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Analisis
Psicosocial del Amor y desamor
Pareja: origen, desarrollo y final. Xavier
Serrano Hortelano
(Psicoterapeuta caracteroanalítico,
Orgonterapeuta especializado en sistemas humanos, Trainer de Vegetoterapia
caracteroanalítica individual y en grupo, Director de la
Es.Te.R.)
(Trascripción a cargo de Mª Clara Ruiz de la Conferencia
realizada en el salón de actos del Tribunal de Justicia en
Natal (Brasil) en el año 2000.)
En mayor o menor medida, con mayor o menor fortuna, todas las personas
adultas conocemos la experiencia del amor, del enamoramiento, y
también del desamor y de las consecuencias emocionales que
implica. Amor es un concepto abstracto, por tanto subjetivo, de
fácil y lógica interpretación, que se puede
vivir en determinados momentos de la vida y ante determinados objetos,
entendiendo por objetos, aquello que recibe el afecto. Amor puede
sentirse hacia un hijo, un animal, una casa (objeto físico),
una entidad espiritual, y también hacia la pareja. Hoy hablaré
sobre el sentimiento que se comunica, que se vive con otro, que
permite, facilita y desarrolla la institución de la pareja
y legalmente, en un momento determinado, posiblemente el del matrimonio.
Ante este concepto abstracto nos preguntamos por la función
de esa particularidad del ser humano, cuya respuesta se podría
entender desde las religiones, la filosofía y la psicología,
entre otros.
Desde la Psicología profunda, la función de la relación
de pareja es la de poder desarrollar la capacidad de amor que cada
ser individual tiene. La de poder tener un sistema, un espacio donde
canalizar la viceralidad, aquella parte del instinto del ser humano,
esa necesidad vital que es la capacidad de entrega, de abandono,
de expansión. Dentro de la lógica natural, de la ética
del amor, lo primero que aparece es el deseo, el impulso de atracción
hacia alguien. Es un proceso energético que nadie puede explicar,
pero lo que puede ser una atracción sexual, intelectual,
no implica la creación de un compromiso, de un reconocimiento,
en el que las dos personas quieren compartir parte de su vida.
Existe diferencia entre el amor y la pasión. Puede haber
pasión sin amor pero nunca puede darse el amor si no hay
pasión. Porque hasta en el amor místico hay
pasión. Pasión significa una exacerbación
de un afecto vinculado, transmitido, canalizado hacia otra persona
o hacia otra entidad. Puede haber momentos de pasión sin
amor siendo solamente una pulsión en la que se comparten
momentos parciales sin problemas, siempre que haya un acuerdo. Si
no hay acuerdo es violación, no pasión.
Desde esta perspectiva, el amor de pareja tiene dos partes: el
momento de enamoramiento, que es un espacio donde la conciencia
pierde los referentes y se entra un poco en la locura porque es
un espacio atemporal, propio; y el amor, que es el compromiso y
la elección que implica el reconocer a aquella persona de
la cual uno se enamora, como alguien con quien compartir la realidad
cotidiana, lo que implica un proyecto y, como explicaré mas
adelante, un reconocimiento mutuo emocional, cortical y sexual.
Siempre se habla de que el amor exige elección. Amas porque
eliges y eliges porque pierdes, y por tanto amas porque pierdes.
El reconocimiento pasa por la existencia de una satisfacción
y de un placer de compartir, pero el problema empieza en la forma
de relacionarnos en pareja.
Puede darse, por ejemplo, el sentirse atraído y enamorado
de dos personas a la vez. Lo primero que hay que tener en cuenta
es que hablar de modelos en la relación humana, desde el
punto de vista científico, es absurdo porque existen muchas
formas de relación. Ahora, desde el punto de vista ético
habrá que ver si esto se produce de manera clandestina, oculta,
o es transparente y aceptado por todos los implicados. Si una de
las personas está oculta ya no hay igualdad de planos. Y
en esa no igualdad, es difícil que se pueda hablar de una
relación amorosa.
