El principio antrópico, ¿somos un accidente?
¿La humanidad es un accidente en el Universo, o bien el Universo está hecho a la medida del ser humano?
¿Por qué el Universo es tal como lo vemos?
A esta pregunta podríamos responder que un Creador lo ha hecho así por razones que no somos capaces de comprender, y cerraríamos así el discurso con un acto de fe. Esta es en mi opinión, una actitud cobarde, no hay que tener miedo de investigar, curiosear e incluso filosofar sobre estas cuestiones. Como decía el anuncio, las mejores preguntas son las que nos siguen desde la antigua Grecia, ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿por qué?…
Los científicos no se conforman con este punto de vista y tratan de encontrar otras respuestas y una justificación racional a interrogantes como las siguientes: ¿por qué tiene el universo la edad y las dimensiones que observamos? ¿Cómo y por qué aparecieron las condiciones idóneas para la presencia de la vida?.
En el fondo, pensándolo bien, el universo podría ser completamente diferente; por ejemplo, las condiciones iniciales en el momento del Big Bang hubiesen podido ser tales que dieran origen, en el momento actual, a una radiación cósmica con temperaturas de cientos de grados, en lugar de los 3º absolutos medidos, de tal forma que la vida humana habría sido imposible. O bien podemos pensar, con un poco de malicia, que si el universo hubiese sido hecho para el hombre, quizá habría sido suficiente crear solamente el sistema solar o como máximo una galaxia.
Uno de los intentos de responder a la pregunta inicial se basa en el “principio antrópico“, que puede sintetizarse en la siguiente afirmación: “Vemos el universo tal como lo vemos por el sencillo hecho de que existimos”. En otras palabras, sólo en este universo concreto, con todas sus características específicas y particularidades, es posible la existencia de la vida inteligente.
El principio antrópico débil
La versión débil del principio antrópico sostiene que las condiciones necesarias para el desarrollo de la vida inteligente sólo se cumplen en ciertas regiones limitadas del espacio y del tiempo. En otras palabras, la humanidad no debe maravillarse al comprobar que vive en una región y en un momento particulares de la vida del universo en los que se verifican las condiciones necesarias para su existencia, pues si no fuera así no habría tal humanidad.
Parece una tautología, pero no lo es. Por ejemplo, la edad del universo debe de ser de 10.000 a 15.000 millones de años, porque tal es el tiempo necesario para que se formen las galaxias y las primeras generaciones de estrellas, para que estas últimas produzcan con sus reacciones nucleares elementos como el carbono y el oxígeno, para que algunas de ellas estallen como supernovas y produzcan hierro, elemento fundamental para la hemoglobina, y todos los elementos necesarios para que se forme un planeta como la Tierra.
Análogamente, si el Sol tuviera una masa mucho más grande, su vida sería de apenas unos cuantos millones de años, y no habría podido transcurrir el tiempo necesario, estimado en cerca de 4.000 millones de años, para la aparición del ser humano en la Tierra.
O bien la Tierra habría podido estar en órbita en torno a una estrlla variable, con consecuencias catastróficas para el clima, o la órbita terrestre habría podido ser muy excéntrica, con una dramática alternancia de estaciones gélidas y abrasadoras.
Sin la capa de ozono, la radiación ultravioleta del Sol nos habría destruido, y sin el campo magnético de la Tierra, nuestro planeta sufriría un continuo bombardeo de partículas, rayos cósmicos y todo tipo de radiaciones incompatibles con la vida. Incluso el hecho de encontrarnos en la periferia de la Vía Láctea nos coloca a salvo de los sucesos energéticos y violentos que, según se cree, tienen lugar en el núcleo.
El principio antrópico fuerte
La versión “fuerte” del principio antrópico llega todavía más lejos. Según este principio, no existe un único universo (el nuestro), sino infinitos, diferenciados entre sí por la configuración inicial; por las constantes universales (como la constante de la gravedad, el valor de la velocidad de la luz, la constante de Planck, la masa de las partículas elementales, la carga del electrón, etc.) y, por lo tanto, por las leyes físicas. Por ejemplo, en un universo en que la interacción fuerte fuese más intensa, la totalidad del hidrógeno se habría transformado en Helio y, por lo tanto, no podría existir el agua, elemento indispensable para la vida humana.
Si, en cambio, las fuerzas nucleares fuesen más débiles, no sería posible la formación de elementos pesados y el universo estaría constituido solamente por hidrógeno.
O también, si la carga del electrón fuese diferente, las estrellsa no podrían quemar hidrógeno y helio.
Si la fuerza de gravedad fuese menos intensa, las estrellas tendrían que ser más grandes, y si en cambio fuese más intensa, serían más pequeñas y vivirían menos tiempo, probablemente demasiado poco para permitir la evolución de la vida.
Otro ejemplo es el de un universo en el que la fuerza de la gravedad fuese 10^30 más débil que la eléctrica (en el “nuestro”, esta relación es de 10^39); tal universo sería muy reducido - en comparación con el nuestro- y las estrellas serían extremadamente pequeñas, con masas de apenas milbillonésimas de masa solar y con un ciclo vital no superior a un año.
De todo esto se deduce que el nuestro es el universo adecuado para la vida y que la Tierra se encuentra en el sitio justo, donde se verifican las condiciones necesarias para la existencia de la vida que conocemos.
Ahora os corresponde a vosotros decidir si todo esto es una prueba de unos designios divinos supremos o bien llegar a la conclusión de que, entre todos los universos posibles, sólo una pequeña fracción alberga, casi por azar, la presencia de seres inteligentes que se plantean interrogantes sobre su existencia y sobre la cosmología. Pero en este punto salimos del campo de la ciencia para entrar en metafísica, y eso damas y caballeros, es otra historia.
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