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Evolución Holográfica y Fractal
BEYOND DARWIN, EL RITMO OCULTO DE LA EVOLUCIÓN
por José Díez Faixat
de byebyedarwin.blogspot.com
Este artículo desvela, de forma sorprendente, la existencia de un ritmo espiral muy preciso en la emergencia de los saltos evolutivos que jalonan, cuánticamente, la historia universal.
La hipótesis que planteamos es muy sencilla: al igual que, en cualquier instrumento musical, los sucesivos segundos armónicos (1/3 de la unidad vibrante) van generando las novedades sonoras, en el conjunto de la dinámica universal, esos mismos segundos armónicos son los generadores de todas las grandes novedades evolutivas. Resulta realmente sorprendente que una propuesta tan simple, tenga la precisión y rotundidad que encontramos al cotejarla con los datos históricos. Veamos.
Ajustando nuestra “tabla periódica” de ritmos con las fechas de aparición de la materia —Big Bang— y de la vida orgánica, observamos que se van marcando, con gran precisión, todos los momentos de surgimiento de los sucesivos grados taxonómicos de la filogenia humana: ¡Reino: animal, Filum: cordado, Clase: mamífero, Orden: primate, Superfamilia: hominoide, Familia: homínido y Género: homo! Y, a continuación, sucede lo propio con todas las fases de maduración de nuestros primitivos ancestros: ¡h. hábilis, h. erectus, arcaico h. sapiens, h. sapiens y h. sapiens sapiens! Y, una vez más, se vuelve a repetir la precisión de nuestra hipótesis con las sucesivas transformaciones vividas por la humanidad en su historia más reciente: ¡Neolítico, Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y la emergente Edad Posmoderna! Si, tal como vemos, todas estas etapas se ajustan de forma rotunda con las previsiones de la “tabla periódica” de ritmos que hemos planteado, resulta más que probable que nuestra hipótesis puede darnos también la clave para vislumbrar las sucesivas fases que se desplegarán, en los próximos años, en un proceso progresivamente acelerado que habrá de conducir, finalmente, hacia un instante de creatividad infinita —Omega— dentro de un par de siglos.
Todo esto es, en verdad, inesperado y sorprendente, pero resulta ya prácticamente definitivo cuando comprobamos que la misma hipótesis que se ha comportado con gran precisión al aplicarla al proceso de la evolución global, ¡hace lo propio al cotejarla con el proceso de desarrollo del ser humano individual!: en la misma trama temporal, con idéntica pauta de despliegue y repliegue, y atravesando las mismas etapas, nuestra “tabla periódica” de ritmos va marcando, puntualmente, paso a paso, las sucesivas fases de las que nos hablan los embriólogos, los psicólogos del desarrollo y los maestros espirituales, confirmando, así, la vieja idea del paralelismo filogenético-ontogenético, y apuntando, de forma muy concreta, hacia un sorprendente universo fractal y holográfico.
Resulta imposible, absolutamente imposible, que todo este cúmulo de “casualidades” encadenadas que se ponen de manifiesto en este trabajo —tanto en el ámbito de la evolución global, como en el del desarrollo humano individual— sea producto del mero azar. Las conclusiones que se desprenden de todo esto chocan, frontalmente, con muchas premisas de la ciencia materialista dominante. Nuestra propuesta, que se ajusta más a los datos presentados, apunta hacia la no-dualidad de la energía y la consciencia, tal como plantean muchas tradiciones de sabiduría. Desde aquí, se invita a todos los lectores a participar en esta emergente investigación, vivencial y teórica, en la que se vislumbran deslumbrantes perspectivas.
Palabras clave: Crisis darwinismo, nuevo paradigma integral, hipótesis alternativa, tabla periódica, evolución espiral divergente-convergente, ritmo acelerado, teleología, singularidad, punto omega, sintropía, armónicos musicales, ondas estacionarias, saltos cuánticos, discontinuidades evolutivas, tiempo fractal, universo holográfico, gran historia, macrocosmos (paleontología, antropología, historia), microcosmos (embriología, psicología del desarrollo), paralelismo ontogenia-filogenia, espectro energía-conciencia, espiral dinámica, chakras, filosofía perenne, no-dualidad.