Puede darse también el caso de las parejas que comparten
espacios comunes y que entran más en la dinámica social
tribal donde no están marcadas las funciones jerárquicamente
-padre, madre e hijo- como lo están en la familia occidental.
En la tribu, la responsabilidad de la educación es mas amplia
y por tanto hay otros personajes, con lo cual el peso, la responsabilidad
y el modelo de referencia no cae estrictamente sobre el padre y
la madre. Las consecuencias educativas que esto tiene están
poco estudiadas, igual que están poco estudiadas las consecuencias
de las parejas homosexuales que adoptan hijos.
Hay muchas modalidades en el momento social actual, nuevas formas
de relación que no sabemos que consecuencias pueden tener
porque es muy poco el tiempo de existencia. Podemos opinar ideológicamente,
pero no científicamente. Las que si están estudiadas,
y en lo que nos centraremos en adelante, son las consecuencias traumáticas
de una separación destructiva y las consecuencias favorables
de una separación cómplice, constructiva.
En general, hay dos niveles de referencia. Primero, el modelo que
nuestros padres nos han dado, es decir, la referencia educativa,
y segundo, la experiencia que hemos vivido a nivel afectivo, emocional
y energético con la primera pareja que se da en nuestra vida,
con nuestra madre. El primer elemento fusional en el que se crea
realmente una dinámica de dos, profunda y con un amor auténtico
es la relación entre la madre y el bebé tanto a nivel
intrauterino como extrauterino. La que condiciona inconscientemente
nuestra forma de relacionarnos con aquel a quien amamos, porque
en el fondo, el amor se reconoce por nuestras memorias anteriores
como concepto abstracto en el constructo psíquico que se
basa en experiencias vividas. Por eso hay personas que se fusionan
excesivamente con el compañero/a y viven una dependencia
extrema, porque, generalmente han vivido una separación o
una relación muy corta con la madre en ese momento primitivo,
y viven en esa nueva persona, hombre o mujer, un desplazamiento
de afectos maternos. Por lo tanto volver a perder a la madre es
algo que no se puede soportar, y de ahí la entrada en depresión
o en respuestas violentas y maniacales para evitar el contacto con
la depresión.
Nacemos con la capacidad de amor, de abrirnos al otro, porque solamente
si hay un movimiento hacia fuera nuestra estructura está
en movimiento, está reciclándose energéticamente
y por lo tanto está viva.
Un ser humano que esta solamente en una situación de narcisismo
permanente, es decir, en el que solo se ve a sí mismo es
una persona que progresivamente va imaginando la realidad y desarrollando
una dinámica patológica. En última instancia,
podríamos decir que el psicópata es el sujeto que
ha llevado el narcisismo al extremo de imaginar la realidad de contacto
con el otro, sin emocionalidad, hasta el punto que puede destruir
sin alterarse. Hay mucho psicópata cívico, no solo
en las cárceles.
La psicopatía social existe como fenómeno en cuanto
que se dan ciertos círculos y en ciertas personas en el momento
en que se cierran a la posibilidad de amor, de expandirse, de entrar
en relación con el otro, por diversas circunstancias, no
por un cuestión voluntaria. Esto está vinculado a
la educación, en la que el niño ve reprimidas sus
respuestas, sus capacidades y sus necesidades expansivas, y va refugiándose
en un imaginario que le impide el contacto con la realidad; cuando
no se vibra y no se siente al otro cualquier comportamiento destructivo
puede ocurrir, el impulso surge en forma caótica y no hay
emocionalidad, por lo tanto no hay censura ética que lo frene.
Las familias en que alguno de los dos padres viven esta situación
son muy conflictivas porque el nivel de violencia es muy alto y
los hijos, que la reciben continuamente, no tienen posibilidad de
canalizarla; el modelo de referencia que tienen es de petrificación,
es decir, de ausencia de experiencia emocional. Por lo tanto, lo
único que queda es la posibilidad de expresión de
esa emoción fuera del núcleo familiar y esos niños
empiezan a necesitar la emergencia de las pulsiones destructivas
que viven en la familia y que no pueden expresar en otros círculos.
