Tu verdadero amigo imaginario: ¿Qué es la percepción consensual y cómo puedes escapar de ella?
por Jasun Horsley
Generalmente suponemos que la percepción determina lo que concordamos es lo real y lo que luego comunicamos; Jasun Horsley, sin embargo, argumenta que el lenguaje y el consenso determinan, a priori, lo que nos permitimos percibir
I
Empecemos con tres conceptos: consenso, percepción, lenguaje.
1. Consenso: un acuerdo general de algo. Una idea u opinión compartida por las personas de un grupo.
2. Percepción: la conciencia de los elementos del medio ambiente a través de sensaciones físicas (esta fue la tercera definición que encontré en línea: curiosamente, la primera fue: “la manera en que piensas o entiendes a alguien o algo”. Recuerden esto; me referiré a ello más adelante).
3. Lenguaje: el sistema de palabras o signos que las personas utilizan para expresar pensamientos o sentimientos.
El acuerdo general es que la percepción da forma tanto al lenguaje como al consenso, es decir, lo que percibimos dicta los términos de la comunicación y lo que podemos acordar.
Yo estoy en el espectro de autismo, lo cual significa que soy una anomalía perceptual que rara vez está de acuerdo con otras personas en términos de lo que es perceptivamente real. Yo no puedo estar de acuerdo con lo que está descrito arriba. Desde mi punto de vista, es exactamente lo opuesto: el lenguaje y el consenso determinan lo que (nos permitimos) percibir. Probablemente debería ampliar la idea del “lenguaje”, pero para incluir el espectro completo de valores y significados aprendidos.
Ya desde el principio me enfrento con una regresión infinita de problemas: Cómo utilizar el lenguaje para demostrar que el lenguaje mismo nos impide que grokkemos ciertos conceptos, incluyendo la idea de que el lenguaje nos impide que grokkemos… y así ad infinitum.
La primera versión de este texto fue para el sitio web de un escritor mainstream. Estaba trazado sobre lo que creía que eran términos descriptivos claros; sin embargo, el escritor me dijo que “la mayoría de los lectores no pueden lidiar con muchos conceptos abstractos, necesitan imágenes concretas”. Esto me llevó a tener una pequeña epifanía. Desde el espectro autista, simplemente no entendía cómo muchos de los conceptos que describía podrían ser “abstractos” para otras personas, ya que para mí son bastante concretos (es decir, empíricamente reales).
Me di cuenta de que no puedes enseñarle a un pez qué es el agua. Tienes que llevarlo a tierra para que vea lo que no es. (¿Qué tal eso como imagen concreta?).
Hablar de cosas que las personas son incapaces de percibir porque no tienen el lenguaje —o el consenso— para pensar en ellas es como arrojar una sábana sobre un hombre invisible. No puedes ayudarlos a verlo, sólo puedes hacer que se percaten de que hay algo ahí (Imagen concreta número 2).
II
Imagina a un niño que desarrolla algún tipo de sensibilidad que sus padres no pueden percibir. ¿Qué hacen sus padres? Lo llaman un “amigo imaginario”. No quieren siquiera considerar la posibilidad de que algún tipo de fenómeno está interactuando con su hijo (qué miedo) y, mucho menos, que podría ser diagnosticado con esquizofrenia (todavía más miedo). Han acordado consensualmente usar la construcción del lenguaje “amigo imaginario”, basándose no en alguna percepción (no puedes percibirlo, pues es imaginario), sino solamente como un proceso de pensamiento. Pero si hicieras una encuesta entre padres preguntándoles el significado de “amigo imaginario”, recibirías muchas respuestas diferentes. El niño, por su parte, adopta el significado de “amigo imaginario” antes de entenderlo completamente. Literalmente, es incapaz de pensar fuera de los parámetros del lenguaje que se le ha dado, ya que el “pensamiento”, desde una perspectiva neurotípica adulta, está supeditado al lenguaje.
