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Herejías y herejes de nuestro tiempo


 

El Hombre y el Cosmos. La Técnica

por Nicolai Berdiaeff
II capítulo de "Reino del Espiritu y Reino del Cesar"


El hombre es un ser natural; está ligado por múltiples hilos a la vida cósmica, depende del circuito de la vida cósmica. El cuerpo del hombre está marcadamente sometido a los procesos físico-químicos. Cuando el hombre muere, en tanto que ser natural, los elementos que componen su cuerpo se disuelven en la materia y en la vida cósmica. El hombre vive en el mundo natural y sé encuentra obligado a tomar una posición frente a éste mundo.
Pero el misterio del hombre está en el hecho de que no es solamente un ser natural y no puede ser explicado a partir de la naturaleza. El hombre es, de igual
modo, una persona; es decir, un ser espiritual, que lleva en sí la imagen de lo divino. Por esto, la situación del hombre en el seno del mundo natural es trágica. El hombre no es solamente uno de los objetos de este mundo; es, ante todo, un sujeto que no puede ser deducido del objeto. Al mismo tiempo, la actitud del hombre frente al cosmos, está impuesta por el hecho de que él mismo constituye un microcosmos, de que contiene en sí mismo el cosmos, como contiene en sí la historia. El hombre no puede ser simplemente una parte de cualquier cosa, él es un todo. Por exigencia del principio espiritual que lleva en sí, el hombre no está sometido a la naturaleza; es independiente, aunque las fuerzas naturales puedan matarle. Si el hombre fuera únicamente un ser natural y limitado, su muerte no tendría nada de trágica, solo es trágica la muerte de un ser inmortal que aspira al infinito.

Solamente desde el exterior, en tanto que objeto, el hombre es parte de la naturaleza; en el interior, en tanto que espíritu, contiene la naturaleza. También hay aquí un dualismo en las relaciones del hombre con el cosmos: el hombre es, al mismo tiempo, esclavo y rey de la naturaleza. La situación central del hombre en el seno de la naturaleza no está por completo determinada astronómicamente y no se encuentra de ningún modo modificada, después de Copérnico. Esta situación no depende en absoluto de lo que descubren las ciencias naturales. Está determinada por el espíritu. Por consecuencia, el problema fundamental es el del espíritu y la naturaleza, el de la libertad y la necesidad.

Pueden distinguirse, en las relaciones de hombre con el cosmos, cuatro fases diferentes: 1) El hombre está inmerso en la vida cósmica; está en dependencia frente a los objetos; la persona humana no está todavía liberada, el hombre no procura aún dominar la naturaleza; sus relaciones con la naturaleza son dé orden mágico y mitológico (formas primitivas del pastoreo y de la agricultura, esclavitud). 2) Liberación de la acción de las fuerzas cósmicas, de los espíritus y demonios de la naturaleza; lucha con ayuda de la ascesis y no de la técnica (formas elementales de economía, servidumbre). 3) Mecanización de la naturaleza, dominio científico y técnico de la naturaleza, desarrollo de la industria bajo sus formas capitalistas, liberación del trabajo, seguido de su enajenación, debido al hecho de la explotación de los instrumentos de producción y a la necesidad de vender el trabajo a fin de percibir-un salario. 4) Desagregación del orden cósmico por el descubrimiento de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño; sustitución de la realidad orgánica por una realidad organizada por intermedio de la ciencia y de la técnica; excesivo acrecimiento del poder del hombre sobre la naturaleza y servidumbre del hombre a sus propios descubrimientos.

Estas distinciones, en lo que concierne a las relaciones del hombre con la naturaleza, son del orden de la tipología y no de la cronología, aunque la sucesión del tiempo haya tenido su importancia. Pero hoy, que nos encontramos dentro del campo de la técnica, existen todavía otros temas angustiosos. Si antiguamente el hombre tenía miedo a los demonios dé la naturaleza y fué liberado por Cristo de esa demonolatría, hoy teme al mecanismo universal de la naturaleza. El poder de la técnica es la última metamorfosis del reino del César. Esta metamorfosis no exige las sacramentaciones que el reino del César exigía en el pasado. Se trata del último estadio de la secularización, de la descomposición del centro y de la formación de esferas separadas y autónomas, una de las cuales pretende un reconocimiento total. El hombre se encuentra bajo la influencia de una de las esferas autónomas.

Pero aún puede imaginarse una quinta fase de las relaciones del hombre con la naturaleza. En el curso de esa quinta fase veríamos una conquista más avanzada aún de las fuerzas de la naturaleza por el hombre, la liberación real del trabajo y del trabajador, la sumisión de la técnica al espíritu. Pero esto presupone un movimiento espiritual en el mundo, movimiento que debe ser obra de la libertad.