Es cuando se da paso en gran medida a circuitos que están
en el fondo permitiendo la canalización de esas pulsiones
que en el núcleo familiar no se pueden expresar ni vivir;
gran parte de la delincuencia juvenil se provoca en los sistemas
familiares que son el caldo de cultivo de esa violencia social posterior
o paralela. Esto sirve como referente en la Psicología forense
para entender ciertas respuestas extremas, delictivas. Pero a menor
escala también hay un nivel de emocionalidad reprimida, de
asepsia, de un cierto estado de zombi en el cual el elemento narcisístico
cada vez es mayor porque se va perdiendo la capacidad de contacto
con el otro.
En cierta forma los mecanismos sociales en los que estamos inmersos
facilitan esta falta, creando modelos de referencia que limitan
la posibilidad de construir un modelo propio de identidad, forzando
ritmos y dinámicas que distresan y rompen nuestra capacidad
de actuación espontánea y en el fondo, facilitando
un individualismo basado fundamentalmente en el amor a los objetos,
al tener, en vez de favorecer el ser y el estar. Como decía
Erik Fromm, prevalece el tener sobre el ser. Entonces podemos hablar
de una sociedad que tiende cada vez más a valorar al ser
humano positivamente por tener muchos objetos, y entre esos objetos
muchas veces están las personas, y entre esas personas muchas
veces está la pareja. Aveces se está con alguien porque
es estético. En muchas sesiones depareja que hacen terapia
aparece esa sensación, sobretodo en la mujer, de sentirse
"florero", es decir, sentir que su pareja está
a su lado porque viste bien, porque es bonita y queda bien en las
reuniones de sociedad. Pero sin sentirse amada, se siente poseída.
La pertenencia prevalece sobre el "estar con" y ese es
un problema que se ve frecuentemente en terapia de pareja, así
como cuando el periodo inicial de enamoramiento se va modificando
y empieza a convertirse en una realidad que pierde la perspectiva
y el motivo inicial de encuentro se difumina y se convierte en un
intercambio, en una permanencia por mantener intereses y necesidades
comunes.
Ese es el riesgo de la institución del matrimonio, que puede
caer en la rutina y se convierte en una relación perversa,
porque cualquier motivo va a ser válido para permanecer,
para no perder algo que se siente propio. Algo que en un principio
es culitativamente hermoso, forma parte del instinto, de la viseralidad,
se convierte progresivamente en un monstruo que va devorando toda
flor que existe a su alrededor. Es un proceso humano. El rasgo narcisístico
del que he hablado y que todos en alguna manera tenemos, nos impide
asumir que las cosas son temporales, para empezar, la vida es temporal.
Tenemos un tiempo de existencia, pero normalmente vivimos con un
ritmo existencial de temporalidad, con la sensación de que
vamos a ser siempre los mismos y todo a nuestro alrededor va a seguir
igual. En nuestro esquema psíquico buscamos siempre una evitación
del cambio, de la misma manera que existe una homeostasis fisiológica
que nos permite un equilibrio frente a aquello que puede ser nocivo.
Es decir que inconscientemente evitamos cualquier movimiento que
nos pueda suponer romper los esquemas espaciotemporales sobre los
que sentimos una cierta seguridad, y por eso hablar del final de
algo siempre crea una ansiedad porque nos lleva a la idea, al temor
del final de la vida y nos comunica con el temor a la muerte, que
este momento es más tabú que el sexo, a diferencia
de otros tiempos.