Esto es lo que a veces se conoce en inglés coloquial como “cluster fuck” (que en español se traduce más o menos como una “mega cagada”). Es probablemente también por esto que la percepción se define principalmente, según el diccionario Merriam-Webster, como un asunto de nuestra manera de pensar.
La amonestación antes mencionada —“la mayoría de los lectores necesitan imágenes más concretas”—, me pareció un poco irónica porque ya había descrito anteriormente, en el primer borrador de este texto, cómo algunos autistas “piensan en imágenes”. Quizá otros autistas piensan en colores, números (Daniel Tammet) o notas musicales. Yo pienso en palabras, pero mi pensamiento vira hacia lo que los neurotípicos pueden considerar construcciones altamente abstractas —lo que a mí me gusta llamar “argumentos para lo imposible”.
Es probable que mientras más se aleja una persona autista del pensamiento basado en el lenguaje, menos posibilidades tiene de que pueda verbalizar su experiencia. Muchos autistas no hablan y, entre quienes han aprendido un lenguaje oral, muchos parecen haberlo hecho sin internalizarlo (tomando el implante de lenguaje, o “virus de la palabra”, como lo llamaba William Burroughs) al mismo grado [1].
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Para hablar del ejemplo más concreto, Stephen Wiltshire es un pintor autista que tiene la habilidad de recrear paisajes urbanos completos a partir de su memoria después de verlos sólo una vez. Presumiblemente, Wiltshire no está pensando en lenguaje —o en percibir-como-pensar. Sus percepciones parecen haber entrado directamente en el cuerpo sin ser mediadas por el lenguaje y regresan a la consciencia de la misma manera —como si estuviera abriendo un archivo de un disco duro.
Así no funciona un cerebro neurotípico, y el consenso social perceptual en el que existimos generalmente no es conducente hacia formas de percepción tan alternas. Si el autismo conlleva una percepción más libre o “extra-consensual”, uno de los resultados es una capacidad disminuida para funcionar dentro del consenso —la inhabilidad de comunicarse verbalmente es un ejemplo evidente de esto. Como un autor autista, es posible que yo sea capaz de ir audazmente adonde ninguna mente lo ha hecho antes; pero cuando se trata de comunicar mi experiencia de manera en que “la mayoría de los lectores puedan lidiar con ella”, es completamente otro asunto.
Alejar a los peces del agua significa tirarse un clavado a la parte profunda del consenso. Ya que soy un autista que respira aire, la probabilidad de que me ahogue antes de que pueda lograr que alguien “lea mis señales” es alarmantemente alta. Sólo espero que esta imagen ilustre suficientemente la urgencia de mi argumento.
La percepción consensual no sólo impide formas alternas de percepción. Literalmente encarcela —y mata— a muchos perceptores extra-consensuales. Cuando escribo, en cierto sentido estoy escribiendo por mi vida.
III
La percepción consensual depende del acuerdo, no sólo para establecer qué es perceptiblemente real, sino también para ignorar, refutar o descartar cualquier cosa que desafíe el acuerdo. Cuando los padres le dicen al niño que la voluntad invisible con la que está interactuando es “imaginaria”, descartan la posibilidad de que un aspecto de la realidad esté interactuando con su hijo y que ellos sean incapaces de percibirlo. Es necesario que, eventualmente, el niño les siga la corriente con esta interpretación para evitar (lo que puede sentirse como) un conflicto que pone en riesgo su vida familiar.
A este proceso se le conoce como socialización —o, simplemente, “crecer”. Es la parte que, sospecho, muchos de nosotros sentimos que nunca logramos del todo bien.
¿Qué sucede si el compañero de juego del niño no era imaginario, sino que pertenecía a otro marco de referencia perceptual? Entonces la percepción ha sido reducida, a través del lenguaje, con el fin de caber dentro del marco perceptual consensual. Es una especie de asesinato imaginario.
