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Carta abierta
de un varón a otro varón
Extracto del libro "La masculinidad tóxica"
de Sergio Sinay
"Querido congénere:
Esta carta no podía tener otro destinatario que no fueras
vos. Nadie podría entender mejor de qué hablo, qué
quiero decir. Querido congénere, vos y yo, varones ambos,
estamos en peligro de extinción. Así como nos mandaron
a vivir nuestras vidas de hombres, así como nos mandaron
relacionarnos con las mujeres, con nuestros hijos, con las cosas,
con los seres, con el mundo, así no va más.
Te quiero contar cosas que escucho, que siento, que pienso, que
vivo y que veo, cosas que nos involucran y que, quizás, no
ignoras y te preocupan tanto como a mí. Veo mujeres tristes,
desalentadas, resignadas a no encontrarse emocionalmente con nosotros,
a no contarnos como compañeros de vida, digo como verdaderos
compañeros de vida, como hombres dispuestos a explorar con
ellas los espacios desconocidos del afecto, a confiar en que nuestras
diferencias nos enriquecerán, dispuestos a mirarlas con cariño,
con ternura, con humor, además de con deseo. Veo mujeres
que no nos entienden ni se sienten entendidas por nosotros, mujeres
que han hecho hasta lo imposible por comunicarse (y debo decirte
querido congénere, que a menudo hacen de más, se ponen
demasiado ansiosas, sofocan, se adelantan a nuestros tiempos). Han
hecho hasta lo imposible guiadas por la mejor, la más amorosa
de las intenciones. Y hoy a muchas las veo y escucho resignadas
a convivir con hombres que siempre serán extraños
y lejanos o, directamente, a prescindir de ellos. Muchas mujeres
prefieren compartir su tiempo con otra u otras mujeres: reciben
más afecto, más comprensión, más compañía
(aunque le falte el tipo de compañía, comprensión
y afecto masculinos que tienen otra energía, otra vibración,
no opuesta sino complementaria). Hay mujeres a las cuales empezamos
(sólo empezamos) a resultarles prescindibles. Y si prescinden
de nosotros, ellas estarán sin hombres, pero los que estaremos
verdaderamente solos seremos nosotros, te lo aseguro. Nosotros,
los varones sabemos muy poco, o nada, de estar solos, salvo en las
trincheras o arriba de un ring. Y aún así, nos damos
el dudoso lujo de aislarnos.
Por las dudas, te lo aclaro: cuando digo que las mujeres acabarán
prefiriendo estar con mujeres, no hablo de sexo. Lo aclaro porque
sé que los varones sabemos poco de intimidad, simplificamos
y nos confundimos. Estarán juntas de un modo que nosotros
no sabemos estar entre nosotros. Espero que entiendas. Y si no,
hermano, espero que empieces a aprender a entender.
Veo y oigo, también, a muchos hijos desalentados. Ya no hacen
más esfuerzo por acercarse a sus padres, ya no esperan que
sus padres se acerquen a ellos, quiten el candado de la distancia
emocional, compartan sentimientos, sensaciones. Ya no esperan que
sus padres se interesen de verdad por lo que a ellos o ellas (hijo,
hija) les pasa, ya no aspiran a ser revalidados por la amorosa y
firme mirada paterna. No sé si te ocurre, no sé si
te ha tocado, pero he sido testigo u oyente de muchas palabras de
hijos desalentados. Dicen cosas como “A mi viejo no vale la
pena pedirle nada, nunca tiene tiempo, siempre está ocupado”.
O dicen: “Me hubiera gustado verlo en la entrega de diplomas,
me hubiese gustado que estuviera allí (y no en una reunión
o jugando al tenis o llevando el coche al taller) el día
que traje a mi novia por primera vez a casa”. O dicen: “Me
gustaría no sentir este silencio incómodo cuando nos
quedamos solos. Me gustaría que me mire a los ojos cuando
me habla. Me gustaría que no opine sobre todo lo que digo.