Cuando empezamos una relación todos y todas sabemos que
esa relación puede terminar, pero ya en la legalización
de la institución se hace hincapié "Hasta que
la muerte nos separe", significa, hasta que algo externo a
nosotros nos separe", lo cual limita ya la libertad de decisión,
del "hasta que la muerte de aquello que ha motivado nuestro
encuentro nos lleve a separarnos". Es decir, hasta que la función
termine, deje de existir, acabe su cometido. Y si la función
que tiene la pareja humana es la de desarrollar la capacidad amorosa
de cada individuo, puede ocurrir que ese sistema empiece a no ser
válido para el desarrollo personal de uno de sus miembros
y a partir de ese momento tiene que haber un replanteamiento real
y una asunción de la crisis. No es como antes, algo ha ocurrido
que lo que era ya no es y por tanto tenemos que afrontar una realidad
nueva de las cosas. Esa realidad nos puede llevar a modificar la
relación para cualitativamente aumentar la capacidad de placer,
de desarrollo, de expansión, de comunicación.
Ese conflicto puede venir motivado por un cambio de valores individuales,
por un cambio de trabajo, por la entrada de una tercera persona
dentro del marco sexual, por el nacimiento de un hijo, por el fallecimiento
de un familiar de uno de los miembros de la pareja, o por cualquier
otra circunstancia cotidiana que influya directamente en la psicología
de la emocionalidad, y eso repercute en su ecosistema mas próximo.
La pareja es un sistema vivo, nadie puede garantizar qué
nos va a ocurrir mañana como pareja porque nadie nos puede
garantizar qué nos va a ocurrir individualmente. En momentos
determinados, el impacto se produce de forma traumática porque
hemos perdido la capacidad de darnos cuenta de lo que está
ocurriendo a nuestro alrededor y perdemos el contacto con lo que
está pasando con nuestro compañero/a quien de pronto
expresa su falta de deseo sexual, su poca motivación para
compartir actividades, la presencia de una tercera persona, o su
interés en la separación. El problema es de los dos,
de quien no se da cuenta y de quien creía que el otro se
estaba dando cuenta. Llega un momento en el que el bloqueo en la
comunicación lleva al uso del imaginario y a crear e interpretar
la realidad.
En ese momento es cuando, necesariamente, tenemos que asumir la
crisis que implica un replanteamiento a tres niveles fundamentales:
el cognitivo, es decir, cómo nos comunicamos, qué
niveles de transmisión de valores, ideas, aficiones, proyectos
existe con esa persona. Un segundo factor, qué nivel de intercambio
emocional existe, de afectos, cariño, tristeza, anhelos,
frustraciones. Y por último qué capacidad de placer
tengo con esa persona, de goce, de abandono sexual. Un buen test
permanente en la pareja es ir analizando cual de estos aspectos
va debilitándose en la relación, pero los tres tienen
una importancia muy grande porque en el fondo estamos hablando de
un sistema que comparte la vida cotidiana. Habrá momentos
de la vida en que se dará mas importancia a esa empatía
sexual y momentos en que será mas importante la afectiva,
la cognitiva, o la identificación laboral y social. Depende
de momentos vitales, de edades y de circunstancias pero tienen que
estar presentes porque significa que está habiendo una globalidad
de la relación. Si esto no sucede, se está evitando
el crecimiento, el desarrollo de facetas vitales para las dos personas
y que van a vivir fuera de la relación. Es necesidad, se
parcializa, y empieza a separarse y a romperse progresivamente la
pareja.
Esos tres niveles nos hablan del momento real de la pareja y nos
lleva a plantearnos la posibilidad de replantear o de darnos cuenta
de que es un momento definitivo donde ya no hay posibilidad de reconstruir
y es cuando, en el último acto de amor, se debería
buscar la muerte de ese sistema desde una perspectiva de transformación
creativa para cada uno de los miembros, no como un fracaso, sino
como un acto de cambio y por lo tanto de final que facilita una
transmutación.
