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Artículo original:

El espíritu de la Tierra

El espíritu de la Tierra
Notas sobre la Geografía Sagrada

por Francisco Ariza

La tierra no es un cuerpo sin vida sino que contiene un espíritu que es su vida y su alma. Todos los seres creados, comprendidos los minerales, extraen su fuerza del espíritu de la tierra. Este espíritu es vida: nutrido por las estrellas, alimenta a todos los seres vivos que cobija. Por el espíritu recibido de lo alto, la tierra incuba los minerales en su seno como una madre calienta en su vientre al futuro recién nacido. Estas palabras del célebre alquimista Basilio Valentino resumen en realidad lo que piensan todas las culturas tradicionales acerca de la Tierra como una matriz donde se genera, gracias a los influjos sutiles emanados de los cuerpos celestes, todo lo que en ella habita y nutre como una Madre, la Mater Genitrix, personificada en las distintas diosas de la Tierra: Rea, Deméter, Gea, Murcia, etc. Las leyes de las analogías y las correspondencias simbólicas actúan a todos los niveles: en el mundo físico también. Por eso en la Cosmogonía de muchos pueblos (y también en la Alquimia) se considera que las piedras y metales que se encuentran en el interior de la Tierra sufren el mismo proceso de gestación, crecimiento y maduración que sigue el ser humano en el vientre materno, pero según el modo y carácter de su mundo, en este caso el mundo mineral. Se trata éste del plano de las solidificaciones más densas (relacionado por tanto con la energía de tamas) pero al mismo tiempo también es capaz de recoger y albergar en la íntima oscuridad de su seno la luz proveniente de los cuerpos celestes (luz relacionada a su vez con la energía de sattwa), que tras una prolongada "transmutación", y mediante un "matrimonio" con la substancia nutricia terrestre, produce el milagro de la "luz mineral", cristalizada en sus indefinidos matices, texturas, colores y formas. Como dice la cita de B. Valentino los minerales (y metales) son también criaturas, es decir que expresan y simbolizan a su modo aspectos y cualidades del Ser universal, y también del ser humano, es decir tanto del macrocosmos como del microcosmos, de lo cual nos dan buena cuenta los distintos "lapidarios" que han llegado hasta nosotros a través de la Alquimia medieval y renacentista. Recordemos por ejemplo las correspondencias entre los signos zodiacales y determinadas piedras, las cuales "concentran" las energías y propiedades de dichos signos, como si se trataran de auténticos talismanes.
Otro ejemplo lo tenemos en la relación de magia simpática (en la que se basa la Magia Natural) entre los planetas y los metales, estudiada en profundidad por la Alquimia y la Astrología, o sea por la Cosmogonía Hermética, que considera a estos últimos (los metales) las emanaciones materializadas de las energías sutiles de los planetas (es decir de sus deidades), energías que encuentran también sus correspondencias y analogías con los estados psicológicos y espirituales del ser humano, tal y como nos recita el alquimista Stolcius en estos versos: He aquí el cuadro/ de los tesoros ocultos de la tierra/ He aquí cómo los astros de los cielos/ están encerrados en el corazón de las montañas/ La tierra contiene/ sus propios planetas/ a quienes los elementos/ ofrecen sus cualidades y potencias/ Si tú albergas alguna duda/ observa atentamente todos los metales/ y el Cielo te ayudará a comprender. Y lo mismo podemos decir de los otros dos reinos de la naturaleza: el vegetal y el animal, expresión viva también de esa interrelación cósmico-telúrica. Recordemos, en este sentido, la importancia otorgada a determinadas plantas y animales en la cosmovisión de todos los pueblos tradicionales y arcaicos, muchos de los cuales concebían al universo como un inmenso Arbol (el Arbol de la Vida), imagen diáfana del "Eje del Mundo" y cuya copa, tronco y raíces están señalando los tres planos o niveles cósmicos: Cielo, Tierra e Inframundo. También se visualiza como el cuerpo de un animal gigantesco, generalmente una tortuga, pez, serpiente, dragón o lagarto, tal el caso de las culturas precolombinas, como la Maya por ejemplo, en la que se menciona a Itzám Ná, el dios lagarto "que crea, conserva y transforma el mundo para volver a generarlo, siendo considerado como señor del tiempo y también del fuego, como principio original siempre renovable"1. Asimismo, en la propia tradición alquímica y occidental nos encontramos con el Uroboros, la serpiente o dragón que muerde y devora su cola, es decir a sí mismo, regenerándose a perpetuidad como el cosmos, al que también simboliza. Y no podemos olvidarnos de la tradición china, donde el dragón desempeña, junto con el tigre, un papel fundamental en su cosmogonía como más adelante veremos. En fin, el mismo Zodíaco, de indudable carácter cósmico y celeste, no quiere decir sino "rueda de los animales", o "rueda de la vida".
A los ojos de la Cosmogonía Perenne, las potencias del mundo invisible (desde los espíritus elementales2 hasta los dioses intermediarios y celestes) se revelan al mundo visible a través de los distintos reinos de la Naturaleza, y de esta misma tomada en su totalidad, lo que incluye todo lo que se relaciona con los fenómenos terrestres y atmosféricos, y desde luego al propio Cielo con sus constelaciones (boreales, australes y zodiacales), planetas y estrellas, hecho éste que conocían perfectamente nuestros antepasados por estar dotados de una mentalidad simbólica y analógica que los hombres de hoy en día hemos reducido a la mínima expresión, y ciertamente sólo ejercitada al nivel más literal, lo que nos ha conducido al "aislamiento" con respecto al Alma y el Espíritu del Mundo. Todos los planos de la existencia, corporal, anímico y espiritual, si bien están jerarquizados (el espíritu es superior a la psique y ésta es superior al cuerpo) son simultáneos e interactúan entre sí, estando como están comprendidos dentro de un Ser único e indisoluble.3
No es necesario decir que esa concepción unitaria del cosmos propia de todas las culturas tradicionales sin excepción choca inevitablemente con nuestra visión actual del mundo, constituida por una multitud de fragmentos dispersos sin relación entre sí, y sumamente limitada al estar huérfana de todo aquello que de una u otra manera hace referencia a la realidad de lo sagrado, de lo metafísico y lo supracósmico: realidad que precisamente es la que constituye el meollo y el ser mismo de las antiguas civilizaciones, y por tanto de la mayoría de los hombres y mujeres que las integraron, los cuales crearon las estructuras de su sociedad y su concepción del mundo de acuerdo a las ideas y principios derivados de la Filosofía Perenne, ­también llamada Ciencia Sagrada o Tradición Unánime­ la que está todavía viva a pesar de todo, aunque oculta por las apariencias de este mundo ya totalmente "exteriorizado" y "periférico". De hecho, las ciencias racionalistas, empíricas y materialistas que arrancan con fuerza a partir del siglo XVIII y que originaron la civilización actual, y por tanto la mentalidad del hombre contemporáneo, se desvincularon de esos principios, y al hacerlo fueron perdiendo poco a poco todo carácter simbólico y sagrado, y con ello la posibilidad de continuar transmitiendo una enseñanza que en sí misma siempre ha sido una iniciación a los misterios, o mejor al Misterio, del cosmos, de la naturaleza y del hombre. En verdad el símbolo comunica dos realidades entre sí, actuando como intermediario entre el mundo de "abajo" y el mundo de "arriba", entre lo visible y lo invisible, lo que hace posible la cohesión de la Manifestación universal, o sea de la Vida en su más amplia expresión. Asimismo, y como nos dice la Cábala hebrea (y con ella todas las cosmogonías) esa misma Manifestación se divide en tres (o cuatro) planos, siendo el más inferior precisamente el mundo físico, que sin embargo es el "recipiente" que recoge los efluvios emanados de los mundos superiores.
De ahí que, como dijimos más arriba, la Tierra, y la Naturaleza en su totalidad, sean una "matriz" donde lo de "arriba", lo celeste, los mundos superiores, se concretan en lo de "abajo", en lo terrestre, en los mundos inferiores, que aparecen así como un reflejo invertido de aquellos, como la última emanación de un proceso iniciado en la Unidad primordial, tal y como nos enseña precisamente la Cábala a través de las sefiroth del Arbol de la Vida, en donde ese mundo inferior (llamado Asiyah), la Tierra o la Naturaleza, es el soporte, el fundamento verdaderamente, que nos permite ascender, y retornar, a los mundos superiores.4
Ese carácter sagrado y numinoso de la Naturaleza nada tiene que ver entonces con el vacuo "naturalismo ecológico" (en cualquiera de sus variantes: tipo "comunidades Gea", "arco iris", etc.), tan caro a la new age, o bien como un hecho estético teñido de "romanticismo", o cosas semejantes, que tan alejadas están de esa otra concepción propia de determinados pueblos "primitivos" todavía vivos, como por ejemplo los aborígenes australianos (pero no sólo ellos), que consideran que su templo, que su recinto sagrado es la propia Tierra, como emanación del "Tiempo de los Sueños", nombre dado en esos pueblos a la Ciudad Celeste, al tiempo virginal de los orígenes donde habitan los dioses creadores y los antepasados míticos, los cuales continúan manifestándose y dejando la huella de su presencia indeleble en determinadas rocas, manantiales de agua, pozos, ríos, cuevas, montes, es decir en las formas del paisaje y la geografía de su territorio, que conserva así un carácter permanente de sacralidad. Desde esa óptica, desde esa visión del mundo como un hecho nacido del canto y la palabra de los dioses, la revelación del espíritu está siempre inmanente en el corazón del hombre, que contempla una roca, un árbol o una montaña no como un objeto que está "fuera" de él, sino con la convicción plena de que cada uno de ellos es la expresión tangible de una energía, de una potencia, de una fuerza, de un numen, que brota de lo más profundo y le revela un aspecto esencial de su ser, de su geografía interior vinculada con la totalidad de la creación. Como decía el pitagórico Porfirio la tierra física no es otra cosa que el símbolo de lo que es la tierra en sí misma.
Existen también símbolos específicamente iniciáticos especialmente diseñados para favorecer ese "tránsito" de un mundo a otro, una puerta que abra a la posibilidad de vivir de acuerdo a una cosmogonía que siempre es necesaria para trascenderla, pues no deja de ser un medio, como el propio símbolo, para llegar a ser uno con la Realidad que refleja.
