|
No creemos lo que vemos, sino que vemos lo que creemos
por Dr. Josep Mª Fericgla
Conferencia impartida dentro del ciclo
EL INSTANTE ENTERNO
Espai d’Art Contemporani de Castelló
Estudis de Cultura Contemporània
Impartida el 3 de marzo del 2001
Castellón (País Valencià)
EXTRAIDA DE : http://www.imaginaria.org/eterno.htm
Cuando tan
amablemente me invitaron a participar en este ciclo de temas de interés
contemporáneo, dedicado al instante eterno, de inmediato me vinieron a la
mente un puñado de conceptos, ideas y de recuerdos de mis propias
experiencias con ello. Es inevitable.
Lo primero
que me vino a la cabeza fue preparar una conferencia sobre "lo indecible",
lo no expresable, dado que en todas las culturas del mundo es la dimensión
más importante. Luego, mi pensamiento se dirigió hacia el silencio. La
eternidad, si existe, ha sido buscada por cada pueblo en el silencio.
Parece como si el propio sonido creara el tiempo. Y, de hecho, así es, y
se trata de una gran paradoja que queda muy clara en la música. No habría
música sin silencios. La música es un acto no un objeto. De ahí que, como
propone con tanta lucidez el etnomusicólogo Christopher Small, debiéramos
referirnos a ella en forma de verbo: el verbo musicar. La música
tal y como aparece en forma de sustantivo estático no existe, como tampoco
existe el silencio absoluto. Lo que existe es la acción de musicar y la de
silenciar. Para que haya música debe haber un tiempo, unos emisores -los
intérpretes y sus instrumentos-, un auditorio y un espacio físico donde
ejecutar el acto. El hecho de musicar implica construir algo que antes no
estaba y que tiene el fin en sí mismo, luego no queda nada. Musicar es
edificar una arquitectura invisible de sonidos sobre los silencios que se
desvanece en el mismo instante en que sucede, como una voluta de humo. Un
concierto es un algo vivo, es como enamorarse que "sucede", no está ahí
como objeto muerto, y la grabación de un evento musical es fijar el
recuerdo de un algo vivo que sucedió, como ver la foto de una enamorada
del pasado, pero carece de la vida del acto mismo. Con la eternidad, el
éxtasis místico y el ahora y aquí perennes ocurre lo mismo. No es nada y
es todo a la vez. Es un "construirlos en el mismo instante" con el mismo
acto de referirse a ello, pero, paradójicamente, al hablar de la eternidad
ya deja de ser, puesto que el propio sonido de la palabra la encapsula en
un tiempo y un espacio concretos.
El éxtasis
también es un algo inexpresable fuera de sí mismo, es una experiencia auto
remunerativa que no necesita una finalidad ulterior que la justifique. En
sí mismo y por sí mismo tiene sentido. En el estado de Nirvana no sucede
nada, no se hace nada. Cualquiera que lo conozca por experiencia -y esta
es la única forma de conocerlo- sabe que el éxtasis es solo observar;
mejor dicho, observarse a uno mismo en el universo, estando. La vida
laboralmente activa, con su ruido y exigencias, sería imposible en estado
de permanente iluminación. De la experiencia contemplativa más profunda y
silenciosa que nos conecta con lo eterno no debe esperarse nada, ni tan
solo poderlo compartir por medio de las palabras ¿Cómo expresar, pues,
aquello que sucede durante una experiencia extática que es, en sí mismo
inexpresable, solo experimentable? ¿Cómo dar una conferencia honesta sobre
ello?
Como les
comentaba, cuando recibí la invitación a dar esta conferencia, lo primero
que me vino a la mente fue el silencio. Descolgué el teléfono y me sumergí
en el muy relativo silencio de mi vida cotidiana para pensar en lo que
buenamente trataría de explicarles aquí hoy. Inmediatamente deseché la
idea de preparar una conferencia académica, por ejemplo explicando lo que
se entiende en diversas culturas por "eternidad", o un enfoque similar.
Estuve reflexionando en qué cosas podría aportarles a Uds. desde mi
condición de científico experto en estudios sobre la consciencia y la
cognición. Al fin decidí que, dado que el tema de lo espiritual, el
silencio y la eternidad es algo tan inefable, iba a tomarme la libertad de
hablarles desde mi propia experiencia subjetiva, de los estados de
catarsis y de éxtasis que he experimentado. Pero algo dentro mío me
sugirió que lo dejara para el final, que primero sería más interesante
realizar un repaso a lo que tal ámbito de la vida nos aporta desde nuestra
ventana cultural, desde nuestra forma específica de ser humanos. Así que
postergué pensar sobre mis experiencias y me pregunté: "en tanto que
miembro de mi sociedad ¿Qué me sugiere la idea de silencio, de éxtasis, de
instante eterno?" A partir de las respuestas a esta cuestión he hilado mi
conferencia, que espero les sirva del
algo. |
|
Voy a
empezar exponiendo a qué espacios conceptuales me encaminó mi propio
ensueño sobre la eternidad:
1) A lo
primero que me remitió tal reflexión fue a lo contrario de eternidad, tal
y como la concebimos los occidentales hoy. Mi pensamiento se dirigió al
instante fugaz. En latín "instante" significaba "tiempo presente", el
ahora más estricto. Y esta categoría, irremediablemente nos conduce
también al "aquí". El tiempo y el espacio son las dos coordenadas básicas
sobre las que se construye el mundo de los humanos. No hay por donde huir.