Me gustaría que me escuche sin juzgarme. Me gustaría
que alguna vez me prohíba algo y me lo explique, así
puedo aprender. Me gustaría que no me trate como a un amigo,
que no se haga el pendejo, que no me robe mi manera de hablar; necesito
sentir que es mayor que yo, que tiene otra experiencia, que sabe
cosas que no sé, que podré confiar en él si
me pierdo. Y así, con un padre pendejo, no puedo. Y paso
vergüenza ante mis amigos, porque encima no funciona como pendejo”.
Muchos de esos hijos, hermano varón, ya no buscan a sus papás,
se han resignado a perderlos emocionalmente o a tenerlos sólo
como proveedores. Y eligen como confidente a mamá. Ella,
que nunca fue varón, que no se siente como varón,
que carece de experiencia de varón, tiene que explicarles
desde qué hacer con una chica (¡yo tampoco lo creía
hasta que fui testigo varias veces!), hasta como enfrentar una situación
temida. Para esos hijos pronto seremos prescindibles. Ellos se quedarán,
funcionalmente, sin padre, les será doloroso pero seguirán
adelante con su vida, aprenderán a ser hombres de alguna
manera, acaso sean buenos hombres. Los que nos vamos a quedar de
veras solos somos nosotros.
No sé si te pasa, no sé si lo sientes, observo cada
vez más hombres que desconfían de otros hombres, que
los ven como enemigos, como obstáculos, o a lo sumo los ven
como instrumentos, como medios. “Este tipo me sirve o no me
sirve, lo tengo que cuidar o lo tengo que cagar”. Escucho
eso, lo escucho con una frecuencia que me alarma. Pasa en las empresas,
en la política, en la vida social, en los clubes, en las
agrupaciones profesionales. Veo cada vez más hombres enceguecidos
por la ambición, a los que no les importa qué precio
(moral, en salud, en dinero, o reputación) hay que pagar
para tener. Tener, ésa es la palabra, hermano varón.
Tener poder, mujeres, plata, casa, cosas (no importa qué
cosas: cosas). Cuando hay tan poca solidaridad, tan poca empatía,
tan poca camaradería entre los varones estamos mal, hermano
varón. Nos quedaremos solos, solos entre nosotros, solos
y en guardia, solos y enfermos.
Cada vez veo más hombres deprimidos, hombres que no duermen,
hombres que parecen pastilleros ambulantes (viagra, alopidol, alplax,
clorazepán, ansiolíticos, sedantes, antiácidos,
antiinflamatorios, analgésicos, farmacias que caminan), hombres
que desoyen todos los síntomas con que sus cuerpos les hablan,
hombres con dolores, con malestares físicos o emocionales
a los que prefieren no atender. Morimos antes de tiempo o llegamos
estropeados a nuestra vejez. Necesitamos, para nosotros y para otros,
llegar vivos a la hora de nuestro final, con capacidad para convertir
nuestras experiencias en sabiduría y para hacer de nuestra
sabiduría una herramienta al servicio de nuestros afectos
y nuestro mundo. Pero la gran mayoría de nosotros estamos
llegando vacíos, sin nada para transmitir, habiendo acumulado
vivencias como quien junta fotos, pero sin haberlas transformado
en algo trascendente.
Así no va más, hermano varón, querido congénere.
Con nuestra violencia, con nuestra ausencia de perdón, de
comprensión, de flexibilidad, estamos destruyendo el mundo.
Digo nosotros, digo los varones, no es un “nosotros”
abstracto. Digo los hombres (no digo “la humanidad”),
los que tenemos pito y voces gruesas y pelos en todas las partes
(a veces no en la cabeza). ¿Se entiende, muchacho? Digo que
los varones, con nuestro maldito mandato machista, ya hemos mucho
daño y ya nos hemos hecho mucho daño a nosotros. Así,
no va.
Seremos prescindibles para las mujeres. ¿Quien nos hizo creer
que estarán siempre a nuestros pies, muertas por nuestros
pitos? Seremos prescindibles para nuestros hijos. La paternidad
biológica es solo un dato, un accidente, hay que darle sentido,
llenarla de contenido. Prescindimos entre nosotros el uno del otro,
apenas nos usamos. Así no se construyen vínculos fraternales
y fecundos. Ya hay mujeres (narcisistas si querés, egoístas
si te parece, estoy de acuerdo) que nos usan de padrillos, a veces
sin que los sepamos, para tener hijos y librarse de tener maridos.