Remitiéndonos a la cosmogonía de los aborígenes australianos, existen en este sentido determinados símbolos donde se plasma esa geografía del mundo sutil que evoca el recorrido que hicieron los dioses en el origen del tiempo, recorrido que son las sendas que unen entre sí los distintos centros sagrados que surcan todo el territorio. Hablamos concretamente de los tjuringas, piedras sagradas donde aparecen grabados por ambas caras una serie de líneas y círculos que reproducen aquellas sendas y los centros de la geografía sagrada por donde transitaron y transitan los dioses, y con los que se comunican los hombres por medio de la invocación ritual y la concentración en los diseños geométricos del tjuringa, diseños que guardan un cierto parecido con el esquema del Arbol de la Vida cabalístico, también una guía o mapa del cosmos y del alma humana.
La concepción sagrada de la geografía, nacida de la íntima convicción de la tierra como el cuerpo de la Gran Madre Universal, es el motivo principal del por qué en todas las sociedades tradicionales sin excepción cualquier modificación que se hiciera sobre el medio natural hubiera de estar previamente enmarcada por la acción de los ritos apropiados, llevados a cabo por sus sacerdotes, teúrgos, magos y chamanes, y siempre de acuerdo con la voluntad de los dioses y de sus energías intermediarias, entre las que debemos contar las zodiacales y planetarias, es decir las astrales, y que son las que impregnan, marcan o signan con su presencia sutil el "alma" de una determinada región o territorio, presencia que el ser humano es capaz de percibir como un aspecto de sí mismo, ya sea que se manifieste en su dimensión superior o inferior, uránica o telúrica, y cuando es en este último caso a esa energía se le ha dado en llamar el "genio del lugar", relacionado con lo que fueron entre los romanos los dioses lares, penates y genius. Hemos de tener en cuenta, en este sentido, que desde el punto de vista hermético y tradicional entre el hombre y la tierra que este habita existe una relación sutil sustentada en la armonía intrínseca que existe entre todas las cosas, de tal manera que un ser humano también "recibe" como parte de su herencia psíquica y espiritual (ya sea en su nacimiento o no) las influencias sutiles de las deidades presentes en aquella tierra. De aquí entonces la importancia otorgada antiguamente a los ritos de "sacralización" de la tierra, pues gracias a ellos las energías de las deidades invocadas quedaban de alguna manera "fijadas" en el lugar determinado, dándole a éste su carácter y su especificidad, siempre en relación con la naturaleza y las cualidades de dichas deidades. Cuando éstas eran las celestes, esos ritos ejercían una acción "sobrenatural" sobre el medio geográfico, "transmutándolo" en una dimensión superior y convirtiéndolo verdaderamente en un reflejo directo de su arquetipo: la "Tierra Celeste".5
Es evidente que hoy en día nos cuesta entender todo esto, entre otras razones porque concebimos al espacio y al tiempo como homogéneos y cuantitativos, ignorando sus aspectos cualitativos, simbólicos y metafísicos, que son precisamente los que conocían las antiguas sociedades tradicionales y aplicaban, por ejemplo, en los ritos de localización y posterior fundación de las ciudades, de las viviendas y los templos, ritos que derivaban de la utilización de aquello que en el Hermetismo se denomina el arte y ciencia de la Geomancia, y que en otras tradiciones y culturas ha recibido diferentes nombres, pero siempre referidos a las mismas ideas y principios. *
* *
Robert Fludd, en su Tratado de Geomancia, habla de esta ciencia como la Astrología terrestre, y en verdad así la considera también la tradición china o extremo-oriental, que da a la geomancia el nombre de Feng-Shui, del que se dice en el Programa Agartha6 que "estudia las energías de la naturaleza en su íntima relación con la Tierra", añadiendo a continuación que la ciencia de la geomancia "está estrechamente vinculada con la Geografía Sagrada". En efecto, a los ojos de esta ciencia simbólica que es la Geografía Sagrada, las montañas, cavernas, valles, islas, mesetas, ríos, océanos, mares, lagos, cascadas, desiertos, etc., son " símbolos de ideas arquetípicas, o mejor, de 'otras cosas' existentes también en el mundo de lo invisible, de lo espiritual"; o lo que es lo mismo, de aspectos de la geografía interior del ser humano, de estados del alma, constituyendo, como hemos visto más arriba, los jalones de su itinerario espiritual, que incluye la búsqueda y posterior vivencia en la "Tierra Celeste", en la "Tierra Mítica", de sus orígenes atemporales, que son contemporáneos de cualquier época histórica, siendo el nexo de unión con esa Tierra, con esa realidad arquetípica y "sobrenatural" en el sentido exacto de la palabra, precisamente el Símbolo, o sea la Tradición, cualquiera que ésta fuese, pues siempre será una emanación de esa Realidad superior.
En este sentido, hemos de decir que toda tradición tiene una Imagen prototípica de la "Tierra Celeste", y muchas veces esa Imagen, que es propiamente la Cosmogonía, ha sido proyectada incluso en el paisaje y el medio natural (como fue el caso, entre otros, de la tradición china a través de la práctica de la geomancia), cambiando su configuración siempre que fuera necesario para adecuarlos en lo posible a aquella. Desde esta perspectiva todas las formas que aparecen en el cielo y en la tierra, en la cosmografía y la geografía, constituyen un conjunto único pero jerarquizado, siendo la segunda, la "réplica" de la primera, hasta el punto de que, como afirma la geomancia china, los picos de las montañas son las estrellas y los ríos y océanos la Vía Láctea. Baste recordar en este sentido que entre los egipcios el Nilo representaba también la Vía Láctea (el Nilo Celeste), lo cual desde luego no es una "manera de decir" más o menos "metafórica", sino que realmente era así, como lo es, en otro contexto, que el Camino de Santiago sea igualmente (y ya desde tiempos precristianos) esa misma Vía Láctea, y que Compostela, donde culmina ese camino, quiera decir exactamente "campo de estrellas". Si esto no fuera así, es decir una realidad que puede ser concebida y vivida por el ser humano en su integridad, no tendría ningún sentido la idea tradicional de los "centros espirituales" o de las "tierras santas".
Por otro lado, aunque hablemos más en particular de la geomancia china (Feng-Shui), esto no quiere decir que dicha ciencia, como un aspecto de la Geografía Sagrada, no haya sido practicada en realidad por todas las culturas y civilizaciones tradicionales, y los ejemplos que podríamos dar son muchos, como el de la civilización egipcia, que consideraba a su país como la imagen misma del Cielo. Lo que sucede es que las ideas relacionadas con la geomancia, en sentido estricto, han llegado hasta nuestros días más claramente definidas a través de los fragmentos dejados por la tradición china, reconociendo, eso sí, que los principios que conforman ese arte son exactamente los mismos que en otros tiempos fueron patrimonio de toda la humanidad. Y desde luego esos mismos principios también están presentes en la Alquimia occidental, por tratar ésta como hemos dicho anteriormente de los procesos internos del ser humano en analogía y correspondencia con los procesos de los tres reinos de la naturaleza, es decir con la vida de la Tierra, con su Geología (un nombre también de la geomancia como leemos en el Programa Agartha), con sus ritmos y ciclos en perfecto acuerdo con los ritmos y ciclos de los astros.
Dicho esto, debemos señalar que el Feng-Shui ha sido definido como "el arte de adaptar la morada de los vivos y de los muertos a fin de establecer una cooperación y una armonía con las corrientes del soplo cósmico", soplo o "hálito vital" que es llamado chi, o k'i, en la geomancia china (en todo semejante al "soplo de Brahma" en el hinduismo y al ruah de la Cábala), que sostiene y ordena la creación entera mediante el expir y el aspir universal, las dos fases del ritmo cósmico, activa (yang) y pasiva (yin), presente en todas las cosas manifestadas en el Cielo y la Tierra, incluido naturalmente el hombre, el microcosmos, que está ligado a esas dos fases mediante el ritmo acompasado de su respiración y los latidos de su corazón.
Apuntemos, en este sentido, que el término Feng-Shui significa literalmente "viento-agua", afirmándose que es algo "impalpable como el viento, e inasible como el agua". Esta definición indica claramente el carácter sutil de la geomancia, y a pesar de esa sutilidad (o quizá por ello) el viento y el agua son los elementos que más inciden en la modificación del paisaje, o dicho de otra manera: que esos elementos vendrían a ser como los dos "instrumentos" que modelan las formas de la Tierra en concordancia con el ritmo y la armonía cósmica. El geomántico debía entender ese "lenguaje" de la naturaleza, y contribuir con su arte y su ciencia a perfeccionarlo de acuerdo al modelo cosmogónico revelado por su tradición.7
A este respecto debemos decir que todo el sistema del Feng-Shui, su fundamento teórico y doctrinal, está sintetizado en el llamado "círculo geomántico", verdadero mandala y esquema simbólico del cosmos. Desde luego no es nuestra intención describir pormenorizadamente toda esa simbólica,8 pero sí queremos señalar algunos aspectos de su estructura, y sobre todo insistir en el hecho de que este esquema es, con sus características propias, análogo a los de otras tradiciones, ya que todos ellos reposan sobre un conjunto de proporciones numéricas y módulos geométricos que podemos denominar arquetípicos, o sea derivados de los principios universales, y que están prefigurados ya en las formas del Cielo y de la Tierra, y por consiguiente en el conjunto entero de la Naturaleza. En el centro del círculo geomántico aparece el "compás magnético", y en torno a él se van trazando un total de dieciocho círculos concéntricos, en cada uno de los cuales se encuentran diferentes divisiones donde se disponen letras y símbolos específicos que sirven al geomántico para determinar las cualidades sutiles y las influencias que actúan sobre el paisaje o porción de terreno donde se pretende edificar, ya sea un templo, una casa o una tumba.
