La Meditación
por Ken Wilber
La
mayoría de las descripciones de la meditación
y del inconsciente adolecen de falta de interés para
los factores del desarrollo y la evolución. Tienden
a suponer que el inconsciente es sólo el inconsciente
sumergente (sublimal, filtrado, bloqueado o automatizado)
y por consiguiente ven la meditación como una forma
de invertir un estado desagradable de la situación
en esta vida; es decir, un modo de forzar la entrada en el
inconsciente. La meditación se imagina como un método
para levantar la depresión, detener el filtraje, desautomatizar
la automatización o desenfocar el enfoque. En mi opinión,
estos aspectos, por significativos que sean, son los más
secundarios de todo tipo de meditación.
La meditación es, como mínimo, un camino instrumental
mantenido hacia la trascendencia. Y dado que, como hemos visto,
trascendencia es sinónimo de desarrollo, se deduce
que la meditación es simplemente desarrollo o crecimiento
mantenido. No es primordialmente un modo de invertir las cosas,
sino de llevarlas adelante. Es el despliegue natural y ordenado
de unidades sucesivas de orden superior, hasta que sólo
exista la Unidad, hasta que todo el potencial se haya realizado,
hasta que el campo inconsciente se abra como Conciencia. Es
lo que un individuo, en el estado actual de evolución
humana, debe hacer para desarrollarse más allá
de dicho estado y avanzar hacia ese único Dios, meta
de toda la creación.
Así pues, la meditación tiene lugar del mismo
modo que todas las demás etapas del crecimiento o emergencia.
Se resuelve una traducción, sin llegar a dominar exclusivamente
la conciencia, y se transforma en una traducción de
orden superior (se recuerda una estructura profunda de orden
superior, que domina y crea nuevas estructuras superficiales).
Existe diferenciación, desidentificación, trascendencia
e integración. La meditación es evolución,
es transformación; en realidad no tiene nada de especial.
Al ego le parece misteriosa y enmarañada, porque supone
un desarrollo más allá del mismo. La meditación
es al ego lo que el ego es al tifón: un estado de desarrollo
más avanzado. Sin embargo, el proceso de crecimiento
y emergencia es exactamente el mismo; la secuencia que nos
llevó del tifón al ego es la misma que nos conduce
del ego a Dios. Es un proceso de crecimiento, no de excavación.
El primer punto que deseo aclarar es que la mayoría
de las visiones de la meditación suponen que los reinos
transpersonales (sutil y causal) forman parte del inconsciente
sumergente o inconsciente sumergente reprimido y que
la meditación significa levantar la represión.
Sin embargo, lo que yo sugiero es que los reinos transpersonales
forman, en realidad, parte del inconsciente emergente y la
meditación se limita a acelerar la emergencia.
No obstante, cuando una persona –digamos un joven–
comienza a meditar, son muchas las cosas que empiezan a ocurrir,
algunas de las cuales sólo están relacionadas
incidental y remotamente con el propio proceso de crecimiento
y trascendencia, lo que complica considerablemente la visión
global de la meditación. Teniendo esto en cuenta, me
gustaría hablar en primer lugar de la naturaleza de
la propia posición meditativa, para tratar a continuación
de su proceso general y completo.
Para empezar, observamos que toda transformación en
el desarrollo precisa la claudicación de la traducción
presente (o, mejor dicho, de la exclusividad de dicha traducción).
Para una persona normal que haya ya evolucionado desde el
pleroma al tifón y al ego, la transformación
a los reinos sutil y causal exige que la traducción
egoica se someta y se rinda (no que se destruya). Estas traducciones
egoicas están generalmente compuestas de ideas verbales
y conceptos (así como de las reacciones emotivas a
dichas ideas). Por consiguiente, la meditación consiste,
en un principio, en un modo de romper la traducción
conceptual con el fin de abrir paso a la transformación
al nivel sutil.
En esencia, esto significa frustrar la traducción
actual y estimular la nueva transformación. Como se
explica en La conciencia sin fronteras, esta frustración/estímulo
se crea por medio de condiciones especiales, tales como preceptos
morales, régimen alimenticio, votos y otras condiciones
de régimen más interno como la oración,
los cánticos y la meditación.
