La relación entre la
música y el trance extático
por Dr. Josep Mª Fericgla
Texto publicado originalmente en la revista Música
Oral del Sur, editada por Junta de Andalucía, España.
Nuestro gran filósofo Bertrand Russell a menudo apuntaba
que uno de los errores más frecuentes en la práctica
científica consiste en mezclar dos lenguajes que, para
bien de todos, deberían mantenerse estrictamente separados.
Más tarde, el renovador de la antropología y
uno de los padres de las modernas teorías de la comunicación,
Gregory Bateson, insistió en lo mismo. Y todavía
más recientemente, ha sido Paul Watzlawick quien ha
remachado el mismo clavo desde otro punto de vista. En concreto,
es imprescindible diferenciar entre: a) al lenguaje que hace
referencia a los objetos; y b) el que hace referencia a las
relaciones entre los objetos (WATZLAWICK, 1995:32). Un ejemplo
extraído del tema que nos ocupa aquí: si digo
"esta música es lírica" o "este
ritmo es rápido" he designado alguna cualidad
de la música en el lenguaje de los objetos. Pero si,
por el contrario, digo: "aquella música es mejor
que ésta para el trance extático", entonces
estoy haciendo una declaración sobre relaciones que
deja de ser reducible a una u otra música. A pesar
de nuestra incipiente comprensión —especialmente
en ciencias humanas— de la naturaleza de las propiedades
de las relaciones, podemos darnos cuenta de lo rudimentario
de nuestros conocimientos en este sentido y de que, a menudo,
ello nos crea más enigmas y desconcierto que aclaraciones,
pero también debemos reconocer el gran campo de comprensión
que se abre a partir de aquí. Trataré, pues,
de no caer en este error de categorías lógicas
del conocimiento a lo largo de la exposición que sigue,
discerniendo con la máxima claridad cuando hago una
afirmación sobre los objetos (la música o el
trance) o sobre la relación que hay entre ellos.
Para aprehender el vínculo existente entre la música
—de momento en general— y los estados de trance
extático empecemos por aclarar que en todo ello tiene,
naturalmente, más peso la dimensión relaciones
que la dimensión objetos, ya que lo básico no
es que exista una música poderosa, alegre o grave,
sino que existen sistemas musicales que están relacionados
de una u otra forma con esta capacidad afectivo-cognitiva
del ser humano. Así, y como veremos más adelante,
hablar de un sistema musical extático no implica hablar
de un objeto musical específico, de una escala de preferencias
estéticas o de una estructura sonora única,
sino que el estado de trance se halla totalmente relacionado
con: a) el estilo cultural dominante; b) con ciertos entrenamientos
individuales o lo que Richard Noll llama "el cultivo
de la imaginería mental"(NOLL, 1985); c) con ciertas
predisposiciones innatas individuales; y d) también
con determinadas estructuras sonoras físicas, que parecen
tener alguna función en tales experiencias extáticas.
Hecha esta previa, vamos a empezar por acotar, en el lenguaje
de los objetos, los términos centrales sobre los que
trabajaremos: ¿qué es el trance? ¿es
lo mismo que el éxtasis? ¿se trata de un fenómeno
religioso y, por tanto, cultural? ¿es de carácter
básicamente fisiológico? ¿qué
es la música? y finalmente ¿qué relación
hay entre ambos fenómenos que tan a menudo parece no
existir lo uno sin lo otro?
A la larga, estas cuestiones devienen universales porque
se refieren a la constante búsqueda humana en pos de
una realidad con mayor sentido y trascendencia. La causa de
tal amplitud de marcos de interés radica principalmente
en la gran dificultad de acceder a la forma de actuación
de la música y a la esencia de los estados cognitivos
alternativos (el trance) que exige al antropólogo usar
todos sus recursos de campo y más, mucho más,
ya que en este objeto de estudio se evoca una dimensión
integradora del fenómeno humano, una dimensión
práctica y simbólica, una dimensión psicológica
y otra fisiológica, y a la vez el investigador se encuentra
con que nuestro objeto de análisis de hoy desafía
todos los sistemas explicativos e interpretativos clásicos,
y se abre a una transdisciplinariedad y a un dialogismo difíciles
de clasificar.
En este sentido, cabe también destacar otros elementos
constitutivos de la propia praxis extática que por
su complejidad escapan incluso a un texto antropológico,
tales como el carácter prelógico del proceso
cognitivo que se desarrolla en los estados de trance, un cierto
entrenamiento en la dirección de lo que llamaríamos
la omnipotencia del pensamiento infantil, la inefable experiencia
plena de beatitud y belleza que acompaña el trance
extático y que, en cierta forma, es su propia esencia;
incluso el límite hermenéutico de si la teoría
es capaz de darnos un modelo válido y comprensible
de esta realidad humana, teniendo en cuenta su doble valencia
subjetiva y objetivable solo en cierta medida.
Así pues, me voy a adentrar ya en la definición
de cada uno de esos dos parámetros cuya relación
es nuestro objeto de reflexión y análisis en
este texto. Ello nos ayudará a centrar el fenómeno
extático y musical en su justo lugar, tratando de evitar
que, como suele suceder, al lado de lo claramente misterioso
o todavía informulable de la naturaleza humana se cuelen
anhelos, inexactitudes y deseos personales sin relación
alguna con el resultado de los datos y conclusiones a realizar.
I.
Por trance extático voy a referirme, en primer lugar,
a lo que ha sido admitido dentro de los parámetros
de la investigación psicológica, más
allá de las puras descripciones fenoménicas.
Para la psicología, el trance extático es una
salida del ego fuera de sus límites ordinarios en virtud
de nuestras pulsiones afectivas innatas y más profundas.
Se trata de un estado extraordinario de consciencia despierta,
determinado por el sentimiento y caracterizado por el arrobamiento
interior y por la rotura parcial o total con el mundo exógeno,
dirigiendo la consciencia despierta —entendida como
"capacidad para conocer"— hacia las dimensiones
subjetivas del mundo mental.