Nada humano puede hacerse fuera de un tiempo y un lugar concretos, y como
somos humanos... podemos jugar a imaginar otras dimensiones pero nuestro
ser transcurre a lo largo de unos 80 años de promedio y envuelto en los
paisajes que nos cobijan. Podemos acariciar la experiencia de eternidad o
de intemporalidad, pero estamos encarcelados en el aquí y ahora que fluye
constantemente. De hecho, todo lo demás es mitología o, dicho de una forma
más seria, son metáforas autopoyéticas. Para crecer, debemos
acostumbrarnos al hecho de que nada es estable y que la apariencia de
solidez es solo una mala fotografía en la que queremos creer para calmar
nuestra ansiedad de seres conscientes de sí mismos. El aquí y ahora
fluyendo es todo cuando existe, y precisamente por ello... justo aquí y
ahora está el instante eterno. El resto son solo recuerdos de un pasado
que nos ha atrapado, o palabras vacías referidas a algo que no existe, el
futuro. Pero como dice el famoso pensamiento zen: la vida es una
paradoja tremenda. La única realidad que existe es el aquí y ahora. El
pasado no debe preocuparnos porque ya no existe, pero el instante presente
es fruto del pasado. El futuro tampoco debe preocuparnos porque no existe,
pero de lo que se haga en este mismo instante depende el futuro, aunque
tampoco sabemos cual será. Lo único seguro respecto del futuro es que
la muerte nos está ahí esperando.
Cada vez que
yo acabo una frase -esta misma frase por ejemplo- acaban de morir miles de
personas, literalmente. Eran personas que no esperaban que esta fuera su
última respiración. Un ataque al corazón, una bala, un accidente de
tráfico, la última expiración de un anciano que sabía que le quedaba poco
tiempo pero desconocía el instante concreto de su óbito... algunos
centenares de personas acaban de morir de hambre en este mismo instante.
Muchas de ellas tampoco esperaban que éste fuera su último respiro, como
no lo pensamos Uds. ni yo ahora.
Tampoco los
inmigrantes ecuatorianos o magrebíes que ahora mismo están sufriendo
marginación, humillación y engaños imaginaron, hace tan solo un año, que
hoy dormirían en las calles de un país extraño esperando su turno para un
papel con unas palabras escritas por algún burócrata desconocido que
decidiera sobre su futuro.
El futuro es
algo extraño para todos, a pesar de que en nuestras sociedades creamos
poder manejar el tiempo y dominarlo por el camino de prever, organizar y
planificar cada evento de la vida individual y colectiva. Esta fue mi
primera reflexión al hilo del instante eterno.
2) La
segunda fue pensar en el instante eterno desde mi condición de hombre
occidental. Esta segunda excursión por el mundo invisible de las ideas me
remitió a mi trabajo como antropólogo. La antropología ha confirmado que
la forma específica de percibir -mejor dicho, de construir- el tiempo,
revela los factores fundamentales de cada sociedad y de su estilo
cultural. Cada pueblo percibe y crea el mundo por medio de sistemas
propios. No hay un mundo, sino que cada uno crea su mundo o, dicho de otra
manera, el mundo no es como es, sino como cada uno lo ve. Y cada ser
humano inevitablemente crea su propio mundo desde el marco cultural en que
se ha socializado. Esta ventana -la cultura desde la que cada uno se ha
convertido en ser humano- nos ha de permitir caminar por la vida de una
única manera, con lo que a la vez nos empuja a ser humanos pero no nos
deja ser otra manera.
Así por
ejemplo, en diversos pueblos de la alta Amazonía y de los Andes se hablan
algunos idiomas que carecen de formas verbales de pasado. Se trata de
pueblos de tradición oral, sin escritura. Para estos millones de seres
humanos está vivo lo que tienen enfrente o, máximo, latente en su memoria.
Lo otro está ya muerto. Lo olvidado no existe, desapareció. En este
sentido, se trata de pueblos que viven en un presente casi permanente y no
pueden referirse a su pasado con detalle porque carecen de términos para
hacerlo. Este simple hecho revela la existencia de un universo humano
completamente distinto al nuestro. El tiempo es otro, la vida es otra, la
eternidad, para ellos, está aquí mismo pero no hay categorías abstractas
para referirse a ella, se experimenta. Carecen de esta imagen nuestra de
un camino que empieza aquí y no tiene final, como sucede con la infinitud
de los números: yo puedo comenzar a contar desde el 1 en este mismo
instante y seguir contando para el resto de mis días y dejar esta
operación de herencia a mis sucesores para que sigan contando hasta la
eternidad o hasta el final de la especia humana. Para estos pueblos
amerindios esta operación es impensable, inimaginable, está fuera de su
territorio cognitivo. Nuestro tiempo y nuestra vida, en cambio, los
construimos así, sumando segundos, minutos, horas, días, meses y años,
linealmente. Nunca hay un espacio para detenerse en el aquí y ahora más
profundos. Para muchos pueblos de tradición oral lo extraño sería salir
del ahora y aquí radicales.