Esas influencias están relacionadas con las distintas corrientes magnéticas que discurren por la corteza terrestre, y que hacen que la Tierra, a nivel físico, esté sujeta a las leyes bipolares (yin-yang) que rigen el cosmos en cualquiera de sus manifestaciones. Esas corrientes magnéticas son llamadas por los geománticos chinos las "sendas del dragón", las cuales varían la intensidad de su fuerza según las diferentes posiciones que los cuerpos celestes, especialmente el Sol, la Luna, los planetas y ciertas constelaciones, tienen con respecto a la Tierra, ya sea durante el transcurso del año, es decir según las estaciones, o a lo largo del día según las horas, lo que indica que dichas sendas están en perfecta correspondencia con las "vías del Cielo". A todo esto hay que añadir las influencias que proceden de las corrientes de agua que fluyen por el interior de la tierra, así como de aquellas que provienen de las fallas geológicas, de las vetas minerales y metalúrgicas y del propio magma terrestre, es decir del fuego interior del planeta, del mundo subterráneo, sacado al exterior por los volcanes. Todas esas corrientes, accidentes y fenómenos naturales propician la fertilidad de los lugares por donde fluyen, es decir que representan la savia que irriga y vivifica el cuerpo de la Madre Tierra,9 cumpliendo la misma función que en el cuerpo humano tiene la corriente sanguínea vehiculada por las venas. Las "corrientes cósmicas", o "vías del cielo", están simbolizadas en la tradición china por el "dragón azul", de naturaleza yang, positiva y activa, mientras que las "corrientes telúricas", o "vías de la tierra" se simbolizan con el "tigre blanco", de naturaleza yin, negativa y pasiva. El lugar donde ambas corrientes celeste y terrestre se conjugan de manera armoniosa es el idóneo para construir.
Hemos de decir que el plano donde se inscribe el círculo geomántico representa a la propia tierra, que actúa efectivamente como un espejo donde se refleja el cosmos entero. Dicho esquema reposa sobre algunos símbolos principales.
En primer lugar debemos considerar el círculo más interior que rodea al compás magnético. Allí encontramos a los ocho trigramas del I-Ching, que surgen de las diferentes combinaciones entre los dos grandes o principios cosmogónicos, a saber: el Cielo y la Tierra (equivalentes al Purusha y a la Prakriti hindú, a la Esencia y a la Substancia universal), y a los que hay que añadir seis elementos más: trueno, viento, fuego, océano, agua y montañas.10
Tenemos asimismo el Sol y la Luna, como los dos regentes del día y de la noche; se reconoce la enorme importancia del primero en cuanto que es el rey de su sistema, al que vivifica con su luz y calor. Pero además el Sol tiene una relación especial con el Zodíaco, por cuanto que es su paso por cada uno de los signos (dispuestos alrededor de la eclíptica) lo que permite actualizar las cualidades de todos y cada uno de ellos y hacer que éstas se desplieguen sobre la tierra, influyendo en el hombre, en el microcosmos. En cuanto a la Luna, está especialmente vinculada con las 28 constelaciones que se encuentran también a lo largo de la eclíptica, y a través de las cuales nuestro satélite se traslada mensualmente. Hemos de decir que este círculo, que representa en realidad la órbita lunar, es el más externo de los dieciocho de que se compone el círculo geomántico, y se utiliza principalmente para determinar los influjos que la Luna y los de cada constelación ejercen también sobre el hombre y sobre cualquier lugar de la Tierra.
Esos influjos son desde luego de orden sutil, como lo son aquellos que provienen de las siete estrellas de la Osa Mayor, consideradas como las siete rectoras del cielo.11 En efecto, en su movimiento diario en torno de la estrella Polar, la Osa Mayor rige los cuatro orientes celestes, determinando también las cuatro estaciones del tiempo gracias a las distintas posiciones de su cola, que al comienzo de cada estación se dirige a un punto cardinal diferente. Observada lógicamente desde el hemisferio norte de la tierra, cuando al llegar la noche la cola de la Osa Mayor apunta hacia el este, esto quiere decir que es primavera en todo ese hemisferio; y cuando apunta hacia el sur es que llegó el verano; y si es al oeste se entra en el otoño; y si lo es al norte en el invierno. Esa posición central en el cielo le permite asimismo "dirigir" los movimientos ordenados de todas las constelaciones, incluidas las zodiacales, y desde luego su influencia se deja sentir en las revoluciones del Sol, la Luna y los cinco planetas, y a través de ellos en los cinco elementos de la naturaleza terrestre, como veremos a continuación. Es por eso que en los textos taoístas se dice que la Osa Mayor en su movimiento "hace girar la manifestación entera", desplegando así, gracias a las alternancias e interrelaciones entre el yin y el yang, entre el principio femenino y el masculino, todas las posibilidades contenidas en dicha manifestación.
En efecto, no menos importantes en cuanto a las analogías y correspondencias existentes entre los distintos planos que componen y hacen posible la Armonía del Mundo son las influencias procedentes de cada uno de los cinco planetas: Júpiter, Marte, Saturno, Venus y Mercurio, que a su vez están en correspondencia con los cinco elementos o "agentes naturales", respectivamente: madera, fuego, tierra, metal y agua, los cuales actúan directamente sobre los cuerpos físicos, modificándolos a través del ciclo de las coagulaciones y las disoluciones. Por lo tanto, el juego de armonías y desarmonías, condensaciones y disipaciones, que tanto a nivel físico como sutil entretejen entre sí las energías planetarias se traslada a la tierra por intermedio de esos cinco elementos, de sus intercambios y permutaciones incesantes. Diremos que pese al número y a ciertas coincidencias en la terminología, a estos agentes naturales no hay que confundirlos con los cinco elementos clásicos: éter, fuego, aire, agua y tierra, empezando por el hecho de que éstos no tienen una correspondencia directa con los cinco planetas, como sí ocurre con los elementos que trata la geomancia china.
La madera y el agua son compatibles, como lo son Júpiter y Mercurio, pero no el metal y el fuego, es decir Venus y Marte, que sí son compatibles respectivamente con Saturno, la tierra, y Júpiter, la madera, puesto que esta última alimenta el fuego, etc. Asimismo el orden de sucesión que aquí se da de los planetas (Júpiter, Marte, Saturno, Venus y Mercurio) tiene que ver precisamente con su orden de producción o de coagulación: la madera produce el fuego, el fuego produce la tierra, la tierra produce el metal, el metal produce el agua y el agua produce la madera, y así sucesivamente, generando el ciclo vital de la naturaleza, que también incluye un orden en cuanto a sus disoluciones, puesto que el metal destruye la madera, la madera destruye, o en este caso absorbe, la tierra, la tierra absorbe el agua, el agua destruye el fuego y el fuego destruye el metal. Por otro lado, si nos fijamos bien, en ese orden la tierra (Saturno) está en el medio o en el centro, y en esa posición aparece cuando a estas fuerzas naturales se las hace corresponder con la cruz de los puntos cardinales y las estaciones del tiempo, en donde la madera (Júpiter) se vincula con el este y la primavera, el fuego (Marte) con el sur y el verano, el metal (Venus) con el oeste y el otoño, el agua (Mercurio) con el norte y el invierno, y finalmente la tierra (Saturno) con el centro, posición que en este caso está queriendo señalar el papel de fundamento y estabilidad que tiene la Tierra (como principio cosmogónico) en la tradición china y que se simboliza con el cubo, precisamente la forma geométrica que mejor sugiere esa idea de fundamento y estabilidad. De acuerdo con las analogías entre el macrocosmos y el microcosmos, los cinco elementos, planetas y puntos cardinales tienen también sus correspondencias con el ser humano, tanto corporal como espiritualmente. Corporalmente tenemos a las cinco vísceras principales: hígado, corazón, bazo, pulmones y riñones, que se corresponden con Júpiter, Marte, Saturno,12 Venus y Mercurio; y espiritualmente a las cinco "grandes virtudes", respectivamente: bondad, espíritu ritual, santidad, equidad y sabiduría.13 En este sentido, si nos fijamos bien estas mismas "virtudes" asignadas a cada uno de los planetas se corresponden exactamente con las que reciben en el Hermetismo y la Astrología occidental.
Un aspecto también importante desde el punto de vista de la geomancia (y de la geografía sagrada) es el hecho de que los planetas y las energías que éstos representan están en relación con las formas de las montañas, y más concretamente con sus cumbres, de tal manera que las montañas que tienen sus cimas quebradas están bajo la influencia de Júpiter; aquellas otras que son muy altas y con picos y laderas escarpados se sitúan bajo el influjo de Marte; las que pertenecen a Saturno presentan sus cimas aplanadas, mientras que las de Venus son también muy altas y con las cumbres redondeadas, y finalmente aquellas que están presididas por Mercurio son bajas y tienen su cima en forma de cúpula. Por lo tanto, y siguiendo las reglas del Feng-Shui, la montaña que presenta características jupiterinas (cima quebrada) ha de estar junto a otra que presenta a su vez características mercuriales (cima con forma de cúpula), pues entre ambas se armonizan y complementan, como lo hacen la madera y el agua según hemos visto anteriormente, ya que la primera es alimentada por la segunda. Otro tanto puede decirse de una montaña con características de Marte (cima escarpada), que conjugará con otra cuya cumbre presenta características saturninas (cima aplanada), ya que el fuego produce la tierra (al convertir todo en ceniza), elemento este último que también está en armonía con una cima venusina (alta y redondeada), puesto que como vimos la tierra genera el metal en sus entrañas. Se puede dar la circunstancia, como de hecho se da, de que existan de forma natural dos cimas juntas que no se adecuen a estos principios, y en este caso la solución vendría por modificar la cima de una de ellas para que ambas se armonizaran, buscando siempre que el paisaje terrestre concuerde con el paisaje celeste. Como consecuencia de esa práctica, podría decirse entonces que una gran parte de la fisonomía topográfica y orográfica de la China actual ha sido modelada por los geománticos a lo largo de los siglos, lo que explicaría la sugestiva y serena belleza de muchas zonas de ese inmenso país.
En este sentido, quizá la denominación de "Celeste Imperio" dada al territorio de la antigua China tenga relación también con esa adecuación del paisaje terrestre a la armonía del cielo. En cualquier caso ese territorio estaba sintetizado simbólicamente en el Ming-Tang (literalmente "Templo de la Luz"), donde el emperador realizaba importantes ritos relacionados con el mantenimiento del orden cósmico y del orden terrestre. El Ming-Tang era, al igual que dicho territorio, de forma cuadrada, y su división en nueve salas (con una de ellas en el centro, de tal manera que semejaba el "cuadrado mágico de Saturno") equivalían exactamente a las nueve provincias en que estaba dividida entonces la China. Se da la particularidad de que aunque estuviera dividido en nueve salas, en realidad el Ming-Tang tenía doce aberturas al exterior: tres por cada uno de sus cuatro lados, "de tal manera que, mientras que las salas del medio de los lados tenían tan sólo una abertura, las salas en ángulo tenían dos cada una, y estas doce aberturas correspondían a los doce meses del año".14 El emperador se desplazaba por las salas del templo como si lo hiciera por las nueve provincias de su imperio, ya que al ser ambos de forma cuadrada les permitían estar perfectamente orientadas según las cuatro regiones del mundo, y también según las cuatro estaciones: las salas (o provincias) del lado de oriente a la primavera; las del sur al verano; las del oeste al otoño y las del norte al invierno.15 Así pues, aunque la forma del Ming-Tang, como la del territorio de China, fuese cuadrada (como la Tierra), hemos de tener en cuenta que por su relación con las doce estaciones, y en consecuencia con los doce signos del Zodíaco, también conservaba implícitamente una forma circular (como el cielo), constituyendo ambos por tanto una Imagen del Mundo. En este sentido hemos de recordar que el Ming-Tang era cuadrado por su base y redondo por su techo, sostenido por ocho columnas que describen un octógono, equivalente simbólicamente al Mundo Intermediario al estar situado efectivamente entre el cuadrado (tierra) y el círculo (cielo).
