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Laberintos

Herejías y herejes de nuestro tiempo


 

Últimas palabras sobre los últimos días

por Ibn Asad

Texto extraido del capítulo 3, Escatología Indoaria,
del libro EL HIJO DEL LEÓN, Síntesis de la Teoría Indoaria del Avatar de Ibn Asad

[…] Hablo en primera persona y en singular. Desde que comencé esta trilogía, hace ahora más de siete años, he visto diversas reacciones de diversas personas ante los problemas que en ella se plantean. Hay personas (muchas, en la actualidad) que se han abandonado a la desidia y al nihilismo, al “¿y qué importa?”, a limitarse avivir como lo hace un ser vivo del reino animal. Dios no existe (ateos) o yo no puedo saber si existe (agnósticos); son los que ya hace tiempo que han identificado la inercia biológica que permite que sigan respirando con algo que llaman “su vida”. Muchos están encadenados a las drogas, a conductas autodestructivas, a la promiscuidad, a la infidelidad personal, a profesiones ataúd: se aferran a diversas ideologías de agresión (políticas, económicas, sociales, u otras) y al contumaz “yo tengo razón” de una vida mal vivida frente a una Muerte que (hagamos lo que hagamos) siempre tendrá la razón y nos sacará ventaja.

De una forma diferente pero con consecuencias igual de desastrosas, están los que se abrazan al clavo ardiendo de tal o cual religión. Depositan todo su dolor en la fe a algo transcendente (a veces un difuso y desvitalizado “Jesús”, otras a una lapidaria y libremente interpretada “Palabra de Dios”) y sacrifican lo más valioso en ellos (su intelecto, su criterio, su razón) a cambio de un estupefaciente analgésico que facilita la tarea de los explotadores espirituales. Dejan de pensar porque duele. Dejan de cuestionarse porque les hace dudar. Dejan de plantearse las grandes preguntas humanas, porque un farsante les viene a vender respuestas presentadas como divinas y definitivas. Aunque estos explotados espirituales aparentan mejor aspecto que los ateos o los agnósticos, lo cierto es que muchos de ellos (los más integristas e hipócritas) se encuentran en la situación física, intelectual y espiritual más deplorable. Muchos cristianos se encuentran así, muchos musulmanes se encuentran así, muchos sectarios new-age que han hecho su fe de los extraterrestres o de cualquier fenomenología de lo anormal, se encuentran así. No sabía decir si es más devastadora la lobotomía socialcienticifista de los ateos y agnósticos, o la lobotomía religiosa de muchos creyentes (independientemente de lo que crean).

Pero no es mi intención descalificar a mis semejantes, ni criticarles destructivamente, ni hacer leña de un árbol caído que también es mi árbol, que también es mío. Al contrario: si hice (en algún escrito) o hago (aquí) una evaluación de sus vicios y errores es porque esas tendencias insalubres tenderán también a ser las mías, en la medida en la que me desvíe. Si observo las tendencias autodestructivas de los hombres, es porque yo soy un hombre con el deber y la necesidad de construir la vida a su lado. Por eso me interesa tanto el hombre, por doble y potente motivo: porque soy uno y porque estoy obligado a convivir con él.

En estas últimas palabras intentaré plasmar mi respuesta de acción en gerundio a todas las cuestiones que me han llegado a lo largo de estos años. A pesar de ser libros teóricos los que he escrito, las preguntas más habituales que recibo inspiradas en estas lecturas son del tipo: ¿Y qué hago? ¿Y de qué vivo? ¿Y a quién rezo? ¿Y en qué trabajo? ¿Y a quién creo? ¿Y contra quién lucho? ¿Y con qué o quién y contra qué o quién, actúo? Todos los lectores que se enfrentan a estas exposiciones teóricas (La Danza Final de Kali, La Rueda de los Cuatro Brazos, El Hijo del León), me replican preguntas prácticas. Y es comprensible que así sea; lo entiendo: el hombre moderno está harto de una teoría espiritual en divorcio absoluto con la realidad práctica. Es lógico y natural decir a estas alturas de la historia: “¡Basta de palabras! Ayúdame si puedes; cállate si no puedes”.

Por supuesto que nunca di a un lector o a un seguidor de mi trabajo, un comando, una orden, una directriz de lo que tiene que hacer. Ni si quiera en forma de consejo. Y tampoco se dará aquí. Pero quizás, si resulta de ayuda, sí que voy a dedicar estas últimas palabras para explicar lo que yo hago. Hablaré de lo que yo hago, de lo que yo ya estoy haciendo. Con toda humildad. No como el ejemplo que no soy. No como un modelo a seguir. No como un guru más de esta modernidad postrera en la que no hay otro mandamiento que el “Sálvese quien pueda”. Hablaré de mis respuestas personales (estrictamente personales y quizás intransferibles) a las preguntas más repetidas en los cientos de emails que he recibido interrogando algo resumible en estas tres cuestiones:

¿Qué hacer ante esta guerra total contra lo humano?