Por otro lado, desde el punto de vista de las ciencias cognitivas
cabe distinguir entre trance y éxtasis, en el sentido
de que trance significaría un proceso cognitivo, literalmente
de tránsito, y que éxtasis vendría a
referirse a un estado cognitivo (aún no está
totalmente establecida la diferencia entre lo que es un "estado
mental" y lo que es un "proceso mental", no
obstante la hay, y hay investigadores puestos en ello, por
ejemplo ANDLER, 1992:9-46); de aquí que la expresión
completa más adecuada sea la de "trance extático"
ya que así se indica un proceso mental que acaba desembocando
en un estado cognitivo alternativo, una de cuyas características
es la de presentar una cierta estabilidad. Esta forma de consciencia
extraordinaria ha sido, y es, vivida por el ser humano como
máxima manifestación de la unión con
su divinidad o con el mundo animista culturalmente definido.
Son conocidos y han sido bien descritos por la historia de
las religiones comparadas, por ejemplo, los estados de éxtasis
de los berserkers, aquellos temibles guerreros que pueblan
la mitología escandinava; también lo han sido
las celebraciones extáticas de las bacantes y ménades
dionisíacas, así como los estados de arrobamiento
pasional que despertaba la música del fauno Marsias.
Gracias a la etnografía han sido estudiados en vivo
los estados de trance extático de los actuales derviches
sufíes giróvagos de Konya, de los chamanes amerindios
y siberianos, de los yoguis de la India, etc. y ahora aparece
un interés especial por estudiar las nuevas religiones
sincréticas y extáticas americanas (el Sto.
Daime de origen brasileño, la Iglesia Nativa Norteamericana
con raíces en los cultos indígenas consumidores
de peyote) y africanas (especialmente el Buiti), en las que
la música juega un papel central (FERICGLA, 1994 y
1997).
Desde el punto de vista antropológico no creo equivocarme
si me refiero a estos estados de trance extático en
el sentido de que, tanto el chamán amerindio o siberiano
especialista en transitar por tales procesos y estados cognitivos
alternativos, como el místico cristiano que lo vive
en forma de máxima unión amorosa con la divinidad
se mueven dentro de un orden sistémico de relaciones
socioculturales que dan sentido, contenido y eficacia a los
valores que ellos usan para ordenar tanto la realidad sobrenatural
como la natural, intentando desde el trance extático
crear nuevas posibilidades y líneas de adaptación
por medio de la comprensión y manipulación de
la imaginería mental (auditiva, visual, táctil
o afectiva) generada a partir de tales estados de disociación
mental; estados que, a pesar del dolor inicial que producen,
el chamán o místico busca y domina. En este
sentido pues, el especialista en moverse dentro de estos estados
mentales alternativos es quien cumple ejemplarmente con la
función que he llamado adaptógena (ibid, 1993:167-183)
gracias a su entrenada capacidad para decodificar "aquello"
que el ritmo musical le ayuda controlar. Todo ello, además,
sucede dentro de un contexto ritual que la mayor parte de
veces incluye el consumo de substancias enteógenas[1]
(psicotropas) o la práctica de técnicas de respiración
muy específicas que provocan una hipoxia cerebral y
que vienen reguladas justamente por la música que el
sujeto extático canta o baila. Por ello, y bajo el
paraguas conceptual que nos ofrece la antropología,
prefiero llamar a tales estados de trance como procesos y
estados cognitivos dialógicos, en el sentido de que
la consciencia humana parece ser capaz de discernir cada uno
de los personajes que llevamos en nuestra psique, y observar
la relación que se da entre ellos, sea proyectándolos
fuera del ámbito subjetivo en forma de entidades espirituales
refrendadas por la cultura —como sería el caso
del éxtasis chamánico o de las religiones daimistas—,
o bien vivenciándolo en forma de posesión —el
caso de los cultos afrobrasileños y afrocaribeños—
o de unidad mística con la divinidad del mundo cristiano.
Así, la denominación antropológica completa
del trance extático sería la de procesos cognitivos
dialógicos con una función adaptógena
inespecífica que actúa por medio de la imaginería
mental culturalmente decodificada.
Por otro lado y desde el punto de vista fisiológico,
el trance extático se caracteriza por una aparente
disminución de la percepción y de la sensibilidad
corporal dirigidas al mundo exógeno, y por una merma
de la movilidad corporal. Además, también puede
afirmarse que se trata de una capacidad biológicamente
dada ya que no existe una sola sociedad que en mayor o menor
grado, y bajo el epígrafe cultural que sea, no conozca
tales estados extáticos y no disponga de algún
tipo de aprendizaje regulado como camino para cultivar esta
capacidad innata: samadhi entre los budistas, wäjd o
jushúa entre los árabes magrebíes, éxtasis
teresiano en el mundo europeo clásico, nembutsu en
Japón, trance chamánico en Siberia y toda América
y un largo etcétera.
II.
Una vez definido uno de los elementos de la pareja cuya relación
vamos a estudiar, el trance extático, toca precisar
el segundo en el lenguaje de los objetos: la música.
Tampoco aquí me interesa enzarzarme en barrocas disquisiciones
conceptuales y teóricas —en el fondo, casi siempre
me saben a demasiado académicas— sobre qué
es música y qué no es. Por ello, voy a atenerme
a la definición ya clásica de música
entendida como sonido organizado con un orden impuesto por
el ser humano de acuerdo a sus contingencias históricas
y cognitivas, y cuyo contenido es entendido por la colectividad
que la compone, la interpreta y la mantiene viva.
Desde el punto de vista biológico, se puede afirmar
que el hecho musical es también algo innato en el ser
humano, en el sentido de que aunque no se han hallado ningún
"neurotransmisor musical", no hay una sola cultura
ni un solo colectivo humano que carezca de música.
Además de ello, los trabajos derivados de investigaciones
actuales han puesto de relieve que muy probablemente existe
una zona operacional del cerebro encargada de la producción
y la recepción musical, y que no es la misma que se
encarga de la elaboración del lenguaje hablado.