Más de una vez he tenido la ocasión de escribir que la pujanza inaudita de la técnica ha revolucionado toda la vida humana. La crisis por que atraviesa el hombre está ligada al hecho de que la organización psíquica y física del hombre no corresponde al estado actual de la técnica. El alma y el cuerpo del hombre tomaron forma cuando la vida humana concordaba aún con el ritmo de la naturaleza, cuando el hombre se percataba aún de la existencia de un orden cósmico, cuando estaba aún ligado a la madre tierra. La dominación de la técnica significa el fin de la época telúrica. El medio orgánico natural del hombre—la tierra, las plantas, los animales, etc.—puede ser destruido por la técnica. Y entonces, ¿qué ocurrirá?

Una técnica elemental ha existido en los tiempos prehistóricos. La irrupción revolucionaria de la máquina, que ha determinado el desarrollo de la industria capitalista, parte de finales del siglo XVIII. Pero es en nuestra época cuando la técnica ha adquirido un poder determinante sobre el hombre y las sociedades humanas y cuando ha nacido el tipo de la civilización técnica. Esto todavía no podía decirse del siglo xrx, que fue complejo y contradictorio, pero que conserva el antiguo tipo de cultura. En la actualidad, el orden cósmico en el que creían los hombres del siglo XIX, materialistas o simplemente positivistas, se halló debilitado. La posición del hombre frente a las fuerzas cósmicas es absolutamente nueva. El cosmos, en el sentido griego, antiguo, de este vocablo; el cosmos de Aristóteles, de Tomás de Aquino, de Dante, no existe ya. La naturaleza no es ya un orden jerárquico establecido por Dios, del que pueda estarse seguro.

Esta transformación ha comenzado en Copérnico. Ya Pascal experimentaba terror ante lo infinito del espacio y sentía con intensidad que el hombre está como perdido en este mundo infinito, extraño y frío. El espanto provocado por el descubrimiento del mundo de lo infinitamente pequeño no debía ser menos grande. La ciencia penetra en la estructura interior de la naturaleza, en las profundidades de la materia. Desde este punto de vista, los trabajos respecto a la desintegración del átomo tienen una enorme importancia. Han llevado a la invención de la bomba atómica, haciendo surgir la amenaza de catástrofes sin precedentes. Esto asusta a los sabios, que no se sienten libres en sus laboratorios. La desintegración de la materia libera una inmensa energía. Puede decirse que la materia vinculaba y encadenaba la energía. De esta manera, el orden cósmico se encontraba estabilizado. Hoy día, los sabios deciarán que los descubrimientos científicos pueden, por sus consecuencias técnicas, hacer estallar el orden cósmico, provocar catástrofes cósmicas. La guerra ha cesado de ser un fenómeno localizado, interesando solo a las naciones y a los Estados; es ya un fenómeno cósmico o, mejor dicho, anticósmico.

El descubrimiento del principio de relatividad ha Contribuido enormemente, por su parte, al cambio de punto de vista sobre el orden cósmico. Es también el final del optimismo evolucionista del siglo XIX, que afirmaba que en el mundo natural todo tiende a mejorar. Las teorías evolucionistas habían sido elaboradas sobre la base de las ciencias biológicas, y su horizonte era limitado. Hoy en día, son la física y la química las que han adquirido una importancia decisiva, y ese horizonte se ha extendido a las dimensiones del cosmos, en este momento precisamente en que el cosmos está casi en vías de destrucción. Las relaciones con la naturaleza están determinadas exclusivamente por la praxis, e infinitas posibilidades se abren ante esta última. Esto lo mismo puede suscitar un estado de ánimo optimista que un estado de ánimo pesimista.

Una nueva realidad aparece tan diferente de la realidad natural inorgánica, como de la realidad na-, tural orgánica. Esta nueva realidad es una realidad organizada. El hombre no tiene más que hacer en cuanto a la naturaleza creada por Dios, pero sí en, cuanto a la nueva realidad creada por el hombre y por la civilización, la realidad de la máquina y de la técnica las cuales no existen en. el mundo , natural. La máquina ha sido creada con ayuda de elementos materiales que vienen de la antigua naturaleza; pero a esos elementos se añade algo completamente nuevo algo que no forma parte de la naturaleza y no pertenece al antiguo orden cósmico. El hombre no ha considerado al pronto cuáles pueden ser, las consecuencias de este estado de cosas. En verdad, la máquina y la técnica tienen una importancia cosmogónica. Representan un nuevo día de la creación, o una nueva noche. Más bien una noche, porque el sol podría obscurecerse.

Pero el papel dé la técnica es doble : lo mismo puéde tener un sentido positiva que un sentido negativo.