¿Cómo defenderse?

¿Quizás haya que atacar?

 

Estrategia bélica de la sencillez

Estas cuestiones no son filosóficas y abstractas, sino cuestiones militares concretas. Lo que exigen los lectores más audaces no es una filosofía sino una estrategia de guerra. Ante la enrevesada estructura de opresión de lo humano, evaluable en 2013, el ser humano no puede (ni tiene tiempo, ni capacidad, ni le iría a servir de nada) elaborar complejas respuestas filosóficas o tecnológicas. Resulta obvio como principio bélico esencial, que ante una compleja ofensiva del enemigo, la defensa tiene que ser lo más sencilla posible, que economice y focalice energía en una resistencia efectiva. Eso es lo que hago en mi vida y pongo en práctica: una estrategia bélica que debe de ser tan afilada, disciplinada e inteligente, como sencilla, directa y silenciosa.

Y con esa sencillez y dirección, escribiré estas palabras como testimonio y arenga para los que creen que aún podemos luchar como seres humanos libres y sanos. Yo también así lo creo. Y también creo que esa lucha vale la pena por sí misma. Hablaré en primera persona y en singular, exponiendo las ocho posturas (asanas) que he adoptado en mi vida como parte de la estrategia vital y bélica frente a la Guerra Total de Koli (tal y como se presentó en este libro). Asana no es, en primer lugar, una palabra del contexto del yoga, tal y como vulgarmente se piensa. Asana es un término militar, propio del kshatriya, del guerrero, que bien podría traducirse como “postura”, pero no sólo en el sentido de una forma que el cuerpo adopta, sino sobre todo, un posicionamiento para llevar a cabo una misión determinada. Estas son las ocho posturas que ejerzo en mi vida y a través de mi vida, como plan de guerra personal de lo que considero, según mi naturaleza, una hermosa y digna batalla.

 

Asana 1: La familia frente al colectivismo

Mi estrategia bélica frente al ataque anti-humano parte de un reconocimiento de lo que soy, de mis armas, mis escudos, mis limitaciones, mis potencialidades. Antes de empezar a luchar, me reconocí como lo que soy: un hombre. Saber quién uno es: Yo soy un hombre. ¿Y qué es un hombre? Esta tampoco es una pregunta filosófica de incierta y gaseosa respuesta. ¿Qué es un hombre? Pues la respuesta más sencilla, adecuada e inmediata que encontré es esta: un hombre es aquel al que le gustan las mujeres. A mí me gustan las mujeres (como a todos los hombres) y, de entre todas, conquisté a la que más me gusta y me casé con ella.

Ese es el primer posicionamiento que el hombre adopta frente a la agresión de lo humano. Si se quiere imponer el desamor como tiranía, lo natural es que lo primero que el ser humano busque sea hacer el amor, aquello que tanto falta en el enrarecido contexto moderno. Frente al colectivismo con el que se somete al individuo como un número más, el ser humano (el hombre que soy y la mujer que me gusta) se une en un proyecto de amor. Llamadlo matrimonio, llamadlo como queráis, pero si un hombre no está unido a una mujer, se encuentran ambos en un estadio parvulario completamente indefenso frente a la agresión del Imperio Global. Negarle el amor al hombre es el más devastador medio de tortura y control sobre él. Hasta los presidiarios de las peores cárceles tienen una amada que, si bien no pueden ver ni tocar, da sentido a su cautiverio. Sin embargo, en la prisión que se está haciendo del mundo, ya existen casos (muchísimos) de hombres y mujeres que han renunciado (o se les ha hecho renunciar por imposición sutil) al amor, a la pareja y a la familia. No son monjes budistas precisamente, ni célibes anacoretas: son cobardes emocionales más o menos hedonistas, más o menos inútiles, que dan la espalda a la unidad básica de convivencia y desarrollo del ser humano: la familia. Un hombre que ha decidido no tener mujer, que ha decido no formar familia, no casarse, zascandilear en una soltería de playboy alentada y sufragada por la sociedad de consumo y el individualismo epicúreo, es el peor de los desertores, aquel que huye del campo de batalla para volver al cuartel y comerse el rancho de los combatientes.