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Naturalmente, y como ya dijimos, esta concepción no es exclusiva de los geománticos chinos, sino de prácticamente todos los pueblos de la antigüedad, que supieron ver en ella las pautas por las que regir su vida individual y la manera de relacionarse con la vida universal. Así ocurre por ejemplo entre los pueblos que habitaron las Islas Británicas en tiempos prehistóricos, los cuales configuraron y ordenaron la totalidad de su territorio de acuerdo a principios de orden geométrico inspirados en el modelo celeste. De todo ello dan cuentan los restos que todavía quedan de los monumentos realizados por aquellas culturas (Stonehenge, Avebury, Newgrange, etc.), revelándonos la extraordinaria inteligencia e intuición de sus constructores, astrónomos-astrólogos, magos y teúrgos, los cuales, herederos de una tradición primordial, supieron cómo trasladar a la geografía las formas simbólicas de la Harmonia Mundi, y a través de ésta tener acceso a la Tierra Celeste.
Así ocurre, por ejemplo, con el famoso "templo zodiacal" de Glastonbury, situado en plena campiña inglesa. Se da la particularidad de que ese templo zodiacal está trazado en el suelo (como una imagen del cielo en la tierra) ocupando un área circular de unos 16 kms. de diámetro. Dicho trazado, o sea las formas de las constelaciones zodiacales, está sugerido en parte por la propia orografía del terreno, por las colinas, ríos y taludes, lo cual indicaría que ese lugar no fue elegido al azar, sino que de alguna manera aquella tierra se había hecho "receptiva" a los influjos sutiles de los astros, haciéndose necesario acudir, para acabar de conformar esas figuras a sus modelos celestes, a la geometría y al arte de los constructores, tan estrechamente unidos a la geomancia y a la geografía sagrada como estamos viendo.16
Y en lo que se refiere concretamente a Stonehenge se trata de un paradigma de cuanto estamos diciendo y muestra también los profundos conocimientos astronómicos de quienes lo edificaron. Este cromlech ("círculo de piedras") fue en realidad un templo y un centro espiritual muy importante para los antiguos britanos, siendo una de sus características principales la de señalar los solsticios y los equinoccios, y también los ciclos lunares y la predicción de los eclipses, constituyéndose así en un verdadero observatorio astronómico que seguía los cursos regulares de las dos grandes luminarias, las cuales, junto a los demás cuerpos celestes, ordenan el tiempo y sus revoluciones cíclicas, ya sean diarias, anuales o cósmicas. Existen otras características no menos importantes de Stonehenge, pero en las que no vamos a entrar debido a su complejidad y porque nos saldríamos un poco del tema específico que estamos tratando. Sólo diremos que recientes investigaciones han descubierto que la estructura numérico-geométrica de Stonehenge reproduce a escala las medidas y dimensiones de la tierra, incluida la de su radio polar.17 En cualquier caso esas investigaciones han sacado a la luz algo que ya sabían todas las culturas tradicionales desde siempre: la existencia de un canon universal de medida empleado en el arte y la ciencia, y que guarda relación también con los números cíclicos fundamentales, vinculados con la precesión de los equinoccios, precesión que desde luego era conocida ya por distintas civilizaciones muchísimo tiempo antes de que Hiparco de Rodas la descubriera para el Occidente grecolatino hace algo más de dos mil años.
En realidad casos semejantes a los de Glastonbury y Stonehenge se repiten por doquier en los vestigios de las antiguas civilizaciones esparcidos por toda la Tierra, como ocurre, entre los antiguos indios norteamericanos, con los llamados "constructores de montículos" (mound-builders), montículos que muchas veces reproducen formas de animales, ya sean serpientes, aves o mamíferos,18 mientras que otros, sin embargo, tienen forma de pirámide cónica aplanada (propiamente un túmulo), o bien escalonada a modo de los zigurats babilónicos y las pirámides precolombinas, relacionados por tanto con el simbolismo axial, sirviendo muchos de ellos también como auténticos observatorios astronómicos al mismo tiempo que monumentos funerarios, lo cual no es nada extraño entre las culturas que hicieron este tipo de construcciones. En este sentido, túmulos semejantes a los de los indios norteamericanos y con ese mismo simbolismo astronómico y funerario, los encontramos en muchas partes del mundo antiguo, y siempre esta asociación entre pirámide, túmulo y tumba nos remite al simbolismo de la montaña y la caverna, estando evidentemente las dos primeras (la pirámide y el túmulo) en relación con la montaña, y la última (la tumba) con la caverna y también con la matriz: la matriz de la Madre Tierra y por tanto con la idea de "nacimiento" a una nueva vida, tal cual ocurre con la iniciación, considerada como un simbólico "regreso al útero" materno.
Hablando anteriormente del Feng-Shui hemos visto que el "dragón azul" y el "tigre blanco" simbolizan respectivamente las energías celestes y terrestres. En otras tradiciones esas mismas energías están representadas por el águila y la serpiente, siendo su significado siempre el mismo: destacar la dualidad de dos tendencias que aparentemente son irreconciliables, pero que misteriosamente se atraen como los polos positivo y negativo de un imán, haciendo posible de esta manera la "unión de los contrarios", de lo que vuela y de lo que repta, de la vertical y la horizontal, aquello que en términos alquímicos se designa como el andrógino o rebis. Cuando esas dos energías se repelen provocan el caos y la ruptura del equilibrio cósmico-telúrico (afectando entre otras cosas a la fertilidad de la tierra), y cuando se atraen restauran el equilibrio y la armonía, devolviendo a la tierra su fecundidad en beneficio del hombre y de todos los seres vivos que alberga en su seno, los cuales dependen enteramente de las interrelaciones entre "lo de arriba y lo de abajo", ya sea desde el punto de vista material o desde el punto de vista espiritual, aspecto éste que concierne más especialmente al ser humano, intermediario entre el Cielo y la Tierra.
En este sentido, el lugar donde se concilian y unen las influencias celestes y terrestres, simbolizadas por el águila y la serpiente, deviene un "centro", el cual era señalado también por esas construcciones mencionadas anteriormente (los mound-builders, etc.), y a las que habría que añadir el poste ritual, los menhires, betilos y montículos de piedras (todos ellos auténticos "ejes del mundo")19, en torno a los cuales en muchas ocasiones se construyeron las aldeas y posteriormente las ciudades. Este es el caso de la civilización azteca, que edifica su primera ciudad, México-Tenochtitlan, y con ella el germen de su imperio y civilización, gracias a que sus sacerdotes y sabios avistan en una isla en medio de un lago a un nopal, encima del cual se encuentra un águila atrapando una serpiente. Esta es la señal que necesitan para encontrar "su centro, su ubicación, y a partir de él es que han de crear su nación, cumplir su destino como pueblo y como hombres, en la totalidad del espacio y el tiempo que desde ese momento se ordenan y sacralizan, es decir existen verdaderamente.20
Asimismo, en la tradición griega se cuenta la leyenda según la cual Zeus envió desde los extremos oriental y occidental del mundo dos águilas con el fin de que en el lugar donde éstas se encontrasen fuese establecido el "centro del mundo" para esa tradición. Dicho lugar no fue otro que Delfos, que ya era un importante santuario y oráculo de la Diosa Tierra, simbolizada por la serpiente Pitón (de donde el nombre de "pitias" dado a las sacerdotisas de dicho oráculo), y centro también de una civilización prehelénica que bajo el nombre de pelásgica floreció en distintos lugares del Mediterráneo. Este episodio contado por el mito relata en verdad una historia sagrada y señala el cambio de ciclo de una tradición por otra, cambio ejemplificado precisamente por la lucha del dios Apolo con la serpiente Pitón.
Pero por encima de ese cambio cíclico (ligado como tal con el devenir temporal), y que en un sentido toma el aspecto de lucha y enfrentamiento entre dos civilizaciones, lo que se está dando a entender con este episodio es esencialmente la idea de la interacción de dos energías o principios cósmicos, que por un lado se repelen pero por otro se atraen, pues constituyen la doble expresión de un mismo principio (o como se dice en la Alquimia "dos naturalezas y una sola esencia"), representados en este caso por Apolo, el dios solar, de naturaleza expansiva y luminosa (yang), y la serpiente Pitón, que encarna las potencias telúricas ligadas con lo femenino y las aguas generatrices, y por tanto de naturaleza receptiva y oscura (yin). Esto está corroborado por el hecho de que durante los ritos de fundación del templo de Apolo en Delfos se depositara el ónfalos (la piedra oracular de la que se decía era un betilo descendido del Cielo) encima de la cabeza de la serpiente Pitón, que quedaba así atravesada simbólicamente por ese eje que era en realidad el ónfalos apolíneo, es decir que Pitón, o mejor lo que ésta sintetizaba (el don profético y oracular de la Diosa Madre primordial) quedaba integrado y asumido por la nueva civilización, pues sobre aquella, sobre la anterior, puso ésta sus cimientos.21
