La hipótesis
de Gaia
En
1969, el investigador británico James Lovelock
lanzó al mundo científico una desconcertante hipótesis:
"La tierra es un ser vivo creador de su propio hábitat"
Texto extraído de "La
ira de la Tierra", por Isaac Asimov y Frederik
Pohl
A todos nos gustaría creer que existe algo
(alguna clase de ser superior y bueno) que puede intervenir y salvarnos
de las cosas que van mal en nuestro mundo.
La
mayoría de la gente siempre ha tenido una creencia de este
tipo que la reconforte. Durante la mayor parte de la historia de
la humanidad, el candidato para este "algo" ha sido Dios
(no importa a qué dios se adorara en cada tiempo y lugar)
y ésa es la razón por la que, en los veranos secos,
los agricultores han levantado sus ruegos para pedir lluvia. Lo
siguen haciendo, pero, a medida que los conocimientos científicos
aumentan y se empiezan a encontrar cada vez más explicaciones
a los acontecimientos de las leyes naturales en vez del capricho
divino, mucha gente empieza a desear un protector menos sobrenatural
(y quizá más predecible).
Por eso hubo bastante revuelo en la comunidad científica
cuando, hace unos cuarenta años, un científico británico,
llamado James Lovelock,
propuso algo que cumplía estos requisitos. Lovelock
dio un nombre a su nuevo concepto hipotético: lo llamó
Gaia, por la antigua diosa de la tierra.
Cuando Lovelock publicó la hipótesis
de Gaia, provoco
una sacudida en muchos científicos, sobre todo en aquellos
con una mente más lógica que odiaban un concepto que
sonaba tan místico. Les producía perplejidad, y lo
más desconcertante de todo era que Lovelock era
uno de ellos. Tenía fama de ser algo inconformista, pero
sus credenciales científicas eran muy sólidas. Entre
otros logros a Lovelock se le conocía por ser el
científico que había diseñado los instrumentos
de algunos de los experimentos para buscar vida que la nave estadounidense
Viking había llevado a cabo en la superficie de Marte.
Y, sin embargo, a los ojos de sus iguales, lo que
Lovelock estaba diciendo rayaba en la superstición.
Peor todavía, cometió la temeridad de presentar sus
argumentos en forma de "método científico"
ortodoxo. Había obtenido las pruebas para su propuesta de
la observación y la literatura científica, como se
supone que debe hacer un científico.. Según él,
las pruebas demostraban que toda la biosfera del planeta tierra
(o lo que es lo mismo, hasta el ultimo ser viviente que habita en
nuestro planeta, desde las bacterias a los elefantes, las ballenas,
las secoyas y tú y yo) podía ser considerada como
un único organismo a escala planetaria en el que todas sus
partes estaban casi tan relacionadas y eran tan independientes como
las células de nuestro cuerpo. Lovelock creía
que ese super ser colectivo merecía un nombre propio. Carente
de inspiración, pidió ayuda a su vecino, William
Golding (autor de El señor de las
moscas), y a Golding se le ocurrió
la respuesta perfecta. Así que lo llamaron Gaia.
Lovelock llegó a esta conclusión
en el transcurso de su trabajo científico mientras trataba
de idear qué signos de vida debían buscar en el planeta
Marte los instrumentos que estaban diseñando. Se le ocurrió
que si fuese un marciano en vez de un inglés, habría
sido fácil resolver el problema en sentido contrario. Para
obtener la solución, todo lo que hubiera necesitado un marciano
hubiera sido un modesto telescopio con un buen espectroscopio incorporado.
La misma composición del aire de la Tierra proclama la innegable
existencia de vida. La atmósfera terrestre contiene una gran
cantidad de oxigeno libre, que es un elemento químic muy
activo. El hecho de que se encuentre libre en esas cantidades en
la atmósfera significa que tiene que haber algo que lo esté
reponiendo constantemente. Si esto no fuera así, hace mucho
tiempo que el oxígeno atmosférico habría reaccionado
con otros elementos como puede ser el hierro de la superficie terrestre
y habría desaparecido, exactamente igual que nuestros espectroscopios
terrestres han mostrado que cualquier cantidad de oxigeno que hubiese
habido se ha agotado desde hace mucho tiempo en nuestros vecinos
planetarios, Marte incluido.
Por lo tanto, un astrónomo marciano habría
comprendido de inmediato que ese "algo" que repone el
oxígeno sólo podía ser una cosa: la vida.
Es la vida (las plantas vivas) lo que produce constantemente
este oxígeno en nuestro aire; con es mismo oxígeno
cuenta la vida (nosotros y casi todos los seres vivos del reino
animal) para sobrevivir.
Partiendo de esto, la idea de Lovelock es
que la vida (toda la vida de la tierra en su conjunto) interacciona
y tiene la capacidad de mantener u entorno de manera que sea posible
la continuidad de su propia existencia. Si algún cambio medioambiental
amenazara a la vida, ésta actuaría para contrarrestar
el cambio de manera parecida a como actúa un termostato para
mantener tu casa confortable cuando cambia el tiempo encendiendo
la calefacción o el aire acondicionado.