Mi primera postura estratégica contra la infrahumanidad, la más fundamental, es la unión amorosa de un hombre y de una mujer. Esta, como las siete restantes, está violentamente perseguida y censurada por el establishment político global: hoy se persigue a los heterosexuales, se ridiculiza a los hombres de familia, se dinamitan los cimientos del desarrollo social saludable con mil herramientas ya denunciadas a lo largo de esta trilogía (los feminismos, los machismos, las teorías sexuales, las políticas “de género”). Ante este contexto bélico, la familia no sólo es la unidad básica de nuestro desarrollo humano: se ha convertido en el baluarte de resistencia contra el ariete del desamor, del colectivismo tecnocrático, del “mundo feliz” de Koli. Cuando el Enemigo haya entrado en cada hogar, entonces y sólo entonces, habremos perdido la guerra.

 

Asana 2: Lo rural frente a la política

Después de casarme y unirme a mi mujer, enseguida comprobé que la dignidad vital era imposible en los contextos urbanos donde vive el 60% de la población mundial. Por cuestiones obvias y esenciales para la supervivencia: techo, alimentación, trabajo digno, salubridad, descanso… la ciudad es una adversidad para cualquier forma de vida humana. Todo en las ciudades está impuesto y controlado por un poder político que ya es global. No importa que estés en Valencia, Londres, Karachi o New York… vas a respirar el mismo aire contaminado, vas a vivir en los mismos apartamentos colmena, vas a comer el mismo grano transgénico, vas a trabajar para el mismo cártel bancario, vas a escuchar la misma música, leer los mismos libros, hablar la misma neolengua global… y todo bajo el control de una misma policía corrupta y bajo gobierno de una misma clase política.

Todo cambió para mí cuando medité en esta pregunta: ¿Cómo puedo librarme de esos “políticos” y de su “policía”? Me di cuenta de que esos políticos y su policía eran animales depredadores que tenían como hábitat la ciudad, la pólis, π?λις. Y que yo era otro animal depredado por ellos mientras estuviera en ese ecosistema impropio para el ser humano. La política no es otra cosa que la herramienta de control de la polis, de la ciudad, de lo urbano. Basta con salirse de esa ciudad, para salirse del dominio político. Basta con irse a lo rural, para convertirse automáticamente en un apolítico.

Por lo tanto, mi segunda postura (asana) frente al poder político fue dejar de pertenecerle, etimológica y espiritualmente, sí, pero no sólo: también domiciliar y geográficamente. Vivir en la aldea, hacerse “pagano” de pagus. Se trata de dejar de ser un “ciudadano”. Por supuesto que yo no he alcanzado el extremo deseado de poder vivir de espaldas a la ciudad en grado absoluto. Infelizmente tengo que ir a ciudades en ocasiones, en visitas estrictamente necesarias.

La vida en las ciudades cada día se va a hacer más insoportable, más incompatible con la humanidad y eso no va a convertir a los rurales en mejores y más dignos humanos. No: simplemente quiere decir que si una persona tiene alguna intención de vivir con un mínimo de dignidad, libertad y salud, descarte la Metrópolis como opción. Los que vivan en pequeñas comunidades rurales tendrán alguna posibilidad de supervivencia que merezca ser llamada humana. El resto… ya no.

 

Asana 3: La autogestión frente a la sociedad de consumo

Tras alejarme de la ciudad lo primero que experimenté fue una actualización interior del concepto de necesidad. Basta con situarse fuera de la sociedad de consumo global para evaluar hasta qué punto extremo hemos inventado necesidades de lo superfluo. Lo mejor y más efectivo para prescindir de algunas de esas cosas, es vivir en un lugar donde no hay esas cosas. Así de sencillo. En un área rural, las superficialidades escasean, no existe la oferta consumista de la ciudad, y la economía familiar se simplifica hasta dos puntos que se convierten en los verdaderos problemas a resolver: el alimento y la energía.

El hombre tiene que proveerse alimento. Aprendí a cultivar la tierra, y descubrí que la supervivencia del ser humano pasa por hacer una huerta de cada hogar. Aprendí también a criar animales. Aprendí las propiedades de las frutas y las hortalizas, e hice de ellas la base de nuestra alimentación doméstica. Elaboré un sencillo sistema de producción agrícola y avícola que garantiza el mero sustento familiar. Actualmente tan sólo en una pequeña comunidad rural se pueden obtener alimentos de calidad vetada en las grandes ciudades abastecidas por la megaproducción corporativista. En cuanto a la variedad de ese alimento, la orgánica economía de la comunidad asegura un abanico de posibilidades inexistente en los grandes supermercados urbanos. Las frutas, hortalizas, granos… que no puede producir un hombre, los provee su vecino, en un sistema de autogestión en donde el dinero, el préstamo y los bancos, prácticamente desaparecen por inútiles. La amistad y nuestra palabra se convierten en la moneda de cambio de una economía justa y sencilla, que favorece las relaciones interpersonales. Esto se extrapola a todas las necesidades, no sólo el alimento. Si necesitas madera o un mueble, jamás lo comprarás en Ikea, sino al carpintero del pueblo. Si necesitas una instalación eléctrica, se lo encargas a tu amigo electricista. Si necesitas una muda de un árbol frutal, pregúntaselo al jardinero más cercano, que seguro que sabe dónde hay uno. Una vez que se delimitan las auténticas necesidades del ser humano y su familia, la economía se simplifica por sí sola como un retroalimentado sistema de ayuda mutua comunitaria, en un principio formado por vecinos, más tarde formado por amigos.

