El Movimiento Éspírita y la "Espiritualidad al revés"
Capítulo extraído íntegro de La Danza Final de Kali de Ibn Asad
Ibn_asad[en]hotmail.com
Seguimos repasando algunos de los numerosos movimientos modernos que
configuran y dan cuerpo a la base invertida del Novus Ordo Seclorum. Si en
capítulos anteriores se abordaron inversiones en el campo político, científico o
arquitectónico, ahora abordaremos el dominio “religioso” (utilizando la palabra “religioso” a falta de encontrar otra palabra que se adapte a este obtuso
objeto). Se trata sin duda del dominio más difícil de tratar, con mayor variedad
de confusiones, y con mayor complejidad de desvaríos y contrahechuras. Sin
embargo, aunque todo es confusión en los numerosísimos “movimientos
neoespiritualistas”, todos comparten algo que les hace fácilmente estudiables: el
error. Este error (subrayamos el singular de esta palabra) contrasta con la
pluralidad de escuelas, sociedades, comunidades, e iglesias que pertenecen a
una masa deforme de movimientos que acostumbran a rivalizar entre sí. Por lo
demás, esta rivalidad se circunscribe generalmente a un proselitismo que da
fundamento a la existencia de tal número de movimientos. En otras palabras: el
“neoespiritualismo” está –por supuesto- abierto a todos; y cuántos más, siempre
mejor. ¿Mejor para quién? El singular error que comparte todo el espectro
“espiritual” de la modernidad supone ser la raíz de lo que aquí estamos tratando:
la estructura del Establishment. Tras el colapso tradicional y la instauración del
Nuevo Orden Mundial, ¿qué se le ofrece al “nuevo hombre” en cuestión de
“espiritualidad”? Un error que remplace inversamente la verdad, un motivo de
división con sus semejantes, una ilusión en donde perderse con estériles
conflictos.
Ya que tratar todos los movimientos neoespiritualistas sería agotador para nos y
para los lectores (pues es precisamente su pluralidad lo que les característiza),
vamos a tratar aquí uno de ellos, el “espírita”, que supuso ser un pionero en
muchos sentidos, y la inspiración y mayor influencia de muchísimos otros
posteriores. Además, el origen histórico del espiritismo se sitúa en el contexto
clave –el siglo XIX- donde se articula explícitamente el monstruoso proyecto que
este libro aborda: El Novus Ordo Seclorum. Y no sólo eso: es del “movimiento
espírita” de donde vienen teorías deformadas, invertidas o directamente
inventadas, que están muy presentes tanto en movimientos sin vinculación
aparente con el movimiento espírita, como en individuos comunes que no saben
qué viento les sopla. Sería muy sencillo reírse aquí de lo grotesco del espiritismo,
pero esto no nos interesa ni lo más mínimo. Lo que aquí nos ocupa es alertar de
la enorme influencia que el movimiento espírita ha tenido y tiene en el pensar
popular, en las expresiones artísticas de la modernidad, y en hombres y mujeres
que confiesan ser “ateos”, “agnósticos”, “cristianos” o de la religión que ellos
quieran. Si el movimiento espírita puede resultar cómico a simple vista, el
impacto que éste ha tenido en el ser humano no tiene la menor gracia. Teorías
netamente espíritas están presentes en la mentalidad de gentes de lo más
variopintas: desde tipos “materialistas” declaradamente modernos, hasta
hombres que se aferran a tradiciones de expresión (lamentamos usar esta
palabra) residual. Es por ello precisamente por lo que hemos escogido este
movimiento neoespiritualista y no otro; a pesar de que existen algunos que
podrían competir con él en infame importancia, tales como el “ocultismo
europeo”, el “teosofismo”, el “neorrosacrucismo”, y –más recientemente- el
“neovedantismo”, la “conscienciología”, el “raelismo”, la “cienciología” y más.
Confesamos que –a estas alturas- no daríamos abasto si quisiéramos combatir
movimientos neoespiritualistas. Optamos por no hacerlo, dejar que se combatan
y se destruyan entre sí, y trabajar humildemente para que todo vuelva a cauces
un poco más normales. Lo que sí haremos es declarar –a quien quiera oír- el
nefasto error neoespiritualista y su utilidad en el Novus Ordo Seclorum.
Definición y origen del Movimiento Espírita
Ante todo, el movimiento espírita es un movimiento moderno, y como tal, su
origen es más o menos reciente, y se puede datar. En el caso del espiritismo, su
origen data de 1848 y no antes; ni el término “spiritism” ni cualquiera de las
doctrinas que quiera encerrar este término, tienen existencia antes de este año.
Esto último es importante por un doble motivo: en primer lugar porque toda
supuesta conexión del espiritismo con una tradición anterior –mucho menos,
“antigua”- es completamente inexistente; y en segundo lugar, porque es
precisamente el violento, romántico y oscuro siglo XIX el contexto histórico que
da a luz a semejante “ismo”. Si el contexto histórico del movimiento espírita es
incorregiblemente moderno, su contexto geográfico no lo es menos: son los
Estados Unidos (y después, Francia, en su desarrollo) las tierras que vieron nacer
el espiritismo. Fueron los sucesos sufridos por la familia Fox en Hydesville los que
dieron pie a la interpretación de unos fenómenos que se hizo llamar “modern
spiritualism”. ¿Qué fenómenos fueron estos y cuál fue esa interpretación? Los
fenómenos no eran en absoluto “nuevos”: eran los típicos fenómenos de un
“lugar fatídico” (según la denominación clásica) o de la “casa encantada” (según
denominaciones más recientes). En la casa de la familia Fox se movían objetos,
se escuchaban voces, se veían imágenes… y demás fenómenos que siempre han
existido y que nunca se le han dado importancia (al contrario: la perspectiva
iniciática siempre los ha despreciado). Lo que resultó nueva fue la fascinación
por estos fenómenos, y –sobre todo- la interpretación de que estos fenómenos
eran causados por los muertos que habitaron aquel lugar. Este es el punto central
de la doctrina espírita (si es que se le puede llamar así): la posibilidad práctica
de “comunicar” con los muertos a través de algún tipo de materialización. Este
dogma espírita es lo que resulta completamente moderno: nunca antes el “culto
a los antepasados” de las diferentes tradiciones había degenerado en una
comunicación con los muertos groseramente expresada, y nunca antes fenómenos
propios de la brujería más baja se habían interpretado como “señales de los
difuntos”. Pero el “modern spiritualism” no se conformó con eso: primeramente
se sacó de la manga una figura necesaria para que esa “comunicación” fuera
posible: el “médium”. También se inventó una pseudo ritualística dedicada a la
práctica de esa supuesta “comunicación”: la “sesión”. Sin embargo, todo esto
sólo resultaría un grotesco circo sólo peligroso para sus seguidores, si no fuera
porque posteriormente se exportó divulgándose por Europa, y se intelectualizó
de la manera más baja que exigía la intención de dicho movimiento.
