cosa. Aun y todo así el problema no está
resuelto en absoluto.
No lo está porque el creyente a la vez que
parte de dios, tiende hacia él, su creencia es circular:
la liberación debe concluir en la reafirmación de
dios mediante la liberación del hombre siguiendo el círculo
cerrado del dogma. No hay posibilidad de salirse de él pues
se caería de inmediato en el pecado y por tanto, la liberación
sería imposible. En la liberación cristiana el fin
es el principio, eternidad inmóvil, reino de dios bajado
a la tierra. Se restablece la voluntad divina, cuestionada por el
pecado original, por la caída. La liberación sólo
es posible tras el sacrificio del dios-hombre que ha lavado con
su dolor nuestra culpa, la culpa humana, la que todos llevamos por
el pecado original y nos determina en todo.
El ateo no acepta en modo alguno semejante interpretación.
Para él la liberación humana no es circular, no vuelve
al origen, al paraíso del que fue expulsado. La liberación
es el mismo proceso de autoconstrucción, autogénesis
siempre compleja y tensa. Lo que le separa del creyente es una concepción
de la especie humana totalmente diferente. Y la historia de la emancipación
indica que esas diferencias también tienen su importancia
a la hora de la felicidad cotidiana. El ser humano no es una cosa
acabada, creada desde fuera por y para una voluntad inaccesible.
El ser humano es su propia autoconstrucción.
El segundo lugar, es tal la distancia entre el militante
ateo y el militante creyente, que la Teología de la Liberación
insistió desde un principio en que no tenía ninguna
relación esencial con la filosofía materialista y
atea, que su relación era instrumental y accesoria, como
una muleta. La Teología de la Liberación no tiene
más remedio que reconocerlo así, pues de lo contrario
se negaría ella misma como teología, como "conocimiento
de dios". Y es que ese conocimiento es especial. Ya hemos hablado
de la tesis de la "doble verdad", la de la fe y la de
la ciencia. La Teología de la Liberación acepta esa
tesis y cree mejorarla: la gracia de la fe, la contemplación
de dios, se perfecciona y ahonda mediante la evangelización
"verdadera", la que va a los pobres, a los desheredados.
El creyente parte de la "verdad" de dios
y busca evangelizar a los pobres comportándose con ellos
algo parecido a como se comportó dios-hombre, Jesús
el Cristo, con la Humanidad: el sacrificio en la cruz fue la redención
de los pecados. El creyente hace de su sacrificio militante la redención
material de la opresión del pobre, del paria. Su capacidad
de análisis de la sociedad está "enriquecida"
por la vivencia mística de la fe y de la "verdad":
tiene más conocimientos, piensa, que el ateo, que carece
de los datos de la "revelación".
El ateo parte de la verdad como proceso de superación
y de transformación inmanente, no como revelación.
No necesita al Cristo crucificado para tomar fuerza de su dolor
y entrega; las obtiene de su conciencia y de su ética individual
y colectiva, finita y terrenal. No busca redimir a nadie: busca
la autoemancipación colectiva. No acepta el pecado original,
la caída en desgracia por cometer pecado de soberbia, la
expulsión del paraíso por comer del árbol de
la ciencia del bien y del mal. No lo hace porque lucha por eso:
que la especie llegue a ser más que dios gracias a haber
no sólo comido de ese árbol sino haber plantado y
hecho crecer el árbol. El ateo, en suma, no sólo come
del árbol del bien y del mal, sino que él mismo ha
plantado ese árbol. Más aún, la práctica
humana ha construido ese árbol durante siglos, podando sus
ramas secas, regándolo, cruzándolo con otros árboles
en busca de obtener mejores y más ambulantes frutos. La diferencia
aparece aquí flagrante: mientras el creyente se limita a
esperar los permisos superiores o, en el mejor de los casos, a rogar
a estos que sean más humanos, el ateo revolucionario va directo
a la acción, no pide permiso y no sólo planta, cuida
y riega el árbol sino que además se come sus frutos.
Lo hace con placer y fruición: con el gozo de la libertad
autoconstruida.
En tercer lugar, al luchar contra el pecado, al cumplir
el mandato divino, el creyente no está siendo libre. Ningún
creyente es libre en el pleno sentido de la palabra. Dejando de
lado la predestinación y la omnisciencia divina, hay que
decir que sólo el Angel Caído intentó ser libre.
Conocemos su suerte: el infierno. Tienen razón los integristas
y fundamentalistas más reaccionarios: sólo Lucifer
rozó una vez la libertad y lo está pagando eternamente
desde entonces. El resto de la corte celestial, arcángeles,
ángeles, querubines, serafines, potestades, etc., son meros
peones de dios. Los creyentes también. Su libertad, su liberación,
es la aceptación pacífica del Poder Divino. El creyente
no es libre porque cumple un mandamiento: el primero en el decálogo
cristiano, "amarás a dios sobre todas las cosas".