Tras esta hermosa postura de buscar el autoabastecimiento del alimento, el hombre y la mujer se descubren como verdaderos trabajadores, no como asalariados. En el auténtico mundo rural no existe “el problema del paro”: se trabaja desde el alba hasta el crepúsculo, no persiguiendo un sueldo, una promoción, un incentivo, unas vacaciones… sino la satisfacción espiritual de la tarea integrada en el organismo de una naturaleza que provee lo que nuestro cuerpo necesita. Es esencial que el hombre moderno se posicione con respecto a su propio alimento y su producción: quien come de su trabajo, puede ser feliz, crecer, fortalecerse…; quien come lo que compra con sucio dinero en un supermercado químico, vivirá miserablemente, enfermará de manera crónica y morirá antes de tiempo de una forma no deseable.

Con respecto a la energía, la autogestión es bastante más compleja. Conozco gente que vive sin electricidad de una manera digna y plena. No la necesitan para desarrollarse como personas y como familias. No es mi caso: tengo electricidad y tengo que pagar una factura abusiva por el consumo mínimo que realizamos; bombillas, nevera, lavadora y este ordenador. Fuera de ese consumo básico de electricidad, poca energía más necesita una familia de cinco o seis miembros. Mi sistema de calefacción usa el mejor y más barato combustible: la leña. Mucha gente no se cree que aún hoy la leña sigue siendo la más efectiva y accesible calefacción que se puede encontrar, sobre todo cuando se toma conciencia de la cantidad de madera y papel que se derrocha y se tira a la basura en la sociedad de consumo. Quien no se lo crea yo se lo puedo demostrar: una familia no necesita pagar ninguna factura al monopolio del gas para calentarse en invierno. La sociedad de consumo produce tanta leña como basura, que con ella se podría calentar a todos los hogares sanos del mundo. Evidentemente, en algunas regiones del planeta, la calefacción doméstica es un problema que no se va a permitir solucionar de una manera tan sencilla. La mafia de la energía está interesada en que las familias pasen frío o que paguen un tributo por evitarlo.

Sobre el calentamiento del agua, también puede resultar problemático dependiendo de la latitud en la que se encuentre el lector. En mi caso, he obtenido un satisfactorio resultado a través de paneles de energía solar (de precio cada vez más accesible en Europa e India) para sistemas de calentamiento de agua (en duchas, fregaderos…). Me consta que en otros países esta solución no es viable.

En fin: resulta obvio que la autogestión de las comunidades humanas nunca será integral mientras se encuentren en esta dictadura postrera global. No conviene pecar de ingenuidad utópica: no es una lucha cómoda, no es fácil y cada vez el ZOG perseguirá con más violencia a los pequeños agricultores, a los pequeños ganaderos, a los pueblos y familias autosuficientes, a los que buscan alternativas 250 económicas dentro de pequeñas comunidades. Es así. Pero en 2013 conviene posicionarse al respecto: se puede hacer mucho rodeado de hombres y mujeres afines, conscientes de que las necesidades básicas del ser humano cada vez serán más difíciles de obtener sin entregar la propia vida en un sistema económico suicida perfeccionado con precisión por un relojero que tiene prisa. Si alguien me pregunta: “¿Qué hacer ante el NWO?” Yo respondo: “Pues hazte la comida, chaval.”

 

Asana 4: La generación frente a la tiranía de la productividad

En la sociedad global (el Mundo de Koli), existe una relación inversa entre el compromiso que el ciudadano adopta a favor de la productividad de una empresa, un país, una economía… y su capacidad para trabajar por la generación. En palabras más claras: hoy en día en la medida en la que un hombre o una mujer estén integrados en el mundo laboral y trabajen para obtener ciertos objetivos productivos, dejarán de tener hijos. Hagan una evaluación en su entorno de la veracidad de esta ecuación: éxito laboral de un hombre o una mujer = natalidad baja o inexistente, y crianza negligente (del hijo o de los dos hijos que pudieran haber tenido). No falla: compruébenlo. Las capacidades de un hombre o una mujer son raptadas por el sistema económico a través de la formación profesional-universitaria; no sólo las intelectuales o técnicas… también la capacidad de ser padre y madre. Si un hombre ha estudiado hasta los veintitantos (¡o treinta y algunos!) en una universidad, se verá en la supuesta “edad adulta” con un esclavista contrato laboral en una multinacional que lo proveerá de tecnología, vacaciones, coches, turismo… de todo, salvo de tiempo y fortaleza para ser padre. En el caso de la mujer, la situación es aún más dramática: se le exige la misma formación profesional, la misma devoción productivista, el mismo sacrificio en pro del mismo ideal moderno de “bienestar”… con el agravante de que al exigírsele los mismos ritmos que al hombre, se planta en esa presunta “edad adulta” en el ocaso de su vida fértil. Esa es la libertad de la mujer moderna: estudiar para el sistema, trabajar para el sistema, desvivirse para el sistema… y si le sobra un poquito de tiempo en su miserable vida, la empresa y el estado le permiten ser madre (una vez) con todos los obstáculos e impedimentos para una concepción, gestación y crianza saludables.