En tercer lugar y desde el punto de vista de la antropología,
no hay duda alguna que el principal elemento cultural relacionado
con la música es la religión y dentro de ella
la búsqueda de estados extáticos y de arrebatos
emocionales. Y esto se puede afirmar tanto en referencia a
la música chamánica, como a los cantos gregorianos
medievales, a la moderna música discotequera explícitamente
llamada "música trance" o a las denominadas
"músicas de la nueva era", de carácter
mucho más elaborado, refinado y dirigido hacia esta
finalidad. De ahí que en el mercado actual se ofrezcan
tantos títulos de grabaciones recientes con una clara
alusión al éxtasis —En trance de Conrad
Praetzel, The Feeling begins de Peter Gabriel, From the Heart
of Darkness y Desert Solitaire de S. Roach, K. Braheny y M.
Stearns, Les maîtres du guembrí del grupo gnaua
Al Sur-Karonte, etc.— y que, mezclado con ello muy a
menudo aparezcan grabaciones de músicas tradicionalmente
usadas para dirigir experiencias religiosas de carácter
extático como los cantos de los Lamas tibetanos, los
cantos gregorianos más elevados y las músicas
chamánicas orientales (dos ejemplos actuales y exitosos
de ello son El canto del Lama, grabación conjunta del
lama tibetano Gyourme y del músico occidental Jean-Philippe
Rykiel; y Officium, edición de música sacra
occidental realizada por el saxofonista Jan Garbarek y The
Hilliard Ensemble).
Otra cualidad a tener en cuenta para entender globalmente
la relación entre ambas realidades cognitivas, la música
y el trance extático, se refiere a la capacidad esencial
de codificación y modificación temporal que
tiene la música. En este sentido, durante la experiencia
de modificación del estado de consciencia cotidiano
que se busca por medio el trance, hay un cambio profundo de
la vivencia del tiempo: la vida ordinaria transcurre en un
mundo entendido y vivido bajo un tiempo que podemos llamar
cotidiano, cuya principal característica es que está
puntuado y dominado por elementos exógenos —sean
máquinas, sean horarios acordados o bien sea un cambio
estacional—, en tanto que la cualidad esencial de la
música es el poder que tiene para crear otro mundo
basado en un tiempo virtual. Recordando lo que escribió
Stravinski: "la música nos es dada con el único
propósito de establecer un orden en las cosas, incluyendo
de manera particular la coordinación entre el ser humano
y el tiempo". La música es creación de
tiempo con parámetros netamente subjetivos, de ahí
la abismal diferencia que hay entre "dejarse bañar"
por el concierto para trompa de A. Mozart dirigido por el
impetuoso A. von Karajan o por el lírico y delicado
Sir Georg Solti. Las notas que leerán los músicos
pueden ser las mismas, pero el tiempo virtual que generará
cada una de estas interpretaciones será bien distinto.
Finalmente, también cabe añadir que si tanto
interés despierta actualmente toda investigación
sobre el chamanismo clásico y las consciencias alternativas
se debe a que, en términos generales, se sitúa
en un ámbito de vivencias probablemente común
a toda la humanidad. Se trata de técnicas que, según
muchos investigadores entre los que me cuento, favorecen el
contacto directo con lo que llamamos sobrenatural, lo númico,
con el oscuro misterio que en último término
arrastra consigo el ser humano y de donde puede sacar alguna
idea sobre su propio lugar en el mundo, a nivel individual
y social, y al mismo tiempo todo ello se proyecta en estrategias
concretas que facilitan la adaptación activa del sujeto
a los cambios que se producen en su entorno o que él
mismo genera. En este sentido, las prácticas extáticas
se resuelven habitualmente como fuente de revelación
interior en respuesta a los grandes interrogantes pragmáticos
(el origen del ser humano, la causa de la enfermedad y el
dolor, cuál será el porvenir) a través
de lo que he llamado estados dialógicos de la mente,
sean inducidos por el consumo de pócimas enteógenas,
por trances rítmicos, por ambos estímulos combinados
(como suele suceder) o por causas de otro origen.
III.
Una vez definidos los límites de nuestro doble objeto,
vayamos a diseccionar la relación que hay entre ambos
factores.
La relación entre la música y el trance extático
es uno de los fenómenos más variables y contradictorios
que pueda observarse. No parece existir ni un solo patrón
fijo por ninguno de ambos lados, tan sólo existe la
relación. Y aun sobre ella, y en buena ley científica,
deberá recaer la duda sistemática ya que se
habla también de trances extáticos que se consiguen
sin música de ningún tipo (como la famosa liberación
de Buda o la iluminación de Jesucristo en el desierto),
lo cual pone incluso en entredicho la real existencia de una
relación entre ambos factores para obtener el fin extático,
que no sea simple coincidencia. Hagamos un rápido repaso
al tema.
Si se observan y analizan los instrumentos usados para inducir
el éxtasis no se halla ningún tipo de generalidad
aceptable: a veces se trata de grandes y retumbantes tambores
los que parecen ser esenciales para el trance (como entre
diversos pueblos africanos subsaharianos), pero otras veces
el instrumento se reduce a, tan solo, un manojo de hojas atadas
y zarandeadas siguiendo un ritmo variable que impone el ejecutante
sin más acuerdo social (como es el caso del trance
chamánico de pueblos amazónicos como los shuar
y achuara, más conocidos como familia lingüística
jibaroana o Nación Jíbaro). Hay ocasiones en
que los instrumentos, sean de percusión, melódicos
o ambos, son la base de la música y cualquier voz humana
resulta un estorbo (como en entre los derviches giróvagos
y su música sufí), en tanto que otras veces
es la propia voz humana la que protagoniza o dirige el trance
sin ayuda de ningún instrumento (como es el caso de
los cantos de los lamas tibetanos, y de diversos pueblos balineses
que entonan el famoso Canto del Mono, Ketjak). Hay pueblos
que buscan el éxtasis de forma apolínea, bailando
formal y ordenadamente con un perfecto control corporal (como
el caso de los Zuñi estudiados por R. Benedict); en
otros casos se trata de un baile dionisíaco en el cual
la finalidad es justamente perder el control de los movimientos
automáticos del cuerpo (como en diversos ritos afrocaribeños
y afrobrasileños); y aun en otros casos el sujeto extático
halla su experiencia en el fondo de una solitaria y silenciosa
cueva, sin mover ni un solo músculo durante largas
horas. En algunos pueblos parece imprescindible el consumo
de psicótropos para obtener la experiencia buscada
(según E. Bourguignon, este uso de substancias enteógenas
se da en el 89% de las sociedades estudiadas por la etnografía),
en tanto que otros pueblos dicen limitarse al uso de la música
como medio inductor.