Otro ejemplo
que viene al caso es la cultura china. Nosotros expresamos la idea de
temporalidad por medio de los tiempos verbales. En el idioma chino
mandarín, el más generalizado de los muchos idiomas que hay en la China
actual, hay formas verbales intemporales, algo impensable para nosotros.
Estos verbos expresados sin tiempo permiten dar a los actos a los que se
refieren una forma inmensa, grandiosa, monumental; pueden pensar actos
colgados de la infinitud, con sentido eterno. Por ejemplo, son muchas de
las formas verbales usadas en el I Ching, el libro sagrado de la cultura
tradicional china y de ahí la extrema dificultad para traducirlo, ni tan
solo en forma de simples aproximaciones al sentido original. Nuestras
culturas apegadas a la tecnología material no nos permiten ni pensar en
estos términos tan grandiosos.
En este
sentido, pues, no podemos entender ninguna cultura, ni tan solo la
personalidad de un individuo, sin entender la estructura temporal
invisible que subyace a su forma de ser; pero tampoco podemos entender la
concepción del tiempo que tiene un pueblo sin entender su cultura. Es otra
paradoja cerrada.
La cultura
es la segunda naturaleza humana y nos condiciona a la vez que nosotros la
creamos y modificamos. Somos objetos y sujetos a la vez de la cultura, de
la misma forma que lo somos del tiempo. Solo a través de una cultura
concreta, localizada en el tiempo y el espacio, podemos descubrir el
pasadizo hacia la eternidad, ella nos dice como escaparnos de su propio
molde que es finito.
Piensen Uds.
por ejemplo, en la gran diferencia de medir el tiempo con un reloj de
arena o de hacerlo con los relojes actuales. Un reloj de arena no habla de
un tiempo vectorial que nos transporta hacia algún lugar futuro que nunca
alcanzamos. Sino que las sociedades que medían el tiempo con sencillos
relojes de arena sabían para qué necesitaban el tiempo cada vez que se
ocupaban de él, era un tiempo concreto, cerrado, tranquilo, con principio
y fin. Un reloj de arena mide una porción de tiempo que no esclaviza, como
sí sucede con nuestra forma de medirlo. El reloj de arena indica
amablemente cuánto duró algún acto. "Tienes tres minutos para hablar".
Nada más. El resto de tiempo ya es mítico o, dicho de otra manera, es el
tiempo que transcurre de acuerdo a tu forma personal de sentir. Controlar
el tiempo con relojes de arena implicaba que la medida válida era la
humana, mi forma de sentir el tiempo. Que pasara lento, rápido o se
detuviera dependía de cada persona y de cada momento en la vida de cada
persona. No es lo mismo cinco minutos con tu novia que cinco minutos
sentado sobre la estufa encendida, como ilustró Einstein a unos niños.
Y ello
concordaba con el hecho de que el centro y el sentido de la vida estaban
dentro de cada ser humano, no fuera como sucede hoy. Cada uno achataba o
alargaba su tiempo, no dependía de una máquina externa. Con la forma de
medir el tiempo de hoy mi sentir interno pierde valor y con ello mi vida.
El centro, el sentido de mi vida, ya no está dentro mío sino que me viene
indicado por elementos externos.
La
concepción y la forma actual de vivir el tiempo tiene muy poca relación
con otras épocas. La consciencia de las sociedades tradicionales, que
también puede ser denominada consciencia mitológica, no concebía el tiempo
como una abstracción a la manera en que hoy lo hacemos. Para nuestros
ancestros y para las personas de otras sociedades, la consciencia capta el
mundo a la vez en su forma sincrónica y diacrónica, por tanto eran y son
más intemporales que nosotros, más eternos.
El ser
humano post-industrializado -nosotros- conoce el pasado mas remoto y
pretende prever el futuro con mucha antelación. Hemos conseguido manejar
con comodidad la categoría "tiempo" a costa de enajenarnos a nosotros
mismos, a costa de poner el tiempo fuera de la vida humana y dar las
riendas a los aparatos de control que "crean" nuestro tiempo. Y digo
"crean" porque el tiempo, como el silencio, no es nada en sí mismo. La
mejor forma de explicarlo es pensando en la imagen de una cortina o telón
transparente que cubre un escenario vacío. La cortina no se ve y solo va
adquiriendo imagen, sentido y consistencia a medida que se le van pegando
cosas encima. Entonces, depende de lo que se pegue sobre le telón
transparente que la obra de teatro adquiere una escenografía y un
argumento u otro.