De una u otra manera, en todas las tradiciones encontramos el mismo tema, tratándose, como se trata, de algo arquetípico que el ser humano, receptor y transmisor de la Tradición Unánime, no puede soslayar pues está en la trama y la urdimbre con la que se teje la Vida universal. Esto es lo que pasó, por ejemplo, con el Cristianismo, que en tantas cosas fue el heredero de la tradición greco-latina, y asimismo de las culturas que pervivían en el Occidente europeo, especialmente la celta, como es evidente en todo lo que se refiere a la saga y gestas iniciáticas del Grial, por no hablar de la llegada a Inglaterra de los primeros cristianos encabezados por José de Arimatea y Nicodemo, que asimilaron efectivamente parte de las tradiciones locales, fundando posteriormente la primera iglesia de Inglaterra precisamente en el mismo lugar donde siglos más tarde se construiría la abadía de Glastonbury. En la tradición celta encontramos también las mismas ideas en lo que se refiere a la relación entre esos dos principios representados por el dios Apolo y la serpiente Pitón. En dicha tradición tenemos el equivalente (incluso etimológico) de Apolo en el dios Ablun (o Belen), mientras que la serpiente Pitón equivale precisamente al dragón o serpiente, llamado en inglés Worm, o Horm, palabra ésta que se encuentra en la toponimia de muchos enclaves de Gran Bretaña, Francia y otros países de origen celta, especialmente en lugares elevados o colinas, en donde, y según los principios de la geomancia china (similares a este respecto a los profesados por los druidas celtas) se concentra con más intensidad la "corriente del dragón", la cual, y como ya hemos dicho, tiene que ver con la fuerza vital que fertiliza la tierra en determinadas épocas del año, especialmente la primavera y principios del verano, cuando el astro rey, en el hemisferio norte, alcanza su mayor apogeo.22
En esos lugares elevados muchas veces se alzaban piedras que marcaban puntos significativos en el paisaje, y que, como en el caso de los túmulos, los cairns o "montones de piedras"23 prehistóricos y los mound-builders norteamericanos, tenían también una significación astronómica. En cualquier caso las piedras alzadas en las colinas estaban indicando la unión de esos dos principios a que nos estamos refiriendo, quedando ambos sintetizados en el "dragón alado", que simbolizaba la "fusión", si así pudiera decirse, de las energías celestes y terrestres.24 En efecto, la palabra Worm, o Horm, indica al dragón o serpiente alada (o "serpiente emplumada" como el Quetzalcóatl precolombino), y es notoria la similitud etimológica que dicha palabra tiene con la de Hermes, cuyas dos serpientes aladas enroscadas en torno al eje central están aludiendo a las mismas ideas, y recordaremos de pasada las relaciones simbólicas que existen entre Apolo y Hermes-Mercurio, y entre éste y Lug, otra deidad civilizadora y demiúrgica, hasta el punto de que los lugares dedicados a este último25 pasaron a ser consagrados a Mercurio tras la conquista romana.
Abundando más en este simbolismo debemos recordar que entre los griegos los "hermes" o "hermais" no eran otra cosa que pilares de piedra situados en las encrucijadas de los caminos y los centros de las plazas, donde el pueblo era invocado para escuchar las palabras de la Sabiduría por boca de sus sacerdotes y hombres de conocimiento, permitiendo así que esas palabras se expandieran y propagaran por todo el país, región o comarca, es decir por las cuatro direcciones del espacio, lo que desde luego era una forma de transmisión de la enseñanza tradicional acorde con los atributos de una deidad que como Hermes-Mercurio es patrón de los viajeros y comerciantes.26
Como dijimos el Cristianismo de los orígenes hereda gran parte de esta simbólica, lo cual se traduce, entre otras cosas, por una asimilación de los antiguos lugares sagrados de las tradiciones precedentes, sustituyendo los nombres antiguos de esos lugares por otros nuevos (si bien a veces se seguían conservando los mismos con leves adaptaciones), pero cuyo significado espiritual y esotérico era exactamente el mismo, con lo cual no se perdía lo esencial de sus atributos. Al menos esto fue así hasta que con el tiempo el exoterismo religioso acabó por imponer la rigidez de su dogmatismo haciendo todo lo posible para borrar cualquier huella de lo que ese exoterismo consideraba despreciativamente como "paganismo", extirpando así (si bien no totalmente debido a que en ciertos lugares algo pervive todavía en el folclore popular) la herencia de una memoria que vinculaba al ser humano con la sacralidad de sus orígenes míticos y atemporales.
El cristianismo que penetra en las Islas Británicas asimila efectivamente determinados elementos doctrinales conservados por los sacerdotes y teúrgos druidas a través de los símbolos, los ritos y los mitos cosmogónicos y metafísicos de su tradición, la cual entronca directamente con la Tradición primordial. Como hemos visto Glastonbury es un ejemplo claro de lo que estamos diciendo. Y lo mismo ocurre con aquellos lugares consagrados a Worm, el dragón alado, del que hemos indicado también su vinculación con Hermes. Casi todos esos lugares, la sumidad de las colinas y los riscos, fueron dedicados en época cristiana a San Miguel, que tan estrechas relaciones tiene con las deidades solares de todas las tradiciones. Tengamos en cuenta además que las ermitas, iglesias y santuarios enclavados en los "altos lugares" están casi en su totalidad consagrados a San Miguel arcángel, y en menor medida al caballero San Jorge y a Santa Margarita, todos ellos considerados popularmente como "matadores de dragones". Por otro lado, son sobradamente conocidos los distintos "Montes San Miguel" que existen a todo lo largo y ancho de Europa, todos ellos ligados entre sí por una geografía sagrada que antiguamente tenía que ver fundamentalmente con la instauración de distintos "centros" transmisores de las influencias espirituales en toda la Cristiandad.
En efecto, San Miguel, como el Apolo délfico, el Ablun-Belen celta y como Hermes-Mercurio, domina en los lugares elevados, donde la tierra y sus energías se subliman en una transmutación que es atracción hacia lo alto al encuentro con las energías celestes que descienden también en las cúspides de las montañas y penetran en su interior, en la caverna, lugares ambos eminentemente hierogámicos. Todo esto remite a un simbolismo primordial, pues toda montaña (como el árbol), y especialmente aquellas consideradas como sagradas son, propiamente hablando, una imagen natural del Eje del Mundo, de la "montaña polar" de los orígenes, que los hindúes llaman Meru, los antiguos persas Alborj, los griegos Olimpo (sede de los dioses), los chinos el monte Kuen-Lun, Montsalvat entre los caballeros del Grial, entre los egipcios el Set Amentet (el monte a través del cual se llegaba a la celeste "tierra del triunfo", otra denominación de la "tierra solar"), entre los aborígenes australianos Uluru (o Ayers Rock), etc.27
En la montaña (de las que las piedras, betilos y menhires no son sino miniaturas)28 así como en la caverna o gruta (o su equivalente el dolmen y otros semejantes entre las construcciones megalíticas), se concentra más en particular el "espíritu de la Tierra" (inseparable del "espíritu del Cielo" como estamos viendo), de tal manera que constituyen una imagen completa de la cosmogonía. Montaña y caverna representan respectivamente los principios activo y pasivo de la manifestación, ejemplificados en sus formas respectivas: mientras la montaña tiene forma fálica, la caverna evoca el órgano femenino, y también la matriz, lugar de gestación y nacimiento del nuevo hombre en la perspectiva iniciática. Recordemos que Hermes nace en una cueva situada en la cima del monte Cilene, y lo mismo podemos decir de Cristo, e incluso de Mitra, nacido de una piedra, la "piedra generadora", análoga a la "Madre Generadora" o Mater Genitrix, lo que desde luego nos remite al simbolismo de los hombres nacidos de las piedras, como se relata en la leyenda griega de Deucalión. De hecho, las grutas y cavernas son receptáculos eminentes del espíritu de la Madre Tierra, revestidas de una sacralidad reconocida desde los tiempos más remotos, sacralidad que se acrecienta, si cabe, cuando de esas cavernas mana el agua vivificante surgida de las "entrañas" de la Diosa, de su seno purificante y regenerador.
Efectivamente, en la cosmogonía de muchos pueblos los ríos sagrados manan del útero de la Gran Diosa, y las propias cavernas, pozos y fuentes son asimilados a su "vulva" o "vagina". Antes mencionamos al santuario de Delfos, y justamente esta palabra quiere decir útero (delphis), de donde procede también delfín (el pez que salva a los náufragos), una imagen del cual figuraba junto al trípode donde la pitia revelaba los oráculos. Es interesante advertir, a este respecto, que el trípode tenía, como su palabra indica, forma triangular, figura geométrica que cuando aparece con el vértice hacia abajo, es un símbolo de la matriz y de la caverna, y asimismo del corazón, palabra que en sánscrito tiene la misma raíz etimológica que gruta o cripta.29 El triángulo, o el Delta, tiene así un significado que se refiere directamente a la idea de generación espiritual: nacer del Delta es "nacer de lo alto", de la matriz de la Madre Celeste (que se corresponde con Binah, la Inteligencia, la tercera sefirah del Arbol cabalístico), y que en uno de sus aspectos es también la "Diosa del fondo de los mares", como bien lo indica la Kwan-yin taoísta (análoga a Venus-Afrodita nacida de la espuma del mar), que precisamente aparece en la iconografía apoyando sus pies sobre un delfín.
Existe, en este sentido, toda una simbólica referida a la búsqueda de esa Madre Primordial generadora del ser, lo que implica previamente un "descenso al fondo de los mares", simbolismo ciertamente análogo al "descenso al interior de la tierra", es decir al mundo subterráneo, que en cualquier caso, y desde el punto de vista iniciático que nada tiene que ver con lo religioso,30 es un paso necesario para quien aspira ser recibido en la Ciudad Celeste, pues mediante ese descenso en la caverna (que es el interior de nuestra propia conciencia como bien nos lo dice Dante) se trata de "desanudar" los lazos que nos unen al mundo profano y todo lo que éste representa: la tierra yerma y estéril que es pérdida y olvido de nuestra verdadera identidad. Para recuperar esa identidad, para no beber las aguas del olvido y sí las de la memoria y el recuerdo del Sí mismo, se hace imprescindible liberarnos de esos lazos, invocando para ello a las fuerzas disolventes asociadas también con lo femenino en su aspecto abisal, es decir a la naturaleza indiferenciada y caótica, aquello que en la Alquimia se designa, entre otras expresiones, precisamente como el "disolvente universal" o el "dragón terrestre" que todo lo devora, excepto lo que no pertenece verdaderamente a este mundo y que en el ser humano es su germen o núcleo de inmortalidad, el "lazo" con sus estados superiores, el renacimiento en un "cuerpo intelectual" que, como nos dice el Corpus Hermeticum, no tiene color, ni es tangible ni mensurable, ni puede ser visto con los ojos: el "arraigo" profundo y permanente en la verdadera Tierra Nutricia que es, en esencia, la Diosa Sabiduría.