Esta diferencia, el uso o no de psicótropos como elemento
catártico que acompaña la música en el
camino de búsqueda del trance extático, condujo
a R. Benedict a hablar de "culturas dionisíacas"
y de "culturas apolíneas", justamente a partir
de esta única diferencia esencial (ver BENEDICT, 1934,
y BATESON, 1993; 39 y nota 4). Aunque represente una pequeña
circunvalación respecto del objeto que nos ocupa, merece
la pena hablar aquí un poco más de los trabajos
de Benedict sobre el tema. Esta antropóloga clásica
se interesó por descubrir el patrón cultural
dominante en cada sociedad a partir de los tipos de personalidad
dominante, y, entre otras variables, atendió al factor
"búsqueda del trance" como elemento clave
en la formación de las personalidades individuales.
R. Benedict recibió la influencia de la escuela de
historiadores de Dilthey y Spengler, y trató de aplicar
la dicotomía nietzschiana (a pesar de no seguir literalmente
la propuesta de F. Nietzsche) entre apolíneos y dionisíacos
al contraste existente entre los Zuñi, una etnia apolínea
altamente formal perteneciente a los Pueblo del sudoeste,
y dos grupos indígenas también norteamericanos,
pero violentamente dionisíacos: los indios de los llanos
y los Penitentes mexicanos. Benedict consiguió demostrar
que los indios de los llanos y los Penitentes mexicanos asignaban
un valor cultural muy alto a varias formas de excitación
extática. Los indios de los llanos alcanzaban la experiencia
mística por medio de severas autotorturas que inducían
un estado de hipoxia cerebral y también por medio del
consumo de peyote, el famoso cactus psicotropo pero, en cambio,
la música no parecía jugar un papel demasiado
importante. En sentido contrario, entre los Zuñi se
desconocían genéricamente tales prácticas
violentas, y el trance extático se obtenía por
medio de su danza sagrada, dominada por la exactitud de una
pauta bien reglada. Así, y al margen de su interés
por la búsqueda de patrones culturales coherentes con
el tipo de personalidad dominante, Benedict mostró
como cada una de estas etnias se había especializado
coherentemente en tales formas particulares de expresión
en todos sus campos e instituciones culturales a partir de
la forma de acceder al estado extático: fuera por medio
de enteógenos en el caso de los dionisíacos
indios de los llanos y de los Penitentes, fuera por medio
de una danza altamente formalizada en el caso de los apolíneos
Zuñi.
La gran pregunta a formular, pues, ha de ser tan llana como
¿se trata de una relación fisiológica
(vibraciones sonoras, empatía de ritmos endógenos
y exógenos, estimulación de alguna desconocida
parte del SNC o del cerebro directamente...)? ¿o bien
se trata de un puro entrenamiento cultural? Estos interrogantes,
formulados aproximadamente en estos mismos términos
disyuntivos, han sido ya planteados a menudo durante la historia
de la humanidad. Platón atribuía el estado de
trance extático a un efecto directamente asociado al
sonido del aulos (el famoso instrumento de doble lengüeta,
predecesor del actual oboe), en tanto que Aristóteles
lo atribuía al modo musical frigio (el primer modo
antiguo de la música griega clásica, que consistía
en una escala descendente que comenzaba y acababa en re y
que se apreciaba por producir una exaltación paroxística
antes de los ataques guerreros). Es decir, en tanto que el
primero lo atribuía a una causa física, el segundo
apostaba por una causa cultural. Pasan las épocas,
es muy probable que el tema se siguiera discutiendo y en el
siglo XII hallamos al árabe Ghazzâlî quien
intentó demostrar que la causa final del trance extático
radica en la propia física del sonido, y para ello
usaba de argumento el caso de los pastores de dromedarios
que, dicen, con sus cánticos conseguían dormir
a sus animales de joroba única (citado por ROUGET,
1980). Siguieron pasando los siglos y la pregunta en cuestión
seguía abierta y siendo blanco de interés de
diversos pensadores y filósofos. Durante la época
del Renacimiento, los poetas y músicos de la Pléyade
[2] afirmaban con total seguridad que la causa que producía
los buscados efectos extáticos era la unión
de música y poesía, con lo cual se acercaron
básicamente a las propuestas actuales en el sentido
de una explicación de carácter sistémico.