ÍNDICE
UN NUEVO UNIVERSO
LA CRISIS DEL DARWINISMO
LA EVOLUCION ORIENTADA
UNA SOLUCIÓN ARMÓNICA
PLANTEAMIENTO DE LA HIPÓTESIS
COMPROBACIÓN DE LA HIPÓTESIS EN EL MACROCOSMOS
SOBRE LOS CHAKRAS
SOBRE EL PARALELISMO FILOGENÉTICO-ONTOGENÉTICO
COMPROBACIÓN DE LA HIPÓTESIS EN EL MICROCOSMOS
UNAS OBSERVACIONES FINALES
ADENDA 1: INVESTIGACIONES COINCIDENTES
ADENDA 2: MÁS INVESTIGACIONES COINCIDENTES
ADENDA 3: LA EVOLUCIÓN INTEGRAL
ADENDA 4: LA EVOLUCIÓN INTERIOR
ADENDA 5: MÁS COINCIDENCIAS (DAVID J. LEPOIRE)
ADENDA 6: EVOLUCIÓN TOROIDAL
BIBLIOGRAFÍA
Introducción
¡Hola a todos!
Desde hace muchos años he estado intrigado por la fascinante creatividad del universo, tanto en el ámbito material como en el biológico y en el mental. Hace ya más de cuarenta años intentaba encontrar alguna respuesta al sorprendente fenómeno evolutivo indagando apasionadamente en las diversas ramas de la ciencia occidental y, simultáneamente, en las ricas investigaciones vivenciales de las tradiciones orientales de sabiduría. Repentinamente, inesperadamente, todo aquello cristalizó, en enero de 1981, en una hipótesis muy concreta acerca del ritmo de la evolución.
Esta hipótesis, que en principio parecía ser una simple intuición caída del cielo, inocente y osada, al cotejarla con los datos empíricos de los diferentes ámbitos de la realidad (paleontológicos, antropológicos, históricos, embriológicos, psicológicos…) y comprobar su sorprendente validez y precisión, se ha ido convirtiendo a lo largo de los años en una sólida propuesta científica —falsable— que pone de manifiesto una inesperada pauta periódica en la emergencia de las novedades evolutivas, y que, por tanto, choca frontalmente con la visión todavía dominante acerca del funcionamiento del mundo.
Como este trabajo ha sido realizado en solitario durante todo este tiempo, sin más compañía que unos centenares de libros, y dada la amplitud y envergadura de la propuesta, parece conveniente abrir esta hipótesis sobre “el ritmo oculto de la evolución” a la crítica pública, para que cualquier interesado pueda hacer sus propias investigaciones con vistas a comprobar su validez y, en su caso, efectuar los ajustes que se consideren necesarios. ¡Estáis invitados!
De entrada, para poneros en situación, voy a tratar de bosquejar el panorama general en medio del cual desarrollaremos nuestra propuesta. Las cosas están cambiando.
Un nuevo universo
A lo largo de las últimas décadas, la aparentemente sólida visión del mundo mecanicista y materialista ha comenzado a presentar alarmantes fisuras. Los planteamientos que hace poco más de un siglo figuraban como rigurosos y casi irrebatibles, empiezan a estar francamente en entredicho.
Se proponía un universo movido por el simple juego del azar, en progresiva degradación y orientado inexorablemente hacia la muerte térmica. Lejos de estos negros presagios, la nueva ciencia contempla, sorprendida, una fascinante creatividad en todos los ámbitos de la realidad. Una imparable corriente evolutiva, generadora de novedades, recorre toda la historia cósmica. La presunta maquina universal, condenada casi al desguace, se destapa ahora como un inusitado ser vivo, animado por una dinámica permanentemente autocreadora. Parece que la naturaleza comienza a desvelar los secretos de su intrínseca tendencia holística, que la lleva a ascender por la escalera de la complejidad organizada. Un impulso ascendente que ha ido creando, paso a paso, unidades progresivamente diferenciadas, integradas e inclusivas.
