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LA
CASA DEL MUNDO
de Antonio Casares
A la hora en que las cosas
se visten de hermosura,
yo desnudo mi alma.
Yo desnudo mi alma
para dejar que el mundo
se convierta en mi casa.
Mi casa es muy sencilla:
una hierba, una hoja,
un pájaro, me basta,
la caricia del viento,
una rama que tiembla,
la música del agua.
Yo no tengo altas metas,
ni quiero el oropel,
ni pretendo la fama.
Cuando el sol me saluda,
o el mar sigue cantando,
mi existencia se salva.
Y si llega ese verso,
regalo de las musas,
o una simple palabra
sobre el papel en blanco,
se produce un milagro,
y el corazón lo canta.
¿Para qué buscar sueños
que nunca se realizan,
inventarse falacias?
¡No me hablen de imperios,
ni de patrias futuras,
ni de glorias pasadas...!
¿No es mejor un buen vino
de un humilde mesón
que un palacio sin alma?
¿No es más libre ese pájaro
que vuela por el cielo,
o que canta en la rama,
que el rebaño de ovejas
que van al matadero
y obedecen y callan?
Yo prefiero un poema
al excelso discurso
que pronuncian los sátrapas.
Ser juglar en la calle,
compartir la poesía
con quien quiera escucharla.
El amor, simplemente,
¿no es mejor que una guerra
donde todos se matan?
¿No es más hermoso el oro
de una puesta de sol
que una moneda falsa?
Las banderas me asustan,
los ejércitos sobran,
las naciones me espantan.
¿De qué sirven los dioses?
La mejor religión
es un vaso de agua
que se da al caminante
que cansado lo bebe,
nos saluda y se marcha.
Que nadie sea un extraño,
ni se sienta extranjero,
allí por donde vaya.
Que no nos cuenten cuentos,
ni se inventen la historia
como un cuento de hadas.
Ya sabemos de sobra
quien gobierna este mundo,
ya sabemos quién manda.
La ambición de unos pocos
hace esclavos a muchos.
Lo demás son palabras,
máscaras del engaño,
sofismas de los ricos,
vulgares añagazas.
Aquí cabemos todos,
porque todos nacemos
por la misma ventana,
porque todos nos vamos
por el mismo camino
que al final nos aguarda.
Charlatanes de feria,
sólo aman los números
de sus cuentas bancarias,
y las urnas les sirven
para vender el humo
con que ocultan la farsa.
Pueden irse al infierno
con el cajón de sastre
que llaman democracia.
Que el gobierno mejor
es aquel que no existe
y que nadie proclama.
Yo no puedo callarme,
pero dicho lo dicho,
otras cosas me aguardan.
Por ejemplo, un paisaje,
una puesta del sol,
la mirada del alba,
el pan sobre la mesa,
la mano siempre abierta,
los sueños sin murallas,
una mujer, un nombre,
una voz al teléfono,
una nube que pasa.
Me conformo con poco:
un color que despierta,
la rosa inesperada.
Vivir es sólo eso:
no esperar grandes cosas,
solamente mirarlas.
Y cuando llegue el día
del último retorno,
irse como si nada,
con los ojos abiertos,
la conciencia tranquila,
y la paz en el alma.
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