Hyppolite Rivail, un francés vinculado al ocultismo europeo decimonónico y a
grados inferiores de la francmasonería alemana, decidió interesarse por el
“modern spiritualism” para más tarde fundar la “Escuela Espiritista” en París.
Cambiando su nombre gratuitamente por el céltico Allan Kardec, firmó los libros
teóricos que sentaron las bases del movimiento espiritista o espírita, hasta el
punto que –en ocasiones- dicho movimiento se hace llamar kardecismo. Sin
embargo, el mismo Rivail reconoció no haber escrito completamente dichos
libros, y esto le exime en verdad de ser el responsable de trabajos de un nivel
tan bajo. Junto a Rivail (Kardec) había una suerte de colectivo de “médium” en
los que se encontraban literatos franceses, ocultistas más o menos científicos, y
futuros miembros de lo que sería la “Sociedad Teosófica”. Esto resulta
importante porque, si después encontramos que el “ocultismo”, el “teosofismo”
y el “espiritismo” rivalizan y polemizan entre sí, también se encontrará que su
membresía se transvasa de un movimiento a otro con una facilidad pasmosa. Esta
contradicción siempre convivió (también hoy) en los movimientos
neoespiritualistas; y ello se puede ilustrar con el 1º Congreso Espiritista en
Cleveland, donde asistieron “ocultistas” renombrados como Papus (entre otros),
y personajes vinculados con el “teosofismo” como Madame Harclinge-Britten.
Como ya dijimos, a pesar de que existen innumerables diferencias entre las
sociedades neoespiritualistas, no existe ni una sola esencial, tal y como
demuestra esta especie de oscura fraternidad que todos ellos muestran en
congresos, agrupaciones y comités diversos.
Pero no vamos a detenernos en detalles históricos, y esperemos que lo dicho
hasta aquí sirva como un resumen del origen y formación del movimiento
espírita. Lo que interesa en exclusiva de este movimiento –ya lo dijimos antes- es
la influencia que tuvieron y tienen sus errores teóricos en el mundo moderno. Por
lo tanto, dejaremos a un lado a las individualidades fundadoras del movimiento
espírita (pues sólo podemos valorarlas como “marionetas” que fueron utilizadas
por la fuerza infrahumana) Pasemos a ver entonces lo que dijeron, teorizaron y
divulgaron estas pobres y siniestras marionetas.
Algunas distorsiones e inversiones teóricas del Movimiento Espírita
Ese desarrollo del movimiento espírita se apoyó –ya lo dijimos- en una suerte de
“intelectualización” formulada por pobres y múltiples libros que, a posteriori,
generarían la diversidad de escuelas, ramas, e “iglesias” del movimiento, tal y
como existen actualmente. El contexto de esta intelectualización fue la Europa
moderna, y así se entiende que en ella participaran personajes de diferentes
raleas: médicos, psicólogos, abogados, profesores, literatos… es decir,
“profesiones liberales” modernas que ni tienen ni pueden tener conexión con
contextos iniciáticos mínimamente serios. Sin embargo, esto tampoco explicaría
la ínfima calidad de los libros espírita (pues nos consta que sus autores habrían
sido capaces de escribir libros algo más presentables) Lo que hace de las teorías
neoespiritualistas -en general- un completo sinsentido, es la necesidad de
presentar una doctrina popular, asimilable por todos, accesibles a las masas en
donde poder clavar los colmillos del proselitismo. En otras palabras: las teorías
espíritas buscaban precisamente una divulgación a cualquier precio, o –más
exactamente- una vulgarización paródica de una doctrina.
Para dar fundamento a esas vulgares teorías, el movimiento espírita echó mano
de la única autoridad que Europa concibe: la ciencia moderna. Así, no es difícil
encontrar como pioneros del neoespiritualismo a médicos eugenistas, psicólogos,
científicos, neomalthusianos, físicos de lo más variado… que dieron una base
pseudocientífica a materias que ni son si ni pueden ser objeto de la ciencia
moderna. Para entender la función de esta comunidad científica, basta
comprender el refrán castellano “En el país de los ciegos, el tuerto es el rey.”,
con la excepción de que aquí el rey no tiene ningún ojo. Es por ese carácter
científico moderno por el que todas las teorías neoespiritualistas tienen un tinte
“evolucionista”, pues es ese “evolucionismo” el denominador común de todas las
concepciones de la modernidad.
A pesar de ese “evolucionismo”, el espírita (como muchos neoespiritualismos) no
duda en reivindicar fantásticas conexiones con tradiciones del mundo antiguo, e
incluso adoptar terminología ajena para elucubrar sus más disparatadas teorías,
cargadas siempre de un sentimentalismo sumamente comercial. El peor parado
de todo esto es un ya apaleado cristianismo, contexto religioso del que sale toda
rama espírita. Así, llegarán a formarse agrupaciones espíritas que se harán
llamar “cristianas” (incluso, “católicas” y “protestantes”), y hasta se formarán
“iglesias espíritas”, tal y como se puede ver actualmente en todo el continente
americano. Todo este carácter vulgar, popular, sentimental, y ese arraigo en la
mentalidad moderna-cristanoide del S. XIX y XX, permite que las teorías espírita
puedan influenciar tanto y a tantos, incluso a sujetos que creen situarse en
perspectivas materialistas o agnósticas. Al ser tantas estas teorías, aquí sólo
plantearemos tres que son comunes más o menos a la contradictoria variedad de
escuelas espíritas, y que –sobre todo- influenciarán profundamente a propios y
extraños en la paródica vivencia moderna de la “espiritualidad”, lo que más
adelante llamaremos “la espiritualidad al revés”.