A lo largo
de la historia de la humanidad se observa un intento constante por unir la
percepción lineal del tiempo -la que hoy se enseñorea como única- con una
percepción cíclica, mítica y poética. Con una concepción que incluya la
eternidad en cada momento de la vida. Thoman Mann se refiere a ella como
"una condensación del tiempo mediante el ensueño". Este tiempo de ensueño,
al que yo prefiero llamar "tiempo sin tiempo de la experiencia extática",
es la base misma de los sistemas de valores en que se fundamentan la
diferentes culturas orientales; en ellas se alimenta la idea de
inmovilidad, de eterno presente.
De ahí que,
para aquellos pueblos, los cambios afecten solo la superficie de la vida
más que a su esencia, al contrario de lo que concebimos nosotros. Para
ellos, el tiempo de la vida diaria se esfuma como para nosotros pero no
hay problema, porque dicho tiempo es solo una apariencia del
mundo.
3) Sigo
dejando que mi pensamiento vague a través de las ideas estimuladas por el
título de este ciclo: el Instante Eterno, y la siguiente parada la hace en
la idea del centro. El centro es otra metáfora del aquí y ahora eternos.
En este sentido es importante resaltar que el centro me remite a mi mismo,
me emplaza a arrojarme a un proceso implosivo si quiero algo más que vivir
de apariencias. También esto lo estamos perdiendo y necesitamos
recuperarlo con urgencia antes de convertirnos en meros mecanismos
dirigidos desde el exterior. El centro de cada uno debe estar en sí mismo
si quiere percibir la eternidad. Por centro me refiero a la suma de todo
esto que hace que yo sea yo: mis recuerdos, sentimientos y emociones,
anhelos, dolores y tristezas, la rabia de la frustración, mis valores
culturales y mi identidad. Todo ello debe partir de mi interior y cada
persona debe ser consciente de lo que siente en cada momento y de cómo se
siente ante lo que siente. En el mundo actual el centro está fuera,
dramáticamente lejano. Los políticos se llenan la boca con frases falsas
del tipo "los españoles piensan que esto debe ser así" o "los catalanes no
dejarán que..." sin haberlo consultado antes con "los españoles" o "los
catalanes", o con el pueblo que fuera. Y los españoles o los catalanes o
el pueblo que sea, cree lo que dicen sus gobernantes sin auscultarse a sí
mismos sobre lo que realmente opinan, o sobre si simplemente tienen
opinión sobre este tema específico del que los políticos dicen lo que
pensamos. Esta misma afirmación que acabo de hacer ahora está en la misma
línea de hablar en nombre de otros sin saber lo que otros dirían, incluso
a veces a costa de la voz de los otros que no tienen acceso a los medios
de comunicación de masas. Por tanto, no deben ni creerme antes de
escucharse cada uno y cada una a sí mismo. La televisión es lo único que
llena nuestros silencios más íntimos -y por ello más sagrados- con
mensajes vacíos diciéndonos como debemos vestir para sentirnos jóvenes,
qué debemos consumir para sentirnos llenos de chispas de vida y un largo y
patético etcétera más que no vale la pena enumerar porque es de todos
conocido.
Cuando se
tiene el centro dentro de uno mismo, nada de fuera puede afectar a este
centro. Cuando una persona conoce sus anhelos, emociones y el sentido que
tiene la vida para ella podrá materializarlo o no, esto depende del
entorno, pero sabrá hacia dónde debe encaminar sus pasos. El pensar, el
sentir y el actuar irán paralelos. Entonces llega lo importante para
nuestro propósito de hoy, y es que cuando el centro está dentro de uno
mismo, esta persona puede implotar y conocer la eternidad. Implosión
significa explotar hacia dentro, como los famosos agujeros negros del
cosmos cuya fuerza de gravedad es tan intensa que los arrastra hacia
dentro de sí mismos.
En los seres
humanos, cuando se quiere viajar hacia el abismo interior, la primera
barrera que se encuentra es el miedo a la muerte. Se debe atravesar esta
fobia para acariciar el instante eterno. La mayoría de sociedades no
occidentales han instaurado los ritos de paso o de transformación como
marcos culturales que permiten este encuentro con el miedo a la muerte y
atravesarlo. Casi todos los ritos iniciáticos que han de pasar los jóvenes
para ser aceptados en el mundo de los adultos consisten, justamente, en un
encuentro con la muerte, sea por medios visionarios administrando potentes
substancias psicoactivas o sea forzando al neófito a realizar alguna
proeza física y mental que le enfrente a su desaparición.
Una vez
atravesada esta capa del miedo a la muerte, el centro de cada persona se
va hundiendo en sí mismo hasta la implosión, la explosión hacia dentro.
Hasta donde yo sé, nadie es capaz de vivir la implosión voluntariamente y
sin ayuda externa, de ahí la necesidad de guías o de terapeutas
experimentados en ello que ayuden dando el último empuje fraterno para
animar a las personas que están buscando catar la eternidad en el ahora y
aquí más dinámicos. Paradójicamente también, la implosión se resuelve es
una explosión hacia fuera, explosión que permite a cada persona
descargarse de las emociones que lo tenían atrapado bajo su presión
consciente o inconsciente. Este proceso es el que sucede en las catarsis.
