Los Virus en la
Evolución
Los virus son definidos generalmente como microscópicos parásitos
intracelulares obligados. Aun sin consensuar si se trata de organismos
vivos o de materia inerte, los virus son las partículas biológicas
más abundantes del planeta, desempeñando importantes
roles ecológicos en la regulación de las poblaciones,
la movilización de nutrientes durante la lisis, participando
en ciclos biogeoquímicos y en la nucleación de las
nubes1. Además de su indiscutible
actividad ecológica, las partículas víricas
son las responsables de importantes fenómenos de carácter
evolutivo.
La transducción como método de tranferencia horizontal
de genes (THG) está absolutamente desarrollada en el mundo
procariota. Así, el comparto de secuencias genéticas
funcionales por integración vírica actúa como
un mecanismo de adaptación rápida y de carácter
poblacional (a diferencia de los fenómenos de conjugación
y transformación, más específicos y limitados).
La cantidad de información contenida en los genomas víricos
es asombrosa, portando todo tipo de secuencias útiles como
son las de producción de quitina y ácido hialurónico2
o implicadas en la fotosíntesis y la motilidad celular, hasta
el punto de considerarse que toda la diversa información
genética bacteriana está contenida y representada
en el pool de los viromas3 como secuencias
transferibles.
Desde un punto de vista histórico, la THG parece haber sido
un mecanismo muy activo e importante en la configuración
del mundo procariota. Así, análisis comparativos de
mecanismos de obtención de energía y otros sistemas
celulares revelan una complicada trama filogenética no acorde
con los procesos de divergencia vertical, sino mucho más
plausiblemente con reiterados eventos de THG4.
Este proceso de dispersión de caracteres debió ser
fundamental para establecer la actual versatilidad de los microorganismos,
pero también para el establecimiento de los pautas de los
ecosistemas y los ciclos biogeoquímicos.
Dentro de los genomas eucariotas, los virus también han cumplido
con funciones de tipo evolutivo. Además de haberse documentado
diversos eventos de transferencia horizontal en animales5,
vegetales6 y hongos7,
nos encontramos las actividades derivadas de los elementos móviles
o transponibles (ETs). De hecho, los ETs, especialmente los retrotransposones,
parecen estar profundamente relacionados con virus de vida libre.
Siendo un componente mayoritario de los genomas de organismos pluricelulares8,9,10,
los ETs están implicados en fenómenos de reordenamiento
físico del genoma como son la duplicación, translocación,
deleción, y fusión de exones y cromosomas11,
12; así como en fenómenos de neorregulación
del material genético por procesos de splicing alternativo,
regulación epigenética, transdución 3' y 5',
poliadenilación prematura, etc11,12.
Especialmente interesante es la ingente cantidad de secuencias LTR
de origen retroviral dispersas por el genoma, que al asociarse a
una secuencia génica puede actuar como promotor alternativo
cambiando los patrones de expresión del producto, tanto para
genes de copia única como para duplicados y retrogenes (pseudogenes
funcionales producidos por la actividad de transcripción
inversa de los retrotransposones)13,14.
Todo este repertorio de propiedades se traduce en un fascinante
potencial para la reestructuración general de los genomas
y la neorregulación tejido-temporal14
de las secuencias transcribibles. A efectos prácticos, encontramos
que los ETs participan activamente en procesos fundamentales para
la vida de los organismos y que además son de carácter
marcadamente evolutivo, como son la formación del sincitio
trofoblasto humano (HERVW-sincitina)13,
la producción de amilasa salivar13,
las encimas clave del sistema inmune15(RAG1
y RAG2, derivadas de un transposón
ancestral), el desarrollo embrionario en general16
y la formación de áreas del cerebro específicas
de mamífero17 (SINES), entre
otros múltiples casos. La conservación en el tiempo
de estos elementos16, su variación
entre organismos2 y su implicación
en los procesos de desarrollo y regulación génica
indican que estos elementos cumplen con funciones de carácter
evolutivo de gran importancia, hasta el punto de considerarse por
algunos autores como el verdadero motor de la evolución18,19.
En verdad, la variedad y potencial de estos fenómenos a la
hora de generar innovaciones evolutivas, en conjunto a la creciente
importancia de las secuencias de tipo regulador en nuestro conocimiento
del genoma y la evolución (como en el origen de los vertebrados20),contrasta
sorprendentemente con la inesperada homogeneidad de los genes estructurales21,
a priori responsables del cambio evolutivo por mutación y
selección gradual.
En todo caso, dada la representación de los virus y sus secuencias
relacionadas, tanto en el mundo eucariota como procariota, y las
funciones que representan tanto dentro como fuera de los organismos,
parece que estas partículas han sido y son fundamentales
en la configuración de los seres vivos actuando como cassetes
transmisibles de información capaces de remodelar y reconfigurar
a los organismos en los que se integran.
Al desempeñar estas funciones, los virus pueden llegar a
considerarse más como simbiontes a largo plazo14
que como parásitos estrictos e incluso DNA “egoísta”
o “basura”.
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