Más adelante fue el pensador y escritor J.J. Rousseau
quien se pronunció categóricamente en contra
del poder de los sonidos (después de meditarlo largamente,
según apunta G. Rouget). Pasan los siglos y en la década
de los mil novecientos sesenta, el investigador norteamericano
en neurofisiología Andrew Neher afirma haber demostrado
todo lo contrario; es decir, que la causa real de la relación
que aparece universalmente entre la música y el trance
extático sería de carácter neurofisiológico,
por tanto de nuevo una causa física. A. Neher afirma
como conclusión de sus trabajos que la estimulación
rítmica afecta directamente la actividad bioeléctrica
de: "muchas zonas sensorias y motoras del cerebro, zonas
que no están normalmente afectadas debido a sus conexiones
con la zona sensorial que es estimulada" (NEHER, 1962;153)
y que ello es posible, según este autor, porque los
receptores auditivos de baja frecuencia son más resistentes
a los daños que los delicados receptores de alta frecuencia
(ibid., 1961; 449-451). Esta explicación y trabajos
han sido a menudo recurridos por otros autores más
humanísticos como "prueba" de sus tesis;
no obstante, tal afirmación de Neher tiene, probablemente,
parte de verdad —y solo parte— ya que otros trabajos
experimentales apoyan parcialmente esta propuesta causal,
aunque ninguno de ellos excluye que haya otras explicaciones
más integradoras del fenómeno como, de hecho,
necesariamente las ha de haber. En este sentido, Wolfgang
Jilek, el conocido etnopsiquiatra residente en Canadá,
describió como en el sonido de los tambores de piel
de ciervo que usan los salish en sus ritos iniciáticos
y extáticos, dominan las frecuencias bajas de 4 a 7
ondas por segundo (JILEK, 1974;74-75), que es la misma frecuencia
de las llamadas ondas theta ( z ) en los electroencefalogramas
(EEG). A partir de mis propios trabajos de campo he verificado
que, efectivamente, bajo el efecto de la substancia visionaria
ayahuasca, de extendidísimo uso en los pueblos indígenas
de la Alta Amazonia para inducirse estados extáticos
con fines chamánicos, las ondas bioeléctricas
que más activadas se observan en el cerebro a partir
de registros de EEG son las theta (FERICGLA 1997). No obstante
todo ello, el extendido uso de tímpanos y de otros
instrumentos que producen sonidos medios y agudos con las
mismas finalidades extáticas en otras culturas, contradice
y pone en evidencia la, como mínimo parcial, falsedad
de la anterior afirmación: las ondas de baja frecuencia
pueden tener algún relación física con
los tránsitos extáticos, pero no pueden ser
la causa.
Por otro lado, el antropólogo M. J. Herskovits defendió
una explicación cultural a los trances extáticos.
Herskovits propuso la hipótesis de los reflejos condicionados
por el proceso de enculturación como causa última.
En este sentido y desde el punto de vista de la investigación
científica, parece sospechoso que los investigadores
del ámbito de la biología defiendan causas biológicas
en tanto que los científicos del lado de las humanidades
lo hagan arrimando el agua a su molino disciplinar, y que
ambas familias de científicos hallen argumentos para
defender sus posturas. Tal paradoja debería, de entrada,
animar a dirigir la atención hacia algún nuevo
tipo de paradigmas explicativos de carácter más
holístico.
Otro ejemplo de ello lo tenemos en el antropólogo
francófono R. Bastide, quien años más
tarde recogió la antorcha de su predecesor pero llevándola
a terrenos menos comprometidos y más generales, afirmando
que la música tiene una especial capacidad para estimular
vivencias emocionales dentro de una situación global,
de acuerdo a los valores culturales de cada sujeto, sin definirse
más. Por otro lado, el también francés
Alain Daniélou, a quien G. Rouget califica entrecomilladamente
"etnomusicólogo de reputación mundial",
afirma en el número del Correo de la UNESCO de octubre
del año 1975 ("Músiques et dances d’extase")
que en todo el mundo se usan ritmos impares — de 5,
7 o de 11 tiempos— para inducir los estados de trance
extático. A. Daniélou dice que las músicas
con ritmos pares —de 4 o de 8 tiempos— no tienen
la menor capacidad hipnótica. No es preciso rebuscar
mucho en las arcas de la etnomusicografía para dar
con una pirámide de ejemplos de campo que contradicen
tal afirmación, ya que hallamos trances inducidos o
conducidos por músicas de ritmo binario (por ejemplo,
la de los grupos jibaroanos o la mayoría de los himnos
cantados por las Iglesias Daimistas), e incluso con una métrica
muy irregular o casi indefinible (como es el caso de la música
chamánica de los innuit).
Otro caso similar es del antropólogo norteamericano
Michael Harner, quien basa sus afirmaciones en su propio trabajo
de campo y en las investigaciones de su compatriota ya citado,
A. Neher. Las propuestas y afirmaciones de M. Harner rayan
el chiste cuando propone seriamente un método sencillo
para inducirse un trance chamánico (o lo que él
llama "estado de consciencia chamánico",
ECC): "El tambor y la maraca son instrumentos básicos
para entrar en ECC. El chamán suele limitar el uso
de su tambor y de su maraca para evocar y mantenerse en el
ECC, y así su inconsciente los asocia automáticamente
con actividades chamánicas serias. El sonido inicial
rítmico y monótono de la maraca y del tambor
(...) es una señal para que el cerebro vuelva al ECC"
(HARNER, 1987;83). En otro fragmento del mismo libro da las
indicaciones específicas para adentrarse en el trance
chamánico, que consisten en tumbarse cómodamente
y visualizar mentalmente alguna abertura que el sujeto haya
visto con anterioridad en el mundo físico (una cueva,
el tronco hueco de algún árbol, etc.). Entonces:
"pida a su compañero que empiece a tocar el tambor,
alto, a un ritmo rápido y uniforme. No debe haber ruptura
del ritmo ni cambio alguno en la intensidad de los golpes;
de unos 205 a 220 golpes por minuto producen, normalmente,
los efectos deseados. Calcule que tiene unos diez minutos
para hacer el viaje. Indique a su compañero que, transcurridos
los diez minutos, debe golpear fuerte el tambor cuatro veces
para avisarle de que es hora de volver. Inmediatamente después,
su ayudante debe tocar el tambor a un ritmo muy rápido
durante medio minuto para guiarle en el viaje de vuelta, y
acabar con cuatro golpes secos más como señal
de que el experimento ha concluido." (ibid.;61). M. Harner
no acaba de explicitar en su texto si el "estado de consciencia
chamánico" es de carácter extático
o de otro tipo, pero lo incluyo aquí porque lo más
generalizado es referirse a ello como substitución
de la expresión trance chamánico, y en el mismo
libro este antropólogo norteamericano lo da a entender
de diversas formas. Si me he alargado más en este ejemplo
es porque se trata de una buena ilustración de extremo
simplismo analítico, además de responder a ciertas
modas New Age típicas del final del siglo XX en los
EE.UU. y caracterizadas por su lenguaje pseudocientífico.