Su incumplimiento es la condenación o si se quiere la ausencia
de la contemplación divina, el no gozo del éxtasis
místico en la Vida Celestial. Por tanto no hay, no existe
ninguna supuesta Teología de la Liberación en sentido
verdaderamente cristiano. La Teología de la Liberación
es un bluff en el sentido teológico porque trata de un problema
que cristianamente hablando no es problema: la libertad.
El ateo pasa realmente de estos galimatías
indemostrables racional y lógicamente. Para él la
libertad es cuantificable, medible, palpable. Se mueve en otra dimensión,
vivencialidad y cosmos existencial. Respeta el derecho del creyente
a imaginar esas cosas como respeta el derecho de un brujo a bailar
la danza de la lluvia o a intentar ver el futuro en las tripas de
un sapo. Pero el ateo rechazará con educada determinación
todo "consejo" del creyente sobre su forma de vida. Sabe
que para aconsejar a alguien hay que tener legitimidad. Y el problema
para el creyente surge de su falta de legitimidad. No es que no
tenga derecho a expresarse, nada de eso. Resulta que todo su esquema
interpretativo de la realidad está viciado por el núcleo
religioso, por la incapacidad cognoscitiva que le caracteriza. Ningún
cristiano puede cristiano puede hablar de libertad porque, en su
ordenamiento mental, esa cosa no existe. Por tanto, no puede aconsejar
sobre algo que ni tan siquiera sabe qué es. Sí puede
saber sobre sexualidad, porque tal vez la practique a escondidas,
pecando, y puede decir algunas cosas sobre ella. Pero sobre libertad,
sobre qué es ser libre, no puede decir nada.
En cuarto lugar, la Teología de la Liberación
es el último acto del egoísmo cristiano en condiciones
desesperadas como las de América Latina. El cristianismo
siempre ha tenido grupos que han intentado "lavar el pecado
de la Iglesia", su colaboración con el poder terrenal,
con el pecado. Por no retroceder mucho: ciertos teólogos
intentaron lavar la imagen cristiana ante el marxismo en la Europa
de los sesenta y setenta; antes otros habían intentado ganarse
la confianza y el perdón por el colaboracionismo cristiano
con el nazi-fascismo, etc.
El egoísmo está dentro del primer mandamiento:
si he de amar a dios he de limpiar su honor. Implícitamente
el segundo mandamiento, "no usarás el nombre de dios
en vano", obliga a lo mismo. Dicen que Jesús echó
del templo a los mercaderes. El creyente debe lavar los pecados
de la Iglesia. Cuando son horrendos, como el de colaboración
con el imperialismo, los creyentes más sinceros sufren en
su alma el pecado ajeno, como los mártires el de los arrepentidos
al paganismo y Jesús los de la Humanidad. Es una exigencia
de fe. Un mandato de dogma. Egoísmo es cumplir el mandamiento
para no padecer Castigo Eterno, o Penitencia en caso de desobediencia
y sobre todo, gozar del Premio Eterno.
Toda religión es egoísta. Pero más
aún las que pretenden realizar el "reino de dios en
esta tierra". Egoísmo doble: quedar bien ante los oprimidos
y bien ante dios. No existe ninguna diferencia entre el carlista
que llevaba en el pecho el amuleto de "detente bala, dios está
conmigo" -fetichismo cristianizado- y el cura rojo que lleva
el crucifijo en el Kalavnikov AK-47: es la misma mentalidad de fondo,
egoísta y miedosa. Otro tanto con los 'mujhaidin' musulmanes
o los 'kamikaze' que se inmolaban en honor de su dios-emperador
nipón. El miedo no paraliza al sujeto ante la muerte: lo
paraliza ante la vida. Prefiere morir en un acto egoísta
de salvación eterna que seguir viviendo en una lucha permanente
que se sabe concluye en la nada de la descomposición de cuerpo.
Aquí aparece una de las más irreconciliables
diferencias entre el ateo y el creyente: el sentido de la vida,
su valor y el de la muerte. No existe conciliación alguna
pues el creyente recurre a los fundamentos de su fe: la Teología
de la Liberación es sólo una variable más del
fundamentalismo. Es un fundamentalismo de respuesta dentro mismo
de la Iglesia. Responde con las mismas argumentaciones pero vueltas
al revés al fundamentalismo que durante siglos a beneficiado
al imperialismo. Desde siempre, los revolucionarios ateos han apoyado
estas luchas pues sirven a la emancipación sociopolítica,
pero siempre advierten que hay aún una parte substancial
por lograr: liberarnos del "amor de dios".
9/V/1995
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