Ya hay fecundación in vitro. Y si la clonación avanza
(Dios no permita que esos locos omnipotentes lleguen a cumplir,
invocando a la ciencia, sus sueños demenciales) bastará
con una célula materna para crear un hijo. Y no seremos necesarios
ni como sementales. Será el ominoso final de un modelo que
nos hizo creer invulnerables, poderosos y ganadores. ¿Qué
ganábamos, querido congénere?
¿De veras no estás un poco harto de tener que demostrar
todo el tiempo que tenés huevos? ¿Qué quiere
decir tener huevos? No es algo que elegiste, no es algo que se logra
con esfuerzo, con aplicación, con creatividad. Terminémosla
con los huevos. La mayoría de nosotros (la penosa inmensa
mayoría) ni siquiera sabe qué función cumplen
los testículos en nuestro organismo.
¿De veras no estás harto de demostrar tu aguante,
de bancártela solo? También los burros tienen mucho
aguante. Y los bueyes. ¿Hay algo más por lo que destaques?
¿Algo propio, generado desde tu corazón?
¿De veras no estás harto de tener que demostrar a
las mujeres el largo y el grosor de tu pene, de tratar de batir
récords cuando estás con ellas? ¿No estás
harto de ir a la cama con pavor de que tu arma tenga la pólvora
mojada? ¿No estás harto de negarlo, lo vas a negar
ahora una vez más? Yo soy como vos, de manera que aquí
podés ahorrártelo. Y, de paso, ¿no te gustaría
saber un poco más acerca de cómo sienten sexualmente
las mujeres, de qué les gusta, de qué esperan de vos
antes de que empieces con tu exhibición y las dejes afuera?
¿No crees que podés llevarte alguna grata sorpresa
al averiguarlo? ¿O para vos no hay nada que aprender? ¿Dónde
aprendiste tanto? ¿Te lo enseñó tu papá,
o algún hombre mayor sabio, cariñoso, afectuoso y
comprensivo? ¿O lo aprendiste de oídas? ¿O
pagando a una mujer de la cual no recordás el rostro? ¿De
veras no estás harto?
¿De veras no estás harto de mirar de reojo el auto
del tipo del lado, y si es más nuevo o potente que el tuyo,
salir corriendo a cambiar tu coche para que no crean que sos pobre
o que tenés menos poder, o que la tenés más
corta?
¿De veras no estás harto de hablar sólo de
lo bien que te va, de callarte los dolores, las dudas, las vergüenzas,
las dudas? Digo, ¿no estás harto de aparentar, de
competir aún de palabra, de tapar, de disimular?
¿De veras no estás harto de tanto chiste machista,
de tanto infantilismo acumulado, de tanta simpleza intelectual,
de tanto desprecio por las mujeres, por los homosexuales, por los
que apuestan a otra vida y a otros vínculos sin que pierdan
por eso ni una gota de testosterona? ¿No estás harto,
eso quiero decir, de vivir con el culo apretado por el miedo, por
el pánico a lo diferente?
¿No estás harto de justificar guerras, matanzas y
destrucciones en nombre de la política? ¿No estás
harto de callar, por miedo a que te llamen tonto, ingenuo o maricón,
tu oposición a la muerte de quien sea, de un palestino, de
un libanés, de un judío, de un afgano, de un iraquí,
de un serbio, de un croata, de un ruso, de un indio, de un paquistaní,
de una mujer, de un chico (de miles y miles de chicos), no estás
harto de tu propio silencio e inacción?
¿No estás harto de tener sólo cuatro o cinco
temas de conversación (mujeres, política, fútbol,
economía, tecnología) temas seguros, donde nunca arriesgarás
nada personal, temas protegidos, temas que, a fuerza de ser los
único, te alejan de otros temas, de otra gente, del corazón
de otra gente (mujeres, hijos, amigos, nuevos seres a conocer) y
de tu propio corazón?