Pero esto no es lo peor: la diseñada erradicación de la generación humana se vuelca contra los individuos más capacitados, espiritual e intelectualmente. El sistema está interesado en apropiarse de los mejor dotados y de sus capacidades, de todo su tiempo, de todo su trabajo. Son los universitarios: el quilombo de los esclavos mejor capacitados, entrenados para optimizar una siempre creciente productividad económica, y entrenados también para formar familias disfuncionales o directamente vivir como singles. En prácticamente todos los países occidentales la tasa de soltería entre los universitarios es superior al 90%. Si a esto le añadimos el dato de que los casados y los que se van a casar, tienen un índice de divorcio superior al 50% y una tasa media de natalidad siempre negativa (inferior al 2,1), entonces comprobaremos que las nuevas generaciones se están formando a través del lumpen. A medida que descendemos en la clase social, el índice de natalidad por mujer crece. Y por parte de las autoridades del ZOG, se incentiva la natalidad entre los menos dotados con la misma violencia y efectividad con la que se obstaculiza la natalidad de los capacitados. Y esto se puede evaluar en todos los países de los cinco continentes: los que en teoría tenían capacidades intelectuales se vuelcan en el trabajo corporativista y tienden a no tener familias o a tenerlas de forma desestructurada (divorcios, hijos malcriados…), mientras que los más ineptos y perezosos se reproducen como conejos. En Europa ocurre esto, en América ocurre esto, en India ocurre esto… en todo el mundo ocurre esto: la chusma es quien ahora está haciendo crecer numéricamente al mundo. Y esa chusma nos gobernará en grado absoluto a corto plazo, treinta años, una generación. ¿Alguien se había dado cuenta?

Por eso mi cuarta postura de combate frente al Mundo de Koli es tener hijos y criarlos en la salud, la fortaleza y la conciencia. Mucha gente capaz e inteligente me viene con aquel chascarrillo mil veces repetido de “No quiero traer hijos a un mundo así…”, “No tener hijos es un acto de amor y compasión ante un mundo tan injusto, tan feo, tan miserable…”, “Hay demasiados niños en este mundo tan…” Precisamente lo que este mundo necesita es una generación de hombres y mujeres fuertes, capaces, amorosos. Este mundo tan feo y enfermo no necesita yermas mujeres de negocios ni inmaduros playboys vasectomizados… necesita niños hermosos y sanos. Fuertes. Guerreros. Audaces. Creativos. El crecimiento humano no se puede medir con los parámetros cuantitativos de una tasa de natalidad de esclavos, sino con la calidad de una joven generación de hombres y mujeres nobles.

Si quieres hacer daño a este sistema que te ha convertido en un número descartable, ten hijos y críalos en el amor, el vigor y la lucha. Si quieres combatir el Imperio del Odio, ama a tus hijos. Si quieres dar continuidad a la escasa belleza que resta, realiza el sacrificio de ser padre, de ser madre. El Nuevo Orden Mundial ve a los niños como un potencial rebaño de siervos bajo su control. Yo veo a los niños como un alegre ejército de artistas guerreros en formación para actuar a su debido tiempo con una efectividad imposible para los viejos. Son esos jóvenes los que superarán con un sencillo paso, las barreras que hoy parecen infranqueables.

 

Asana 5: La paternidad y la maternidad frente al adoctrinamiento educativo

Evidentemente la postura anterior se completa al asumir la responsabilidad de ser padre o madre. Pocos lo hacen hoy en día, aunque este dato no debería importar: basta con que esos pocos lo hagan bien. Generalmente los padres y las madres, delegan la educación en un sistema educativo que retiene a sus hijos en escuelas con un horario de estudio cada vez más amplio. Incluso se alimentan allí, porque ni el padre ni la madre saben cocinar y, aunque supieran, no tendrían tiempo para hacerlo. La escuela se convierte así en un albergue de cuidado de niños, un orfanato part-time. De esta manera, los padres pueden trabajar más y mejor… hasta el extremo de dejar de ser padres.