El espíritu espiritista: Con esta redundancia titulamos la contradicción que se
encuentra en la base y el término mismo del espiritismo. ¿Qué entiende el
espiritismo por “espíritu”? Ya dijimos que lo esencial para esta gente es la
posibilidad de “comunicar” con muertos (o lo que ellos creen que son muertos).
Eso que se manifiesta en la “comunicación” es –para ellos- el “espíritu”, como
una suerte de parte del ser “descarnada” (así dicen) que anda pululando (ellos
dicen “errando”) después de la muerte. Resulta muy novedosa esta
interpretación del “espíritu”, pues ni siquiera el dualismo cartesiano lo concibe
así, y mucho menos la triada espíritu-alma-cuerpo de doctrinas alquímicas de la
Edad Media. Desde el punto de vista de cualquier fuente mínimamente seria, el
“espíritu” es siempre “la parte superior del ser”; y sin embargo, para el
espiritismo será precisamente lo contrario: la fuerza residual del psiquismo de un
ser. Esta fuerza residual es lo que en sánscrito se llama “pretas”, en latín
“manes”, y el hebreo “ob”. Esta fuerza psíquica no tendría nada de “espiritual”,
y así se entiende que sean materializaciones tan groseras. Este “ob” es llamado
también en hebreo “habal d garmin” (literalmente, “viento de los huesos”), y
resulta algo a no tener en cuenta por alguien que se interese mínimamente por
el espíritu. En la Qabbalah, el ob sólo interesa para un tipo de práctica: existe
una “magia evocativa” que siempre ha sido despreciada, evitada y nada
recomendada por todas las tradiciones. Esta “magia evocativa” es una de las
principales “aficiones” del neoespiritualismo, en esa fascinación por los
fenómenos, lo anormal (ellos dirán “paranormal”), y –en definitiva- todo lo que
les resulte raro. La confusión del “espíritu” según el espiritismo es otro ejemplo
(y a estas alturas del libro ya hemos visto unas cuantas) de una inversión tan
propia de la modernidad y tan útil para la “doctrina luciferina” (de la que ya
hemos hablado en capítulos anteriores) Cuando se trata de equivocar,
distorsionar la constitución del ser humano resulta clave: el espírita habla de
espíritu cuando está evocando la inercia psíquica, identifica su esencia con su
parte residual, cree que lo que sobrevive a su cuerpo es lo que precisamente
nunca estuvo vivo. Se puede hacer una idea así, de lo perversamente
distorsionada que está la perspectiva moderna con respecto a la constitución del
ser humano.
La distorsionada constitución del Ser Humano: Resulta difícil exponer los
errores de una teoría cualquiera cuando los que formulan dicha teoría ni siquiera
parecen ponerse de acuerdo con ella. Eso es lo que ocurre con las diversas
teorías de la constitución del ser humano según los neoespiritualismos: sólo
deciden dejar de polemizar cuando se trata de su error central: su noción de
“espíritu”. Después, cada escuela divaga en una serie de terminología tal como
“periespíritu”, “cascarón”, “cuerpo astral”… y demás palabrejas con las que no
merece la pena detenerse mucho aquí. La tendencia es dar una visión
groseramente materializada de la constitución sutil del ser humano. En su
desvarío, llegan a dar una “localización al espíritu” (como si el espíritu estuviera
aquí o allí), “peso al alma” (tal y como enunciaron algunos grotescos
personajes), o “corporeidad a lo sutil” (a pesar de que semántica y lógicamente,
el “cuerpo” no es sino precisamente la más tosca manifestación del ser, y que –
por lo tanto- hablar de “cuerpo sutil” es una contradicción manifiesta). Estas
inexactitudes y contradicciones terminológicas no les importa demasiado a los
neoespiritualistas; para ellos, el interés está puesto en otro lugar: los fenómenos
raros de la parte de su ser que desconocen. ¿Es gratuito decir que esa parte peor
conocida puede ser también la más peligrosa?
Pero, a poco que se tome la molestia de examinar estas teorías, se descubrirá
que, ni tan siquiera para equivocarse, el neoespiritualismo resulta original. Todas
estas teorías modernas son deformaciones brutales de concepciones tradicionales
orientales, que intelectuales europeos han escuchado alguna vez, que jamás han
comprendido ni asimilado, y que después interpretan a su manera de la forma
más vergonzosa. Recordemos que –en todos los dominios- la modernidad es
incapaz de “tomar prestado” algo de Oriente, tal y como a veces ella se excusa;
la modernidad directamente usurpa, roba, expolia cosas de Oriente (siempre las
más formales y superficiales), para después distorsionarlas a su antojo. En este
caso particular, las diferentes divagaciones sobre los diferentes “cuerpos” del
ocultismo, espiritismo, teosofismo y otros, son irrespetuosas y distorsionadas
interpretaciones de la teoría de los sariras (o khosas) en la India, que nada tiene
que ver con todo eso, y que aquí no podemos ni intentar exponer, para no sugerir
una comparación que siempre va a resultar odiosa. Este caso no es asilado, pues
habrá más teorías neoespiritualistas que se escudarán vilmente en teorías
tradicionales orientales. Aquí citamos otra:
La reencarnación: Si hay una teoría neoespiritualista que más ha calado en la
mentalidad del hombre moderno esa es –sin duda- la “reencarnación”.
Actualmente, hay muchos hombres y mujeres que “creen” en la
“reencarnación”, e imaginan el origen de su creencia en la Grecia, el Egipto y –
sobre todo- la India antigua. Aunque es una amplia mayoría la que así cree, esa
mayoría se equivoca; y por más que así crean, la mayoría democrática importa
nada cuando se trata de la verdad. Ni la palabra “reencarnación”, ni la teoría
que esta voz encierra se puede encontrar en contextos que no sean cristianos y
modernos. Existen otras teorías tal como la metempsicosis en doctrinas antiguas,
la “transmigración de las almas” en Occidente, teorías indias del devenir del ser
humano… y, de hecho, es precisamente la “reencarnación”, una mezclada y
brutal deformación de todas esas teorías tradicionales que nada tienen que ver
con la tosca pseudodoctrina neoespiritualista. “Rencarnation”, “rencarnacão”,
“reencarnación”… son palabras que derivan de una previa y necesaria
“encarnación”, y de este término, sólo diremos que le corresponde
exclusivamente a la teología cristiana. Fue el contexto ocultista decimonónico
que aquí se ha presentado quien comenzó a hablar de “des-encarnar”, “reencarnar”,
y demás torpísimas concepciones que tienen como raíz semántica, “la
carne”, voz muy usada por todo tipo de moralistas cristianos.