¿Alguna vez has considerado que el único momento en el que preguntamos “¿Viste/oíste eso?” es cuando dudamos de la veracidad de nuestros sentidos? Generalmente no verificamos nuestra experiencia de la realidad con otros hasta que surge una anomalía, simplemente asumimos que todos percibimos las mismas cosas. Sólo descubrimos que no es así cuando ponemos en duda el acuerdo.
No importa lo que se pierda en la traducción de este texto (del inglés de Auticulture al español de Pijama Surf): no estás leyendo la misma pieza que yo escribí. Es imposible que lo hagas, jamás lo harás, a menos que logremos una transferencia de cerebro a cerebro. La razón por la cual esto es imposible es porque tu propio marco interno altera el texto a través del acto de leerlo. Aquí lo único que podemos acordar es que ningún acuerdo es posible.
Es una perogrullada en solitario decir que lo único que podemos llegar a saber con absoluta certeza son nuestras propias percepciones (esto, y el hecho de que estamos percibiendo). Si alguna vez has discutido con tu amante o con un amigo el color de un artículo de ropa —o cualquier otra cosa en la cual la subjetividad de la percepción se expone horriblemente en la palestra— sabes lo frustrante —y desesperante— que puede ser no encontrar la confirmación de la realidad de tus percepciones.
Supón que sí puedes ver el cielo a través de mis ojos y lo que puedes ver es lo que tú siempre has conocido como verde. Las palabras nos habrían engañado al hacernos pensar que había un consenso cuando, en realidad, es imposible. Al conciliar la realidad que sólo podemos percibir con nuestras propias percepciones, las palabras imponen la idea de un acuerdo.
El acuerdo del consenso se acerca más a un acuerdo para ignorar este hecho inescapable —la imposibilidad del consenso— y a actuar como si pudiéramos estar de acuerdo. El funcionamiento social depende de ello, así como lo hace la industria del cine. Se llama “la suspensión de la incredulidad” [2].
IV
Una docena de testigos proporcionan diferentes puntos de vista del mismo evento; en ocasiones radicalmente conflictivos entre sí. El oficial de la policía mueve la cabeza con frustración y los maldice a todos. Pero, ¿y si todos los testigos están reportando fielmente sus percepciones?
Rashomon de Kurosawa (1950) cuenta la misma historia desde diferentes puntos de vista: mientras que los principales elementos son consistentes, el significado general es drásticamente distinto cada vez —tan distinto como el héroe y el villano. El documental Room 237 (Rodney Ascher, 2012) yuxtapone las interpretaciones de The Shining de Stanley Kubrick de diferentes personas: cada una es completamente distinta a las otras. Si las descripciones estuvieran enfocadas exclusivamente en los aspectos subjetivos de la experiencia, podríamos incluso pensar que hablan de diferentes películas. ¿Acaso esto significa que hay una versión de The Shining para cada persona que la ve? ¿O significa que no hay ninguna película-artefacto, sólo la interfaz de la consciencia con algo que finalmente es incognoscible?
La narrativa es para los seres humanos lo que el agua para el pez: sin ella nos retorcemos y morimos. Es la manera en que hacemos que lo incognoscible parezca cognoscible y finalmente conocido. Si hablamos de o escuchamos la misma narrativa por suficiente tiempo, se convierte en lo único que podemos saber. Sin embargo, siempre está la oportunidad de escapar de la prisión de percepción consensual. Está en el hecho de que, cuando reformamos la narrativa para incorporar una anomalía recién descubierta —algún elemento disonante— tenemos la oportunidad de ver cómo siempre estamos creando narrativas a partir de data y cómo no hay narrativa más allá de lo que podemos crear. Nosotros somos los narradores de cada relato. Y no hay categorías que separen la ficción de la no-ficción.
La percepción consensual es un modelo auto-reafirmante de la realidad: lo que no se puede percibir no existe, y lo que acordamos que no existe, no se puede percibir.