El corazón de las condiciones especiales es una actividad
que abarque cualquiera de las características principales
de la esfera superior que se persigue. Es decir, el individuo
aprende cómo empezar a traducir su realidad, según
una de las principales características del reino superior
deseado. Por consiguiente no usa signos, sino símbolos,
abriéndose así a una transformación en
lugar de a una mera traducción. Por ejemplo, se le
muestra al individuo un símbolo de la divinidad yidam
(o ishtadeva), que precisamente por tratarse de un símbolo
no corresponde a nada en su actual realidad.
El sujeto construye o traduce dicho símbolo en su
propia conciencia, hasta el punto en que el yidam sutil
emerge realmente del campo inconsciente en pleno concienciamiento.
El individuo se identifica (como ocurre, como hemos visto,
con todo desarrollo) con dicha estructura superior, que rompe
su traducción inferior como ego y lo eleva a la estructura
superior. Entonces ve (traduce) la realidad desde el punto
de vista superior de la Divinidad; en este caso el sutil superior
habrá emergido, porque el sujeto lo ha evocado como
proceso de crecimiento y trascendencia desde su campo inconsciente.
El Maestro (gurú, roshi, etc.) se limita a seguir
frustrando las viejas traducciones, para vencer antiguas resistencias
y estimular la nueva transformación forzando condiciones
especiales. Esto es cierto en todas las formas de meditación:
de concentración o receptiva, mántrica o silenciosa.
En la meditación concentrativa, la condición
especial tiene una forma determinada, mientras que en la meditación
receptiva «carece de forma»; sin embargo, ambas
son condiciones especiales obligatorias y el individuo que
deja escapar de su concienciamiento su carencia de forma o
desenfoque recibe un castigo tan severo como el que olvida
su koan.
En teoría, es lo mismo que pedirle a un niño
que exprese en palabras algo que preferiría representar
tifónicamente. Le pedimos al ego que vaya un paso más
allá y estructure en formas sutiles lo que de preferencia
interpretaría conceptualmente. El crecimiento tiene
lugar al aceptar traducciones superiores, hasta que uno llega
realmente a transformarse en el propio reino superior. Dado
que algunas de las características principales de dicho
reino superior incluyen la atemporalidad transtemporal, el
amor, la ausencia de evitaciones o despegos, la aceptación
total y la unión sujeto-objeto, éstas suelen
ser por lo general las condiciones especiales de la meditación
(«permanecer siempre en el presente; reconocer las evitaciones;
ser sólo amor en todas las condiciones; convertirse
en uno con la meditación y con el mundo; aceptarlo
todo ya que todo es Buda»; etc.). Nuestros padres nos
ayudaron a trasladamos desde el primer piso hasta el quinto,
imponiéndonos condiciones especiales de lenguaje y
autocontrol egoico. Asimismo, el Maestro nos ayuda a desplazarnos
del quinto al décimo, imponiéndonos las condiciones
del décimo para que practiquemos.
Esencialmente, no importa que las condiciones especiales
usen un modo de meditación concentrador-absorbente
o receptor-afocal. El primero rompe la traducción inferior
y egoica interrumpiéndola y el segundo observándola.
Ambos tienen en común la misma esencia y eficacia;
bloquear una traducción por medio de la concentración
o contemplar la traducción por vía del desenfoque
sólo puede realizarse desde el próximo nivel
superior. Ambos conducen a la misma meta. la desintegración
de una traducción de orden inferior. Además,
ambos son procesos intensamente activos. Incluso la «receptividad
pasiva», como dice Benoit, equivale a actividad en un
plano superior. (Esto no significa, sin embargo, que el modo
receptor-afocal y el concentrador-absorbente sean idénticos,
o que produzcan los mismos resultados secundarios. Esto será
evidente cuando esbocemos el proceso de una meditación
típica.)