Es ese moralismo uno de los protagonistas de las teorías reencarnacionistas. El
reencarnacionista “cree” que la individualidad (que él identifica con el espíritu
de manera inapropiada) se despoja del cuerpo tras la muerte, y esa
individualidad va cambiando de cuerpo en cuerpo (aunque sería más apropiado
decir “de carne en carne”), por una especie de tosca ley moral en la que el
“hombre bueno” va a “carnes” de seres en situación privilegiada, y los “hombres
malos” van a ocupar “carnes” de forma infrahumana, si no bestiales. Como se
ve, además de una suerte de carnicería, se trata del “evolucionismo” moderno
aplicado a los estadios postmortem, un “evolucionismo espiritual” que
reivindicarán personajes como el mismo Rivail (Kardec), que dijo: “Nacer, morir,
renacer otra vez, y progresar sin cesar; tal es la ley”. Por lo tanto, es ese
“progreso” (concepto netamente moderno) lo que busca ese “evolucionismo
espiritual”, que se mueve en un difuso dominio moral al que vulgarmente se le
llama “Ley del Karma”, adoptando de nuevo un incomprendido término ajeno
para dar nombre a una infantil ley moral del premio y el castigo aplicados al
misterio postmortem.
Así, el reencarnacionista dice: “Yo en el pasado fui judío”, “Yo en otra vida fui
mujer”, “Yo antes era un jirafa”… y se queda tan ancho, sin cuestionarse qué
entiende por ese “yo” con el que comienza sus frases. Ese “yo” (que algunos
modernos creen poder “descarnar” y volver a “encarnar”) no es sino la
individualidad, a la que tan sentimentalmente están apegados, y que ansían
poder perpetuar a toda costa. Como el hombre moderno no puede concebir en él
nada más profundo que su torpe noción de identidad individual, inventa una
teoría que le permita dar continuidad a aquello que no será tras la muerte
porque tampoco lo es en vida. Y no sólo se conforman con consolarse al creer
que su cómoda identidad va a perdurar; además, el reencarnacionista osa
interpretar la desgracia, el dolor y la miseria de los hombres bajo simples
fórmulas morales que lo eximen de su responsabilidad. Así, movimientos espíritas
publicaron trabajos con titulares como “Los oficiales nazis reencarnaron en el
África negra subdesarrollada, donde ahora están pagando por lo que hicieron en
el pasado”, y cosas aún peores, que no vamos a señalar aquí por un mínimo de
decoro que siempre va a ser más importante que la documentación de este
capítulo. Sólo diremos que el neoespiritualismo reencarnacionista en ocasiones
ha llegado a cotas de una vileza endiablada, y cualquier criterio formado que
eche un vistazo a este tipo de movimientos se dará cuenta enseguida.
Pero lo peor de la reencarnación está por venir: ya dijimos que existen teorías
tradicionales orientales (especialmente, de India) que los modernos tomaron
irrespetuosamente como “modelo” para inventar su “reencarnacionismo”. Ya que
el europeo no tiene ni capacidad, ni voluntad, ni tiempo, ni paciencia para
comprender mínimamente una doctrina oriental, pretende asimilarlas por la vía
rápida a través de contrahechuras, prejuicios y simplificaciones. Y así, no tiene
ningún inconveniente en enunciar que “la India siempre ha creído en la
reencarnación”. La cosa se oscurece aún más cuando indios educados en inglés a
través de sistemas educativos coloniales, utilizan esa misma traducción -
“reencarnación”-, para referirse a teorías que ellos mismos ya acostumbran a
ignorar completamente. Así, la teoría moderna de la reencarnación tienen un
satánico efecto boomerang: no sólo impone la divulgación de un error, sino que
se infiltra y destruye la antigua manifestación de una verdad. Esta infame
maniobra de inversión doctrinal es sólo un ejemplo de la destrucción de las
tradiciones orientales que el mundo moderno ha llevado a cabo a todos los
niveles: militar, político, social, económico, e –incluso- en la misma base
doctrinal teórica, como es el caso. Y así, una vez más, de tanto repetir una
mentira, ésta no se convierte en verdad, pero –al menos- lo parece: “La
reencarnación vienen de la India.” Por nuestra parte, podemos decir la verdad
más veces, pero jamás más claro: ninguna teoría tradicional propia de India (ni
tan siquiera dentro del budismo, ni tan siquiera dentro del jainismo) resulta ser
la “reencarnación” tal y como la entienden en su ambigüedad y falta de concilio,
orientalistas, académicos de todo tipo, indios modernos, ocultistas europeos,
hinduistas angloparlantes, y seguidores del movimiento espírita que aquí
tratamos. Quizá, el reencarnacionismo sólo resulta interesante para observar la
refinada bajeza con la que la necesidad de inversión opera.
Sin duda existen más errores teóricos originarios del movimiento espírita que no
carecería de interés aquí abordar, pero no vamos a extendernos en demasía con
todo esto, pues con estos tres puntos (verdaderamente centrales en la
pseudodoctrina espírita) se puede extraer una buena síntesis para el provecho
del lector. Si este estuviera interesado en más detalles y documentación sobre
las absurdas teorías de este movimiento neoespiritualista, remitimos al lector a
las obras escritas por los mismos autores espiritistas, tales como el propio Allan
Kardec, M. Leon Denis, Arthur Conan Doyle o muchísimos otros, también
contemporáneos. Allí encontrarán un vasto material de reveladoras estupideces,
siempre y cuando encuentren coraje para afrontar lecturas que en muchas
ocasiones –advertimos- resultarán insoportables.
