ONIRONAÚTICA
por Alfonso Flaquer
El Mar sin orillas
I. El Despertar
(¿Dónde estábamos antes de nacer?)
Siempre se muere una primera vez.
Y es como el primer amor,
que nunca más se olvida.
Luego acudirán otras,
un rosario de piel abandonada
hasta perder la cuenta,
hasta hacer de la muerte algo común,
como un semáforo o un enfado.
La muerte nuestra de cada día…
Para no desesperar
urge encontrar entre lo cotidiano
la sombra de árboles y mitos,
y aullar, en los acantilados,
los nombres de todos nuestros sueños.
Ninguno de mis días
fue espejo de otro.
Como muertos que en metro se desplazan
así también mis egos,
en perfecto desorden,
por el andén de las horas lectivas.
Pero todo se acaba:
el ayer agoniza hoy
convertido en leyenda.
Carraspean las horas
al despertar en rebajas:
cada día pasa más rápido
y cada muerte es más efímera.
II. La Navegación
(Sueña la piedra dormida
con el molino
donde se quiebran los sueños
de tanto trigo).
Hay quién busca en los sueños
el significado que no encuentra en su vida.
Hay quien hasta escudriña los bostezos
como si arcanos faros
y abre puertas
-pero cierra pasos.
Onironauta aficionado,
en mi juventud surqué ése mar sin orillas
hasta ponerle nombre
a todas las criaturas anfibias.
Hoy,
demasiado viejo para atraer más sirenas,
demasiado joven para interesar a las Parcas,
yo sigo acercándome
al acecho de las horas claras/
bajo las ramas de la encina sagrada/
a dormir el sueño eterno de las piedras.
Y cada muerte es como un pequeño sueño.
III. La Búsqueda
Feromonas, ¡oh, santas feromonas!
Como ángeles certeros,
vestís de mensajes sin botella el aire.
(el cielo se cubre de lanzas y sombreros).
Y siempre arriba a buen puerto,
ésa letal melodía de notas
inaudibles -salvo para el animal
que viste nuestras almas.
Y ya no dejarás de buscarlo
toda la vida después,
una vez y otra,
como un perro
que se acerca a husmear en cada encrucijada del camino.
Y hasta puede que ronronees al encontrar
la magdalena,
o la sal de la tierra.
Se encenderán tus cilios
con el soma y el néctar
al libar entre los pliegues
de las orquídeas sabrosas
en tu renacer caníbal.
Yo huelo a corteza mojada.
A hueso de melocotón.
Y, a veces, a delfín varado
sobre la playa.
IV. El sextante
"Tú eres Éso".
Hay frases que se instalan
como muebles en nuestra memoria
Desde allí vuelven y revuelven,
con la inconstancia de las olas
y la certeza de las mareas.
Uno es uno, pero también es
los otros.
Uno es tigre, roca, mar,
arma y herida.
Viento, caza, corrida.
El árbol y la semilla.
Amante y criminal
Principio y fin
Poeta y charlatán.
Todo nos es cercano.
Todo,
menos el entendimiento,
que sigue muy lejos,
entre las ramas,
allá arriba, tan adentro…
IV. Derrotero
En esta navegación oculta
un horizonte sin espejos
convierte el espacio en leyenda.
El tiempo es
una sucesión de eventos únicos,
de Big Bangs pasajeros,
un sueño mineral
que confundimos con sus metáforas
hasta vestirlo a precio de oro.
Con ese metal
adornamos nuestras muñecas,
encadenando lo cotidiano
al vaivén de la bolsa
donde cotizan nuestras vidas
y nuestras horas como mercancías.
Horizonte caníbal,
que siempre deglute a sus hijos:
Frente a su voracidad
solo nos queda disimular
cual perséfones ante nuestros telares.
El sepukku ritual de nuestras células
es la respuesta certera a su tedioso embiste.