Pero antes de hablar de lo que ocurre en la meditación,
es importante comprender que no todas las escuelas aspiran
al mismo reino general de la conciencia. En realidad, como
ya hemos sugerido en capítulos anteriores, los reinos
transpersonales y superconscientes se dividen en varios niveles
(sutil inferior y superior, causal inferior y superior, etc.).
Muy pocas religiones son conscientes de estas distinciones,
por lo que muchas se han «especializado» más
o menos en un nivel u otro. Así pues, las propias prácticas
de meditación se dividen en tres categorías
principales (véase Bubba Free John).
La primera categoría es la del Nirmanakaya, que se
ocupa de las energías corporales o tifónicas
y de su transmutación a la región sutil inferior,
culminando en el sahasrara. Incluye el yoga batha, el yoga
kundalini, el yoga kriya, el pranayama y, en particular, todas
las formas de yoga tántrico. El objetivo de la categoría
del Nirmanakaya, como ya he mencionado, es el sahasrara, el
chakra superior y lo ejemplariza el Patanjali.
La segunda categoría es la del Sambhogakaya, que se
ocupa de las regiones sutiles superiores y aspira a las siete
(o diez) esferas interiores de bienaventuranza y realización
audible, que emanan dentro y más allá del sahasrara.
En esta categoría se incluye el yoga Nada y el yoga
Shabd, como lo muestra Kirpal Singh.
La tercera categoría es la del Dharmakaya, que trata
de las regiones causales. No opera con la manipulación
de la energía tántrica, ni con luz sutil y absorción
de sonido, sino interrogando el propio campo causal de la
conciencia, interrogando la esencia del yo o el sentido de
autoindependencia, incluso dentro y a través del Testigo
Trascendente de la región causal, hasta extirpar todas
las formas de dualismo sujeto-objeto.
Constituyen ejemplos de esta categoría las obras de
Sri Ramana Maharashi, Bubba Free John, el budismo Zen y el
hinduismo Vedanta. En la terminal de cada camino, uno puede
caer en la Sustancia anterior de todos lo reinos, el Svabhavikakaya,
a pesar de que esto es más fácil y probable
cuanto más elevado sea el camino que uno elija inicialmente.
Supongamos ahora que un adulto joven comienza a practicar
el budismo Zen, ya sea en la forma de koan concentrador o
en la de shikan-taza repetitivo. Usadas correctamente, ambas
son prácticas Dharmakaya y por consiguiente es de esperar
que se vean abundantes manifestaciones de nivel inferior en
las etapas intermedias.
En primer lugar, la práctica de la meditación
comienza a romper la traducción egoica presente, ya
sea parándola (koan) u observándola (shikan).
Wasliburn nos ofrece un agradable relato de algunos aspectos
específicos de este proceso («la reducción
de intensidad de su umbral» y «la inmovilización
de sus operaciones psíquicas» son dos formas
de desarticular las traducciones de un nivel determinado,
requisito previo indispensable para dejar de reprimir el nivel
inferior y facilitar la transformación ascendente).
Cuando la traducción egoica presente comienza a desprenderse,
el individuo se halla expuesto en primer lugar al inconsciente
sublimal sumergente (el inconsciente sumergente no reprimido
en general), que incluye, entre otras cosas, «innumerables
aspectos desapercibidos de las experiencias, adoptados por
la costumbre, el condicionamiento, o las exigencias de la
situación». Toda clase de recuerdos aparece en
la superficie: recuerdos filtrados, recuerdos insignificantes
y recuerdos no reprimidos, si no son simplemente olvidados
o preconscientes. Uno puede pasar meses «en el cine»
observando lo sublimal sumergente que reaparece en el concienciamiento
y se exhibe ante el ojo interno.