Es decir, podría ser considerado otra forma distinta
de manifestarse fenoménicamente el interés perenne
de la humanidad hacia tales experiencias subjetivas. En el
ejemplo citado, Harner lo expone con un lenguaje de carácter
"científico" (escribe sobre ello como antropólogo,
aludiendo a investigaciones neurológicas, etc.) y dando
un valor al trance extático carente de todo sentido
religioso (sería divertido poder observar a Sta. Teresa
de Jesús con su experiencia mística como resultado
del incuestionable amor hacia Dios ante la propuesta pagana
y preñada de pragmatismo de M. Harner).
Podría alargarme bastante más con otros ejemplos
contrapuestos con teorías que proponen la causalidad
del éxtasis en uno u otro de los elementos que forman
la extraña pareja (música/trance), pero hasta
aquí es suficiente como ilustración. Hablando
con rigor analítico, uno se da cuenta de que la variedad
de los hechos es tan extraordinariamente extensa que no admite
reduccionismos mecanicistas ni una explicación única.
La única certeza posible que soporta cualquier análisis,
es la de que no hay un ritmo ni una música específica
en relación al trance, y que además tampoco
existe una única expresión fenoménica
del éxtasis.
Sin duda, la forma y expresión que adquiere una experiencia
de trance entre un lama tibetano o de un monje japonés
practicante de za-zen, un seguidor de los ritos africanos
de posesión, o un adolescente europeo que baila durante
horas en una discoteca al ritmo de "música trance"
después de haber ingerido algunas pastillas de "éxtasis"
(y no es solo metafórico el uso moderno y paganizado
de estos términos en la subcultura juvenil), estas
variadas experiencias extáticas tienen elementos en
común y otros que las alejan.
IV.
Así, para acabar voy a exponer una clasificación
de las diferencias y similitudes que se pueden apreciar en
la relación existente entre los diversos tipos de trance
extático y las músicas implicadas, en base a
mi propia experiencia personal y de campo.
IV.1
Similitudes
a) El trance extático siempre lleva inherente una
enorme carga emocional, sea cual fuere el sentido con que
es vivido (sentido místico-religioso, chamánico-curativo,
de posesión, etc.), y son muchas las expresiones que
hallamos para referirse a ello (los místicos cristianos
hablan de "amor", los posesos afrobrasileños
de "arrebato", los chamanes amazónicos shuar
de tsentsak o "flechas mágicas" que unen
las personas, etc.). En este sentido, C.G. Jung puso de relieve
que el ritmo repetitivo, cualquiera que sea la forma en que
se manifiesta, es uno de los caminos para despertar la emotividad.
De ahí que, por ejemplo, una característica
de ciertos neuróticos sea la de apagar sus cigarrillos
en el cenicero aplastándolos repetidamente, o que ciertas
psicopatologías relacionadas con grandes bloqueos emocionales
lleven al sujeto a estar durante horas sumido en un movimiento
rítmico. Con ello se pondría de manifiesto que
cualquier música, pues, en principio debería
ser adecuada para el trance místico tan solo con que
tenga un ritmo intenso y marcado y, efectivamente, muchas
de las músicas usadas entre los pueblos indígenas
siberianos, amerindios, extremo-orientales o africanos son
piezas de variada tesitura rítmica, pero que tienen
en común su larga duración, su repetitividad
y monotonía que a menudo solo es rota por un in crescendo
que conduce desde una pauta rítmica base, a la misma
pauta pero acelerada. Además de ello y por razones
físicas, podríamos añadir que el ritmo
probablemente es mejor asimilado si es producido por instrumentos
que den un sonido grave, con una frecuencia de 4 a 7 ondas/seg.,
pero ello no es imprescindible (durante mi experiencia de
trabajo de campo con chamanes shuar y achuara, pude experimentar
en diversas ocasiones tales trances extáticos de carácter
chamánico y siempre fueron acompañados o puntuados
por un sonido agudo y rítmico proveniente de una pequeña
gavilla de ramas zarandeadas). Por otro lado, esta profunda
carga afectiva que acompaña y caracteriza todo trance
extático, explicaría el hecho de que el brujo,
chamán, místico, poseso, etc. sea casi siempre
un individuo frágil, enfermizo y especialmente muy
sensible desde el punto de vista emocional, a menudo se le
permite la homosexualidad y otras características propias
de una inversión cultural.
b) como consecuencia del epígrafe anterior, se puede
fijar como segundo factor similar en todos los trances extáticos,
el tránsito emocional desde el dolor a la plenitud
beatífica que suele vivirse por parte de los individuos
que dicen acceder a tales estados. En un primer paso, el tránsito
hacia la experiencia extática es una vivencia psicológicamente
(y a veces incluso físicamente) dolorosa (el "descuartizamiento"
a que se ve sometido el ego cotidiano y que es visualizado
en los procesos iniciáticos chamánicos con esta
mismas expresiones; sobre ello ver la magnífica obra
de ELIADE, 1982), lo cual sirve de motivo a los chamanes y
hechiceros amazónicos para cobrar a sus congéneres,
aunque se trate de la voluntad, por el dolor de deben atravesar
antes de acceder a los estados modificados de la consciencia
que les ha de permitir curar. La misma expresión dolorosa
se halla en textos de los místicos cristianos, actúa
de objetivo negativo a superar en el budismo oriental, y se
reconoce como una de los indicadores del próximo "encabalgamiento"
de que ha de ser objeto un poseso afrocubano. No obstante,
este dolor psíquico como primera fase que hay que atravesar
desemboca en un gozo desbordante y en una profunda apreciación
estética de la realidad, de ahí "los cantos
bellísimos", "los seres hermosísimos"
y demás expresiones usuales para referirse a lo percibido
durante el éxtasis.
c) en tercer lugar, también se trata de algo universal
el hecho de que la música actúa de estímulo-guía
durante el trance chamánico. La música es el
mejor y probablemente único referente externo que,
cual hilo de Ariadna, guía al sujeto extático
durante la excursión psíquica por las consciencias
dialógicas. Los casos que más discusión
han generado sobre el tema son aquellos en que se afirma que
la música "induce" por sí misma el
trance extático. Creo poder afirmar que la música
per se nunca provoca el trance aunque lo parezca desde el
exterior. En realidad, es correcto partir de la premisa de
que existe una predisposición genética o innata
para entrar en estas consciencias alternativas (no se ha hallado
el juego sináptico que lo explicaría desde un
punto de vista neurofisiológico, pero la universalidad
del fenómeno permite tal inferencia sobre una base
bastante segura), y cada individuo tiene mayor o menor predisposición
innata a ello, de la misma forma que hay personas que pueden
correr más veloz o que son más afinadas de oído
que otras, habiendo recibido una enculturación similar.