La negación romántica dé la técnica es impulsiva y reaccionaba. Es necesario no rehusar los descubrimientos científicos de la técnica, sino dominarlos espiritualmente.

Uno de los corolarios fatales de la técnica sometida exclusivamente a su propia ley, la cual conduce a las guerras técnicas, es el reforzamiento desmesurado del estatismo. El Estado se hace todo-poderoso, cada vez más totalitario, y no solamente en los países de regímenes totalitarios; el Estado no quiere admitir ningún límite a su autoridad y considera al hombre exclusivamente como un medio y un instrumento.

El poder de la técnica tiene aún otra consecuencia, que entraña grandes dificultadas para él hombre, porque el alma humana no está suficientemente adaptada a ella. Asistimos a una terrible aceleración del tiempo, que el hombre no llega a alcanzar. Ningún instante tiene valor por sí mismo y no representa más que un medio para el instante siguiente. Una increíble actividad se exige del hombre, actividad que no le permite ninguna reflexión sobre sí mismo. Sin embargo, estos minutos activos hacen pasivo al hombre. Se transforma en un simple medio fuera del proceso humano, una simple función del proceso de producción. La actividad del espíritu humano se halla debilitada. El hombre está valuado desde un punto de vista utilitario, sobre la base de su rendimiento. Esto representa una enajenación de la naturaleza humana y una destrucción del hombre. Es por lo que, con razón, ha hablado Marx de enajenación de la naturaleza humana en el régimen capitalista. Pero está enajenación subiste bajo el régimen por el que quiere reemplazar el régimen capitalista ert vías de descomposición.

Es también en la época técnica cuando asistimos a la entrada activa de enormes masas humanas en la historia. Y esto se realiza precisamente en él momento en que estas masas—que no es preciso identificar cop las clases laboriosas—han perdido sus creencias religiosas. Todo esto determina una crisis profunda en el hombre y en la civilización humana. ¿Cuál es la causa esencial de esta crisis?
Desde el final de la Edad Medía, el hombre se ha encontrado comprometido en la senda de la autonomía de diferentes esferas de su actividad creadora. En el curso de los llamados tiempos modernos—que han cesado desde hace mucho tiempo de ser modernos y se han vuelto antiguos—todas las esferas de la cultura y de la vida social comenzaron a afirmarse y a desarrollarse exclusivamente según sus propias leyes, no ordenándose en torno a ningún centro espiritual. Las fuerzas creadores del hombre, trabadas en la Edad Media, han podido, de este modo, dilatarse. La política, la economía, la ciencia, la técnica, la idea nacional, etc., no quieren reconocer ninguna ley moral, ningún principio espiritual por encima de su propia esfera de acción. El maquiavelismo en política, el capitalismo en economía, el cientifismo en el campo de la ciencia, el nacionalismo en la vida de los pueblos, la empresa absoluta de la industria en el hombre, todo esto es la consecuencia de las autonomías en cuestión.
Pero hay en el destino del hombre europeo mía contradicción fundamental: la autonomía de las diferentes esferas de su actividad no es la autonomía del hombre mismo en tanto que ser integral. Cada vez más, el hombre ha llegado a ser esclavo de las esferas autónomas; estas no están sometidas al espíritu humano. Sintiendo cada vez más intensamente la pérdida de su integridad, el hombre trata de protegerse del hundimiento que le amenaza, de la destrucción de la imagen humana. De una parte, el hombre europeo va hacia un neo-humanismo; de otra, quiere encontrar la integridad en un sistema totalitario de organización de la vida entera. El problema del totalitarismos es más complejo de lo que se piensa habitualmente. El totalitarismo es una tragedia religiosa; es una manifestación del instinto religioso del hombre, de su necesidad de una actitud integral frente a la vida. Pero a consecuencia de la autonomía de las diferentes esferas de la actividad humana, de la desaparición del centro espiritual, es lo parcial, lo fragmentario, lo que aspira a la totalidad, a la integridad. La ciencia, la política, han comenzado desde hace mucho tiempo a tener tales pretensiones. En nuestra época, la economía, la técnica, la guerra se hacen totalitarias también. Por su relación con esas esferas, la ciencia pretende un carácter utilitario. El marxismo se esfuerza en restablecer la integridad del hombre; rechaza la enajenación de la naturaleza humana, intervenida en la época del capitalismo. Pero quiere re-crear al hombre integral partiendo de una esfera fragmentaria, autónoma: la de la economía. Está sometido al economismo de la época capitalista. También el totalitarismo marxista es un falso totalitarismo, que no libera al hombre, sino que le avasalla. En su profundidad, el hombre no es un ser esencialmente económico.
Pero las pretensiones totalitarias que tienen mayor importancia son las de la técnica. La técnica no quiere reconocer ningún principio por encima de ella. Está obligada a contar únicamente con el Estado, cuyo papel es igualmente totalitario. El desarrollo extraordinario de la técnica, en tanto que esfera autónoma, conduce al fenómeno esencial de nuestra época: el paso de la vida orgánica a la vida organizada. Eñ la época técnica, la vida de las vastas masas humanas, que exigen la solución del problema del pan cotidiano, debe ser organizada y regulada. El hombre ha sido arrancado de la naturaleza, en el sentido antiguo de este término, y situado en un mundo social cerrado, como el que vemos en el marxismo. Y, paralelamente, el hombre adquiere un sentido planetario, más marcado cada vez de la tierra. La vida del hombre está colocada en las contradicciones: El hombre se encuentra en estado de desequilibrio. El poder autónomo de la técnica es la expresión extrema del reino del César, un aspecto nuevo de este reino, que no se parece a los del pasado. El dualismo del reino del Espíritu y del reino del César toma una forma cada vez más aguda. El reino del César rechaza el reconocimiento de las esferas neutras; su concepción es monista.