Un ejemplo relevante es el uso común, exabrupto, del término “teorías de la conspiración”. El término se aplica a cualquier tipo de percepción —incluyendo las experiencias de primera mano—, es decir, algo que se ha acordado como real. Recientemente, por ejemplo, el Primer Ministro británico se refirió a las victimas autoidentificadas del abuso sexual sistematizado como “conspiracionistas”. Pero, como nos demuestra la explosión post-Jimmy Savile de los altísimos niveles de pedofilia y corrupción en la vida cotidiana —y a pesar de las negaciones de no-negación de los altos niveles— las teorías de conspiración de ayer son las noticias vespertinas de mañana.
La resistencia ciega a la narrativa cambiante es bastante natural. Introducir un elemento incongruente a la narrativa (como en la ficción transrealista) transforma la narrativa porque el nuevo elemento cambia todos los otros elementos al crear un nuevo contexto. A estas alturas, lo impensable se convierte en lo ineludible.
La alternativa a esto es ajustar la narrativa un poco (por ejemplo, hablar de “teorías de la conspiración”) para lidiar con las incongruencias, adaptándonos a alojarlas en vez de desechar por completo la narrativa. Esto último por definición es imposible, dada nuestra dependencia de la función narrativa. De manera similar, reconocer que las instituciones en las que dependemos para sobrevivir son corruptas hasta el tuétano es igualmente imposible —tan imposible como lo es para un niño ver que alguien que lo cuida es “malo”— porque, sin ese apoyo, estamos completamente desamparados. En vez de eso, hablamos de teorías de conspiración o, si sabemos demasiado para fingirlo, hablamos sobre reformas sociales. Nos concentramos en discutir maneras de salvar la canasta de todas esas manzanas podridas.
Esto implica olvidar todo lo que sabemos acerca de las manzanas, de las canastas y de la putrefacción —en otras palabras, otra forma, más avanzada, de negación.
V
Alejémonos de imágenes tan concretas, regresemos mejor al terreno seguro (o a las aguas) de lo abstracto.
Es a través de la implantación del lenguaje aprendido (socialización) que dejamos de percibir directamente mediante de nuestros sentidos y comenzamos a experimentar indirectamente, a través del sistema de interpretación (la narrativa) de la “mente”. La vida se vuelve una película en la cual ni siquiera somos un personaje sin diálogo; preferimos ser un miembro de la audiencia que paga por verla.
Sin embargo, la percepción es anterior al consenso (y a la sociedad), y la percepción continuará mucho tiempo después de que el consenso haya sido transformado o completamente destruido. Esto se debe a que las narrativas no están construidas con percepciones, sino con palabras, y son tanto no-lineales como multidireccionales.
Detente un momento y observa qué tanto estás percibiendo a través de tu cuerpo en este momento. Intenta construir una narrativa de ello. No es fácil, porque la percepción pura nos se presta a narrativas. Sólo el pensamiento basado en la interpretación de nuestra percepción se presta a ello.
La idea de que podemos confiar en nuestras percepciones nace de la suspensión de la incredulidad en la narrativa. De esto depende la existencia de una identidad social-funcional. Este es el verdadero amigo imaginario, la supuesta mente, el yo-ego.
La mente es una construcción basada en palabras. En un nivel pre-consciente (o por lo menos pre-verbal), hemos acordado que tiene la habilidad de interpretar correctamente la data perceptual y por lo tanto de experimentar la realidad objetiva —al contrario de la “realidad” delusiva, imaginaria, completamente subjetiva (cosa de niños). ¿Pero la tiene?
Esta creencia nace y se reafirma por nuestro apego al acuerdo colectivo que dicta que, para poder llevarnos bien, más nos vale pretender al menos que estamos de acuerdo con “qué es qué” y qué no. Esto se conoce como “pensamiento grupal”. En un nivel más primitivo se trata de la seguridad que ofrece el colectivo.