vean la película
infantil “Casper”, o participen en las modernas fiestas de Halloween donde
podrán disfrazarse de fantasmas, muertos vivientes o asesinos en serie. La
mayoría de lectores pueden considerarse ateos, agnósticos, católicos,
protestantes, o lo que quieran, pero con certeza todos tendrán la idea general de
que el hindú, el budista y el chiflado de la new-age de turno “creen en la
reencarnación”. La mayoría de los lectores asegurarán no creer en ninguna sarta
de tonterías, pero se aterrorizarían al ver objetos moverse, escuchar voces
hablarles y demás fenómenos que calificarían como “paranormales”. La mayoría
de lectores creerán mantenerse en una perspectiva “materialista” de la vida,
pero si les preguntan “¿qué es el espíritu?”, tras una breve cara de estupefacción
y boca abierta, llegarán a articular algo parecido a la concepción espiritual del
espiritismo. Así es: los movimientos neoespiritualistas van transformando el
pensar de los hombres modernos (de todos los hombres modernos) de una forma
muchas veces imperceptible por estos. Es más: cuando estos creen estar
“entreteniéndose” o “distrayéndose”, es precisamente cuando están siendo más
brutalmente atacados por la imposición de la inversión doctrinal. La desidia del
moderno es ideal para que la gran inversión se infiltre sigilosamente en la
población: cultura pop, cine, TV, periódicos, literatura, comic, deporte… En lo
que respecta a los movimientos neoespiritualistas, estos se encargan de rellenar
el área de la mentalidad moderna que vagamente él califica como “espiritual” o
“religiosa”. En la “era global”, se encontró una religión mundial para todos los
hombres y mujeres del globo: la imposición del error, el culto infra-material de
masas, el satanismo inconsciente, lo que en el apartado siguiente llamaremos “la
espiritualidad al revés.”
Pero ciñéndonos al movimiento espírita propiamente dicho, su influencia
perceptible tampoco es desdeñable: se trata de un movimiento organizado (en
una mareante multiplicidad, pero organizado), influyente, poderoso, y presente
en numerosos países. La presencia espírita sólo se manifiesta en los estados
occidentales; ella puede ser minoritaria y discreta (como es el caso de la actual
Francia, país donde se desarrolló) o mayoritaria y de gran popularidad (como es
el caso de Brasil). Al dar un repaso a los estados con presencia espírita, se
entiende que su contexto religioso siempre será el cristianismo moralista y difuso
propio de los estados occidentales modernos. Es por ello por lo que muchísimas
escuelas espíritas se hacen llamar “cristianas” (e incluso, integrarán los
evangelios canónicos junto a los libros de Allan Kardec en sus disparatados
corpus) No sólo eso: muchas organizaciones espíritas se hacen llamar “iglesias”
como la influyente Nacional Spirist Church of Alberta en Canadá. Si ya definimos
el carácter del espiritismo como eminentemente moderno, ahora completamos
dicha definición con su carácter moralista. De hecho, es el mismo movimiento
espírita el que declara que su “doctrina” (ellos la llaman así) se desarrolla desde
una perspectiva “científica, filosófica y moral”. En efecto, la perspectiva del
espiritismo resulta ser ese carácter científico moderno, cristanoide, y moralista
que impregnan todas las ramas, escuelas, y grupos espíritas.
Por ejemplo, el moralismo protestante siempre impregna cualquier
manifestación de espiritismo anglosajón. Sólo en Estados Unidos, se tiene
registro de la existencia de 241 grupos explícitamente espiritistas; sin embargo,
este número sería muchísimo mayor si se contaran grupos definitivamente
influenciados por el espiritismo, pero que optaron por otra nominación, bien por
motivos comerciales, de imagen u otros. Actualmente, Estados Unidos es quien
ostenta el curioso record de albergar al mayor número de agrupaciones y sectas
neoespiritualistas, es el segundo país con mayor número de agrupaciones
espiritistas, y es el campeón absoluto en lo que se refiere al número de
movimientos declaradamente satanistas. También es el líder en casos de serial
killers indiscutiblemente vinculados a redes satánicas de secuestro y asesinato.
Uno de los más famosos de estos chalados, Charles Manson, declaró en varias
ocasiones ser la “reencarnación” de otros personajes también despreciables, que
no merece la pena aquí citar. Muchas de estas redes, organizaciones y asesinos
se encuentran actualmente en Los Ángeles, ciudad famosa también por la
industria cinematográfica que alberga, la cual está también fuertemente
influenciada por el neoespiritualismo en general, y por el movimiento espírita en
particular. Existen superproducciones de Hollywood apologistas de la doctrina
espírita (ya se citaron algunas), pero existirían muchísimas más películas
(muchas de ellas, auténticos blockbusters) repletas de alusiones, simbolismo y
mensajes subliminales para programar al gran público. No sólo eso: existe un
“género” exclusivamente dedicado a ello: el género de terror (en inglés, “terror
movie” o thriller). Actualmente, este género hollywoodiense (el de “terror”) se
orienta con alevosía a la población más joven, habiéndose creado una etiqueta
para este adoctrinamiento juvenil en el terror: “teen-thriller”. La influencia de
todas estas películas en todo el mundo resulta inmensa y fatal. Además, resulta
curioso observar que ese “terror” como género cinematográfico propagandístico
del neoespiritualismo, sea la misma voz que utilizará la propaganda política del
Nuevo Orden Mundial y su “terrorismo”. Por supuesto que todo esto no resulta
casual. ¿Será por lo tanto cierto cine de Hollywood un verdadero “acto de
terrorismo”? Preferimos no responder a esta pregunta, y no porque dudemos de
la respuesta, sino porque resulta ya imposible escribir con propiedad utilizando
la palabra más pisoteada, deformada y violada del diccionario de la neolengua
del Nuevo Orden Mundial: el “terrorismo”. Ese será un lodazal que –como el
lector entenderá- siempre haremos por evitar.