Nuestra época está caracterizada por la unión de lo racional y de lo irracional. Esto puede parecer contradictorio, pero de hecho la cosa es comprensible. Las fuerzas irracionales estallan, y el hombre se anega en el caos que de ello resulta. Se esfuerza en salvarse por la racionalización. Pero la racionalización no es más que el reverso de lo irracional. La situación del hombre en el mundo se hace absurda, vacía de sentido. El hombre está situado en el no-sentido de la vida, pero rehuye el reconocimiento del único sentido que podría oponerse a ese no-sentido. El mundo llega a unas tinieblas racionalizadas. La racionalización misma de la vida puede ser irracional. Esta racionalización interviene precisamente en el momento en que la fe en la razón está vacilando. Por esto, todos los procesos de la vida se hacen contradictorios. La dominación de la técnica racionalizada hace absurda la situación del hombre en el mundo. Esta situación del hombre, su proyección en el mundo del absurdo, se refleja en la filosofía de Heidegger, en las novelas de Kafka. El problema del hombre y la exigencia de una nueva antropología religiosa y filosófica se hallan establecidos con una agudeza nueva.
La tecnificación de la vida es al mismo tiempo su deshumanización. El antiguo humanismo se muestra impotente ante la pujanza del progreso técnico, ante la conciencia creciente de lo absurdo de la vida. Solo los marxistas quieren permanecer optimistas, creen en el carácter bienhechor dé la técnica relacionando la conciencia del absurdo de la vida exclusivamente con las clases burguesas destinadas a la muerte, y de ello extraen el triunfo inevitable del proletariado. Este punto de vista no reconoce en el hombre más que un ser social en quien la clase es lo que piensa y crea. El optimismo marxista no sitúa en su profundidad, ni el problema de las relaciones del hombre con el cosmos, ni el de la vida interior del hombre, la cual es simplemente negada. He hablado ya más de una vez dél carácter dualista del humanismo y de su dialéctica interna, que conduce a la negación del hombre.

Pero la tendencia a la negación dé la técnica es absurda. Se trata, no de negar la técnica, sino de someterla al espíritu. En su destino histórico, el hombre no solamente pasa por unas transformaciones radicales de la vida social, destinadas a crear una nueva estructura de la sociedad, sino también por unas modificaciones radicales de actitud ante la vida cósmica.
Se olvida demasiado frecuentemente que la vida social de los hombres está ligada a la vida cósmica y que no es posible llegar a una sociedad perfecta independientemente de la vida cósmica y de la acción de las fuerzas cósmicas. Los fundamentos del marxismo quedan circunscritos al mundo social. El desarrollo de la técnica y su poder sobre la vida humana ee encuentran en relación directa con el tema del hombre y del cosmos. Ya hemos dicho que el desarrollo moral y espiritual no corresponde al progreso técnico y que esta es la causa fundamental del desequilibrio del hombre. Solo vinculando el movimiento social al movimiento espiritual puede el hombre salir de un estado en el que se encuentra desgarrado y como perdido. Nada más que por el principio espiritual, es decir, por su vínculo con Dios, el hombre se hace independiente lo mismo de la necesidad natural que del poder dé la técnica. Pero el desarrollo de la espiritualidad en el hombre debe llevarle, no a desviarse de la naturaleza y de la técnica, sino a dominarlas. En realidad, el problema que se presenta para el hombre es más complejo todavía. No puede existir comunión con una naturaleza mecanizada. Una comunión del hombre con la vida de la naturaleza, como existía en otro tiempo, no es posible más que por una aproximación espiritual; no puede ser simplemente orgánica, en el antiguo sentido de esta palabra. Sin embargo, existe un problema aún más agudo: el de las relaciones del hombre con la sociedad.

 

 
 
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