La ciencia mecanicista albergaba el sueño reduccionista de explicar el funcionamiento de las estructuras complejas partiendo, exclusivamente, de sus componentes más elementales. La nueva ciencia ha roto ese sueño al comprobar una y otra vez, en diferentes niveles de la realidad, que cada totalidad es más que la suma de sus partes. El flujo evolutivo engendra novedades que, aunque lógicamente compatibles con las estructuras precedentes, no pueden, sin embargo, ser explicadas por ellas. Se plantea, pues, un esquema dinámico y jerárquico del mundo, en el que los niveles emergentes se integran con los anteriores, generando, así, organismos progresivamente más complejos, abarcantes y profundos. Las partículas elementales forman parte de los átomos, los átomos de las moléculas, las moléculas de las células, las células de los organismos, etcétera. El universo se muestra, pues, como una jerarquía que se extiende ilimitadamente arriba y abajo, a lo largo de toda la trayectoria evolutiva.
Por otro lado, cada uno de esos niveles de la realidad universal se encuentra estructurado por un infinito juego recíproco entre individuos y colectividades. Unos y muchos se implican mutuamente como reflejos en una malla de espejos enfrentados. No es posible un individuo sin entorno que lo englobe, ni un entorno sin individuos que lo constituyan. No cabe desgajar unidades aisladas en estas tramas universales de interconexiones e interrelaciones. Como ha demostrado la física cuántica, el alcance de estas complejas telarañas de relaciones, abarca más allá de lo humanamente concebible, trascendiendo incluso nuestros esquemas espacio-temporales. No hay “partes” realmente separadas en ningún nivel de la escala evolutiva, sino que, por el contrario, como en una placa holográfica, cada “fragmento” del mundo no es otra cosa que una expresión concreta de la única y misma totalidad. El universo comienza a mostrarse, a los ojos de la nueva ciencia, como un campo unificado que se refleja dinámicamente en cada rincón de sí mismo.
Se pretendía construir el mundo sobre el cimiento sólido y consistente de la materia, pero tampoco este viejo mito ha resistido la prueba de la experimentación. El análisis subatómico ha hecho desaparecer literalmente el suelo bajo nuestros pies. La supuestamente indestructible base material se ha diluido en puras formas, pautas, órdenes y relaciones, en un tejido que ya no es substancial sino puramente abstracto. Estamos sustentados por evanescentes formas que surgen y desaparecen vertiginosamente en un intangible vacío. Se ha llegado a decir, dentro del mundo de la ciencia, que el universo comienza a parecer más un gran pensamiento que una gran máquina.
El enfoque materialista de la ciencia clásica aspiraba también a describir el mundo “objetivamente”, marginando del panorama al “sujeto” que realizaba la descripción, pero la emergente perspectiva postmoderna ha puesto en evidencia, una vez más, la completa ingenuidad de este proyecto. Inevitablemente, la mente observadora forma parte del universo observado. No hay objeto sin sujeto, ni fuera sin dentro, ni realidad sin conciencia. Ambos términos están inextricablemente interrelacionados, y, por tanto, cualquier intento de comprensión integral del mundo fenoménico debe incluir, forzosamente, ambas facetas. La dinámica evolutiva se percibe, así, como generadora de entidades no sólo progresivamente más complejas y organizadas en su aspecto externo, sino también, simultáneamente, más profundas y conscientes en su ámbito interno. No cabe limitar nuestra visión a la superficie de las cosas, porque, aunque pretendamos ignorarlas, una y otra vez se nos harán patentes las profundidades de la lucidez.
El universo que comienza a mostrarse ante nuestra sorprendida mirada, poco tiene que ver con aquel ciego artefacto insensible, mecánico e inerte, en el cual el propio ser humano que lo imaginaba no tenía cabida. Las nuevas perspectivas que se dibujan ya no nos consideran como criaturas aberrantes en un mundo sin sentido, sino, muy al contrario, como sugerentes expresiones del flujo creativo de la totalidad, verdaderos microcosmos que reflejan con creciente diafanidad la infinita riqueza de un macrocosmos fascinante.
Nuestro trabajo de investigación sobre el ritmo de la evolución se enmarca dentro de esta novedosa perspectiva de un universo autocreativo —generador de novedades progresivamente complejas y organizadas—, jerárquico —en el que cada nuevo nivel trasciende y se integra con todos los anteriores—, holográfico —en el que cada parte refleja la totalidad—, impermanente —en una danza continua de creación y destrucción—, lúcido —capaz de conocerse a sí mismo— y vacío —sin una substancia básica que lo sostenga.
En este nuevo panorama emergente, nuestra arriesgada propuesta de que existe una pauta armónica que marca el ritmo de la evolución ya no resulta tan chocante. Veamos.