Sin embargo, con el progreso de la meditación se socavan
lentamente los aspectos más resistentes de la traducción
egoica y se desmantela su exclusividad. Es decir, se rompe
el vínculo entre el inconsciente encastrado y su identificación
inconsciente como objeto del concienciamiento, o por lo menos
deja de dominarlo. Washburn afirma que la inmovilización
psíquica (el paro de la traducción egoica) «lleva
al concienciamiento operaciones psíquicas inconscientes
entorpeciendo su funcionamiento normal», de modo que
«uno puede comenzar a mirarlas, en lugar de mirar, como
había sido el caso hasta entonces, a través
de ellas». Creo que éste es un punto importante,
pero yo agregaría que es aplicable básicamente
al inconsciente encastrado, ya que, por ejemplo, no llevamos
al inconsciente causal emergente al concienciamiento «entorpeciéndolo»,
sino permitiendo en primer lugar que emerja, al igual que
no llevamos las matemáticas al concienciamiento por
medio del entorpecimiento, sino comenzando por aprenderlas.
En todo caso, el inconsciente encastrado, al verse «entorpecido»,
comienza a desatarse de su anclaje habitual. Ahora bien, recordemos
que las traducciones del inconsciente encastrado, en un nivel
dado del autosistema, eran represoras sin ser reprimidas.
Naturalmente, al relajarse el represor, lo reprimido tiende
a emerger. Es decir, que el inconsciente sumergente reprimido
tiende ahora a flotar —o a veces irrumpir— en
el concienciamiento. El individuo se enfrenta a su sombra
(y en ocasiones a las fantasías primarias o arcaicas
del inconsciente arcaico). Un individuo puede pasar meses
o incluso años luchando con su sombra y éste
es un caso en el que la terapia ortodoxa puede ciertamente
complementar la meditación. (A propósito, obsérvese
que lo que se libera en esta situación es el inconsciente
sumergente reprimido y no necesariamente el inconsciente emergente
sutil o causal, a no ser que éstos se hallen en el
inconsciente emergente reprimido, oculto por las mismas defensas
que oprimen la sombra. Esto es sin duda posible, e incluso
hasta cierto punto probable, aunque en general las defensas
que operan contra la sombra reprimida y las que lo hacen contra
un dios emergente son de distinta naturaleza.)
Lo que ha ocurrido hasta esta etapa de la meditación
es que el individuo —gracias a la disolución
de la traducción egoica y del inconsciente encastrado—
ha «revivido» su vida hasta entonces. Se ha abierto
a todos los traumas, fijaciones, complejos, imágenes
y sombras de todos los niveles anteriores de su conciencia
que han emergido en su vida (el pieromático, el urobórico,
el tifónico, el verbal y el egoico mental). Todo está,
en cierto sentido, expuesto a examen, en particular los «aspectos
dolorosos», como las fijaciones y represiones propias
de los cinco primeros pisos de su existencia. Hasta este momento
de la meditación ha visto el pasado y puede que el
pasado de la humanidad. En adelante ve el futuro propio, así
como el de la humanidad.
A propósito, Washburn ha sugerido que sólo
la meditación receptiva conduce directa e inmediatamente
al inconsciente, mientras que la meditación absorbente
«está tan absorta en su objetivo que todo lo
demás, incluidos los mensajes del inconsciente, es
inaccesible a la conciencia; y debido a ello, la confrontación
con el inconsciente sólo puede tener lugar después
de desechar el objetivo, o cuando la práctica ha concluido»?
Una vez más, creo que está en lo cierto, aunque
esto sólo sea aplicable a ciertos aspectos del inconsciente
en desarrollo, especialmente el arcaico, el sumergente y el
encastrado. Mientras la práctica concentrativa esté
en plena actividad, ninguno de dichos aspectos del inconsciente
logrará «inmiscuirse». Sin embargo, esto
no afecta, por ejemplo, al inconsciente sutil emergente, porque
en el estado de absorción propio del yidam, mantra
o nada, uno está directamente en contacto con dicho
estado anteriormente inconsciente. Aunque uno no lo reconozca
como objeto, que es lo que ocurre, sigue abierto intuitivamente
a lo sutil como tal. El camino de la concentración
ha revelado este aspecto sutil del inconsciente emergente
de un modo perfectamente directo e inmediato, durante el transcurso
de la propia meditación.