La escuela (mucho más, la “obligatoria”) es algo reciente y rabiosamente moderno. Proviene de la Revolución Industrial: en el momento en el que el pueblo tuvo que abandonar el campo y los oficios, para trabajar en la ciudad y la industria, se hizo necesario un centro de acogida de unos niños que se quedaron espiritualmente desamparados. Hasta ese momento, eran los padres quienes enseñaban, a través de la acción y el ejemplo, los valores, ideas y técnicas que configuran la formación espiritual y humana del niño. En el momento en el que el niño entró en la escuela, es el propio Estado -o su compinche, La Iglesiaquienes administran esa tarea que dejará de ser una formación espiritual. En ese instante, el niño será adoctrinado, adiestrado… al establishment le gusta decir “educado”. La educación es la tarea abandonada y delegada de un padre ante su hijo. “Niño, vete a la escuela que yo tengo que trabajar.” Ahí entra en acción un bando de profesores, pedagogos, psicopedagogos, teóricos de la educación, psicólogos, y demás profesionales de validez dudosa, que se ganarán la vida de la desidia paternal.

Esta quinta postura que propongo, quizás la más revolucionaria, es una concienciación de la paternidad y la maternidad. Si un padre y una madre son tal cosa, ningún niño necesita ninguna escuela. Da igual que sean “escuelas tradicionales”, “escuelas libres”, “escuelas oficiales”, “escuelas alternativas”… si un hogar dispone de todos los activos espirituales y humanos integrados en una comunidad saludable, ¿qué necesidad existe para que los niños vayan a lugares tan siniestros como en los que se han convertido las escuelas? El niño aprende del padre, el niño aprende de la madre, el niño aprende del abuelo, el niño aprende de la abuela, del hermano, del vecino, de los animales y plantas de su entorno, de los libros de la biblioteca de su comunidad, de su hogar. ¿Escuela? Por favor, si el lector discrepa con esto que se está diciendo, que realice una visita a cualquier escuela pública de la ciudad en la que viva (sea la que sea, no importa en qué país esté). Las escuelas son fábricas de debilidad, enfermedad e incultura. Mi propuesta es crear, entre los que tengan capacidad para ello, el hogar de los fuertes.

 

Asana 6: La fuerza frente al pacifismo

La “educación por la ciudadanía” que proponen las escuelas es la docilidad frente al abuso, la corrupción y la iniquidad que nos gobierna. A eso se reduce la “ética” que aparece en algunos sistemas educativos como una “asignatura” optativa de carga horaria marginal. El concepto de “libertad” en el Mundo de Koka y Vikoka no es otra cosa que aparentar ser lo que a uno le dé la gana de ser, siempre y cuando no se sea nada. Es decir: uno puede ser “de derechas”, “de izquierdas”, vestirse así o de otra manera, opinar negro u opinar blanco… pero que jamás la postura esencial de ese ser humano suponga un estorbo al sistema de control global. En definitiva, se busca un hombre sumiso que enmascare su debilidad como “pacifismo”.

Pues bien: yo no soy pacifista, ni crío a mis hijos para que lo sean. No sólo es que no soy pacifista, es que ni tan si quiera soy pacífico. No puedo serlo: no me lo permiten. Estoy en guerra y jamás dejaré de estarlo mientras suceda lo que sucede ante mis ojos. Si soy antimilitarista es exclusivamente por una cuestión pragmática y no ética. No podemos hacer frente con armas militares al poder centralizado. Ellos poseen las armas, las más sofisticadas, las más potentes… ellos las administran, las fabrican, las venden. Mi anti-belicismo convencional se basa en el puro pragmatismo de que el hombre desarmado de bien no podrá derrotar nunca a los profesionales robotizados de la guerra a través de las fuerzas armadas que ellos administran. Si no formo parte de ninguna milicia no es porque sea un buen chico, sea un ejemplar ciudadano, modelo y meritorio, sea una reencarnación de Gandhi… ¡no! Tan sólo es porque tengo conciencia de que resultaría inútil.

Ahora bien, este antimilitarismo pragmático no excluye trabajar activamente por el fortalecimiento individual, familiar y comunitario. Por ejemplo: dicen que “el saber no ocupa lugar”; yo he leído la Suma Teológica de Tomas de Aquino, como he leído Ecce Homo de Nietzsche o Discurso sobre el Método de Descartes… ¿Tres pérdidas de tiempos? Puede ser. Nada de eso y lo que haya podido aprender de esas lecturas, ocupa lugar. Y de la misma forma que un hombre aprende tantas cosas en la universidad (la mayoría inútiles, pero todas ellas sin volumen de peso en el conocimiento), no encuentro negativo que un hombre actual aprenda y sepa manejar un rifle de asalto. ¿Ocupa lugar ese conocimiento? Saber cargar y descargar un fusil, conocer técnicas de artes marciales, tener alguna noción en el manejo de la espada y armas cortas de fuego, ¿es más o menos inútil que calcular logaritmos neperianos, saber la capital de todos los países de la Unión Europea o conocer la función de las mitocondrias? Quizás y ojalá sean tan inútiles unos conocimientos como los otros… sin embargo, la realidad nos indica otra cosa.