NOTAS
1 Federico González, El Simbolismo Precolombino, cap. XI: "El Cosmos y la Deidad". Ed. Kier. Buenos Aires, 2003. También el cap. XVI: "Plantas y Animales Sagrados". Allí podemos leer: "Aún de manera literal esos vegetales y animales eran sagrados y revelaban la presencia de la divinidad en el mundo. Se trataba de teofanías, o sea de la manifestación de la deidad a través de un ser o cosa cualquiera, en este caso una especie vegetal o animal que encarnaba determinados atributos divinos. Energías mágicas y misteriosas que cada ejemplar de la naturaleza posee en sí y despliega en el espacio, comunicándolas". 2 Se trata de los aspectos sutiles de los elementos, habitantes del mundo de Yetsirah según la Cábala: los gnomos (tierra), las ondinas y náyades (agua), las sílfides (aire) y las salamandras (fuego). Todos ellos desde el punto de vista iniciático representan energías duales, que tanto ayudan como ponen obstáculos (pruebas) en el camino del Conocimiento. Son, evidentemente, personajes internos de nosotros mismos.
 
3 "En la cosmología de la Edad Media y del Renacimiento, todos los otros seres en el universo eran representados como un orden jerárquico, como una 'Gran Cadena del Ser' que se extendía desde la Tierra hacia el Cielo. En el fondo de esa cadena están los minerales y las rocas, los reinos vegetal y animal; y luego siguen los elementales, cuyos miembros más elevados se funden con los espíritus de las esferas planetarias. Sobre ellos están los espíritus de las estrellas fijas, y después los ángeles en sus nueve jerarquías. En el extremo inferior de esta jerarquía angélica están los seres relacionados con la naturaleza y el gobierno del mundo material". J. Godwin: Escuchando las Armonías Secretas, pág. 39. Ed. Symbolos, Colección "Cuadernos de la Gnosis" nº 6.
 