En la escala de valores de esta sociedad, la ruptura de la pareja
sigue viviéndose como un fracaso. Incluso en la sociedad
norteamericana que es donde estadísticamente -junto con los
países nórdicos en Europa- hay mas separaciones, es
muy interesante ver cómo la nueva relación intenta
ocultar o negar, olvidar la relación anterior y eso se ve
mucho en la relación con los hijos. Cuando un hijo de dos
personas pasa a vivir con la nueva relación de la madre o
del padre, vuelven a crear un matrimonio nuevo, ese hijo llama "papá"
o "mamá" a esa nueva persona, no a la madre o al
padre biológico. Algo que se olvida es algo que se vive con
culpabilidad, que se tiene que esconder. Se ha hecho mal. No tenemos
por qué negar nuestra vida. Hemos vivido un tiempo con esa
persona y ahora estamos con otra, pero esa persona no muere físicamente,
no desaparece y mas si es la madre o el padre de nuestros hijos;
pero como se lleva a situaciones tan extremas, esa continuidad puede
existir cuando lo que permanece es el odio y la destructividad.
Ante la destructividad, lo único que se puede hacer es olvidar.
En el proceso de separación hay que velar por sus consecuencias
y asumir la responsabilidad que, como ecosistema social, el matrimonio
tiene con aquellos que sobreviven en ese ecosistema, que son los
hijos. La familia es un ecosistema compartido donde hay los niños
que están nutriéndose y desarrollándose, por
tanto, viéndose afectados por los procesos de los adultos
quienes pueden facilitar el desarrollo de los hijos, o pueden frustrarlos,
truncarlos, o crear dinámicas de autoadaptación mas
o menos violentas. No es lo mismo una separación a los cuatro
años que al los ocho o a los doce, porque la dependencia
afectiva, nutritiva al ecosistema es menor o mayor, y por tanto
la posibilidad de objetivizar las cosas con los hijos dependerá
en gran medida de la edad. Sin embargo, no hay una edad mejor que
otra, lo que tenemos que analizar son las consecuencias y buscar
la forma de paliar los efectos negativos. Pero está claro
que a partir de los diez o doce años ya hay una capacidad
de asimilación muy grande de los efectos del ecosistema,
y por lo tanto, el disturbio que se pueda provocar es mínimo,
mientras que, de los tres a los seis o siete años el niño
vive un proceso de asentamiento muy delicado para producir movimientos
porque los modelos de referencia están introyectados como
entidad, como familia.
Lo mas importante es que el proceso de separación sea progresivo,
que tenga un cierto ritmo y que sea lo menos violento y lo mas compartido
posible, que sea un proceso de complicidad donde los niños,
a partir de determinada edad, puedan también participar,
es decir, ser conscientes de lo que está pasando. Normalmente
se vive la separación como algo que corresponde solamente
a la mujer y al hombre, y en cuanto que ya hay hijos, y por lo tanto
hay un sistema familiar mas complejo, hay que tenerlos en cuenta
desde el principio para que ellos entren en esa realidad. Es un
gran error separar la realidad de los adultos del mundo de los niños
porque los niños captan lo que ocurre, aunque nosotros queramos
evitar los conflictos, las discusiones, los afectos negativos, y
además sienten que no se les tiene en cuenta, que no se les
reconoce, que viven esa experiencia en soledad, con lo cual se agrava
el conflicto, porque el niño se aísla, sintiéndose
desplazado de la realidad familiar.
Por eso es importante que desde el principio el niño pueda
vivir la separación como un proceso lo mas natural y humano
posible - porque es humano, y el ser humano vive pulsiones y afectos
de todo tipo- y forma parte de la realidad que el niño tenga
acceso al mundo del adulto, a conocer esa dinámica de desamor,
sobretodo con la idea de que el desamor es el de los padres, no
hacia ellos. Hay un mecanismo inconsciente que se produce en los
niños, y es que si no se les hace conscientes de la realidad
del adulto y de las causas de la separación, que puede ser
simplemente el desamor -no tiene que haber grandes odios ni gran
destructividad- pueden sentir que son ellos los culpables de este
paso. Algo han hecho mal en su imaginario, y esa es una carga que
siempre llevan, que se observa después en la psicoterapia
de adultos cuando han sido hijos de familias separadas. Para evitar
esa culpabilidad tiene que compartir en comunicación con
esa situación de desamor y participar en el proceso. Eso
es algo que se hace en la terapia de familia de los procesos de
separación.