Más adelante hablaré de ello con mayor detalle, pero ahora les apunto que
las catarsis permiten entender qué significa detener el tiempo, y
vislumbrarlo de esta forma tan sólida que solo tienen los conocimientos
adquiridos por propia experiencia.
Tras la
implosión viene la explosión emocional que permite a las personas vivir
las emociones de forma pura, atemporales. Algo que no es posible hacer en
la vida cotidiana donde solo percibimos sentimientos, que son las
emociones una vez han pasado por el filtro de la cultura y la consciencia,
y de han desactivado en buena parte. Hace cinco años que creé y sigo
dirigiendo junto a mis colaboradores los Talleres de Integración Vivencial
de la Propia Muerte (TIVPM) por los que han pasado ya mas de 1.000
personas. Estos talleres tienen la misma estructura y finalidad que los
ritos de transformación que han guiado a la humanidad cada vez que perdía
el sentido de la existencia. En ellos, los participantes pueden vivir una
experiencia catártica y salir, no tan solo renovados en un sentido
profundo, sino también habiéndose descubierto a sí mismo como colgando de
la intemporalidad. No hay palabras para describir esta vivencia, solo
aproximaciones, y una de ellas se refiere al tiempo que desparece. El
cosmos y toda su historia deja de estar fuera para revelarse dentro de uno
mismo. Una imagen que me viene a la cabeza es la afirmación de C.G. Jung,
uno de los padres de la moderna psicología profunda, cuando afirmaba que
todos llevamos un saurio dentro. Es literal. Nuestro camino evolutivo,
desde el inefable momento inicial de los tiempos, permanece en cada uno de
nosotros de la misma forma que un edificio se sostiene gracias a cada uno
de los ladrillos que una vez fue puesto sobre el anterior. Los seres
humanos somos lo que somos gracias a las aportaciones de cada paso previo
del camino evolutivo. Así, al igual que los varones mantenemos unos
pezones que no nos sirven de nada y que son la reminiscencia de un momento
de nuestra ontogénesis en que no había separación sexual, de esta misma
forma los humanos mantenemos trazos psíquicos y biológicos de cuando
fuimos saurios, moscas, depredadores y chimpancés. Todo ello está en cada
uno de nosotros de una forma u otra y podemos conocerlo por medio de la
implosión, pero para ello antes se debe situar el centro en uno mismo. Me
parece natural que haya tantas manifestaciones artísticas aludiendo a lo
eterno cuya estructura formal consiste en un centro, en un punto, en una
sola línea que no hacen sino redirigir la atención del espectador hacia sí
mismo.
En el mundo
clásico oriental había un deseo cargado de mala intención que rezaba así:
el destino quiera que tu próxima vida transcurra en un momento de la
historia lleno de cosas interesantes. Naturalmente, se deseaba esta
perversidad para que el interlocutor perdiera su centro y quedara así
condenado a la angustia de una vida sin sentido.
4) Sigo
recorriendo lo que me sugiere la idea de eternidad y mi pensamiento se
detiene en los estudios que están haciendo nuestros físicos
contemporáneos. Tales investigaciones han puesto de relieve que el tiempo
es algo elástico, que se contrae y expansiona, que existe una relatividad
en el tiempo y que no hay nada fuera de nosotros. Ni tan solo esto que
percibimos como substancia: las mesas, sillas, paredes o el arroz a la
paella no tienen consistencia permanente. La física ha descubierto para la
ciencia que esto que denominamos materia es "solo" un tipo de vibración, y
que es una vibración de no sabemos qué por lo que enunciarlo tampoco es
una explicación de nada. De hecho, se trata de verdades que ciertos sabios
orientales vienen repitiendo desde hace tres miles años. Nuestros grandes
físicos están discutiendo desde los años veinte sobre la inmaterialidad de
la materia y son memorables las controversias habidas entre Bohr,
Heisenberg y Einstein alrededor de este tema. Quien no lo ha entendido
todavía es el hombre de la calle que siguen creyendo que la materia es
sólida y los átomos unas bolitas, como imaginaba Lucrecio en la época
clásica. A partir de esta falsa creencia, el hombre de la calle organiza
su vida cotidiana, las guerras y el consumo compulsivo.
El tamaño de
las moléculas que concibe la física subatómica es impensable de tan
pequeño; tales partículas son tan inimaginables como la misma eternidad.
Para entendernos -tomo el ejemplo de otro humanista, Luís Racionero, El progreso decadente, Espasa, 2001- , el propio rayo de luz que
permite observar un electrón lo golpea cambiándolo de velocidad y de
dirección, de modo que lo que se observa ya no es la realidad externa,
sino la realidad creada por el propio acto de observarla. Dicho aun de
otro modo, al fijar nuestra atención en una determinada realidad, y al
hacerlo de determinada manera la estamos creando en aquel mismo instante.
Volviendo a
usar la música de símil explicativo, el Réquiem de Mozart no
existe fuera del acto de interpretarlo, del hecho de musicar. Las
partituras no son el Réquiem. Esta fantástica composición sinfónica se
crea cada vez que un coro y un orquesta la interpretan y va desapareciendo
a medida que se deja atrás un compás y otro, y otro... Además, tal
compleja realidad se construye en la manera en que cada director de
orquesta y cada intérprete en cada momento de la interpretación musican.