La crisis del darwinismo
Hoy día el mundo de la ciencia acepta, de forma unánime, el hecho evolutivo como una característica central del universo. En todas las ramas del saber humano —astrofísica, biología, psicología, sociología, etcétera— hay un completo consenso sobre el carácter dinámico y creativo de la realidad fenoménica. Sin embargo, hay discrepancias en la interpretación de los hechos.
La teoría de la evolución de Darwin se basaba fundamentalmente en las mutaciones al azar y en la supervivencia de los más aptos. El siglo pasado, hacia finales de los años 30 y principios de los 40, la “teoría sintética” ampliaba estos planteamientos con las aportaciones de la genética mendeliana y la genética de poblaciones, manteniendo como elementos explicativos básicos la mutación aleatoria y la selección natural. Esta teoría sintética gozó de una aceptación casi total durante dos o tres décadas, pero a partir de 1970 se ha comenzado a suscitar una gran oleada de controversias. Entre muchos paleontólogos, genetistas, embriólogos y taxónomos ha ido tomando cuerpo la opinión de que la teoría sintética resulta inadecuada en muchos sentidos: niegan que el factor azar sea el único padre que rija el proceso evolutivo, rechazan que la selección natural explique la aparición de nuevas especies, afirman que el registro fósil no se corresponde con el gradualismo darwinista y denuncian que la teoría no da cuenta del fenómeno de la complejidad creciente.
Los biólogos encuentran difícil comprender cómo una búsqueda, fundamentalmente al azar, entre un número elevadísimo de posibilidades, pudo tener como consecuencia la emergencia del mundo de los seres vivientes con su evidente complejidad. La evolución, tal como se conoce hoy día, no puede concebirse con las variaciones aleatorias como único material. Los organismos varían en bloque, por lo que sería preciso que se produjesen mutaciones en número gigantesco, simultáneamente, en la forma adecuada, cuando se hiciera sentir su “necesidad” y con una estrecha correlación entre ellas… ¿cómo podría ser satisfecho todo esto por el azar? Otro tanto se podría decir de la formación de cualquiera de los diferentes órganos complejos como, por ejemplo, el oído interno o el cerebro. Un problema clásico ha sido la dificultad de explicar formas intermedias en el desarrollo de adaptaciones complejas, como en el caso de los ojos. El propio Darwin confesaba que era casi absurdo imaginar el ojo evolucionando por selección.
La idea original de Darwin de que las nuevas especies aparecen gradualmente por iniciativa de la selección natural en el transcurso del tiempo, está actualmente muy en entredicho. El simple principio de la selección natural parece inadecuado para comprender y predecir todos los fenómenos evolutivos. Las mutaciones casuales tal vez podrían explicar las variaciones dentro de una especie determinada, pero no las sucesivas variaciones entre ellas.
Mucho antes de que se conocieran las leyes de Mendel, ya se desarrollaban mediante cría selectiva distintas variedades y razas de animales domésticos y plantas. No hay razón alguna para dudar que en la naturaleza se produce un desarrollo comparable de razas y variedades bajo la influencia de la selección natural en lugar de la selección artificial. Los mecanismos de la microevolución —cambios evolutivos de poca importancia consistentes en alteraciones menores de las proporciones génicas, número de cromosomas o estructura cromosomática— pueden ser explicados por la teoría neodarwiniana en función de mutaciones aleatorias, genética mendeliana y selección natural. Pero este esquema mecanicista, que puede resultar válido a pequeña escala —dentro de una especie—, se encuentra con grandes dificultades cuando trata de dar cuenta del origen de nuevas especies —la llamada “especiación”—, y mayores aún cuando se enfrenta a la aparición de los géneros, familias o divisiones taxonómicas superiores. La macroevolución o tipogénesis —la evolución de estas categorías taxonómicas de orden superior— presenta diferencias demasiado acentuadas entre las divisiones para haber surgido por transformaciones graduales. La conclusión parece ser que las leyes que gobiernan los procesos en gran escala —como el origen de nuevos tipos o la extinción de especies— son diferentes de las que rigen los simples procesos de adaptación al medio, yéndose de esta forma a pique las esperanzas reduccionistas de que los procesos en escala “macro” fueran deducibles, de manera inmediata, de la escala “micro”. En palabras de C. H. Waddington: “uno de los problemas fundamentales de la teoría evolutiva es comprender cómo han surgido las discontinuidades tan patentes que encontramos entre los principales grupos taxonómicos: filum, familia, especie, etcétera.”