Sin embargo, el país con más presencia espírita (tanto en seguidores como en
agrupaciones así registradas) resulta ser Brasil. En el último censo sobre
“confesión religiosa” (2009), dos millones y medio de brasileños se consideraban
“espíritas”, siendo la tercera confesión religiosa después del catolicismo y el
protestantismo (en una de sus formas, llamada evangelismo). Este dato resulta
revelador en dos sentidos: en primer lugar, la popularidad del espiritismo ha
convertido a este movimiento en una “confesión religiosa”, es decir, una
“religión” más como oferta de la “libertad de culto” propia de un estado laico
moderno. En otras palabras: la “doctrina espírita” –sin ser propiamente una
religión- se convirtió en la tercera religión de Brasil; y esa calidad religiosa se lo
dan más de dos millones y medio de seguidores y más de 800 federaciones,
agrupaciones e iglesias registradas en la Federación Espírita Brasileña, organismo
que –según él mismo- lleva a cabo “una actividad civil, religiosa, educacional y
filantrópica” en todo el país. El segundo punto a tener en cuenta de este dato es
que el espiritismo sólo es rebasado en éxito y popularidad por dos “confesiones”
cristianas, siendo el movimiento espírita confesamente cristiano. Y no sólo eso:
¡las tres siguientes “confesiones” de ese absurdo ranking también se
considerarían cristianas! Por lo tanto, todas las supuestas “religiones”
mayoritarias que configuran la oferta religiosa del Brasil resultan ser el mismo
lenguaje (a saber, el cristianismo), siendo todas ellas en verdad escisiones
desgajadas no tanto del cristianismo, sino de la modernidad europea. No es
casual que el espectro religioso del Brasil se configure así con respecto al
movimiento espírita. Brasil es un estado moderno fundado por élites europeas
colonizadoras que se sirvieron de la esclavitud (llamémosle “oficial”) de los
pueblos africanos. Estos pueblos negros fueron machacados y denigrados en todos
sus aspectos; y sus cultos autóctonos degeneraron hasta tal punto que sólo
pudieron sobrevivir residualmente mezclándose con el cristianismo, dando lugar
a fenómenos sincréticos como el candomblé, la umbanda, y la macumba. (Algo
parecido sucedió en muchos lugares de América, por ejemplo en Haití con el
vudú). Por otro lado, las élites blancas gobernantes se nutrieron de más
emigraciones europeas en los siglos XIX y XX, tales como ingleses, italianos,
españoles, holandeses, alemanes… Algunos de estos nuevos inmigrantes europeos
pertenecían a grupos y sociedades de importancia nefasta, todos ellos
influenciados por el ocultismo, el teosofismo, el neorrosacrucismo, el espiritismo
y demás neoespiritualismos aún peores. Estas dos “realidades sociales” de Brasil
–por un lado, una masa popular con cultos sentimentalmente degradados a una
devoción cristanoide; por otro, unas invertidas élites blancas irremediablemente
modernas, algunas de ellas relacionadas con subversivos grupos contrainiciáticoshicieron
que el movimiento espírita se extendiera como una plaga. Actualmente,
Brasil es un estado clave en la instauración del Nuevo Orden Mundial, es la joya
de América del Sur del dominio Rothschild, y su consolidación en la agenda
global se está llevando a cabo a través de ciertos eventos: Cumbre Internacional
para la Tierra en Rio, Copa del Mundo de Fútbol Brasil 2014, Juegos Olímpicos
Rio 2016… Además, Brasil es hoy un importante punto en la red del narcotráfico
internacional, una reserva energética de emergencia controlada por
multinacionales petroquímicas y mineras, y un enorme campo de pruebas
experimentales de las grandes corporaciones farmacéuticas. Además de ser el
país con mayor número de organizaciones espíritas, también es uno de los
primeros países en el infame ranking de desaparición y secuestro de niños. Las
grandes favelas de las metrópolis son auténticas minas para redes de secuestro
motivadas por los más obscuros fines. Tampoco es desdeñable el número de
asociaciones y seguidores de movimientos que se declaran abiertamente
“satanistas”. No estamos culpando aquí al movimiento espírita de todos estos
horrores de la realidad del Brasil. No; esto sería un tremendo error por nuestra
parte, además de una manifiesta injusticia. Nos consta que la mayoría de
espíritas brasileños permanecen inconscientes a estas materias, como también lo
están los evangélicos, los católicos, los testigos de Jehová, y todos los demás…
Una vez más, en esta compleja trama, el individuo sólo supone ser un peón con
inconsciente responsabilidad y ninguna culpa. Lo que aquí estamos declarando –
eso sí- es que, a un nivel operacional, la cúspide del espiritismo, el catolicismo,
el protestantismo, el satanismo y todo el resto, es la misma. Para ilustrar esto
último basta recordar que tanto los diezmos de los feligreses evangélicos, como
las ventas de CD´s del cura católico pop-star de turno, como las ventajas
fiscales de la caridad espírita, como los honorarios de adivinación de las bahianas
del candomblé, como lo recaudado con pegatinas para el coche con el mensaje
“Deus é fiel”, como los beneficios de los tours de grupos de Rock reconocidos
satanistas, todo ese dinero se ingresa en cuentas de un mismo cártel bancario.
Pero no vamos a detenernos en el caso particular brasileño, pues éste no deja de
ser uno más en un inmenso mundo que ya dice estar “globalizado”. Estas
generalidades sirven de introducción para el apartado que cierra el capítulo, en
el que haremos una síntesis de estos múltiples errores neoespiritualistas
condensados todos ellos en la común vivencia religiosa que propone el Novus
Ordo Seclorum, lo que aquí llamaremos “la espiritualidad al revés”.
“La espiritualidad al revés”
Todas las constituciones de los estados modernos redactan como un “derecho”,
una supuesta “libertad de culto” que algunos ciudadanos dan por sentada, otros
interpretan como un “progreso en las libertades individuales”, y del cual pocos
cuestionan su trasfondo. ¿Por qué se hace del culto un derecho? Para comprender
esto podemos observar como otro “derecho fundamental” es el “derecho a la
vida”. El entusiasmo que nos genera el ver como cuidan de nuestra vida haciendo
de ella un “derecho”, a veces no nos deja ver que esto es una inmensa tontería
(solemne y legislada, pero una tontería de las gordas): la vida no es un
“derecho”, sino un hecho. Somos seres vivos, y –mientras tanto- estar vivo se da
por hecho. No interviene ningún tercero vivificante entre nosotros y nuestra vida,
pues es la vida el atributo de nuestro ser, verbo copulativo, por lo tanto, no
predicativo, y no transitivo. Somos vivos, y esto no requiere otra proposición, ni
condición, ni derechos, ni siniestros. Siendo así entonces, ¿Por qué hicieron de
esta vida un “derecho”? Sencillo: al hacer de la vida un “derecho”,
necesariamente alguien o algo otorgará ese derecho, y ese papel se lo adjudicará
rápidamente el poder político. Hacer de la vida un derecho (aún siendo,
“fundamental”) pone más fácil el camino para quitar ese derecho, es decir, la
vida. Si la vida es un hecho natural, matar es un deshecho contranatural; ahora
bien, si la vida es un”derecho”, matar sólo resulta ser un “delito”… y ya sabemos
que la justicia acostumbra a ser ciega en estos asuntos.