Como expresé anteriormente, la idea de separación
se vive como idea de muerte, y por tanto como algo terrible, porque
en ese momento conectamos con el miedo a nuestra muerte ya que generalmente
la relación que se crea con la pareja es fusional, psíquica
y emocionalmente hablando, hasta el punto en que existe una referencia
yoica en el otro. En el momento en que el otro realmente no está,
tenga la sensación de que no está, o de que no va
a estar, la persona entra en el pánico de perder su propia
sensación de existir. Por eso en muchas separaciones aparecen
las respuestas depresivas. Entra en auténtica depresión
porque empieza a vivir una emocionalidad totalmente vacía,
pierde el sentido de su realidad, de su vida. Esto significa que
en ha creado una dependencia muy grande en la cual el otro "le
ha robado el alma", hablando poéticamente, y se producen
reacciones de pánico muy fuertes, intentando por todos los
medios frenar ese proceso y evitar el conflicto, el movimiento y
el sufrimiento. Se coloca en una situación de búsqueda
de estabilidad, de estatismo y ahí es donde aparece el sufrimiento
crónico y la institución empieza a pervertirse, porque
se crean mecanismos para evitar la asunción de la realidad,
de que posiblemente el sistema ya no facilita la función
originaria. Digo posiblemente porque primero es importante asumir
la crisis y permanecer en ella, intentar transmutar juntos, es decir,
intentar que ese cambio sea positivo para los dos y esa relación
se modifique. Eso puede ocurrir dentro de la pareja o con la ayuda
de un especialista en terapia de pareja, que tiene una cierta funcionalidad
y dinamización de impulsos estáticos, siempre que
las dos personas sientan que, solos, no tienen capacidad de resolución.
No necesariamente hay que esperar a la decisión de la separación,
sino que puede haber un plano preventivo, cuando llega un punto
en que se vive una crisis por infidelidad, por enfermedad de uno
de los miembros de ese sistema, o por cualquier circunstancia que
lleva a un conflicto, una tensión exacerbada que no se palia,
no se reduce. Por otra parte, en cuanto menos participen familiares
en los conflictos de pareja, mejor, porque hay interferencias inconscientes,
intereses, afectos que pueden evitar la objetividad de la situación.
En este caso es mas positivo el consejo de un amigo porque puede
ser mas objetivo. De todas formas, en un conflicto de dos es muy
difícil que participe alguien que tiene vínculos afectivos.
Si de esta manera se intenta durante un tiempo un cambio que no
se produce, y esa relación facilita el sufrimiento, aunque
sea de una de las dos personas, hay que plantearse la finalización
como algo positivo. El fracaso está en la cobardía
de no asumir la soledad coherente, la realidad, que implica el dejar
que la otra persona viva libremente y pueda seguir creciendo porque
una relación se crea y se mantiene cuando es mutuo el deseo
de entregarse a ella. De lo contrario se convierte en un constante
mensaje de "tu me vas a evitar el sufrimiento estando conmigo".
La otra persona entra en la defensa y de ahí en la violencia
y la destructividad, situación que puede permanecer en el
tiempo, afectando, como ya he dicho, a todos los miembros del sistema
familiar.
Los seguimientos que hemos hecho desde la psicología de
las familias que viven en dinámicas destructivas han mostrado
la existencia de dos tipos de destructividad. La digital que es
directa, y la analógica que es sutil, como el chantaje, la
amenaza, la culpabilización. Como ejemplo cito a una pareja
que, cada vez que él se imaginaba que la mujer iba a decirle
algo conflictivo, él entraba en una reacción cardiaca
que le llevaba al hospital. Automáticamente la mujer paraba
porque "no podía sentirse responsable de la muerte de
su marido". Así estuvieron diez años hasta que
llegaron a la consulta y desciframos la clave del "enfermo
imaginario" (la obra de teatro de Moliere). No se iba a morir,
pero ella, con razón, no se arriesgaba y así se frenaba
el movimiento. El mismo sufría porque se daba cuenta de que
estaba creando una reacción de evitación del conflicto
y su mujer no estaba feliz, pero él no podía evitar
esa situación psicosomática.