No existe fuera de ello. La misma partitura del Réquiem interpretada bajo la mirada de von Karajan es una realidad, pero si es
"observada" por el sensible director Sir Georg Solti es otra realidad muy
distinta.
La paradoja
de la moderna física es que se describen experimentos con palabras y
conceptos que se sabe que no corresponden para nada a la realidad que se
intenta describir. Y el misterio se ve acrecentado ¿Cómo podemos entender
algún contenido expresado por medio de campos comunicativos completamente
inadecuados para ello? ¿Cómo puedo referirme a la eternidad y a las
experiencias extáticas por medio de palabras, sabiendo que hablo de algo
que está más allá de los límites de las palabras? Y lo más misterioso aun
¿Cómo pueden entenderme Uds.? No voy a entrar ahora en los espesos
trabajos filosóficos de L.J.J. Wittgenstein y sus sucesores sobre los
niveles de metalenguaje que tienen los lenguajes pero es otro campo muy
interesante de explorar desde la idea rectora de la
eternidad.
5) Al pensar
en todo esto de lo que les estoy hablando, también me viene a la cabeza la
idea de que nuestra propia mente crea berenjenales, se mete en ellos y
después no sabe como salir. Por ejemplo, el punto de vista que Dios debe
tener de la eternidad. Forzosamente ha de ser distinto del que tiene un
ser humano. Para nosotros, mortales, la idea más extendida de "lo eterno"
se refiere a algo que durará siempre. Pero desde el punto de vista de la
divinidad lo eterno debe referirse, supongo, a una noción de algo que YA
ha estado desde siempre ahí. Para Dios el mundo salió terminado de sus
manos, existiendo tal cual en el pasado, el presente y el futuro. ¿Cómo
puedo yo pensarlo de una forma razonable? ...no hay cómo. Entonces ¿por
qué y para qué somos capaces de pensar en ello? Para mi es otro misterio,
casi chistoso. Pero a mi juicio, como les decía, lo misterioso no es que
lo pensemos sino que seamos capaces de entendernos por encima de la mala y
equívoca herramienta que son las palabras.
Una parte
importante de esta misma paradoja proviene del hecho de que a nuestro
cerebro solo llegan impulsos bioeléctricos y bioquímicos, no ondas de luz,
de sonido o de temperatura. Nada de esto llega a nuestro interior. El
cerebro y la mente viven encerrados y aislados en su propia realidad,
construyendo mundos de universales a partir de hechos particulares.
Andando por el monte veo un hongo, un solo hongo, de la variedad Lactarius sanguifluus, popularmente llamado robellón o níscalo, y
es solo un caso particular, una forma concreta en un lugar y momento
concretos; probablemente jamás volveré a ver otro níscalo igual ya que
cada seta adquiere formas y tonos distintos, pero algo de mi mente será
capaz de distinguir para siempre un robellón de cualquier otra variedad
fúngica. Lo paradójico de ello es que nuestra mente vive aislada del mundo
sensible siendo "una espectadora de sus propios carceleros" como dice el
conocido neurólogo A. Damasio.
A pesar de
estar en este alejamiento del mundo sensible, la mente solo puede
construirse y desarrollarse a través de la interacción con los estímulos
externos. Sabemos que la mayor o menor riqueza de las conexiones
neuronales que darán cuerpo al pensamiento abstracto y a las experiencias
catárticas de cada uno, en buena parte dependen de la riqueza de los
estímulos recibidos durante el proceso primario de enculturación, durante
los tres primeros años de vida. En este sentido, el reciente
descubrimiento de los relativamente pocos genes que nos configuran ha sido
una nueva lección de humildad y de pragmatismo que la naturaza ha dado al
pensamiento positivista: los seres vivos son lo que hacen, no hay más
secreto que patentar. |
|
Reflexionando sobre la eternidad me percaté una vez más de que las cosas
básicas y esenciales de la vida son invisibles: el tiempo, el
inconsciente, las leyes que regulan la existencia, el amor y todo lo demás
importante. Lo invisible es lo no-visible que no es lo mismo que
inexistente. Son nuestras percepciones y nuestro entrenamiento cultural lo
que nos permite ver o no ver algo, pero más allá hay una realidad esencial
a la que no podemos acceder más que por medio de las metáforas en unos
casos -la realidad inmaterial- y por medio de la técnica en otros casos
-lo que está más allá de nuestras capacidades perceptuales como
infrasonidos o lo contrario, cromatismos infrarrojos, etc.