Si esto ocurre con el primer “derecho humano”, ¿qué ocurre con el decimoctavo
artículo según la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, el
derecho a la libertad de culto? Pues que el culto -además de un “derecho”- ya no
es sólo un “hecho” sino un “acto”, y -como todo acto- acarreará unas
consecuencias sobre las cuales ni el poder judicial, ni el legislativo, ni cualquier
forma del poder político tiene competencia. Así, la “libertad de culto” se ha
convertido en el mundo moderno en un derecho que pertenece a la “vida
privada”, una actividad respetable en cualquier caso, y una premisa insertada en
el carácter estatal moderno que llaman “laicismo”. Después de haber
desarrollado mil y una “religiones” rivales y polémicas entre sí, ¿qué es lo que
deja el Novus Ordo Seclorum al hombre moderno en materia de “fe” y “religión”?
El derecho a escoger entre un conglomerado de incontables doctrinas articuladas
por otro incontable número de organizaciones donde perderse, dividirse consigo
mismo y con sus semejantes, y –sobre todo- triturar las energías en disputas
estériles. La religión que etimológicamente uniría, a efectos prácticos dividirá al
moderno en un desorden infrahumano de tendencia contraespiritual que el Nuevo
Orden Mundial llamará “libertad religiosa”. Es por ello por lo que la “religión” no
supone problema alguno para la secularización global; al contrario, resulta ser
una fiel aliada. Pero antes de seguir usando esta palabra tan usada, ¿alguien
puede decir qué es “religión”?
La “religión” –palabra netamente occidental- es uno de los aspectos exteriores
de una tradición; es decir, parte de lo que con propiedad se llamaría el
“exoterismo” de una forma tradicional. En situaciones normales, si existe una
parte exterior, necesariamente tendrá que haber una parte interior, de la misma
manera que cuesta concebir un huevo que sea sólo cáscara. ¿Existiría entonces
en cada una de las incontables “religiones” de la modernidad, un núcleo
esotérico que les diera fundamento? Por supuesto que no: no estamos ni mucho
menos en una situación normal, y lo que hoy se llama “religión” supone ser por
sus propios textos, una “libertad”, un “derecho civil”, una “opción individual”.
Les habrá quienes se pregunten: Si la “religión” (o más apropiadamente, las
“religiones”) del mundo moderno resulta ser una cuestión civil, ¿por qué no es el
poder político quien administra esas cuestiones y por qué entonces existen miles
de iglesias, agrupaciones y comunidades que se encargan de ello? Esa es la
cuestión clave: en verdad, ya hoy, es ese único poder político global quien
domina y administra esta y todas las cuestiones del ser humano (o lo que queda
de él). Las “iglesias”, “agrupaciones”, “comunidades” (todo eso que da cuerpo a
lo que se define sin rigor como “religión”) dan al ciudadano global una ilusión de
espiritualidad desvinculada de su vida real, cargada de un moralismo
adoctrinante dirigido al “buen comportamiento” civil, y articulada en el peor
intencionado error intelectual que aquí definiremos como “contrainiciación”.
¿Libertad de cultos? ¡Claro! En verdad, se trata de un único culto invertido, una
única “religión” occidental. Algunos –con propiedad- lo llaman “satanismo”,
nosotros preferimos llamarlo “la espiritualidad al revés”.
Además de ese error intelectual común, la inconsciencia es otra de las
características de esta “espiritualidad al revés”, sobre todo en sus
manifestaciones más exteriores. Así, se comprenderá cómo los religiosos
modernos se definen a sí mismos a través de las formas más groseras y toscas, sin
cuestionar ni mínimamente cuál es el centro de su “confesión”. No existe un
núcleo metafísico en la contraespiritualidad moderna; como sucedáneo invertido,
se exaltará la manifestación más baja del ser humano: su sentimentalismo. De
esta manera, la intelectualidad pura será algo inexistente en la “espiritualidad al
revés”; en ella, el hombre moderno sólo podrá dar rienda suelta a sus anhelos
sentimentales, para encontrar un “consuelo” en el mejor de los casos, o una
“contrainiciación” en las peores y más habituales de las veces. ¿Qué es esa
“contrainiciación”? Tenemos una definición de origen magistral que transmitimos
aquí:”Al no poder conducir a los seres humanos hasta estadios superiores de
conocimiento, como la iniciación normal, la contrainiciación arrastrará
indefectiblemente hacia lo infrahumano.” Así es: la “contrainiciación”
(revistiéndose de carnavalesca apariencia tradicional o –como dirían muchos de
sus seguidores- “religiosa”) conduce al hombre moderno a los estadios
infrahumanos y –lo que lo hace aún más grave- de manera completamente
inconsciente. Si el conocimiento amplía la conciencia, la caída libre hacia la
ignorancia nos hace inconscientes, como meras piedras con apariencia humana
movidas sólo por la inercia. En esa inconsciencia, el hombre moderno escoge
(cree escoger) su “opción religiosa” como un derecho civil más, sin darse cuenta
que a un nivel efectivo él continúa rindiendo culto a lo mismo que rinden culto
sus compañeros de esclavitud. Él cree escoger ser “católico” o “protestante” de
la misma manera que cree escoger ser de “izquierdas” o “derechas”, del
“partido político A” o del “partido político B”, del “equipo de fútbol X” o del
“equipo de fútbol Y”. A efectos verdaderos, nos existirán diferencias esenciales
entre estas elecciones, salvo que con ellas el moderno encontrará una identidad
para dividirse de sus semejantes humanos, en una serie de estériles diferencias,
conflictos y rivalidades que colaborarán en el proceso hacia la infrahumanidad.
Ese es el papel de la “espiritualidad al revés” en el Novus Ordo Seclorum, en la
secularización deshumanizadora ulterior de la Civilización Occidental, y -para
ello- lo que los modernos llaman “religión”, se servirá de iglesias (la “Iglesia
Católica”, la “Iglesia Anglicana”, la “Iglesia Baptista”…), colectivos religiosos
(protestantes, católicos, mormones…) y movimientos neoespiritualistas
(espiritismos, teosofismos, cienciologías…) como instituciones donde se impartirá
la “contrainiciación” en el inconsciente culto satánico. Es sencillo comprobar
que a pesar de las múltiples formas religiosas de la modernidad, el culto es
único: ¿Se trata –al fin- de un único Dios (falso) para todos los hombres? ¿Una
falaz unicidad pseudo-teológica como cúspide jerárquica de la dividida y
conflictiva multiplicidad de los seres humanos? ¿Es esta monstruosidad secular el
satánico rostro del monoteísmo? Infelizmente, todo resulta menos sencillo que lo
que nosotros como seres humanos podemos cuestionarnos; se trata de un
problema más refinadamente enmarañado.