Otro ejemplo es el de las culpas vinculadas a los hijos, los chantajes
afectivos, culpando al otro por el futuro malestar y conflicto de
los hijos, a partir del abandono. El chantaje económico,
donde la mujer tiene todavía una situación de debilidad
frente al hombre a niveles legales y jurídicos: "Si
me dejas, no hay dinero". Ocurra así o al contrario
estamos entrando en dinámicas de perversión, donde
ya no hay amor sino destrucción mantenida, y cuestionamos
la causa por la que se mantiene esta situación, en la que
ya no hay deseo sexual o muy poco, ni deseo de comunicación,
en la que se llevan vidas paralelas y se comparte el espacio -algunas
horas en la noche- y en la que no hay una transmisión de
afectos, no se vibra con esa persona. Las respuestas son muchas,
desde intereses múltiples hasta incapacidades personales,
y ahí es donde la psicoterapia puede ayudar, cuando realmente
una persona no puede abandonar a su pareja porque se siente culpable,
y no se da cuenta de que con su actitud está reforzando la
patología de su cónyuge, que el otro siga convencido
de que esa forma de actuar victimista es la adecuada, es la que
permite un poder, manteniendo la doble patología. El que
hace de víctima se sigue sintiendo víctima y el que
desarrolla un sadismo masoquista, pasivo, sigue desarrollándolo.
Este chantaje es mucho mas duro aveces que la reacción violenta
porque cuando hay odio directo, digital, cuando hay violencia física
o infidelidades manifiestas, por ejemplo, empieza a haber motivos
concretos y es mas fácil dar el paso.
Muchas veces se provocan razones de odio inconscientemente, pero
cuando existen dinámicas muy sutiles, sadomasoquistas, donde
aparente todo está bien pero en el fondo no hay relación,
es muy difícil separarse y pueden pasar años de convivencia
monótona, rutinaria, aburrida y cancerígena - en el
sentido metafórico de la palabra- es decir, degenerativa,
y que ocurre cuando alguno de los dos despierta, generalmente porque
aparece una tercera persona y decide cambiar la situación.
Lo que está claro es que el distrés en la relación
de dos puede ser muy fuerte porque no hay posibilidad de escapar,
a no ser que sea por un tercero. Y si hay salida por un tercero,
se pone en riesgo completamente la relación. Sabemos que
se crean dinámicas psicosomáticas importantes en ciertas
personas por conflictos conyugales no resueltos, así como
cuando hay violencia directa, alcoholismo o drogadicción.
Por ejemplo, hay una gran cantidad de mujeres maltratadas que mantienen
el matrimonio y que son, ellas mismas, las primeras que no ponen
denuncias y siguen manteniendo la relación, además
de justificar el acto violento del marido. Esas son las situaciones
que, aparte del chantaje emocional y la amenaza, forman parte de
la incapacidad personal de relacionarse. En estos casos, la víctima
no puede dejar de serlo porque es mayor el sufrimiento que siente
si imagina la disolución de ese matrimonio, que el sufrimiento
de compartir una violencia doméstica permanente. Dentro de
esa violencia hay niveles de distres y sufrimiento patógeno
muy fuertes.