Sin embargo, absorbido lo sutil, la verdad es que ningún
otro objeto tiende a aparecer en el concienciamiento, incluida,
por ejemplo, la sombra. No obstante, la meditación
sutil ayuda realmente a romper la traducción egoica,
de modo que cuando cesa la absorción sutil uno está
ciertamente abierto al influjo de la sombra, tal como lo describe
Washburn. Evidentemente, con la meditación repetitiva
uno se abre a lo que aparezca cuando aparezca, lo que le permite
«ver» la sombra en aquel mismo momento, cuando
ésta deja de estar reprimida. Asi pues, en mi opinión,
lo que dice Washburn es realmente aplicable a la sombra, pero
no al inconsciente emergente.
Cuando lo sutil emerge en el concienciamiento desde el campo
inconsciente, aparecen varias visiones arquetípicas
superiores, sonidos e iluminaciones. No es necesario que repita
ahora la descripción que ya he ofrecido del reino sutil.
El caso es que van emergiendo traducciones cada vez más
sutiles, que acaban por ser desestimadas y tiene lugar una
transformación a traducciones nuevas y más sutiles.
Esto no es más que desarrollo en el reino sutil. Una
de las formas de describirlo es como sigue:
Son los impulsos más fuertes los primeros en verse
afectados y cuando éstos empalidecen, el mediador comienza
a discernir los más sutiles, al igual que con la puesta
del sol aparecen las estrellas. Sin embargo, esos impulsos
sutiles también van menguando, permitiendo la distinción
de otros todavía más sutiles. Es interesante
constatar que éste no es un proceso perfectamente continuo,
ya que durante la meditación se dan interludios de
auténtico silencio, durante los cuales uno cruza, al
parecer, una especie de «membrana» psíquica
que separa el nivel presente del próximo y más
sutil. Salvada dicha valla, se resume la actividad psicomental...;
pero su carácter es mucho más refinado y dilatado.
Las «membranas» son simplemente los procesos
de traducción de cada nivel, que impiden la penetración
de los demás niveles, separándolos del presente;
el hecho de «salvar dicha valla» es simplemente
una transformación a una traducción superior,
más sutil y «más dilatada». «El
nuevo umbral (la nueva traducción) que se establece
entonces puede ser a su vez reducido (transformado) continuando
con la meditación, y así sucesivamente. En cada
caso, una nueva gama de objetos sutiles de baja intensidad
se hace accesible a la percepción interna del mediador.»
A pesar de que estos sonidos e iluminaciones son el objetivo
de los Sambhogakayas, desde el punto de vista de los Dharmakayas
no son más que makyo (producciones inferiores). Así
pues, si prosigue la meditación hacia el reino causal,
todos los objetos anteriores, tanto sutiles como ordinarios,
quedan reducidos a gestos de la Conciencia como tal, hasta
que incluso el Testimonio o Esencia del reino causal irrumpa
en la Gran Muerte del Vacío y tenga lugar la resurrección
del estado incomparable pero único obvio del sahaj.
Esto se denomina anuttara samkay sambodhi. Éste es
el fin de los recursos. En esta transformación final
dejan de tener lugar en todas partes las traducciones exclusivas,
porque el traductor ha muerto. El espejo y su reflejo son
una y la misma cosa.
Y así procede la meditación, que es simplemente
un desarrollo superior, una evolución superior; una
transformación de unidad en unidad, hasta que sólo
existe la simple Unidad, en cuyo momento Brahma, en un alarde
imperceptible de reconocimiento y último recuerdo,
sonríe para sí en silencio, cierra los ojos,
respira profundamente y se proyecta hacia el exterior por
enésima vez, perdiéndose en sus propias manifestaciones
para deporte y juego de todo lo que existe. Entonces prosigue
la evolución, transformación tras transformación,
recordando más y más, hasta que todas y cada
una de las almas recuerden a Buda, como Buda, en Buda, en
cuyo momento no hay Buda ni alma. Y ésa es la transformación
final. Cuando el maestro del Zen Fa-ch'ang agonizaba, una
ardilla rechinaba en el tejado y dijo: «Esto es todo
y nada más».
* De El proyecto Atman, editorial
Kairós, capítulo 12, pp. 153-162
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