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Una lectura de esta exposición puede dar la impresión de una respuesta atea –o
peor aún, agnóstica- a todo este galimatías. No es así; nada más lejos de la
realidad. Ya advertimos que todo es aún más complejo: todo entra dentro de lo
planeado. El llamado “ateismo” es la respuesta negativa a la cuestión sobre la
existencia de Dios. Para que se dé esa respuesta, tiene que darse el contexto que
hace posible esa pregunta. Sin embargo, el ateo cree desvincularse de un
problema con el mero hecho de responder negativamente a la pregunta que da
pie a dicho problema. No es así: no hay diferencia esencial entre un teísta y un
ateo (a pesar de lo que ellos “creen”), pues ambos se definen a través de la
cuestión del teísmo, la cual –además de estar mal planteada- sólo se ha
formulado de esta forma en contextos sumamente recientes, occidentales, y –
cómo no- modernos. Incluso teológicamente, cuestionar “la existencia de Dios”
es un absurdo lógico, ya que la “existencia” no se le puede atribuir a Dios –
independientemente de lo que unos y otros quieran entender por Dios-. El error
en la formulación de la pregunta teísta no está tanto en “Dios”, sino en la
“existencia”, término repleto de problemas filosóficos que aquí no vamos ni a
enunciar. Además, toda la cuestión teísta (tanto su respuesta afirmativa, como
su aún más absurda contrapartida negativa) se basan en el dominio de la
creencia. Así, de la misma manera que el creyente dice: “yo creo que Dios
existe”, el ateo dice: “yo creo que Dios no existe”, sin conciencia de que está
realizando la misma actividad que su compañero creyente, es decir: “creer”. El
ateo está así creyendo en una proposición negativa, pero eso no lo convierte en
menos crédulo. El ateo –por lo tanto- se define a sí mismo a través del dominio
que él “cree negar”, a saber, la “fe”; y si no existiera ese dominio, él no podría
definirse, es decir, sería el mismo ateo el que no tendría existencia. El ateo
depende de su relación con Dios para ser eso mismo, “ateo”, aunque sea a través
de una doble negación contradictoria que roza la esquizofrenia. La cuestión
teísta siempre fue secundaria (o inexistente) en las tradiciones antiguas, y esto
se puede ver especialmente en la tradición india, donde el término que con
menor inexactitud traduciría al Dios de los teístas sería Iswara, el cual sólo va a
tener un papel auxiliar. Este desdén por la cuestión teísta aún se puede ver con
más claridad en el budismo, que algunos orientalistas modernos (en su solemne
estupidez) lo calificaron como “religión atea”. Estos orientalistas comparten con
los ateos el mismo desprecio por las palabras que usan; y precisamente –para
nosotros- el ateismo moderno sólo puede valorarse como un balbuceo. Y para el
Novus Ordo Seclorum, ¿qué papel tuvo y tiene ese ateísmo moderno? Pues uno
bien claro: en su momento, el siglo XIX, el ateismo sirvió de base teológica (¿o
quizá sería mejor decir “ateológica”?) de movimientos contra-tradicionales
claves en el proyecto globalizador, como el socialismo, el comunismo, el
anarquismo, y demás “ismos” políticos que sirvieron de pretexto para estúpidos
conflictos que dividieron a los hombres hasta el punto de llevarlos al abismo de
la infrahumanidad. Actualmente, el “ateísmo” resulta ser una opción más, una
casilla más en el censo mundial de la “confesión religiosa”, una superficial
manera que tiene el moderno para identificarse con algo que lo aparte de lo que
verdaderamente lo define: su idiotez. Eso es –a grandes rasgos- lo que supone ser
ateo en el Nuevo Orden Mundial.
Pero aún hay más: para cerrar el círculo contraespiritual de la “libertad
religiosa” del Novus Ordo Seclorum, se propondrá como opción el
“agnosticismo”, el cual sería etimológica y efectivamente la confesión de
incapacidad gnoseológica; es decir, la confesión de que el ser humano ni conoce
ni puede conocer. Así, con una falsa humildad, el agnóstico se presenta como el
resultado final de la deshumanización en el dominio espiritual. ¿Cabe recordar
que es exactamente el conocimiento lo que nos diferencia positivamente de las
bestias? ¿Cabe recordar que es el conocimiento quien permite –para bien y para
mal- lo humano? ¿Cabe recordar que negar ese conocimiento es poner una
“equis” en la casilla “no humano”? Así es: el agnóstico dice “no saber”; lo que
realmente no sabe es que el agnosticismo es la última opción en el censo de la
confesión religiosa de la “espiritualidad al revés”. De la misma manera que en las
encuestas estadísticas de control poblacional al servicio del Establishment,
existe la casilla NS/NC (No sabe/No contesta), en la religión única del Nuevo
Orden Mundial está el “agnosticismo” como punto que cierra el cuestionario
contraespiritual. Así, a través de esas “casillas” se podrá comprobar que lo que
se pretende es “encasillar” (es decir, delimitar) al “espíritu”, del cual poco más
se puede decir salvo que es ilimitado. Delimitar lo ilimitado –además de ser una
imposibilidad- resulta ser la pretensión satánica; y al ser una tarea imposible
para esta fuerza, ella sólo podrá presentar una impostura, una parodia, una farsa
trampeada.
Esta farsa es la que brevísimamente hemos expuesto aquí: mientras los hombres
modernos se definen como católicos, protestantes, judíos, espíritas, mormones,
ateos, agnósticos o con la palabra que les venga en gana, todos se cogen de la
mano en el contenido esencial de su culto: la colaboración con la
infrahumanidad. Así, después de definirse y dividirse a través de las múltiples
religiones, el consenso satánico hace su trabajo: los seres humanos sólo
consiguen ponerse de acuerdo para un único fin: destruirse.
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