El universo
está recorrido por un laberinto de senderos invisibles que discurren por
todas partes. Algunos europeos lo llaman huellas de ensueño,
otros como Bruce Chatwin lo denominan trazos de la canción, los
indígenas australianos lo llaman pisadas de los antepasados o camino
de la ley. Da igual, son distintas expresiones para referirse a algo
que, o bien se conoce por medio de la experiencia o nunca se puede llegar
a conocer. Expresado en términos más cercanos a la ciencia y no tanto a la
poética, tales senderos invisibles que cruzan el universo son los lazos
emocionales que unen a las personas y animales generando lo que el biólogo
inglés Rupert Sheldrake ha denominado campos de resonancia mórfica. Este
eminente e innovador investigador inglés, autor de la famosa obra Siete experimentos que pueden cambiar el mundo (publicado en
castellano por ed. Paidós, Barcelona, 1995), ha puesto de relieve la
existencia de campos relacionales invisibles cuya existencia se verifica
por diversos caminos empíricos, el más doméstico de los cuales lo
constituyen los perros, loros y gatos que saben que sus dueños están ya
camino del hogar cuando éstos justo acaban de iniciar, o de pensar en
iniciar, el regreso a casa, estando aun a kilómetros de distancia. Las
emociones constituyen el campo básico sobre el que se construye la red
social y solo se conocen cuando se han experimentado en la propia
existencia. Estar profundamente enamorado, exultante de alegría o
pletórico del gozo de vivir que da la solidaridad entre iguales solo se
puede conocer por propia experiencia.
Una creencia
solo es una expectativa, o una teoría o una interpretación. En cambio, la
experiencia no tiene juicios de valor ni comparaciones, ni
categorizaciones. Cuando estamos en un estado de trance, de repente
podemos sentir que no hay límites. Podemos sentir que no hay tiempo ni
espacio, que el amor y el reconocer la Naturaleza de los demás y
reconocerse cada uno a sí mismo es lo único realmente importante. El
conflicto aparece cuando decretamos que algo es así porque así lo creemos
nosotros. Las creencias empiezan a crecer y se vuelven más valiosas que la
vida misma. En el nombre de la verdad el ser humano creó la esclavitud, el
genocidio, las guerras, la santa inquisición y el pensamiento único en que
estamos todos peligrosamente sumergidos con la imposición de la
globalización del capital, que no de las culturas ni de las personas.
Los pueblos
que no viven de su experiencia del mundo sino que sobreviven navegando
entre las secas creencias y con el centro fuera de sí mismos, son los que
creen también que deben matar a todos los que no piensan como ellos porque
son un peligro. La actual mundialización del neocapitalismo es una
sangrienta muestra de esto.
Para ir
acabando y a partir de las anteriores reflexiones, viene a mi mente el
único factor imprescindible para acercarnos a lo inefable, a lo invisible,
al éxtasis: como he dicho es la propia experiencia. En realidad y a pesar
de la gigantesca cantidad de literatura existente, el único camino
intelectual, abstracto o espiritual que merece seguirse es el que
construimos sobre nuestra propia experiencia vital. Cada uno es lo que
hace, no lo que piensa.
Y ahora es
cuando voy a comentar algo de mis propias vivencias en este campo del
existir. Las experiencias extáticas deben ir mas allá de lo concreto,
deben trascender la realidad perceptual por medio de los Estados
Modificados de Consciencia (EMC). Vivir de verdad tales estados ampliados
de consciencia, no como juego de fin de semana -que también lo he hecho- ,
me permite percibir más, experimentar por mí mismo el descenso a los
infiernos, que no son sino mis propios abismos interiores; me permite
sentir unido al Todo y viajar a través del tiempo y el espacio. En
estas condiciones no necesitamos tener fe. Hasta el más escéptico
recobra la dimensión profunda o espiritual de la existencia humana.
Palabras
como maravilloso, inefable, estupefacto, indescriptible, espléndido....,
infinito, catarsis, lo inmenso, Ser sin acción, experiencia visionaria
inexpresable , la unidad entre el ser, el estar y el hacer, sentir una
bondad infinita, llorar limpiamente y sin sufrimiento... todas ellas son
palabras que, de pronto, se cargan de contenido cuando se ha vivido una
catarsis.
Tales
experiencias de plenitud son la puerta para descubrir la finalidad última
del ser humano, de cada uno y cada una. La pulsión que nos induce a buscar
la grieta entre el mundo perceptual y la eternidad que albergamos dentro
es algo tan intenso en muchos seres humanos que los lleva a buscarla en el
consumo de substancias embriagantes, en diversas prácticas de tipo
místico, en el desierto o en las montañas, en el abandono y en la
desmesura. Da igual, es como cuando se tiene una necesidad imperiosa de
compañía o de sexo: se busca donde sea y por el camino que sea, o se
sufre. Y si un contexto cultural, como es el nuestro, olvidó o se dejó
robar el camino para acceder a estas experiencias, las personas lo crean
de nuevo, incluso a veces de forma anómala.
En nuestro
desarrollo como seres vivos ha habido un paso que está aun por resolver.
Cabría esperar que el proceso evolutivo desde nuestro cerebro más antiguo
al actual más sofisticado, hubiera sido un proceso suave, como sucedió con
los demás órganos: de la aleta de cetáceo se pasó lentamente a la compleja
mano del mamífero superior. Pero con el cerebro no ha sucedido así. Creo
que nadie sabe la razón, probablemente no la haya.