En la situación en que uno quiere dejar la relación
y el otro no, los dos miembros de la pareja sufren. Por eso es importante
buscar una resolución, que dependerá en gran parte
de la respuesta psíquica, de la capacidad de tolerancia y
de adaptación, de la búsqueda de recursos externos,
compensatorios. Aparentemente quien sufre es la "víctima"
, quien siente que el otro le hace daño, que es malo, que
está provocando el disturbio, que quiere irse, que ha dejado
de amar, que ha perdido la pasión, que no lucha, que no mantiene
la familia, pero ese discurso repetitivo y culpabilizador, hace
sufrir permanentemente a la otra persona porque, en principio, ella
no quiere hacer sufrir. Simplemente está encontrándose
por un momento vital en el que ya no está cumpliendo las
expectativas que la otra persona tiene y a partir de sentirse culpabilizado,
se siente con una gran responsabilidad que también le hace
sufrir hasta el punto de mantener una relación que ya no
le da placer. Si no hay un deseo de reencuentro por parte de los
dos, siempre va a existir una dinámica de poder. El deseo
puede ser diferente, una persona se puede sentir muy enamorada del
otro y el otro puede solamente sentir una atracción o un
deseo de cambio. Pero si quiere continuar la relación puede
haber una posibilidad de encuentro y reconciliación. En el
momento en que una de las dos personas no quiere, se acaba el sistema
o se entra en un sufrimiento, que curiosamente es compartido, que
es lo contrario de lo que en un inicio los unió. Si les unió
un amor compartido ahora les une el sufrimiento compartido.
Entonces, en un sistema siempre hay responsabilidades en lo que
ocurre. Nunca se puede asumir la culpa única, aunque jurídicamente
siempre exista un culpable. Desde la teoría de sistemas esta
es una falacia porque siempre hay una responsabilidad compartida.
Recordemos la novela, el arquetipo de Frankenstein, que nos hace
reflexionar: Hay alguien que crea al monstruo y no lo reconoce;
en el momento en que no lo reconoce empieza a destruir y la responsabilidad
aparente es de quien destruye, del monstruo. Generalmente en esta
sociedad juzgamos, cuestionamos y criticamos a los Frankensteins
pero nunca a aquellos que crean los Frankensteins. Por ejemplo,
el toxicómano es el delincuente porque con la droga se puede
llegar a matar. Pero quien está creando ese drogadicto? Qué
responsabilidades sociales, institucionales, cívicas existen?
Se juzga a los Frankenstein.
En la relación de pareja ocurre lo mismo, generalmente se
busca a un culpable, y aunque aveces lo haya, por ejemplo a la hora
de decidir la tutela de los hijos o el tema económico, generalmente
la responsabilidad es de los dos. Por ser de dos se ve muy fácilmente
un mecanismo social general y muy perverso que es la paranoia, donde
siempre creemos que el otro nos va a destruir. Ahí está
la lógica sistémica de la introducción de un
tercero en la relación, el especialista en terapia de pareja,
que intentará facilitar la comprensión, la lógica
emocional e inconsciente que lleva a esa crisis, que si no es resoluble,
potencie un camino de crecimiento individual para los dos, es decir,
una salida creativa a un momento de anquilosamiento, de degeneración,
de rutina y de impedimento del proceso personal en el sistema de
la pareja, de manera que esas personas puedan volver a encontrarse
con otra pareja, recordando una vez mas que siempre existirá
la temporalidad, lo que significa que cada momento que vivimos se
acaba y que por lo tanto debemos vivir intensamente, es decir, conscientemente.
Por eso es importante tener en cuenta que, los procesos relacionales
no solamente se pueden explicar corticalmente. No somos libres de
nuestras emociones y por lo tanto, solamente tomando en cuenta esa
dinámica inconsciente, podemos comprender mas globalmente
la realidad y ser mas tolerantes, que no quiere decir débiles,
sino acercarnos a la realidad del otro. Si eso se vive, sea el tiempo
que sea, cuando llega el momento de reconocer la falta de funcionalidad
de esa pareja, vamos a vivirlo satisfactoriamente porque reconoceremos
que gracias a compartir la vida con la otra persona hemos podido
crecer y desarrollar una capacidad vital que es la capacidad de
amar.
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