Entre nosotros razonamos que la narrativa dominante debe ser la correcta, ya que de otra manera no sería la dominante. Si tenemos que ignorar evidencia que demuestra lo contrario, lo haremos. Si nos apoyamos uno al otro en este engaño, se convierte en “sentido común”. Esa sábana que corre por la sala no prueba que existe una agencia invisible debajo de ella. En lo absoluto. Probablemente sea uno de los niños divirtiéndose. ¿No hay niños en casa? Bueno, entonces debe ser un animal. Instintivamente evitamos la incomodidad, sin siquiera tener que pensarlo. Requiere una decisión consciente cuestionar la narrativa, pero ninguna aceptarla. Así que dejamos de pensar en cualquier cosa que amenace la narrativa sin tener que tomar una decisión para hacerlo. “Simplemente sucede”. Acordamos posponer la incredulidad y luego acordamos olvidar que lo hemos hecho.
VI
Un consenso manufacturado depende de un consentimiento manufacturado.
La manera de escapar de la percepción consensual es simple. También es aparentemente imposible dentro de sus términos. Como sea, he aquí: Deja de dar consentimiento.
El sistema de interpretación/filtro perceptual que consideramos como “nosotros” —nuestra construcción del “yo de la identidad” basada en pensamiento— es ilusorio. Lejos de ser nuestro “amigo”, este compañero imaginario original es más como un adversario que alguna vez fue un aliado necesario. Se ha convertido en nuestro carcelero.
La opción de renunciar a esta ilusión y regresar al estado natural de la percepción pura siempre está presente. Lo único que requiere es todo: desplazar el enfoque lejos de los elementos de percepción (el mundo exterior y los valores que nos dictan qué es perceptualmente correcto), y enfocarnos en lo interior —en el acto de percibir en sí.
En pocas palabras —y aquí es donde la física cuántica hace una entrada estruendosa en el mundo de la psicología y de todo lo demás— o reconocemos que nuestra interpretación del “yo mental” es un narrador poco fiable dentro de una narrativa ficticia, o admitimos que todo lo que pensamos saber es incorrecto. De cualquier manera estamos flotando sobre un arroyo invisible sin un remo imaginario.
La percepción corporal pura significa que conocemos el color azulado del cielo por lo que es realmente. Quizá es algo objetivamente real, algo en lo que todos podemos estar de acuerdo, o quizá no lo es. Pero en todo caso no tendremos la oportunidad de hablar al respecto. Ni siquiera tendremos la oportunidad de pensar al respecto.
Todo lo que tendremos es la oportunidad de perdernos en el azul.
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[1] De acuerdo con la investigación de Joseph Chilton Pearce en Magical Child, el lenguaje verbal se instala en el cuerpo de un niño durante el proceso de aprendizaje. Pearce cita estudios que demuestran que “los supuestos movimientos azarosos se coordinan inmediatamente cuando se habla cerca de los niños”. Este y otros estudios subsecuentes revelaron que “cada niño tiene un repertorio completo e individual de los movimientos del cuerpo, los cuales están sincronizados con el habla: cada uno tenía una respuesta muscular específica para cada parte de los patrones del habla de su cultura”. En la adultez, agrega Pearce, “los movimientos se vuelven microkinéticos, discernibles sólo a través de la instrumentación, pero claramente detectables e invariantes. La única excepción que se encontró fue en niños autistas, quienes no demostraron dicho patrón del cuerpo-habla”. Esto sugiere una internalización de algo externo y podría ser evidencia directa de cómo el lenguaje se instala en la consciencia humana como pensamiento —un diálogo interno.
[2] Como regla general, haremos cualquier cosa para evitar la sensación de estar solos con nuestras percepciones. De hecho, nuestra supervivencia alguna vez dependió de un acuerdo: qué plantas eran comestibles, qué animales salvajes debíamos evitar, etc. En nuestra experiencia individual, aprendimos a estar de acuerdo con la versión de la realidad de nuestros padres para poder comunicar nuestras necesidades y asegurarnos de que se cumplan. Una vez más, la cuestión de lo que es “perceptualmente incorrecto” es más que filosófica. Es una realidad socio-política que afecta no sólo nuestras posibilidades de triunfar, sino también nuestras posibilidades de supervivencia.
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