4 De ahí que nos diga Giordano Bruno que debamos "pensar en el sol como en un ente que se halla en el azafrán, en el narciso, en el girasol, en el gallo y el león (…). Lo mismo debemos pensar en relación a cada uno de los dioses y para cada una de las especies agrupadas bajo los diversos géneros del ens, puesto que así como la divinidad desciende en cierto modo por cuanto establece comunicación con la naturaleza, debe tenerse en cuenta que una de las formas de ascender a la divinidad es a través de ésta y así, por mediación de la vida que resplandece en las cosas naturales, nos es posible ascender hasta alcanzar la vida que las preside y gobierna." Citado por Frances Yates en Giordano Bruno y la Tradición Hermética, cap. XII. Ed. Ariel. Barcelona,1983.
 
5 De ahí también la necesidad en un momento dado del ciclo de "enmarcar" y "delimitar" (es decir de "proteger") ese territorio consagrado por las deidades superiores, dando nacimiento así en distintas civilizaciones a la idea del Imperio y del Reino, expresiones, en su sentido prístino, de un orden sagrado y vertical.
 
6 Federico González y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha (p. 402-403). SYMBOLOS Nº 25-26.
 
7 Traspuesto todo esto al ser humano, al viaje por nuestra geografía interior, el viento y el agua representan aspectos de las energías sutiles que "actúan" sobre el alma individual, transformándola. No olvidemos que el origen de ambos elementos es celeste, y en lo que respecta al viento se lo vincula con los "mensajeros divinos" (los ángeles y deidades intermediarias), portadores de la Palabra y del Verbo, los emisarios del Espíritu, del que se dice en los Evangelios "que sopla donde quiere". Y en lo que se refiere al agua tiene de forma unánime un sentido ligado con la catarsis purificadora y regeneradora de la psique, y en el caso de la lluvia, y del rocío, con el descenso de las influencias espirituales.
 
8 Ver a este respecto el libro de Ernest J. Eitel: Feng-Shui. La ciencia del paisaje sagrado en la antigua china. Ed. Obelisco. Barcelona, 1998.
 
9 "Observa las numerosas fuentes de agua y de fuego que brotan de las partes centrales de la tierra. En un mismo lugar pueden ser observadas tres naturalezas, las del fuego, el agua y la tierra, que proceden de una misma raíz. De ahí que se haya creído que la tierra es un almacén de toda la materia, que proporciona la materia que se necesite y recibe a cambio la substancia desde lo alto. De este modo el artesano (quiero decir el sol) vincula cielo y tierra, enviando esencia hacia abajo y alzando materia hacia arriba, atrayéndolo todo hacia el sol y en torno a él, ofreciendo todo lo suyo a todos, del mismo modo que ofrece su generosa luz. Pues el sol es aquel cuyas buenas energías alcanzan no sólo el cielo y el aire, sino también la tierra y hasta las profundidades y abismos más remotos". Corpus Hermeticum, XVI, 4.
 