Un hombre que reside en una gran ciudad, no importa que sea de Europa, América, África, Asia u Oceanía… vive en un lugar en donde el crimen organizado actúa en cooperación con el gobierno. No importa la ciudad en la que viva: hay tráfico de drogas internacional, hay trata de blancas, hay especulación ilegal inmobiliaria, hay corrupción política y policial. No importa en qué ciudad moderna se encuentre el lector: los gobernantes son delicuentes y quienes defienden a esos gobernantes son las “fuerzas de seguridad” que organizan y administran el crimen a favor del establecimiento y la perpetuación de dicho gobierno. Si un hombre de bien quiere hacer un hogar sano y fuerte en una de estas ciudades, se verá las caras con unas fuerzas que disponen de armas, que saben usarlas y que no tendrán reparo en usarlas si algo supone una mínima amenaza a sus intereses. Aquí hay otro motivo para abandonar la ciudad: mientras se viva en ella, ni tan si quiera se podrá ser pacífico, sino tan sólo cobarde y débil. Por eso yo propongo un posicionamiento activo, firme y concreto frente a esta desigualdad de armados contra desarmados. Por ejemplo, los soldados israelíes, norteamericanos y de la OTAN están instruidos en las técnicas de krav-magá (un entrenamiento militar basado en neutralizar al enemigo con golpes efectivos en puntos vitales y vulnerables como ojos, cuello, genitales…) Ante esto, ¿qué tiene el hombre de bien?, ¿limitarse a ser pacifista?, ¿poner una flor en el cañón del soldado entrenado para sacarte los ojos? Yo pienso que no: existe el Hatha-Yoga, existe el Kalaripayatu, existe el Jiu-jitsu, existe el Karate, existe la Capoeira, existe el Muay-thai, existe el Prodal… Existe la defensa personal, existe el fortalecimiento físico, existe la posibilidad de una organización de autodefensa comunitaria… no hay nada de malo en que un hombre o un niño conozca algo de esto, como hay nada de malo en que conozca el nombre y el funcionamiento de las armas de las que dispone su enemigo. Si se insiste en vivir en una ciudad, esto resultará (ya resulta) elemental para la mera supervivencia.

 

Asana 7: La jerarquía espiritual frente a la anarquía social

Ante ese contexto indudablemente violento que es el mundo actual (el Mundo de Koli, Koka y Vikoka), muchos hombres se encuentran perdidos con respecto a la jerarquía de ellos mismos y del propio Universo. Se confunde la autoridad con el autoritarismo, el liderazgo con el totalitarismo, el orden con las órdenes que recibimos desde el Poder Global. Las naciones se caen, las patrias se venden, los pueblos se disuelven en una masa desencantada de parias consumidores. Así resulta comprensible que surja cierto aire anarquista, tanto en el ámbito personal ideológico del individuo como en el ámbito social que se hace llamar “opinión pública” por los catedráticos en neo-lengua. Se dice: “Los políticos son todos unos sinvergüenzas”, “el gobierno nos miente”, “el sistema electoral no nos representa”… y aunque todo eso sea cierto, me posiciono completamente en contra de cualquier anarquismo. Lo explico: que el poder político actual no se fundamente en ninguna jerarquía verdadera, eso no niega de forma alguna la validez de dicha jerarquía verdadera que, evidentemente no se refleja en ningún ámbito político, pero que sigue existiendo y sigue operando en otros dominios. Mi propuesta es abrir los ojos a esa jerarquía verdadera, una jerarquía, ni política, ni social, ni económica, ni racial… sino una jerarquía eminentemente espiritual.

