Decrecimiento
En 1971 el economista americano de origen rumanés,
Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994) publicaba una investigación
The entropy law and the economic process sobre la relación
entre la física, la economía y la ecología
en la cual mostraba la contradicción de la teoría
económica del crecimiento mostrando que sólo el decreciente,
es factible en el mundo finito que es la realidad de nuestro planeta.
Este economista, que se considera el padre de la llamada bioeconomía,
ha sido olvidado por la ciencia económica actual. Sus obras
aportan las claves de esta intuición sobre la necesidad de
afrontar como nuevo enfoque no el crecimiento sino el decrecimiento.
Encontramos raíces de su pensamiento en John Stuart Mill
y su maestro, Joseph A. Shumpeter (1883-1950) que ya planteaba
lo que el llamaba la “destrucción creativa”.
Hoy el Institut d'études économiques et sociales
pour la décroissance soutenable recoge la herencia ideológica
de Nicholas Georgescu-Roegen y profundiza en el decrecimiento
como una filosofía vital de nuevo cuño. El decrecimiento
no es una teoría económica sino una consecuencia inevitable
de las leyes de la entropía aplicadas a nuestra realidad
vital. Vivimos en un planeta finito y con una determinada capacidad
para asimilar los procesos vitales de las especies que alberga.
La civilización humana lo ha puesto en jaque al aumentar
la población de 600 millones a más de 6.000 millones
junto con montones de residuos no biodegradables desde la adopción
del capitalismo y la industrialización. Los promotores de
este movimiento argumentan que no es un concepto sino un eslógan
político con implicaciones teóricas y que apunta a
romper con la adicción del productivismo y como consecuencia
del crecimiento por el crecimiento que no conduce más que
engrosar las arcas de unos pocos mientras se dilapida el futuro
del planeta para una civilización humana digna. Apuntan también
que en la medida que es una ideología en rigor debería
hablarse de un “acrecimiento” de la misma forma que
se plantea el término de “ateismo”, por que en
realidad el decrecimiento inspira a abandonar la fe en la economía
del crecimiento, del progreso y del desarrollo aunque se adjetive
de sostenible.
Entre las medidas prácticas que puede adoptar la ciudadanía
interesada en profesar el decrecimiento sus autores apuntan:
1. Volver a la producción material de los años
sesenta-setenta con una huella ecológica igual o inferior
a un planeta
2. Internalizar los costes del transporte y evitar los kilométricos
viajes de todas las mercancías
3. Relocalizar las actividades y que la producción se sitúe
cerca del consumidor
4. Adoptar el programa de la agricultura cercana a la población
como propugna la Confederación campesina de José
Bové
5. Impulsar la producción de bienes relacionales que fomenten
la democracia ecológica
6. Adoptar el escenario del negavatio y del Factor 4 para reducir
el despilfarro energético
7. Penalizar contundentemente el gasto publicitario
8. Decretar una moratoria sobre la innovación tecnológica
que nos permita hacer un balance serio y reorientar la investigación
científica y técnica en función de las nuevas
aspiraciones
9. Adoptar un estilo de vida más frugal que reduzca nuestra
adicción al consumo.
En definitiva, el movimiento del decrecimiento advierte y demuestra
que el llamado desarrollo sostenible se ha convertido en el concepto
más pernicioso desde su adopción en 1987 porqué
nos impide como si de un espejismo se tratara reconocer que nos
estamos introduciendo en el desierto estéril que queda tras
nuestros pasos tanto en el Norte como el Sur. En cualquier caso,
el decrecimiento no pretende más que favorecer la reflexión
para empujar a la humanidad hacia una verdadera democracia ecológica.
Una ideología digna de pensar en ella, porqué como
decía Gandhi, "quizás debemos vivir
de forma más simple para simplemente que los demás
puedan vivir". El movimiento del decrecimiento aunque va más
allá comparte el espíritu del movimiento de la simplicidad
voluntaria.
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