El término técnico para este tipo de
comportamiento es homeostasis. Según Lovelock, Gaia
(el conjunto de toda la vida en la tierra) es un sistema homeostático.
Para ser más preciso desde el punto de vista técnico,
en este caso, el término adecuado es "homeorético"
en vez de "homeostático", pero la distinción
solo puede interesar a los especialistas. Este sistema que se conserva
a sí mismo, no sólo se adapta a los cambios, sino
que incluso hace sus propios cambios alterando su medio ambiente
siempre que sea necesario para su bienestar.
Estimulado por estas hipótesis, Lovelock
empezó a buscar otras pruebas de comportamiento homeostático.
Las encontró en lugares insospechados.
En las islas coralíferas, por ejemplo. El coral
está formado por animales vivos. Sólo pueden crecer
en aguas poco profunda. Muchas islas de coral se están hundiendo
lentamente y, de alguna manera, el coral sigue creciendo hacia arriba
tanto como necesita para permanecer a la profundidad adecuada para
sobrevivir. Esto es un tipo rudimentario de homeostasis. También
está la temperatura de la Tierra. La temperatura media global
ha permanecido entre límites bastante estrechos durante mil
millones de años o más, aunque se sabe que en este
tiempo la radiación solar (que es lo que determina básicamente
dicha temperatura) ha ido aumentando interrumpidamente. Por tanto,
el calentamiento de la tierra debía haberse notado, pero
no ha sido así. ¿Cómo puede haber ocurrido
esto sin algún tipo de homeoestasis?
Para Lovelock resultaba todavía más
interesante la paradójica cuestión de la cantidad
de sal en el mar. La concentración actual de sal en los océanos
del planeta es justo la adecuada para las plantas y animales marinos
que viven en ellos. Cualquier aumento significativo resultaría
desastroso. A los peces (y a otros modos de vida marinos) les cuesta
un gran esfuerzo evitar que la sal se acumule en sus tejidos y les
envenene; si en el mar hubiera mucha mas sal de la que hay, no podrían
hacerlo y morirían. Y, sin embargo, según toda lógica
científica normal, los mares deberían de ser muchos
más salados de lo que son. Se sabe que los ríos de
la Tierra están disolviendo continuamente las sales de los
suelos por los que fluyen y las transportan en grandes cantidades
a los mares. El agua que los ríos añaden cada año
no permanece en el océano. Esta agua pura se elimina por
evaporación debido al calor solar, para formar nubes que
terminan cayendo de nuevo como lluvia; mientras las sales que contenían
estas aguas no tienen a donde ir y se quedan atrás.
En este caso, la experiencia diaria nos enseña
lo que sucede. Si dejamos un cubo de agua salada al sol durante
el verano, se volverá cada vez mas salada a medida que se
evapora el agua. Aunque parezca sorprendente, esto no sucede en
el océano. Se sabe que su contenido de sales ha permanecido
constante a lo largo de todo el periodo geológico.
Así que está claro que algo actúa
para eliminar el exceso de sal en el mar.
Se conoce un proceso que podría ser el responsable.
De vez en cuando, las bahías y brazos de mar poco profundos
se quedan aislados. El sol evapora el agua y quedan lechos salinos
que con el tiempo son recubiertos por polvo, arcilla y, finalmente,
roca impenetrable, de manera que cuando el mar vuelve para recuperar
la zona, la capa de sal fósil esta sellada y no se redisuelve.
Más tarde, cuando la gente la extrae para sus necesidades,
la llamamos mina de sal. De esta manera, milenio tras milenio, los
océanos se liberan del exceso de sal y mantienen su concentración
salina.
Podría ser una simple coincidencia que se mantenga
este equilibrio con tanta exactitud, independientemente de lo que
ocurra, pero también podría ser otra manifestación
de Gaia.
Pero quizá Gaia se
muestre a sí misma con más claridad en la manera que
ha mantenido constante la temperatura de la Tierra. Como ya hemos
dicho, en los orígenes de la tierra, la radiación
solar era una quinta parte de la actual. Con tan poca luz solar
para calentarse, los océanos deberían haberse congelado,
pero eso no ocurrió.
¿Por qué no?
La razón es que por aquel entonces la atmósfera
terrestre contenía mas dióxido de carbono que en la
actualidad y éste, afirma Lovelock, es un asunto
de Gaia, ya que aparecieron las plantas
para reducir la proporción de dióxido de carbono en
el aire. A medida que el sol subía la temperatura, el dióxido
de carbono, con sus propiedades de retención del calor, disminuía
en la medida exacta a lo largo de milenios. Gaia
actuaba por medio de las plantas (indica Lovelock) para
mantener el mundo a la temperatura óptima para la vida.
¿Es real Gaia?
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