Solo la muerte nos libera del él -y acaso…
Así yo me entretengo
uniendo los dos extremos del Universo.
Lo que tarde, supongo,
será problema mío…
V. Bitácora
Descubrir, bajo el óxido
de tanta palabra gastada,
el brillo oblicuo y cegador
de una metáfora sublime
en la calma chicha de los mares cercanos…
Es
como desincrustar moluscos
entre ola y ola.
Arriesgar mano y mente
palpando a ciegas por los rincones hostiles,
en los pliegues sombríos,
donde no alcanza la luz ni la vista,
y sin la seguridad de una perla
esperándonos al final del frío.
No hay espejos en casa.
Pero en cuanto cruzo la puerta,
todas las superficies me reflejan
y se proyecta mi vida como en un lienzo
esbozado por una mano amiga
-que nunca deja firma
y que casi siempre
habla en otro idioma.
VI. La Bandera
En toda agenda emocional
hay amores en minúscula y plural:
jirones de sensaciones y sentimientos pectorales,
rocío para los deshidratados egos.
Hay amores suspiro,
ideales para las grandes superficies,
inmateriales y efímeros
como pompas de jabón made in china,
sueños de plástico brillante y malva
que nunca debieron salir de las pantallas.
Mas algunos arañan;
aunque muy pocos
nos desplazarán la yugular
y aun menos,
nos ayudarán a desaparecer.
Y luego está el Amor,
mayúsculo y singular,
como un gigantesco mar silencioso
en el que quizás nos bañemos alguna vez,
y que sabe a la sopita de enfermo
que suele hacer mi madre.
yo me cuadro cuando sin yo estar
se me arrebata el espíritu al oír llover
o cuando se pierde mi ánimo
con una nube
o cuando me despierto
en los brazos de una guepardo..
Cuando la estalactita
se une a la estalagmita,
cien mil años suspiran de alegría.
VII. El Mástil
Como una arruga que surge en el asfalto
plantado en medio de la acera
el árbol del Orín se alza entre los mundos.
Sobre sus pocas ramas cagan
palomas e urracas,
y en sus menos hojas
se ha instalado el tabaquismo.
Como un gigantesco bronquio gris
tiene sueños de enfermo.
Y sueña con el árbol de Uppsala
y con el Fresno de Gwiddyonil
que batalló en primera fila
durante la Guerra de los Árboles.
Porque él se sabe de otra estirpe:
sus raíces se enroscan en lo más profundo
y sus dedos acarician el aire y recogen el sol,
aunque los perros no sepan de Historia.
Y sabe que,
plantado entre las fauces del dragón,
y atravesando como una lanza las nueve tierras
se alza el Árbol de la Vida
(Árbol que no nació de semilla).
En su camino de vuelta hacia la nada
-de la que nunca surgió-
se yergue como un puente entre los tres mundos.
Y todos sus nombres son uno
Yggdrisil, Bodhi , Baha'u'llah..
De sus ramas cuelgan los hombres
como si frutos
Y bajo su copa se cobijan
planetas y astros
Yo hurgué en sus profundas raíces
Guiado por un llanto
Hasta encontrar al niño dorado.
Arañé la tierra con mis dedos
Como con un arado.
Y la Humanidad va conmigo
mientras trepo a buscar el melocotón sagrado
¡Oh, Isis!, ¡Oh Wanda!, ¡Oh Odín…!
VIII Llegada a puerto
Una noche por fin
dejaré las gafas sobre la mesa,
me quitaré el sombrero,
me estiraré en el lecho
vestidito de blanco.
Me afeitaré el cuerpo y
lo ungiré con aceites;
luego,
aquietaré el latido
entregaré mi alma
y apagaré la vela.
Sin contrastes
Sin formas
Sin palabras.
Dejar las ramas para
volver a la semilla.
Mi ser reabsorbido
en la pura potencialidad.
Ser el no-Ser.
Eso sí que tiene su qué…
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