Por ejemplo, cuando hace unos años, tras un prolongado entrenamiento dentro de una escuela tradicional y bajo la tutela de un maestro competente, mostré cierto conocimiento en Hatha-yoga, publiqué un librito sobre ciertas materias al respecto y algunos practicantes de Yoga me buscaron para ponerse en contacto conmigo. Algunos de ellos, al instante de conocerme, se sintieron profundamente decepcionados al comprobar que el autor de aquellos escritos y la proyección de lo que ellos consideraban un Guru, no hubiera cumplido ni los treinta años de edad. “¿Cómo era posible?”, interrogaban sus caras. “Yo busco a una autoridad anciana con barba blanca… y me encuentro con un chico con la mitad de años que yo.” Por supuesto que yo no iba a aceptar ser el Guru de nadie, mucho menos en el campo concreto del Yoga. Sin embargo, les expliqué que la realidad de los grupos iniciáticos dista mucho de los prejuicios e ideas establecidas sobre lo que es un Maestro o una Autoridad o los autotitulados “Profesores” de Yoga o de lo que sea. Dentro de los grupos iniciáticos, el individuo (no importa su edad) es tan sólo un eslabón entre la cadena que une la maestría con la transmisión de conocimiento. De hecho los “autores” (y en la medida en la que yo he escrito libros, soy uno) son tan sólo los escribas, los transmisores de unas fuerzas sutiles supraindividuales que no se dejan personificar en tal o cual figura. Su papel en el contexto iniciático es asaz modesto, completamente secundario, y de ahí que muchos de ellos sean jóvenes, porque basta que tengan conciencia de su limitado y humilde papel, para que desempeñen su labor iniciática con vigor, mucho mejor que un anciano demasiado apegado a lo él es, él sabe, él conoce y él quiere demostrar ser, saber y conocer. Hablo de este asunto desde dentro: existen las jerarquías; y el ser humano debe reconocerlas para saber cuál es su lugar en el Universo. Es posible que esas jerarquías no sean evidentes para el hombre hechizado por el caos social. Y es posible que esas jerarquías hace tiempo que se hayan retirado del dominio público y operen tan sólo de forma invisible. Y a pesar de todo, esa jerarquía existe. Yo propongo a todos los hombres que lean este libro que profundicen e investiguen sobre la naturaleza de esa verdadera jerarquía fuera del contexto académico, del internet, de la política, de las empresas… Hay una jerarquía espiritual que nos une como una cadena de eslabones unidos por un hilo, y no como una pirámide truncada. Todo lo que hay que hacer para acceder a la visión de esa verdadera jerarquía es postrarse ante todos los que nos precedieron, ante todos los que nos enseñaron, ante los auténticos Maestros a los que les debemos todo.

 

Asana 8: El Arte frente a la pasividad

Llegados a este punto final, en el que he planteado con toda humildad, de forma breve y concisa, cuál sería (y cuál es y cuál está siendo) mi postura ante estos últimos latidos nuestros como seres humanos, sólo resta sintetizar en una palabra mi plan de acción: ese plan de acción es el Arte. Debemos hacer Arte de nuestra familia, de nuestra casa, de nuestro alimento, de nuestros amados hijos, de nuestra lucha y combate. Se han resumido aquí cuáles son las necesidades básicas del ser humano que somos y soy: amor, alimento, hogar, abundancia, prosperidad, fuerza, vigor… todo son necesidades jerarquizadas sobre un espíritu que se expresa a través del Arte. El Arte no es un lujo ni un derecho, no es un don de una extraña raza llamada “artistas” ni es una despreciada asignatura en las escuelas. El Arte tampoco es una terapia para enfermos, ni un hobby para ociosos, ni un negocio para sinvergüenzas. El Arte es la expresión de nuestro espíritu, un espíritu bajo ataque de una fuerza infrahumana que no permite esa expresión.

Por ello la victoria (mi victoria, que será tuya, nuestra y de nuestros hijos) se fundamenta en una acción artística. No sólo la creación, sino también la destrucción. Creación artística y destrucción artística son sístole y diástole de nuestra alma, inspiración y espiración de nuestra ánima pulmonar, los dos tiempos en los que debemos sincopar nuestro poema vital. Arte, música, poesía… poder creativo y destructivo del ser humano que aún somos.

Esa es nuestra más poderosa arma, y no estoy hablando de un “arma cargada de futuro” como dijo algún triste poeta… estoy hablando de un arma descargándose en ráfaga, de forma continua, en tiempo presente, acribillando sin piedad el cuerpo de los desalmados, ametrallando el vacío espiritual de los computarizados, fusilando a los condenados a dejarse vivir por otros. Estoy hablando de un arma portada por niños fuertes, sonrientes y sanos. Se trata de un arma peligrosa, letal para aquel al que encañona, terrible para el rostro ya sin vida que aparece en el visor. Un arma que dispara una melodía ascendente, crescendo, a volumen superior al de cualquier ruido de motor, de televisión, de ordenador. Toda mi estrategia bélica frente al Enemigo que ya nos gobierna se resume en usar esa arma de forma indiscriminada, a quemarropa, en una masacre ritmada por el macabro tableteo de esta ametralladora de munición ilimitada.

Algún censor funcionario del Ministerio del Pensamiento Único extraerá el párrafo anterior para descontextualizarlo y poder encarcelarme por apología al terrorismo. Me interrogará en la celda: “¿Quién te crees que eres?”

Responderé: Nadie. Yo soy nadie. Y de ser alguien, sería tan sólo un músico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
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