¿No estás harto de ser un eterno adolescente, alguien
que se niega a entrar en las etapas evolutivas de la vida, alguien
que se convierte, mientras pasan los años, en la patética
caricatura de un púber y que , por muy macho que se diga,
no tiene coraje (o huevos, como te gusta decir) para emprender la
aventura espiritual, emocional y cósmica de convertirse en
un hombre de verdad, un hombre de los que el mundo, y las mujeres,
y nuestros hijos, y los otros amigos, necesitan?
Si no estás harto, acaso cuando lo estés ya sea tarde,
ya estarás definitivamente solo, ya serás absoluta
e irreversiblemente prescindible. Si no estás harto, formás
parte de una especie en extinción. También los dinosaurios
lo eran, aunque no lo supieran, cuando parecían enormes y
poderosos. Formás parte de una especie en extinción
y no habrá una ONG que esté dispuesta a rescatarte.
Otras especies serán prioritarias. Especies que no depredan,
que no discriminan, que no asesinan masivamente entre sí,
que equilibran el universo.
Si estás harto, el momento de cambiar es ahora. No hay excusas,
no hay peros.
Así no va más. Me dirás que sí va, mire
quienes gobiernan los países, quienes están al frente
de las empresas, quienes rigen el deporte, quienes manejan las finanzas,
quienes son los economistas que ven números pero no personas,
quienes inventan cada día una guerra para seguir vendiendo
armas y robando petróleo mientras invocan causa inexistentes,
quienes mandan a morir a los hijos de los otros, quienes intoxican
a nuestros hijos con la comida chatarra, televisión chatarra,
juguetes chatarra, ideas chatarra, quienes nos hacen creer que moriremos
si no tenemos un auto, un plasma, una computadora de ultimísima
generación, que seremos poca cosa sin una zapatilla que hasta
marca nuestras pulsaciones, quienes manipulan nuestra salud desde
las corporaciones farmacéuticas. Miro y los veo. Son hombres
insalubres, inoculados e inoculadores de un paradigma tóxico.
Y son mayoría. Es cierto. Pero te repito. También
los dinosaurios parecían invulnerables, cuando, aunque ellos
no lo supieran, ya estaban en extinción. Y, de paso, pido
perdón a los dinosaurios por la comparación. Estos
hombres no son inocentes como eran ellos. Son imputables. A esta
altura de la historia, de las comunicaciones, de la sociología,
de la psicología, de la información y del conocimiento,
son imputables. No podrán decir que no sabían. En
todo caso que digan que les gustaba y les creeremos. No podrán
decir que cumplían mandatos. La civilización ha vivido
cosas que impiden aceptar esa excusa.
Por eso digo, hermano varón, que si estás harto sólo
te queda el camino de empezar a cambiar tus conductas. No tus palabras,
no basta con que cambies de discurso. Hay que transformar las acciones,
las actitudes, los hechos. Y también las palabras. Quedarte
en el discurso te hará imputable. El tiempo es ahora. El
lugar es tu casa, tu trabajo, el espacio que compartes con tu mujer
(o con las mujeres), con tus hijos, con otros hombres. Es aquí
y ahora, cada día en cada lugar. Ya. No te dejes engañar
por esa mayoría de hombres que ves. Los varones somos, con
el paradigma masculino hegemónico hoy vigente, una especie
en peligro de extinción. Y esos tipos son los responsables.
¿Querés ser como ellos? Yo no.
Me preguntarás desde dónde hablo, qué derechos
me arrogo. Cuál es mi púlpito. Me identifico. Soy
un varón de este mundo, de este tiempo. Un marido, un padre,
un profesional. Un hombre que ha vivido ya más de la mitad
de su vida y ha experimentado todos los mandatos del paradigma.
Que hace tiempo ya no quiere más de eso.
Soy un hombre harto de estos hombres. Un hombre que tiene con ellos
una cuestión personal, porque degradan mi sexo. Soy un hombre
al que le duelen los tiempos que vive. Un hombre que tiene la visión
de un mundo compasivo y fraternal, inclusivo, enriquecido por la
diversidad, fecundo. Un hombre harto que sospecha no ser el único
hombre harto.
Si también estás harto, nos encontraremos en el camino.
Hasta entonces, un abrazo fraterno.
Sergio Sinay
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