10 Es sabido que de las combinaciones de esos ocho trigramas principales surgen los sesenta y cuatro hexagramas en los que se despliega toda la sabiduría del I-Ching, traducido como "El Libro de las Mutaciones", verdadero tratado metafísico y cosmológico de la tradición china y extremo-oriental en general.
 
11 Esta constelación boreal ha sido muy importante en la tradición china desde tiempos inmemoriales, empezando porque fue tomada, en tanto que "Cumbre del Cielo" y "Palacio Central" donde mora la "Gran Unidad" (simbolizada por la estrella polar), como la imagen por excelencia de su centro espiritual. Este último recibía el nombre de "Ciudad de los Sauces", representada también por un celemín (o cuenco) lleno de arroz, celemín que era asimismo uno de los nombres que recibía precisamente la Osa Mayor. Ver René Guénon, La Gran Tríada, cap. XXV. También Pierre Grison: La Lumière et le Boisseau, cap. V. Ed. Traditionnelles. París, 1974. Este autor señala que para los antiguos chinos la polar se identificaba con una de las estrellas de la Osa Mayor y no con la actual estrella alfa de la Osa Menor.
12 Queremos añadir que la correspondencia entre Saturno y el bazo concuerda perfectamente con lo que nos dice la Alquimia, que ve efectivamente una identidad sutil entre el planeta y el órgano corporal, sede del humor melancólico, humor eminentemente saturnino y que en la simbólica iniciática expresa un estado del alma que es el anuncio de profundos cambios internos.
 
13 Para otras correspondencias y más detalles al respecto ver la obra de Marcel Granet Le Pensée Chinoise, cap. I de la tercera parte. Ed. Albin Michel, París 1968.
 
14 Ver René Guénon, La Gran Tríada, cap. XVI.
 
15 De hecho, el emperador se desplazaba cada cinco años por todo el territorio. Siguiendo el orden de sucesión marcado por las distintas posiciones de la Osa Mayor, el emperador regulaba su desplazamiento de tal forma que se encontraba en el Este cuando llegaba el equinoccio de Primavera, en el Sur durante el solsticio de Verano, en el Oeste durante el equinoccio de Otoño, y en el Norte en pleno solsticio de Invierno.
 
16 Ver R. Guénon "La Tierra del Sol", cap. XII de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada. Añadiremos que Glastonbury aparece como una imagen simbólica de la "Isla de Avalón", que es a su vez una de las designaciones que entre los antiguos celtas se daba al "Centro Supremo", sede de la Tradición Primordial.
 
17 Ver John Michell: Nueva Visión sobre la Atlántida, cap. IV. Ed. Martínez Roca. Barcelona, 1987. Añadiremos que Stonehenge y otros muchos monumentos del mundo antiguo (como la Gran Pirámide de Gizeh) son en realidad modelos del cosmos, como lo es también la geografía. Pero lo que realmente importa es saber que esos modelos son un soporte para lograr el Conocimiento (que siempre es de orden metafísico), y no centrarse exclusivamente en las peculiaridades geométrico-numéricas de cada uno de ellos. Una vez más no hay que confundir al símbolo con lo que éste simboliza.
 
18 De entre esos montículos merece la atención el que es conocido como el "montículo de la serpiente", en el Estado de Ohio, el cual tiene efectivamente la forma serpentina, llamando poderosamente la atención debido a su longitud de más de medio km., pero sobre todo porque esa serpiente aparece con la imagen de un huevo en la boca, lo que evidentemente está haciendo alusión a una idea verdaderamente universal, aquella que hace de la serpiente un símbolo del Verbo que genera el Mundo por su Palabra.
 
19 Hablando concretamente de los menhires o piedras verticales, éstos además de ser efectivamente símbolos del eje del mundo y señalar puntos significativos de la geografía sutil, tenían también una función destinada a favorecer la fertilidad de la tierra, pues eran por lo general piedras cuyas propiedades minerales atraían los relámpagos procedentes de las tormentas, es decir de las energías atmosféricas y celestes, que se introducían en el subsuelo por intermedio de esas piedras, fundiéndose y fecundando las corrientes telúricas, y propiciando de esta manera la renovación estacional. Las alineaciones de menhires que se encuentran en numerosos lugares (como por ejemplo los que existen todavía en Carnac, en la Bretaña francesa) tenían que ver con esto último, entre otros aspectos.
 
20 Federico González, El Simbolismo Precolombino, cap. IV.
 
21 Como sabemos la palabra griega ónfalos quiere decir "ombligo" como sinónimo de "centro del mundo". Esto está en consonancia con otras tradiciones, en este caso de constructores, en donde la primera piedra de un edificio ha de ponerse simbólicamente encima de la cabeza de la serpiente que "sostiene el mundo". Añadiremos que la serpiente terrestre es un reflejo de la Serpiente celeste, que como hemos dicho antes se sitúa entre la Osa Mayor y la Osa Menor.
 
22 Entre los celtas tenía una gran importancia el primero de mayo. En esa fecha celebraban ritualmente el retorno de la luz solar que daba vigor a la tierra, que se regeneraba completamente después de los meses invernales. La "muerte o sacrificio del dragón" que tenía lugar durante esos ritos aseguraba ese retorno propiciando la fertilidad de los campos. En dichos ritos, la música, las danzas y los cantos eran formas de invocar la presencia benefactora de las deidades de la tierra. En este sentido, las "procesiones del dragón" que todavía perviven en determinados lugares, coincidiendo muchas veces con el solsticio de verano, perpetúan en realidad esos ritos ancestrales.
 
23 La palabra inglesa cairn está asociada a la idea de elevación, y pertenece a un conjunto de términos lingüísticos de un rico simbolismo que ha estudiado especialmente René Guénon en el cap. XXVIII de los Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.
 
24 Podemos entender así que en otras culturas los templos y los altares se alzaran en las cimas de las montañas, como es el caso de los antiguos hebreos, por nombrar un ejemplo entre tantos. También en la sumidad de las pirámides precolombinas, o los zigurats babilónicos (equivalentes a las montañas sagradas), se levantaban asimismo los templos y los altares.
 
25 Dicha deidad estuvo extendida sobre todo en las Galias, aunque también la encontramos en ciertos lugares de la España antigua, y se conserva en la toponimia, como por ejemplo en la ciudad de Logroño (La Rioja), aunque hay otros sitios más.
 
26 El hecho de que estas piedras tuvieran la imagen fálica del dios estaba indicando sobre todo la idea de la fecundación por la Inteligencia.
 
27 Este último monte, en realidad un inmenso monolito de color rojo que se levanta en mitad del desierto australiano, es en verdad el centro espiritual por antonomasia de esa cultura arcaica. Allí, en las cuevas y oquedades de ese monte, se celebran las iniciaciones y sobre las paredes y repliegues de la roca está grabada toda su cosmogonía, su historia y su geografía míticas, todavía vivas como apuntamos más arriba. También los hombres prehistóricos celebraban sus iniciaciones en grutas y cavernas, como lo atestiguan numerosos vestigios arqueológicos que se han encontrado y se seguirán encontrando por doquier.
 
28 Recordemos que la palabra betilo quiere decir "casa de Dios" (Beith-El).
 
29 Ver R. Guénon, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, caps. XXII, XXX y XXI.

30 Como poco tiene de religioso, aunque se derive en ello por un desconocimiento de su sentido iniciático, las imágenes de las "Vírgenes negras" en el Cristianismo, depositadas todas ellas en el interior de las cavernas y las cuevas, queriendo simbolizar con ello la idea de la "pureza" de la Substancia primordial, que a nivel del ser humano se corresponde con la "materia prima" a partir de la cual, y bajo la acción "iluminadora" de la influencia espiritual, se desarrollarán todas las posibilidades superiores contenidas en ese ser.

 

 
 
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