Reina la creciente sensación de que ya no resulta posible explicar la especiación simplemente con la selección natural, e incluso algunos han llegado a afirmar que, de hecho, la selección resulta completamente ajena a la aparición de las nuevas especies. En los últimos años se ha ido viendo que la concepción gradualista de la evolución sólo era responsable de una pequeña parte del cambio evolutivo, y que las modificaciones más profundas en la evolución biológica se producen en determinados momentos de la historia de los grupos, de manera muy rápida y dando lugar a especies estables que sufren muy pocas variaciones posteriores.
El registro de fósiles consiste, fundamentalmente, en espesas capas de masa de tierra en las que unas especies dadas están uniformemente distribuidas, separadas por superficies delgadas a través de las cuales las especies cambian bruscamente en un proceso de especiación múltiple. Muchos paleontólogos creen que esta intermitente historia mostrada por los fósiles no debe ser achacada a simples lagunas en el registro, sino que básicamente exterioriza el ritmo en que ha evolucionado la vida. Por eso, muchos de ellos han comenzado a enfrentarse a la concepción clásica sobre el tempo de la evolución. La versión darwinista de un proceso lento, gradual y continuo ha ido dejando paso a una interpretación caracterizada por cambios repentinos, saltatorios y discontinuos. Hay, pues, un evidente renacimiento de la idea de la especiación rápida, brusca y enérgica, frente a la de la gradación sosegada, y se empieza a presentir con fuerza que en el registro de fósiles hay muchísimo más de lo que cabe vaticinar mediante sólo la selección natural, ya que aparecen pautas no predecibles con nuestros conocimientos actuales sobre las poblaciones y los procesos en pequeña escala.
En 1972, S. J. Gould y N. Eldredge publicaron un fecundo estudio en el que demostraban que la naturaleza avanza mediante saltos repentinos y transformaciones profundas, no a través de pequeñas adaptaciones. Según la teoría de los equilibrios intermitentes, los saltos evolutivos son procesos relativamente súbitos: la especiación interrumpe largos periodos en los que las especies existentes persisten sin variación fundamental y no se crean especies nuevas. En tanto una especie perdura, sigue relativamente invariable; su acervo de información genética se transmite sin cambios fundamentales a las generaciones siguientes. Pero en un punto, repentinamente, se quiebra esa inercia de la época y se produce un salto evolutivo. Como dice Gould: “la historia de cualquier parte de la Tierra, como la vida de un soldado, está hecha de largos períodos de aburrimiento y breves lapsos de terror.”
Sin embargo, la teoría sintética tiene dificultades para explicar tanto los cambios bruscos de las especies, como los largos períodos de estabilidad. Por eso, algunos investigadores han comenzado a buscar posibles explicaciones a esas apariciones súbitas de nuevas especies —analizando los cambios de ritmo en los procesos embrionarios que pueden producir grandes efectos en los organismos adultos— y a esas sorprendentes etapas de estabilidad —estudiando la posibilidad de que la genética o la biología del desarrollo de los organismos no permitiera más que el seguimiento de ciertas vías morfológicas; de manera que, una vez que la especie hubiera encontrado una buena solución para los problemas ambientales, se aferraría a ella mediante numerosos cambios y perturbaciones genéticas secundarias, y no volvería a cambiar hasta que hubiera alcanzado otra solución estable con porvenir.
Los estudiosos de la macroevolución, hacen otras provocadoras observaciones en el registro de fósiles que resultan difíciles de explicar desde los simples postulados neodarwinistas. Por ejemplo, el dato de que cuanto más simples son los organismos, más largo es su período de permanencia, o el hecho de que la diversidad total parece estar próxima a un estado estacionario, es decir, que el árbol de la vida ha dejado de echar ramas y que ha alcanzado una especie de equilibrio, o el sempiterno rompecabezas de que prácticamente todos los fila —tipos— animales hayan aparecido justamente entre los restos más tempranos de la explosión cámbrica, hace 530 millones de años, o el crecimiento evidente de la complejidad de los organismos a lo largo de la evolución.
Continuación del artículo en: LA EVOLUCION ORIENTADA (byebyedarwin.blogspot)
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