En este sentido, hay sujetos que parecen tener una especial
predisposición para el trance extático y buscan
con mayor intensidad que otros la forma de cultivar su imaginería
mental y el mundo de exaltación íntima y emocional
que es la materia prima de tales consciencias alternativas.
Es entonces, a partir del proceso de enculturación
específica, que efectivamente entra en juego la eficacia
de lo simbólico, y tal vez el sonido de un tambor ritual
por sí mismo ya es capaz de activar el recuerdo de
tales experiencias en el sujeto entrenado, al estilo de la
campanilla y el perro de Pavlov, pero no por ello debe atribuirse
a la música la capacidad intrínseca de inducir
trances extáticos. Repito, la música, cualquiera
que sea la forma que adquiera en las tradiciones de cada pueblo,
es la guía exterior que permite al sujeto extático
mantenerse con la consciencia despierta al mundo interior
pero sin perderse en la dimensión del imaginario activado.
Cuando ello sucede, en nuestras sociedades hablamos de locura
como forma de patología, y también es algo ya
conocido y aceptado que el chamán tribal o el místico
cristiano son individuos salvados del peligro de caer en manos
de la locura porque están acostumbrados a jugar con
ella. M. Eliade afirma que el chamán tribal puede curar
las enfermedades de sus congéneres porque él
mismo ha pasado por la locura y se ha curado desde dentro,
con lo cual es el sujeto que conoce la "teoría"
de la enajenación por propia experiencia. Por tanto,
concluyo que la música tiene un papel similar en toda
forma de trance extático como guía perceptual
exógena al propio sujeto, pero que por sí misma
no puede actuar estimulando el trance más que cuando
antes ha habido un proceso de condicionamiento o cuando se
trata, en casos extremos, de sujetos especialmente proclives
a entrar en tales mundos dialógicos.
d) el cuarto factor de similitud en todo trance extático
es la existencia de un elemento catártico de carácter
físico: uso de psicótropos, respiraciones que
conducen a la hipoxia, saturación perceptual o deprivación
sensorial, rígidos ayunos, etc. Habitualmente se ha
obviado este elemento físico por no estar relacionado
con la música como tal, pero sin duda es la clave que
permite comprender los procesos biológicos del éxtasis.
Según los trabajos de E. Bourguingon que he citado
anteriormente, en la inmensa mayoría de pueblos exóticos
se consumen substancias psicótropas o enteógenas
de forma consensuada y casi siempre hallamos esta consumo
asociado a ritos extáticos o iniciáticos; los
griegos clásicos utilizaban el hongo parásito
Panaeolus papilionaceus, rico en ergotamina y precedente del
famoso LSD-25, como ingrediente básico del pan que
distribuían entre los participantes en los conocidos
ritos mistéricos y secretos de carácter oracular;
también los cantos gregorianos disfrutan de un doble
componente extático: por un lado está el contenido
semántico de los salmos y textos cantados que actúa
en el sentido de la eficacia de lo simbólico, y por
otro lado se halla el tema del control de la respiración
a que obliga la ejecución del canto gregoriano. Se
trata de notas largas, cuyo primer resultado desde el punto
de vista fisiológico en un hipoxia cerebral (una caída
de oxígeno en el cerebro), lo cual no es peligroso
desde el punto de vista patológico pero sí que
induce a experiencias de tipo extático que posterior
o sincrónicamente a los cantos modulan y dirigen hacia
una determinada dirección (por ejemplo, entender tal
experiencia como de unión mística con la divinidad).
e) la función adaptógena de todo estado de
trance extático es la última de las similitudes
observadas. En casi ninguna cultura se anima a los individuos
a esforzarse y sufrir en el transitar hacia el éxtasis
si no es con algún motivo explícito. El motivo
suele tener relación con la respuesta o la búsqueda
de soluciones a eventos psicológicos o materiales,
pero siempre claramente definidos. Por ejemplo, la ayahuasca,
mixtura enteógena de los indígenas amazónicos,
es llamada Santo Daime por las iglesias sincréticas
brasileñas cuya principal característica es
el realizar el acto de la comunión con un auténtico
sacramento —en lugar de hacerlo con un placebo—
que induce la vivencia extática, codificada como el
contacto con la divinidad. Sto. Daime, en portugués,
literalmente significa "Santo Dame", porque los
seguidores de tales religiones entienden que se debe consumir
Daime, una forma de ayahuasca, con alguna finalidad explícita,
para resolver algún conflicto o para pedir algo. En
este sentido, se puede afirmar que la búsqueda de soluciones
adaptativas por medio del éxtasis es un recurso adaptativo
universal (el chamán es quien regula su comunidad tribal,
el místico es quien ordena y decide a partir de los
mensajes recibidos o de su verdad revelada, etc.).