En nuestro
caso, en lugar de transformarse suavemente el viejo cerebro en un nuevo
órgano, sucedió que se superpuso una estructura nueva, el neocórtex, a la
vieja, el hipotálamo. McLean (citado por L. Racionero) llama
esquizofisiología a esta coordinación defectuosa entre el viejo cerebro
donde están ubicadas las emociones y ciertas reacciones, y la nueva
estructura que rige el comportamiento intelectivo. La vieja estructura del
cerebro que rige las emociones es casi la misma en los humanos y en el
resto de mamíferos superiores. Así pues, si por un lado tenemos los dos
lóbulos bastante bien conectados en sentido horizontal a través del cuerpo
calloso, por otro lado no tenemos tan bien resuelta la conexión vertical,
desde el recientemente adquirido pensamiento conceptual y analítico,
ubicado en el neocórtex, hacia las abismales profundidades del instinto.
Es probable
que los animales carezcan de miedo a la muerte porque habitan en un
permanente aquí y ahora pero el ser humano es un animal al que se le ha
dotado de razón y hay cosas que parece que están aun por resolver, tales
como, por ejemplo, el miedo a la muerte. La consciencia intelectiva nos
permite saber que un día vamos a morir inevitablemente, que venimos de un
vacío prenatal y nos dirigimos hacia la oscuridad del óbito, y este
"conocer" despierta el instinto y nos sumerge en un estado de profunda
angustia. Entonces, para frenar la ansiedad de la consciencia usamos el
arma mas poderosa que tenemos los humanos: la capacidad para crear mundos
alternativos, para engendrar paraísos, dioses y espíritus. Y una vez
creados, organizamos guerras para defenderlos u ofertarles sacrificios a
cambio de nuestra propia salvación, pero... en realidad no hay nada. Solo
aquello que creamos con nuestra propia mente.
En cambio,
sí hay una salida a la angustia que crece en el hipotálamo antes las ideas
del neocórtex: los estados de catarsis y de éxtasis.
Durante la
catarsis, la razón y la naturaleza emocional se armonizan. La implosión
permite deshacerse de las abismales presiones emocionales y llevarlas a la
consciencia intelectiva. "Nunca sospeché que hubiera tanta rabia -o pena,
o miedo, o...- dentro mío; ahora sé que la tenía y el hecho de descubrirlo
y de descargarme me ha transformado, me siento lleno de amor", son
palabras habituales tras las experiencias de catarsis que suceden en
nuestros Talleres de Integración de la Propia Muerte.
Todas las
culturas del mundo han usado potentes substancias embriagantes o diversas
técnicas extáticas para ayudar a las personas a tener tales experiencias.
A pesar de la mala prensa que hoy predomina sobre ello, estas substancias
-llamadas enteógenas- abrían las puertas a la libertad, ayudaban a
resituar el centro de cada dentro de sí mismo, donde le corresponde estar.
Sin duda, por ello nos las han prohibido. La mayor parte de los
psicotropos visionarios -excluyendo a los simples estimulantes o
narcóticos- no hacen sino conectar de una forma especialmente eficaz las
terminales neuronales de nuestros sistema central. Al tomar LSD,
ayahuasca, psilocibina o peyote aumenta la capacidad de conexión cerebral
en sentido horizontal y también vertical, de ahí que se "escuchen los
sentimientos", se "vea el color de la música" y las percepciones en
general aumenten de forma insospechada su intensidad y su cualidad. Quien
lo ha probado lo sabe. Lo mismo sucede cuando se usa abundante oxígeno
para aumentar el rendimiento de nuestra vitalidad por medio de ciertas
técnicas de respiración rápida: se amplifica la consciencia y aumenta la
conectividad entre nuestros distintos cerebros.
Todas las
personas que a lo largo de la Historia lo han probado de una forma buena,
saben que con estas superconexiones del sistema nervioso activadas no se
hace nada en el sentido habitual: se contempla amorosamente el propio ser,
esto es el "éxtasis". En su origen, éxtasis significaba "verse desde
fuera". A este beatífico estado mental yo lo denomino "consciencia
dialógica", consciencia que dialoga consigo misma en lugar de estar en
plena guerra civil interior como suele pasar la mayor parte del tiempo:
las emociones contra el intelecto, los recuerdos contra el aquí y ahora,
la espontaneidad contra los comportamientos establecidos...
También, y
ya para acabar, sucede que tras la experiencia extática la persona percibe
que descubrir los senderos invisibles que recorren el mundo no responde a
la imagen de alguien que va con una linterna iluminando la oscuridad de
una realidad preexistente, sino que descubrir lo que hay fuera y dentro de
uno es mas bien como la música, que engendra el cosmos sonoro a medida que
avanza. Construimos el mundo al movernos por él.
De ahí pues
que uno no cree en lo que ve -aunque muchos lo piensen-, sino que se ve lo
que se cree (o le han hecho creer al sujeto y éste no lo ha verificado por
sí mismo). El mundo es lo que yo, y otros como yo, urdimos en cada
instante. |
|
|
|