IV.2
Divergencias
a) la principal diferencia entre los distintos estados de
trance extático radica en el objetivo que mueve a cada
sujeto para acercarse a tales experiencias. Así, es
cada sociedad la que, por medio de sus ideales culturales,
modula la finalidad que atrae hacia la experiencia extática,
y es a raíz de tal variedad de formas culturales y
de finalidades explícitas que varía la manifestación
fenoménica del trance extático. Es decir, se
trata de una experiencia en cierta forma única para
toda la humanidad que se vive condicionada por los valores
culturales concretos de cada sociedad. Para poner un paralelismo
ilustrativo: todo ser humano come, ingiere nutrientes para
poder vivir, pero la experiencia del comer está totalmente
condicionada por los valores y finalidades culturales (qué
comer, cuándo, en qué postura, en compañía
de quién se puede comer y de quién no, el rito
o ausencia de ritualidad que envuelve el acto de ingerir alimentos,
etc.), lo cual desemboca en un amplio abanico de posibilidades
fenoménicas en cuanto al hecho único de ingerir
alimentos. En este sentido, pues, se puede realizar la siguiente
división general de finalidades y de manifestaciones
del trance extático:
a.1.- trance chamánico: la finalidad básica
y explicitada universalmente es la videncia dirigida a la
búsqueda de respuestas pragmáticas (a una irregularidad
climática, a un conflicto social...) y la curación
de enfermedades.
a.2.- samhadi o éxtasis budista: la finalidad es el
autodescubrimiento y la liberación de las cadenas de
deseos generadores del sufrimiento como característica
cuasi esencial de la vida humana.
a.3.- éxtasis cristiano o teresiano, cuya última
finalidad es la unión mística y amorosa con
la divinidad, por medio de la cual el sujeto tiene una experiencia
directa e integradora de Dios, busca respuestas a sus interrogantes
trascendentes y a veces también a cuestiones pragmáticas.
a.4.- trance de posesión: la finalidad es que el sujeto
que actúa de médium sea poseído, "cabalgado"
o "montado", por la correspondiente divinidad, sea
benéfica o maléfica, para acceder a mundos superiores
y a información útil para la vida cotidiana.
a.5.- trance terapéutico: se resumiría en la
explotación de la posibilidad que da este estado de
dialogismo cognitivo para analizar, llevar a la consciencia
y "deshacer" los nudos gordianos que se producen
en nuestras formas de percibir y pensar la realidad, en el
sentido de objetivar el origen de pautas de conducta y actitudes
negativas para corregirlas. De ahí el extenso uso de
la MDMA (popularmente llamada "éxtasis")
en ámbitos psicoterapéuticos hasta que se prohibió
su uso y distribución atendiendo a razones de carácter
político y no sanitario (no existe un solo informe
válido sobre la peligrosidad de tal meta-anfetamina
que haya resistido un segundo examen de laboratorio; ver el
exhaustivo resumen de su historia en CAPDEVILA, 1995). En
la década de los años 1950 a 1960 hubo numerosos
especialistas en psicoterapia que diseñaron métodos
para acceder a tales estados de consciencia modificada por
medio del uso de psicótropos y/o con ayuda de la música.
a.6.- trance lúdico: creo que solo practicado en nuestras
sociedades occidentales actuales en las discotecas o fuera
de ellas. Su finalidad no es la trascendencia ni la adaptación
en ningún sentido explícito, sino que es la
búsqueda del placer que conlleva el hecho de experimentar
la amplificación emocional que es característica
básica del trance extático y que rompe los bloqueos
psicológicos cotidianos; sería una trance sin
finalidad, simplemente autoremunerativo. De ahí, la
vacuidad cognitiva que caracteriza a los adolescentes y jóvenes
de MDMA (o los derivados más tóxicos que se
suelen adquirir en el mercado negro) cuando consumen excesivamente
este psicótropo sintético: el problema ahí
estaría en la falta de una finalidad que oriente tal
experiencia cumbre.
Para cerrar, después de haber realizado una pequeña
excursión por los argumentos dados a lo largo de la
historia para defender la física de la música
como impulsor directo del trance extático o, en sentido
contrario, para defender el condicionamiento adquirido como
causa última de ello, acabaré como dijo Goethe
en referencia a la diversidad de credos religiosos de su época:
estoy de acuerdo con todas las afirmaciones que proponen una
causa al fenómeno analizado, pero estoy es desacuerdo
con todas las negaciones que hacen los investigadores revisados.
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FERICGLA, Josep Mª, 1997, Al trasluz de la ayahuasca.
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JILEK, Wolfgang, 1974, Salish Indian Mental Health and Culture
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WATZLAWICK, Paul, 1995, El sentido del sinsentido, Herder,
Barcelona.
Notas:
[1] Enteógeno: neologismo que libremente traducido
viene a significar "que genera dios dentro de nosotros",
acuñado a partir de la raíz griega teus, dios,
y del sufijo -gen. Se utiliza en medios especializados desde
hace tres décadas para referirse a aquellas substancias
de uso milenario, y casi siempre de proveniencia vegetal,
que el ser humano ha consumido desde los orígenes de
la prehistoria conocida para ponerse en contacto directo con
su concepto de divinidad, sea el que fuere; para experimentar
aquello que se entiende bajo la idea primordial de divinidad.
Hasta hace unas décadas se usaba el término
"psicodélicos" o "alucinógenos"
para referirse a tales substancias, pero se trata de categorías
lingüísticas absolutamente erróneas dado
su sentido literal (no es correcto decir que "un chamán
amazónico consume alucinógenos") y porque,
además, "alucinógeno" es una palabra
que ha sido cargada con un contenido negativo totalmente alejado
de la finalidad sagrada con que los humanos han consumido
tales substancias psicoactivas durante milenios. Desde el
año 1995 ya se habla incluso de "enteología"
y "enteobotánica". Para una discusión
actual y detallada de la etimología y sentido de este
neologismo, ver OTT, 1996 y CALLAWAY 1996.
[2]La Pléyade es el nombre que recibió una famosa
escuela poética francesa de mediados del siglo XVI,
agrupada entorno de Rostand. Lo que principalmente unía
a sus miembros era un fuerte deseo de renovar la poesía
francesa ante la escuela y propuestas de Marot. Su interés
estilístico y temático radicaba en un retomar
el clasicismo, de aquí las renovadas discusiones sobre
el origen del trance extático ya que, si bien en la
Francia renacentista ello tiene un interés relativo,
no se puede olvidar que en el mundo griego clásico
las experiencias extáticas ocupaban un lugar de primerísimo
orden cultural tanto en forma oracular (Samotracia, Eleusis)
como en forma de rito iniciático que todo adulto debía
pasar por lo menos una vez en la vida. Tanto Platón,
como probablemente también Aristóteles, fueron
inciados en los misterios extáticos en el tempo de
Eleusis.
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